Así es como me gusta recordarlo...
Ésta fotografía, que está impresa en una hoja A4, la llevo desde hace más de un año y medio en mi carpeta del trabajo, donde están todas las planificaciones de mis clases. Recuerdo que mi profesor de Literatura Moderna (también enseñaba Literatura Alemana en la UBA, la Universidad de Buenos Aires), tenía retratos del dramaturgo Friedrich Schiller en su oficina. Llevar una imagen (ya sea pintura o fotografía) en tu carpeta de trabajo - o colgarla en tu oficina-, de nuestros escritores preferidos es una costumbre de los profesores de Literatura. A otros les sonará raro o extravagante, pero para nosotros, es lo más normal del mundo. Mi profesor tenía una foto de Schiller (y no de su esposa y sus hijas, miren si será fan) y yo, una de Pérez-Reverte en mi carpeta, la que llevo al trabajo, pero no de cuando era escritor, sino de la época en la que todavía era periodista, es decir, corresponsal de guerra. No sé dónde y cuándo se tomó la fotografía, pero calculo que es de principios de los noventa, porque ya trabajaba para la Televisión Española.
A la hora de reseñar, yo no le perdono una a "Arturito", como lo apodaron las bibliotecarias que conozco y mi hermana. Aquí, en el blog, elogié al autor español en varias críticas (El italiano, El pintor de batallas, Territorio Comanche, el cuento "La primera vez"...) y fui demoledora en otras, como en su última novela, "La isla de la Mujer Dormida" -en la cual fui muy crítica en un apartado de la reseña, que en general, fue positiva-. Reconozco que a veces, fui muy dura con él, a la hora de evaluarlo como escritor. Es que a alguien que escribió libros tan buenos, voy a exigirle más que a otros autores. Para que mis lectores metaleros me entiendan, le voy a exigir como a unos Nightwish o a unos Epica, no como a una banda de segunda división. Por eso, cuando Reverte se equivoca en una novela, no se lo dejo pasar, porque yo no soy una aplaudidora o una "amiga del campeón". Ante todo, más allá del afecto que le tengo, está la honestidad profesional. Yo no soy una mentirosa ni una hipócrita, aunque el precio que pague por defender mis convicciones sea caro.
Pérez-Reverte, como escritor, es una figura pública polémica: hay personas que lo aman y otros que lo detestan (lo sé porque frecuento Internet, sitios como Goodreads y YouTube). Por ejemplo, yo tengo amigos españoles, metaleros, a los que el cartagenero no les resulta nada simpático. Se alegran cuando les cuento que me firmó algún libro pero me dicen que "es buen escritor, pero no me cae bien".
A mí me cuesta mucho reseñarlo porque me es muy difícil ser imparcial. Es muy probable, casi seguro, que nunca más reseñe una novela suya. Es muy agotador, emocional e intelectualmente. Lo más agotador, es ser sincera, honesta y no adular todo lo que escribe para dejar a los lectores contentos. Entonces, decidí que nunca más voy a reseñar nada suyo. Porque no siempre, voy a poder tirarle flores. Entonces, para evitarme problemas, es preferible guardarme para mí mis opiniones sobre sus libros. Fíjense que salió a la venta el último tomo del capitán Alatriste y no lo reseñé, la verdad es que tampoco lo leí (en éste momento, no me sobran $40.000 para gastarlos en un libro, sorry). Muchas veces, afirmé en éste blog que éste autor español es "el amor de mi vida", platónico, aunque a veces me haga enojar, sobre todo cuando le erra en alguna novela de la cual yo tenía las expectativas muy altas.
El Pérez-Reverte que menos me gusta es el belicoso y peleador (chulesco, diría José Luis Márquez), que a veces es más terco que una mula. No me parece bonito cuando se pelea con otros escritores, críticos literarios o lectores, como hizo hace unos años con un bloguero español de Barcelona. El bloguero, que escribe críticas de cine, acusó al autor español de "retarlo" en privado por Twitter, de intimidarlo y exigirle que "dejara de lanzar sus escupitajos", es decir, de publicar críticas negativas de sus libros, y lo llamó "Criatura".
Arturo, querido amigo, que un joven bloguero al que leen 1000 personas por mes te haga una reseña negativa de tus libros (o que exprese que prefiere leer a Faulkner antes que a vos) no te afecta en nada como escritor. Reverte fue traducido a más de 40 idiomas, vendió millones de libros en todo el mundo y tiene una carrera sólida y bien asentada. Lo que opine un bloguero independiente casi desconocido en Internet no va a perjudicar su carrera literaria ni a quitarle lectores. Como escritor, Pérez-Reverte debería asumir que no a todas las personas les van a gustar sus libros.
Cuando uno es un autor publicado, debe saber que va a estar expuesto a las críticas, ya sean positivas o negativas, porque esas son las reglas del juego de la industria cultural. Que uno de mis escritores preferidos se ponga a pelear y a retar por Twitter a un bloguero que no conoce nadie (que no publica en un medio de comunicación importante o grande y que no puede hacerle ningún daño a su carrera) no me parece bien. Podemos no estar de acuerdo con el bloguero de Barcelona (yo pienso que el autor español sí escribió novelas buenas), pero el hombre tiene derecho a dar su opinión, siempre que lo haga con argumentos y no desde el insulto, porque es su blog y se supone que en Occidente vivimos en democracia. Uno de los principios, de los derechos del periodismo es la libertad de expresión. Arturo, como periodista que es aunque ya no ejerza la profesión, debería recordarlo. Entiendo que se enoje al leer una crítica negativa de sus novelas, pero está mal que peleara con el bloguero e intentara censurarlo.
Yo lo quiero mucho a Reverte, pero a ésta altura de mi vida, no lo veo como un superhéroe, sino que me doy cuenta de sus defectos. A fin de cuentas, por más autor famoso que sea, no deja de ser un hombre como cualquier otro, con sus virtudes y miserias, con sus cosas malas y buenas.
El Pérez-Reverte del que me enamoré como lectora....
El Pérez-Reverte del cual yo me enamoré como lectora es aquel reportero que se ensuciaba las botas y metía los pies, en la mugre, en el barro. El que iba a los lugares más peligrosos y desamparados del mundo para mostrarles a los espectadores cómo era el ser humano llevado al extremo, en las guerras que cubría como periodista. Fíjense que en mi carpeta no tengo una foto del Arturo escritor, ya consagrado, sentado en un bar de un hotel cinco estrellas, sino del joven reportero que a veces dormía en una trinchera mugrienta, rodeado de soldados sucios y muertos de miedo, o en hoteles abandonados y bombardeados, con los vidrios de las ventanas rotos, como el Dunav de Vukovar, Croacia, recordada como la "Stalingrado croata".
El Reverte que a mí más me gusta es el que ayudó a una chica bosnia, Jasmina, en la Sarajevo sitiada, de manera desinteresada. Ésta joven de veintipocos años, a la que él describe como "muy guapa", se prostituía en Sarajevo para poder llevarle alimentos y cigarrillos a su padre, que estaba paralítico y asustado por los bombardeos. Otro periodista se hubiera aprovechado de la situación y le hubiera "cobrado" a Jasmina por prestarle la ducha de su habitación del hotel Holiday Inn (el de los reporteros, el único de la ciudad que contaba con agua y luz), regalarle toda su comida y cigarrillos, para que se los llevara a su familia. Poco tiempo después, Arturo vio el cadáver de Jasmina en la morgue de Sarajevo, alcanzado por las bombas (Tánger Soto, protagonista de "La carta esférica", físicamente es igual a ésta chica bosnia... ¿¡Cómo puede ser que nadie se diera cuenta!?).
El Reverte que yo admiro es el joven de 25 años que sobrevivió durante más de veinte días huyendo por la selva con los guerrilleros eritreos, desde Eritrea hasta Sudán (perseguido por el ejército etíope), durante la Guerra de Eritrea, enfermo de disentería, al borde de la muerte, haciendo su trabajo para mostrarle al mundo lo que estaba ocurriendo en aquel lejano país africano. El mismo hombre que se arriesgó a que sus jefes de TVE le echaran una buena bronca por gastar dinero de más para cocinarle una torta de cumpleaños a su camarógrafo, José Luis Márquez, en la Sarajevo sitiada. Comprar huevos para hacer una torta, un pastel, en el mercado negro en un país en guerra, era algo muy caro, pero el reportero español lo hizo para gratificar a su amigo y compañero de trabajo, lo cual es un gesto hermoso.
Por lo tanto, el Arturo que a mí más me agrada, es el Arturo valiente que se jugaba el pellejo por hacer bien su trabajo, que no tenía miedo de equivocarse, que se arriesgaba a "hacer shopping" en medio de una ciudad sitiada y bombardeada, repleta de francotiradores que le disparaban a todo lo que se moviera (civiles, periodistas, etc) por la calle, en la Guerra de los Balcanes, en un lugar donde cayeron tantos compañeros reporteros suyos, algunos muy jóvenes.
El autor español reconoce en el artículo "El rinoceronte Murphy" que fue deshonesto e hizo trampas en aquella época, que no fue ningún santo. Hace poco, en una entrevista en la TV española, en el programa "El Hormiguero", Reverte confesó que tiene remordimientos de su época de reportero, que hay cosas de las que no está orgulloso, que hay "cosas que las hizo mal, torpemente" y que "no miró quién salía herido en el camino". Por lo menos, ahora reconoce sus errores. Eso ya es un gran paso, hacer una autocrítica. Por ejemplo, recuerda al niño con un oso de peluche que le pidió que lo subiera a él y a su familia al automóvil de los periodistas, para huir de una zona conflictiva y en guerra, pero él, no lo hizo. Todavía se acuerda de ése niño y se pregunta si estará vivo.
Pérez-Reverte dice que ahora, al final de su vida, en su vejez, cada vez sueña más con esa época, que tiene sus fantasmas, a los que "mató" o dejó en la cuneta, como Faulques con Olvido Ferrara. Ojalá tuviera la oportunidad de aunque sea, remediar los errores que cometió con al menos uno de aquellos fantasmas, para poder tener la conciencia más tranquila y dormir un poco mejor.
El joven que se movía por los territorios comanches con una mochila y una cámara de fotos
Éste escritor español, más allá del éxito y la fama, en su juventud, conoció bien América Latina pero no los lugares lindos y lujosos para los turistas europeos, sino los más pobres, peligrosos y desfavorecidos, como Nicaragua o El Salvador, cuando cubrió sus respectivas guerras civiles, dos de las más sangrientas del continente americano; o Culiacán, Sinaloa, en México, donde vivió unos meses cuando escribió su novela "La Reina del Sur".
Pérez-Reverte también estuvo en África por su trabajo, en Eritrea y Mozambique, durante los noventa. Vio de cerca el hambre, la desigualdad, la pobreza, la injusticia, la violencia.... Como conoce al ser humano en ambientes crudos y hostiles, como escritor tiene una perspectiva más amplia y realista de la sociedad que otras personas que solamente se movieron por lugares hermosos, lujosos y confortables. Por eso a mí me gusta leerlo, porque conoce el mundo real -aquel que no puede embellecerse con "estupidez o dinero", como dice Olvido Ferrara en El pintor de batallas- , conoce bien América Latina (y entiende porqué pensamos cómo pensamos) y en sus novelas, reflejó algunas de éstas problemáticas sociales. Por ejemplo, Teresa Mendoza, la protagonista mexicana de "La Reina del Sur", es una chica que vive en un barrio muy pobre de Culiacán y en su adolescencia y adultez, sufre violencia sexual de parte de los hombres y de los enemigos de su pareja, el Güero Dávila. En "El Tango de la Guardia Vieja", Reverte no solamente nos muestra los cruceros y hoteles caros donde se alojan Mecha Inzunza y su marido, sino también el humilde barrio porteño de Barracas, donde vivían los inmigrantes europeos pobres, que habían llegado a la Argentina a fines del siglo XIX y principios del XX, como la familia de Max Costa, el bailarín de tango, el protagonista del libro.
Aunque ahora lo veamos como un autor exitoso, que obtuvo fama y dinero con su trabajo, Pérez-Reverte alguna vez fue un reportero aventurero que recorrió el mundo con una mochila y una cámara de fotos, para documentar el horror de las guerras, no por morbo, sino para mostrarles a los espectadores la cruda realidad y que aprendieran a valorar lo que tenían en sus casas.
El Arturo que yo admiro, no es el que se pone belicoso y gruñón en Twitter, sino el muchacho que era valiente de verdad y no tenía miedo de no cumplir con las expectativas ajenas. Ése Arturo, lo intentaba de nuevo, aunque fallara a la primera, como cuando iba con Márquez, su camarógrafo, a la Sarajevo sitiada a "hacer shopping" y a veces volvían al Holiday Inn con las manos vacías, sin material para enviar a su canal de televisión. Ése es el Pérez-Reverte que a mí más me gusta y así es como prefiero recordarlo, como el hombre que metía los pies en el barro para contar una noticia y no como el escritor elegante vestido de punta en blanco al que fotografían en hoteles cinco estrellas* (porque eso es más convencional, puede hacerlo cualquiera que tenga mucho dinero, es decir, no me impresiona demasiado).
Y por último, el Arturo al que yo más quiero y amo (aunque a veces me haga enfurecer y cabrearme de verdad -cuando yo me enojo soy tan mala como Milady de Winter- y que no es tan maravilloso y "perfecto" como lo veía cuando era más joven) es aquel que mira con dulzura a una lectora que tiene los ojos llenos de dolor y le acaricia las manos con la punta de los dedos, con delicadeza, como si ella fuera algo frágil que está a punto de romperse en mil pedazos...
Es aquel Reverte que entierra el hacha de guerra, que no pelea, y sonríe como un niño travieso, el que hace que yo lo mire con ternura y cariño. Ése es el que yo más quiero y amo, al que me dan ganas de abrazarlo muy fuerte y apapacharlo, como decimos en Argentina. El que vive escondido dentro de un señor de 73 años, que a veces se comporta como un niño pequeño, demandante de atención y aprobación. "Los hombres somos niños grandes que necesitan afecto", dijo con sabiduría su amigo Fernández Díaz en "La Segunda Vida de las Flores". Creo que el autor argentino tiene razón.
*Con esto no estoy criticando a nadie, cada cual se gasta su dinero como se le dé la gana, que quede claro.
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