La librería de nuestros sueños

¿Qué trabajo me gustaría tener si no fuera el actual?




Mi hermana, a veces me confiesa que tiene un sueño: el día que se canse de trabajar ocho horas en las escuelas, le encantaría ponerse una librería-cafetería, como las que hay en la Capital, Buenos Aires. Ella cocinaría los postres y yo vendería los libros. Es una idea muy linda, pero utópica: éste tipo de negocio no es rentable en la Argentina, cada vez cierran más las librerías, a la gente no le sobra el dinero para comprar libros, que están muy caros comparados con nuestros salarios.

Si no fuera docente, me encantaría ganarme la vida regenteando una librería y atendiendo a la gente. El de librero es un oficio noble. Recuerdo a dos personajes femeninos literarios que por azares de la vida, terminaron ejerciendo ésa profesión: Elena Arbués de "El italiano" de Arturo Pérez-Reverte, a cuyo marido -un marino mercante- habían matado los ingleses por error y con la indemnización, abrió una librería en La Línea, junto a Gibraltar. Otra librera famosa de las letras es Greta Lindberg, detective sueca creada por Lena Svensson (Andrea Milano es su nombre real, es argentina). Greta era profesora de Literatura en un instituto, en una escuela, como yo. Su novio es violento con ella y tras sufrir amenazas y malestar, decide romper con él; renunciar a su trabajo y mudarse, volver a la ciudad de Mora, junto a su padre, Karl, que es comisario. Allí Greta se reinventa y con ahorros y ayuda de su padre, abre una librería, "Némesis", dedicada a la venta de novelas policiales. Cambia de profesión y es feliz con su nueva manera de ganarse la vida.

A veces, como el día de hoy, me encantaría hacer como Elena y Greta. Guardar en un cajón el borrador y las tizas, abandonar las aulas y abrirme una librería. Lástima que en Argentina, no es un negocio rentable. Se preguntarán... ¿Pero a ésta mujer no le encantaba su trabajo? Sí, me gusta, pero cuando puedo hacerlo bien. Cuando los estudiantes tienen ganas de aprender, cuando "le ponen onda" y tienen incorporado el "oficio de alumno". 



Mora, la ciudad sueca donde Greta Lindberg abre su librería: Némesis.


Hoy pensaba, mientras miraba a mis estudiantes: de veinticinco, cuatro hacían la tarea y los demás, estaban muy entretenidos con el celular (móvil) jugando a los jueguitos en Internet, otros jugando a las cartas. No quieren leer nada y cuando tengo que hacerlo yo (hay que leerles en clase, porque en casa, no lo hacen) algunas se ríen de pavadas de adolescentes, otros miran a la ventana o sino, se ponen a conversar entre ellos. No puede ser que tenga que repetir diez veces que se callen cuando estoy leyendo a Sófocles (que no es nada fácil) y que dejen de reírse por tonterías, porque es una falta de respeto. No puede ser que tenga que recordarles, que no deben poner música en los celulares porque están en clase. Y cuando los amenazás con hacerles firmar un acta, no les importa porque el gobierno de la provincia de Buenos Aires nos quitó total autoridad a los docentes y a los directivos. No hay una ley que les prohíba usar los celulares en clase, como en la Ciudad de Buenos Aires y en otros países. 


De éste tema, hablé largo y tendido con varios de mis colegas, que se quejan de lo mismo: los alumnos que no se comportan como alumnos, la violencia verbal y física en las escuelas (guarda con hacer enojar a un padre, que te esperará afuera de la escuela para golpearte porque le "retaste al nene") la falta de mobiliario, el salario que es una miseria, las políticas educativas que en lugar de "incluir" fomentan la ignorancia y no colaboran a que les demos más oportunidades a los chicos de los lugares que más lo necesitan. No puede ser que tenga que enseñarles a chicos de 14 o 17 años que los nombres propios (los sustantivos) se escriben con mayúsculas... porque ya deberían saberlo. Nos obligaron a bajar la exigencia y a aprobar a alumnos que no lo merecen para que no abandonen la escuela pública, para que las estadísticas salgan bien cuando el barco se hunde y no hay manera de sacarlo a flote.

No hay límites, no hay educación, no hay respeto (al menos, en varios de los lugares donde trabajé). No hay interés por adquirir cultura, por aprender, por el sacrificio, por entender que la vida no es una fiesta permanente y que existen obligaciones que debemos cumplir. Cuando yo era alumna e iba a la escuela, había materias que no me gustaban, como las de administración de empresas. Pero me la tenía que bancar, me callaba, copiaba el pizarrón, hacía la tarea y cumplía. 

Yo no puedo enseñarle educación a alguien que no la trae desde su casa. Hay cosas a las que nunca me voy a poder acostumbrar. Y lo que conté, es muy poco, apenas la punta del iceberg, de todas las experiencias lamentables y espantosas que me tocó vivir trabajando en escuelas, de mi ciudad del conurbano bonaerense, una de las más pobres y vulnerables de la Argentina. No digo que sea así en todos los colegios y ciudades, solo comento lo que yo viví.

Hace poco, un alumno, ya grandecito, de 17 años, me dijo, enfadado: "¿Para qué vine a la escuela? Tendría que haberme quedado en casa... " Porque no quería copiar la tarea del pizarrón, lo único que quería hacer era jugar al Fortnite con el celular, el móvil.... Yo me pregunto, qué va a ser de ese jovencito el próximo año, cuando ya no tenga escuela a la que asistir y deba buscarse un empleo. "No quiero trabajar, jefe, quiero jugar a los jueguitos"... le va a decir a su empleador, que lo va a poner de patitas en la calle el primer día. 


Hoy no deseaba estar adentro del aula. Quería irme. Preferiría trabajar en una oficina organizando papeles o atendiendo una librería que dar clases en un lugar donde a los pibes no les importa nada. Siento que pierdo el tiempo, que estoy desperdiciando mi vida. Me gusta enseñar, me gusta mi trabajo, pero cuando puedo hacerlo bien. Sino, no vale la pena. ¿Ocho años estudiando en la universidad para esto? Para que no te escuchen, para que te falten el respeto, para que no les importe nada... A mí me encantó estudiar en la facultad, pero yo esperaba otra cosa. Lo que siento, es frustración, decepción, tristeza. No me encuentro cómoda donde estoy. 

Tal vez mi padre tenga razón, tal vez elegí la profesión equivocada. Uno puede saber mucho, pero en la transmisión, lo importante es que el otro te escuche, que aprenda, que le interese... Hoy les puedo decir algo: no soy feliz trabajando de esto. No me llena, no me colma como profesional, no me da satisfacciones. Tal vez sería feliz si diera clases en el nivel superior, en un terciario o en una universidad, donde los estudiantes sí valoren el conocimiento y deseen aprender de verdad. 

Me acuerdo de una entrevista que le hicieron a Pérez-Reverte en Los siete locos, en 1995. La periodista Cristina Mucci le pregunta porqué se retiró del periodismo de guerra, tras veinte años de ejercer la profesión. El autor español responde: "Porque dejé de creer en mi trabajo. Me arriesgaba a que me mataran en un bombardeo en Sarajevo y no poder ver crecer a mi hija. A los espectadores ya no les importaba lo que les mostrábamos nosotros en el noticiero, querían ver la telenovela o el fútbol". No es una cita exacta, pero sí se asemeja a la original. Bueno, a mí me está pasando lo mismo que a él: estoy dejando de creer en mi trabajo. No soy feliz haciendo esto. Estoy contenta y agradecida de haber podido estudiar mi carrera, pero no me veo trabajando treinta años en escuelas, porque a los espectadores, no les interesa nada la literatura ni se esfuerzan para cumplir con sus obligaciones, como hacíamos los de mi generación y los mayores. 

Es una pena que Argentina no sea un país donde poner un negocio sea algo rentable, porque sino, ya estaría tratando de abrirme una librería para ganarme la vida y guardaría el borrador y las tizas en un cajón. Si a los docentes nos pagaran sueldos decentes, por lo menos, valdría la pena y toleraría más los sinsabores del oficio. Pero no es el caso. Así que expreso mi admiración por Greta Lindberg, que tuvo el valor de renunciar a la vida que tenía y buscar otros horizontes. Ella cambió de trabajo, encontró una manera de reinventarse y ganarse la vida y fue para mejor. Lástima que Suecia queda lejos... 



Entre letras y café: cinco librerías de Buenos Aires

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