El capitán Alatriste, mi profesora de Española y yo
Hace años que soy una lectora asidua de la revista literaria digital Zenda. Ya quedan pocas revistas de éste tipo en la actualidad y me gusta mucho por lo completa que es (podés encontrar de todo: desde reseñas de libros, series, películas, entrevistas, fotografías a escritores, podcasts, etc), más de una vez me resultó muy útil, como cuando encontré varios artículos sobre la época victoriana y recomendaciones de novelas de ficción de ése período. La cuestión es que varios de los periodistas que escriben allí cuentan cómo fue que conocieron al capitán Alatriste (al protagonista de las novelas de aventuras de Pérez-Reverte) y lo que significó para ellos en su formación como lectores. Así que siguiendo su ejemplo -porque me encanta hablar de libros y darle más variedad al blog-, decidí contar cuál es mi historia con el célebre capitán que vivía en el Siglo de Oro español.
La primera vez que conocí al capitán Diego Alatriste fue gracias a una película, la del 2006, dirigida por Agustín Díaz Yañes y protagonizada por Viggo Mortensen (el Aragorn de "El señor de los Anillos"). Era una niña, no recuerdo cuántos años tenía, calculo que rondaría los 10 por aquel entonces. No la fui a ver al cine sino que la compré en DVD (entre el 2006 y el 2007, calculo) la elegí yo porque me llamó la atención la portada, la de ese soldado sombrío y de aspecto peligroso y también me intrigó el título. A mi madre le gustan las películas épicas de guerreros y espadachines (vio "El Patriota", "Corazón Valiente" con Mel Gibson y "El hombre de la máscara de hierro" con Di Caprio, varias veces) , todo lo que sea de época antigua le apasiona. Entonces, a mi también me caen simpáticos.
Yo no sabía que el capitán Alatriste era un personaje de un libro, mucho menos sabía quién era el autor del mismo. Para mí era una película más, así que recuerdo que cuando encendí el reproductor de DVD, aparecían dos soldados españoles (por el acento lleno de "zetas" me di cuenta enseguida) sigilosos en el medio de un río, en una guerra, atacando a otros soldados enemigos y que uno de ellos era asesinado por los holandeses y le pedía a su compañero -Viggo Mortensen, interpretando a Alatriste- que cuidara de su hijo pequeño, Iñigo. Más tarde, aparecía el pequeño Iñigo junto al capitán contemplando a una niña en un carruaje, esa niña era la temible Angélica de Alquézar. Y Alatriste ya no era un soldado regular sino un espadachín a sueldo, una especie de mercenario que malvivía en la Madrid de "los Austrias".
Esa niña que vio aquella película de espadachines del Siglo de Oro español se mudó al poco tiempo, se cambió dos veces de colegio, descubrió otros libros y autores, creció, terminó la secundaria (o el Instituto, como le dicen en España) se volvió a mudar (otra vez); se convirtió en una mujer y recién a los 24 años volvió a encontrarse con el dichoso capitán, cuando tuvo que estudiar Literatura Española en la universidad y no tenía la más remota idea de cómo era aquella época (ni de cómo hablaba la gente, se vestía y actuaba). Los libros son puentes para indagar en épocas lejanas y la saga "Las aventuras del capitán Alatriste" me ayudó muchísimo para reconstruir mentalmente el Siglo de Oro español.
No fue en Española propiamente dicha donde me reencontré con Alatriste, porque en cuatro meses, más que el canon básico no puede estudiarse (Garcilaso, Manrique, El Cid, los romanceros, El Lazarillo de Tormes, el Quijote -que lleva medio semestre-, la poesía de Machado, Lorca y una novela de Sender, "Réquiem por un campesino español"). En cuatro meses no pueden hacerse milagros, nuestra profesora (una académica excelente, la mejor que tuve en la vida) reclamaba que para enseñarnos la materia de manera completa necesitaba un año, pero no dependía de ella, así que era lo que había.
En la cursada de aquel seminario maravilloso leímos a Garcilaso de la Vega (otra vez), a San Juan de la Cruz, a Fray Luis de León. No solamente a ellos, sino a sus autores precursores y a los que los reescribieron. Eso incluía a Virgilio, a Horacio, Ernesto Cardenal, a Juan Gelman, Julio Cortázar... Pero después de los medievales, vinieron los del Siglo de Oro: Lope de Vega, Góngora y Quevedo. Y ahí fue cuando yo volví a reencontrarme con el creador del capitán Alatriste, pero no en formato audiovisual, sino en formato libro. Así fue cómo cayeron en mis manos el tomo 1, después el 2: "Limpieza de sangre" (del que nunca me olvido una frase del capitán, en la que le dice a Iñigo, cuando la Inquisición prende fuego a una familia entera en una plaza pública: "Esto no es obra de Dios, sino de los hombres"*) , luego "El sol de Breda" (en el que hace un cameo Calderón de la Barca), "El oro del rey", "El caballero del jubón amarillo" (mi favorito, porque el sombrío capitán se enamora) y por último, "Corsarios de Levante" -del que mi madre se quejaba de que era demasiado sangriento- y "El puente de los asesinos", ambientado en Venecia, con un Iñigo ya convertido en joven adulto, que le hace frente a su mentor y está en plena rebeldía.
Como mi escueto presupuesto de estudiante no alcanzaba para comprármelos (sólo tengo dos, el primero y el tercero, en bolsillo y de segunda mano), los tomaba prestados de la biblioteca. Y las bibliotecarias, con una sonrisa entre burlona y divertida, me preguntaban "¿Otro más de "Arturito"? ¡Cómo estamos con los gallegos!".* A lo que yo, entre tímida y avergonzada, me limitaba a asentir con la cabeza y a esperar a que me dieran el bendito libro para llevármelo a casa y seguir leyendo cómo era el mundo en el que vivían los poetas que mi profesora me enseñaba.
La cuestión es que, cómo conté antes, lo primero que leí del autor español fue Territorio Comanche y al poco tiempo me encontré con el espadachín literario del que había visto la película en mi infancia. Y tal como esperaba, los siete volúmenes de la saga me llevaron rápidamente al Siglo de Oro, y de la mano de sus personajes, pude imaginarme cómo era la sociedad española y la época en la que vivieron Lope, Quevedo, Góngora y otros cuántos más.
No me acuerdo si fui yo o fue mi profesora de Española, pero en las clases del seminario, cuando estudiamos a Quevedo, salió a relucir el don Francisco recreado, convertido en personaje literario por Pérez-Reverte en El capitán Alatriste. Mi docente -a la que llamaré María por resguardar su intimidad- amaba a Cervantes y Quevedo (tanto que les puso Miguel y Francisco a sus hijos, eso sí es ser un poco fangirl) , hizo su tesis de maestría sobre la poesía de don Francisco y estaba terminando su doctorado, en aquella época. Una señora académica con todas las letras, veterana, que ya estaba por jubilarse y sin dudas, la mejor profesora de literatura que tuve en toda mi vida. No sólo por su humanidad y por sus conocimientos amplios de didáctica y pedagogía, también por su empatía y buen trato hacia los estudiantes, porque era una docente de infantería -dio clases en las escuelas secundarias más humildes y también en otras más acomodadas- y sobre todo, porque le apasionaba lo que hacía.
Fue ella la que nos dijo: "cuando empiecen a dar clases, lo primero que hacen es aprenderse los nombres de sus alumnos y comprarse un reloj de muñeca, aunque sea el más barato". Y la que nos miraba a las chicas y nos decía, con aguda certeza y sabiduría: "Ésta escena 100 años atrás no hubiera existido. Una mujer dándole clases a otras en la universidad. Cuando dicen que todo tiempo pasado fue mejor, para nosotras no, no fue así."
¿Por qué saco a relucir ésta historia? Porque mi profesora había leído los cinco primeros libros de la saga del Capitán Alatriste y decía, emocionada, que eran "buenísimos". Ver convertido en personaje a su poeta favorito era algo muy hermoso para María. Uno de los recuerdos más bonitos que tengo de esos años, son mis breves conversaciones con ella en los pasillos de la facultad, después de clases, sobre Francisco de Quevedo, un poeta que podría ser como un prócer -así siempre nos pintan a los poetas en la escuela- pero yo gracias a las novelas de Alatriste sabía que era lo más políticamente incorrecto posible, que se batía a duelo -además, era mujeriego y misógino, tuvo varios hijos ilegítimos con taberneras, añadió la profe- y que era de carácter irascible y combativo, que tenía la lengua afilada contra los poderosos y que por ese motivo terminó en prisión varias veces... Pero que también podía ser un amigo leal y noble para con los suyos, además de ser un hombre de talento inmenso y genio descomunal.
Mi docente, a pesar de ser una académica de lo más seria y prestigiosa, respetada y admirada por alumnos y colegas, tenía el buen juicio de valorar novelas bestsellers de gran calidad literaria -no como otro célebre académico de la RAE, cuyos textos críticos me hicieron leer y compartía nombre de pila con Quevedo- y para colmo, se animó a escribir una tesis de doctorado de un escritor latinoamericano vivo, lo cual le trajo miradas de censura de otra colega, una cervantista elitista, esnob e insufrible (que tuve la mala suerte de tener como docente, pero eso es otra historia) "¿Cómo vas a escribir una tesis de un escritor contemporáneo, vivo?", le preguntó, escandalizada y horrorizada -para ella, la literatura de verdad se escribió hace 200 o 300 años lo que vino después, no vale nada-.
Así que ésa es la historia de cómo un libro -y un poeta convertido en personaje- unió por unos instantes a dos mujeres de edades, experiencias y formaciones muy diferentes. A la veterana curtida y a la jovencita novata, que estaban fascinadas por esas novelas apasionantes que recrearon con maestría una época y un país muy lejanos al nuestro.
Y sé que el día que vaya a buscar mi diploma, en unos meses, le voy a pedir a ésa señora (que ya tiene casi siete décadas) que sea la que me lo entregue. Porque fue la que mejor me transmitió el amor por los más grandes escritores que dio la lengua española. La que me enseñó a leer a Cervantes, y a Quevedo, la que se tomó el tiempo para "traducirnos" el Polifemo y Galatea de Góngora, la que nos explicó por primera vez qué fue la Guerra Civil Española, entre muchas otras cosas; con humildad, profesionalismo y empatía. Con vocación de verdad.
Y sobre los libros del Capitán Alatriste, todavía tengo sólo dos, pero no pierdo la esperanza de que alguna vez la editorial Alfaguara vuelva a importar desde España la edición especial con los siete tomos juntos o la que trae los siete separados, esa tan bonita que lamentablemente no llega a la Argentina.
Las ediciones más bonitas de la saga, que lamentablemente no llegan al otro lado del Atlántico (no me quiero ni imaginar lo que salen los costos de importación)
Esa es mi historia con el capitán - al que me imagino como el bellísimo y atractivo Viggo Mortensen, en parte vale la pena ver Lord of the Rings por él- tal vez no leí sus aventuras de niña, pero si las disfruté de adulta y me ayudaron muchísimo a conocer el mundo de Lope, Quevedo y Góngora, por lo cual siempre le estaré agradecida a él y a su creador.
El estante de los libros más queridos... Arturo, me rompiste el corazón porque no viniste a la Feria del Libro de Buenos Aires éste año. Yo soñaba con tener "El pintor de batallas" autografiado 😭😔. Me pregunto cuál libro voy a tener que mover de ése estante para darle lugar a la novela nueva. ¡No veo la hora de leer y tener ése libro en mis manos! 💓 No importa si son 200, 400, 600 o 900 páginas, puedo asegurar que tendrá su espacio en mi biblioteca. 😁
Nota al pie
*No es una cita exacta, pero era algo así.
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