"La primera injusticia"... Un comentario acerca de un artículo de Pérez-Reverte

 




Hace años que leo los artículos de Pérez-Reverte, de su columna Patente de Corso, cuando tengo tiempo. Algunos, hasta los tengo impresos. Ahora ya cuesta más, porque los precios del papel y la tinta para la impresora están por las nubes. La cuestión es que decidí reflexionar al respecto porque en éste texto, titulado "La primera injusticia", el escritor español recuerda un episodio de su infancia, cuando iba a la escuela primaria, en Cartagena. Voy a citarlo, para ser más específica: 


(...) Mis tres recuerdos precoces de niñez son diáfanos. Uno es el mar y su sonido en las rocas. Otro, a los tres años de edad, cuando en una cuna junto a la cama de mis padres apareció mágicamente un intruso –pedacito de carne con ojos grandes y mucho pelo negro– que me destronaba como centro de atención y rey de la casa. Y el tercero, un año más tarde en la escuela de parvulitos, cuando escribía las primeras letras, a lápiz, en uno de aquellos cuadernos rayados que usábamos antes de pasar a la caligrafía con tinta, palillero y plumín. A los dos o tres días de empezado el curso, doña Micaela, la maestra, nos puso deberes para casa, y el primero fue una plana de escritura. Yo tenía ligera ventaja en eso, pues antes de ingresar en la escuela mi madre me había enseñado los rudimentos básicos y lo hacía con cierta soltura. Aun así pasé parte de la tarde y la noche, antes de acostarme, haciendo y rehaciendo mi plana con lápiz y goma de borrar, resuelto a que fuera la mejor de la clase. Y al día siguiente, orgulloso y feliz, con mi babi, mi cartera a la espalda, recién lavado y peinado, fui al cole de la mano de mi madre y, una vez en clase, le entregué mis deberes a la maestra.

Han pasado sesenta y nueve años –yo tenía cuatro–, pero parece que hubiera ocurrido ayer. Doña Micaela miró mi trabajo y dijo: «Esto no lo has escrito tú». Y para mi estupefacción, rompió la plana ante mis ojos y la tiró a la papelera. Recuerdo perfectamente que me quedé paralizado, con la boca abierta, incapaz de pronunciar palabra. Por primera vez el mundo me caía encima. Tuve vergüenza de que me vieran llorar, así que fui a mi pupitre y estuve el resto de la clase inmóvil, baja la mirada. Mi madre me esperaba a la salida y preguntó qué tal mi plana. Conté lo que había ocurrido; y ella, sin decir nada, me dejó con una vecina y su hijo y fue a ver a la maestra. Nunca supe de qué hablaron, pero desde aquel día doña Micaela fue encantadora conmigo, me sentó en la primera fila y recuerdo que a veces me acariciaba la cabeza. Olía agradable, a colonia. En realidad era una buena maestra. Tanto, que de ella obtuve la primera lección importante de mi vida. (...)



Pérez-Reverte, "La primera injusticia", publicado el domingo 22/12/2024 en XL Semanal.

Me ha gustado mucho éste artículo por varios motivos. Primero, me sorprende que sesenta y tantos años después, Pérez-Reverte todavía se acuerde de esto. Debe haberle dolido mucho. Otra frase que me quedó resonando es aquella en la que afirma que él quería escribir el mejor trabajo del curso, pero cuando se lo entrega a la maestra, ella lo lee y lo rompe delante de todo el mundo, acusándolo de no haberlo hecho él. Reverte habla del esfuerzo de un pequeño alumno, de un niño, y del dolor y la frustración de ver que no fue valorado. Al punto de largarse a llorar y esconderse para que sus compañeros no lo vieran. Podríamos afirmar que hacerle eso a un niño de cuatro años es una absoluta crueldad, pero es sabido que los métodos pedagógicos de los años sesenta eran muy diferentes a los actuales. Mi madre (que tiene 65, es unos ocho años menor que Reverte) me contaba que cuando era pequeña, la maestra les pegaba con el puntero -una vara de madera fina y larga- en los dedos a los alumnos que se portaban mal. Era un castigo habitual en las escuelas argentinas de aquella época.

Me parece sorprendente que Pérez-Reverte cuente esto de manera pública, sobre todo, porque tiene fama de ser un tipo duro (debido a su carácter fuerte y su pasado como corresponsal de guerra). Algunos lo acusan de haberse convertido en un personaje chulesco, gamberro -como dicen los españoles- peleador, polémico, sobre todo, en Twitter y otras redes sociales. Ensartarse en una pelea o dialéctica verbal con éste hombre, significa perder. Hace un mes, más o menos, tuvo unas palabras con el político español Pablo Iglesias en Twitter que me hicieron desternillar de la risa. "Criatura", le dijo. 

Sin embargo, el escritor le confesó a Jordi Wild que "Yo no soy en Twitter como en la vida real. Me monto un personaje". A veces, cuesta imaginarse a Arturo llorando, con la fama que tiene. Uno a veces, como lector, se olvida de que tiene sentimientos. Pero sí es más fácil visualizar a aquel niño que dio lo mejor de sí mismo, pero que fue retado y acusado por su maestra, humillado, delante de todos sus compañeros. Que hizo su mejor esfuerzo con su plana, con su trabajo, pero que no alcanzó, no fue valorado. Hoy en día, le harían un sumario a una docente por una actitud así con un pequeño. Pero eran otras épocas.

Éste artículo me hizo pensar en dos cuestiones: por un lado, recordé las maestras injustas y crueles que tuve en la primaria y la secundaria -que fueron dos o tres, no muchas- y por el otro, me pregunté cuánto puede llegar a dolerles a los escritores profesionales cuando leen que a un periodista famoso o a un crítico literario reconocido 
no les gustó el libro que con tanto trabajo y dedicación escribieron. Ni hablar de la opinión de los lectores. Por ejemplo, Dubravka Ugrešić ​solía entrar en la plataforma Goodreads a leer las reseñas de sus libros y contó en algún ensayo que algunos de ellos se quejaban de que su obra -ensayos y novelas- era "demasiado eslava". 

Pero los autores que más conocen y frecuentan ésta plataforma son los jóvenes, como la Booktuber colombiana Ángela Arcade (Arcade's Books es su canal de YouTube), que hace poco publicó su primera novela, "Dorian" y hasta grabó un video contando cómo lidia con las críticas negativas que recibe en Goodreads. Pero lo cierto es que Ángela tampoco tiene piedad o pelos en la lengua a la hora de reseñar a otros escritores -vivos, sobre todo- como hizo con su colega mexicana Claudia Ramírez Lomelí, del canal Clau Reads Books.

Claudia Ramírez Lomelí, booktuber mexicana y escritora de libros de fantasía juvenil 


Cuando Ángela pone en la descripción de sus videos: "Reseña honesta", significa... "Agarrate, Catalina" como decimos en Argentina. He visto unos cuantos videos de ésta mujer, y aunque su tono puede sonar un poco pretencioso y arrogante a veces, tiene razón en muchas cosas. Reconozco a alguien que recibió la misma formación que yo, por más que sea de otro país. Tiene las mismas mañas de todos los que fuimos a la universidad a estudiar literatura. De Clau Reads Books he visto varias reseñas, es una chica con mucho carisma, pero me quedo con el canal de la youtuber colombiana. Es más incisiva, más precisa, más honesta. Claudia Ramírez solamente lee literatura juvenil, en cambio, Ángela Arcade conoce bien los clásicos. Y cuando uno la escucha hablar, eso se nota. 
No es tan simpática como la mexicana pero sus reseñas son más analíticas. Siempre resalta lo positivo de los libros que reseña, pero también, menciona las debilidades y los aspectos a mejorar de los autores de los mismos. No son reseñas complacientes y aduladoras. Por eso son tan buenas y por eso, a muchos fans de las novelas que ella critica, no les gustan sus videos. 

La demoledora -pero honesta y con pensamiento crítico- reseña de Ángela Arcade de la novela "La ladrona de la luna" de Claudia Ramírez Lomelí. 


Pero volviendo a los escritores profesionales y las críticas, pienso en cómo se habrá sentido Mariana Enríquez cuando los periodistas culturales del periódico británico The Guardian destrozaron su galardonada novela "Nuestra parte de noche" -que sí hizo furor en Latinoamérica, España y Estados Unidos-. O cuando mencionó en una entrevista con el diario argentino La Nación, que ellos mismos le habían escrito una reseña negativa de su ópera prima, "Bajar es lo peor", pero que no les guardaba rencor por eso. 

Yo siempre afirmo, que un escritor profesional, cuando publica un libro, debe saber que va a estar expuesto a las críticas, ya sean positivas o negativas. Le va a doler, por supuesto, pero es parte de las reglas del juego de la industria editorial: el libro, cuando sale a la venta, se convierte en un producto por el que pagan los consumidores, los lectores, y cuando no están conformes con el mismo, van a dar su opinión porque invirtieron su dinero -con esfuerzo y sacrificio, porque no siempre les sobra- en él. Es una cuestión compleja. Comprendo que a los autores, les va a molestar que los periodistas o lectores no les alaben su libro, pero deberían pensar, que no lo están regalando, que lo están vendiendo. 

Hay que considerar que al consumidor, al lector, al oyente, le cuesta comprarlo, al disco o al libro. Que el dinero no se lo regalan y que tal vez, para comprar ese libro, se está privando de comprarse una ropa que necesita para el trabajo, alimentos para su casa, o de una salida a cenar afuera con sus amigos. En Argentina, comprar un libro nuevo, una novela de un autor consagrado (que están arriba de $35.000 o $40.000) ya sea Pérez-Reverte, Isabel Allende, Florencia Bonelli o Stephen King es un esfuerzo grande para personas de clase trabajadora. A lo sumo, elegís comprar un sólo libro nuevo en el año, porque tu salario, no te alcanza para más. Leer novedades, se convirtió casi en un lujo para los argentinos. Las estadísticas del sector editorial afirman que las ventas cayeron más de un 30% éste año.

Respecto a las reseñas de libros y al pensamiento crítico, voy a dejar el link de un video que me gustó mucho, en el que Ángela Arcade reflexiona al respecto. Me parece importante escuchar la opinión de una lectora joven que tiene un canal de difusión sobre literatura en YouTube, porque nos lleva a cuestionar las reacciones que a veces tienen los fanáticos de determinados escritores cuando leen o escuchan a alguien que no le gustó un libro que ellos amaron. Es muy bueno el canal de Ángela, se los recomiendo sin dudar. Le voy a dedicar otro artículo a ésta youtuber y a su experiencia como escritora, porque nos permite ver cómo son las dos caras de la moneda: la de la reseñista que critica libros ajenos y la que recibe críticas positivas y negativas de sus lectores. 




Recordando trayectorias escolares: 
la pequeña Cassandra y sus maestras de la escuela 

Cuando pensé en la redacción de éste artículo, se me ocurrió rememorar a todas las maestras crueles e injustas que tuve cuando era niña. A aquellas que me enseñaron -sin saberlo- lo que no tenía que hacer en el futuro con mis estudiantes. 

Yo era una buena alumna en la escuela, buena es decir poco. Era como Hermione Granger de
Harry PotterSacaba diez en todas las materias -excepto Educación Física, materia en la que siempre fui pésima- fui la abanderada en sexto año de primaria, en noveno de secundaria.... Bonaerense, Argentina, Papal -porque iba a escuelas católicas-, no hubo bandera que no hubiera llevado en los actos escolares porque era la mejor alumna de mi curso. Tenía el promedio más alto de las cuatro divisiones, de los cuatro sextos, los cuatro novenos. Todavía tengo la fotografía que me sacó mi madre en el colegio, en la que llevo con orgullo la bandera argentina que era más grande que yo, y otra, en la que estoy junto a mis dos maestras de 6to año, Norma y Susana -once años, tendría- sonriendo junto a mí. Mi amigo de la universidad dice que soy una nerd, y tiene razón. Nadie me lo regalaba, por supuesto, yo estudiaba muchísimo. Porque me gustaba y porque quería ser la mejor estudiante, aunque no lo dijera en voz alta. 

Pero hoy no voy a hablar de mis logros escolares, sino de las maestras crueles e injustas que tuve, que fueron pocas, pero que existieron. La primera se llamaba Martha, la tuve en segundo grado de primaria y los alumnos, le teníamos t
error. Era mayor, más de sesenta años, era rubia, se peinaba como Mirtha Legrand, siempre maquillada y con abrigo de piel. Dividió el curso entre "los más inteligentes" -los que sabíamos leer- y los que "no lo eran". Era cruel, era malvada, no nos dejaba ir al baño en clase -lo cual era un problema para niños de siete años-, enviaba a todo niño que le caía mal a los boy scouts y siempre nos recalcaba que nuestro curso, el de la tarde, era el peor, el de los alborotadores, que el de la mañana, el "A", se portaban mejor que nosotros. Años más tarde, mi madre se enteró de que los padres la habían denunciado por maltrato infantil y que la habían echado de la escuela.

Severus Snape de la saga Harry Potter. Otro profesor injusto, que siempre favorecía a los de Slytherin y era cruel con sus alumnos. 


Pero la de música, Rosita, era peor. En cuanto a carácter y modos, parecía la hermana gemela de la señorita Martha. Un día, me echó del coro en el que ella misma me había elegido porque me había bajado la presión y casi me desmayo en el colegio. Los horarios de ensayo eran casi al mediodía y yo no había tenido tiempo de comer algo. Todavía me acuerdo de la monja amable que me tomó la presión -era una escuela católica- y me ayudó porque me sentía mal. "No quiero alumnas que se enfermen, así que no vengas más", me dijo Rosita con crueldad, a una niña de 8 o 9 años. Me echó del coro de las misas, aunque pensaba que yo cantaba bien. Y también, me puso una mala nota en el cuaderno y me regañó porque no me aprendí de memoria un himno a una monja que se había muerto hacia 200 años. 

Pero éstas dos no fueron las únicas maestras injustas que tuve. De la que nunca me voy a olvidar, es la de matemática de 8° año, que hoy es el equivalente a 2° de secundaria. Por suerte, la tuve un sólo año porque me mudé y me cambié de escuela. Se llamaba Edith y era tan sádica como la profesora Dolores Umbridge de Harry Potter. Nos mandaba tarea, ejercicios para hacer en casa y luego nos elegía por lista, nos hacía pasar al pizarrón y resolverlos delante de todos. Nos ponía nerviosos a propósito, para que nos equivocáramos, disfrutaba humillándonos y desaprobándonos. A mí, que era una buena alumna y que sacaba ocho o nueve en los exámenes, una vez me puso un cinco. Claro que fue injusto. Era feliz poniéndonos una mala calificación. Sin duda, esa fue la peor docente que tuve en la escuela secundaria. Por lo general, tuve la suerte de tener buenos maestros y profesores, excepto éstas tres. 

En la universidad, era distinto. Cuando uno es adulto, sabe que se va a encontrar con injusticias. Sabe, tras un par de cuatrimestres allí, que lo van a hacer morder el polvo, pero tenés más herramientas para soportarlo. O no, algunos no las tienen y luego pagan las consecuencias. Tuve compañeras que discutieron con profesores casi a los gritos, hartas de sus maltratos y terminaron abandonando sus carreras, aunque estuvieran avanzadas en las mismas, porque sabían que, por contestar, no las iban a aprobar nunca.

Tengo unas cuántas anécdotas de mi reciente época universitaria, algunas ya las conté en éste blog. Por un lado, la de la profesora de gramática de 50 años que desaprobaba a las alumnas jóvenes y veinteañeras que eran lindas, guapas, que se vestían bien y se maquillaban. En el examen final, las bochaba por pequeños detalles, por tonterías, las hacía rendir tres o cuatro veces, al punto de que las chicas salían llorando de esa mesa de examen. Si eras hombre, aprobabas a la primera. Si eras mujer, joven y bonita, estabas en problemas. Tengo una colega que abandonó la carrera, harta de que la desaprueben con cualquier excusa, por ser rubia natural de ojos azules, linda y joven. La profesora estaba enseñada con ella. Eso sí que es injusto. Desquitarte con tus jóvenes estudiantes mujeres porque estás envejeciendo, que es algo natural de la vida. Docentes de moral cuestionable, dijo mi antigua compañera, que terminó dejando la universidad porque le estaba ocasionando problemas de salud. 

Reitero, anécdotas de docentes que abusaban de su poder y maltrataban estudiantes, tuve varias. Algunas, me tocó vivirlas en carne propia, como la del profesor que me puso un cinco de manera injusta y me mandó a final -después de haber gastado fortuna en libros y habiéndomelos zampado todos- porque me negué a escribir sobre política partidaria en un examen. La materia era de cultura de Latinoamérica, no de pegarle al presidente de turno y afirmar que era un mafioso y un narcotraficante, era el año 2017. Estaba tan indignada que fui a quejarme con el director de la carrera: "Yo estudio Literatura, no Ciencias Políticas", le dije, furiosa. 

Al final, hubo justicia poética porque el "docente" en cuestión, fue invitado a retirarse de la universidad tras múltiples denuncias de acoso sexual a sus veinteañeras alumnas y becarias. Hacía años que esto se sabía, que acosaba hasta a sus colegas mujeres, pero las autoridades hacían la vista gorda, porque no había pruebas y además, era de su color político. Cuando una becaria valiente las reunió y lo denunció, recién lo echaron de las cátedras que impartía. Les puedo asegurar que si ese hombre seguiría trabajando allí, yo no iba a graduarme nunca, porque me detestaba.

"¿Hasta cuando las chicas van a venir a cursar con miedo? ¿Hasta cuando van a callarse por temor a que él no las apruebe y no poder graduarse nunca?", le espeté a una de las integrantes del Comité de Carrera, indignada, cuando me enteré de ésto. La noticia de la experiencia de ésta becaria corrió como río de pólvora por todo el campus y en poco tiempo, los 900 estudiantes de la carrera, se enteraron de las injusticias y abusos cometidos por el profe. Espero que si existe un lugar parecido al infierno sobre la tierra, arda en él. Y que se compre una buena botella de shampoo para lavarse su cabello espantoso, porque encima de depravado, era sucio y desaliñado. Además de ser un falso progre. Se las daba de feminista, comunista, anticapitalista y después, acosaba a sus estudiantes, miraba Netflix, tenía un IPhone, una computadora MacBook de Apple, un automóvil 0km, vivía en un departamento carísimo en pleno Palermo y viajaba por el mundo en avión como sus alumnos, en tren o colectivo. 

También hubo otro episodio desagradable, en el que la profesora de Literatura de los siglos XX y XXI  nos maltrató a todas las alumnas -éramos 7 u 8- en su mesa de examen, que era obligatorio, por más que aprobáramos la cursada. Ésta docente faltó casi todo el cuatrimestre, vino solamente a tres clases, no nos buscaba la bibliografía, ni nos miraba a la cara y a la hora de tomar el examen, las paseó a mis compañeras por todo el programa y las aprobó con notas bajas.  Yo tuve más suerte porque llamaba por orden alfabético y fui la penúltima, la agarré cansada y con poco tiempo. Pero cuando le entregué mi trabajo sobre novela negra europea contemporánea - Camilleri, Von Schirach- la profe lo miró por arriba con desdén y me dijo, sin ningún argumento o justificación: "Esto está mal". Yo, por dentro, temblaba. "Me va a desaprobar", pensé. 

Era una materia muy difícil, habíamos leído a Proust, a Kafka, Sartre, Virginia Woolf, entre otros.
Fui a rendir el examen con una pila de libros enorme. La docente estaba esperando que yo me enojara por sus provocaciones y le contestara mal, como hizo con mis compañeras. "El que se calienta, pierde", así que me tragué mi orgullo, no dije nada y esperé. Me dolió porque era un tema que me apasionaba, pero a ella no le importaba. Estaba de mal humor y quería humillarnos y lastimarnos. Ella me preguntó un par de cosas de "Por el camino de Swann" de Marcel Proust y de "Las palabras" de Jean-Paul Sartre y como respondí bien, me delegó con el profesor de los prácticos. Éste era orgulloso, pedante y caricaturesco -nunca me voy a olvidar de él, porque era muy teatral y gracioso, a veces, cuando no te humillaba y maltrataba si preguntabas algo que consideraba tonto- , pero ese día nos tuvo piedad, porque vio que la señora estaba con la peor de las ondas. Respondí un par de preguntas acerca de Franz Kafka y Sigfried Kracauer y me dejó salir de aula. Esperé afuera, hasta que él salió y me comunicó que me había sacado un nueve en el examen final, una nota mucho más alta que varias de mis compañeras. Fue el final más espantoso que rendí en todos los años que estudié en la universidad. 

Una docente que vive faltando no tiene derecho a tratar así a sus alumnas en un examen. Aunque viniera siempre, no es justo. Nunca debería hacerlo. Estábamos furiosas, enojadas, indignadas, pero no podíamos hacer nada, porque la que ponía la firma, era ella. Si queríamos nuestro título y conseguir un empleo, teníamos que agachar la cabeza, tragarnos el orgullo y cerrar la boca. Conozco varios colegas ya graduados y docentes con más de veinte años de experiencia que me contaron lo mismo, que en sus carreras soportaron mucho maltrato de algunos profesores, ya sea de Didáctica, de Griego, Semántica o de la materia que sea... Lo más triste, es que las autoridades de ésos centros educativos, no controlan nada. 


Estar del otro lado del escritorio


La profesora Minerva McGonagall de Harry Potter, interpretada por la actriz Maggie Smith.



La mayor parte de mi vida me tocó ser alumna, estudiante, y ahora, estoy del otro lado del escritorio. Por ese motivo, trato de no ser injusta y cruel con mis estudiantes. Intento tener empatía, ser amable, sin perder la autoridad. No quiero ser como algunos de los docentes terribles que tuve en la primaria, secundaria o la universidad... Trato de valorar el esfuerzo, sé que no todos mis alumnos tienen talento para la literatura, para comprenderla o redactar, pero un siete, no se le niega a nadie que ponga empeño. He tenido alumnos brillantes -cinco o seis- otros relativamente buenos, algunos que hacían la tarea de mala gana porque mi materia no les gustaba, otros que no querían hacer nada y después, se llevaban Literatura a diciembre... 

Reconozco a los que son un diamante en bruto y tienen verdadera habilidad para comprender un cuento, una poesía o un ensayo.
Y por lo general, los llamo aparte y se los digo. O se refleja en la nota. Son aquellos a los que les puse un 10, ya sea en un examen o en la nota final. Recuerdo al alumno de 17 años que interpretó "Las ruinas circulares" de Borges a la primera, cuando es un texto difícil para un adolescente. O a otro jovencito, al que le leí un fragmento de "Facundo" de Sarmiento y realizó un análisis brillante, de un ensayo que no es nada fácil. O sino, a otro alumno que me hacía unas preguntas magníficas sobre la Ilíada de Homero, el Cantar del Mio Cid, las obras de teatro de Lorca (le fascinaba el simbolismo de la lírica lorqueana) o el Martín Fierro de José Hernández, que son los textos que debo enseñar en cuarto año. Siempre me voy a acordar de las alumnas de sexto año (17 años tenían) que interpretaban la poesía vanguardista del siglo XX -europea y latinoamericana-  mejor que yo, a veces. "Da gusto tener alumnos como ustedes", les dije a las chicas. Ese día, fui feliz. 

Pero no siempre puedo conformarlos a todos.
La abanderada de uno de mis cursos, dolida, se me acercó y me preguntó qué le faltó para tener un diez en mi materia, porque era la calificación que obtenía en casi todas las otras disciplinas. Le había puesto un nueve, que es una muy buena nota. La verdad es que en Literatura, no era excelente como otros alumnos que tenía. No se merecía el diez. Por supuesto que le evité la maldad y crueldad de decirle esto, así que le puse una excusa: "la profesora del primer cuatrimestre, te puso un nueve y por eso, no tenés diez en la nota final..." 
Me dio pena la chica, me sentí mal, porque era una gran estudiante, pero en mi materia, le faltaba, para llegar a la nota máxima. Es que soy exigente y un diez, no lo regalo nunca. Solamente se los doy a los mejores alumnos, a los que se destacan por sobre los demás.

Cuando uno es un lector entrenado desde pequeño,
enseguida se da cuenta de quiénes tienen más facilidad o habilidad para interpretar textos literarios. Y créanme, que no todos los estudiantes la poseen. Ya sea por falta de costumbre o por talento innato. O tal vez, son buenos en otra materia, pero no en la nuestra. Si lo sabré yo, que Educación Física era mi peor pesadilla en la primaria... 

Con éste apartado quise comentar, que aunque a veces trate de ser justa y equitativa, a veces a algún estudiante le duele que su profesora no le ponga un diez. Hay otros, en cambio, que están felices de que su docente se apiade de ellos y los califique con un 7 o un 8. Ese tipo de alumnos, me "adoran", me dicen que soy buena. Y es que créanme o no, con los estudiantes a los que les cuesta, soy mucho más piadosa que varios de mis colegas. Porque sé que no van a seguir estudiando mi disciplina cuando terminen la escuela o que la necesitan como un requisito para obtener su título o bachillerato. Por lo tanto, no voy a masacrarlos en una prueba, metafóticamente. 

Creo que no soy tan mala profesora. Hace dos semanas, cuatro de mis alumnos que egresaban -tres chicas y un varón-, que terminaban la escuela secundaria, me eligieron para que les entregue el diploma. Era suplente y sólo les di clases durante tres meses. El último día, las chicas me abrazaban, me decían que me querían mucho y que me iban a extrañar. Luego del acto de graduación, una de mis alumnas se largó a llorar, después de abrazarme, me dijo que "ojalá el año que viene le toquen buenos alumnos y que tenga alguna alumna swiftie". Uno de mis estudiantes me confesó que yo "lo inspiraba, que mi pasión por la literatura era inspiradora". Otra de las frases que se me quedaron grabadas en el corazón, fue de una de mis alumnas, a la que le entregué el diploma: "Yo nunca quise a ningún directivo o profesor, pero a usted sí". 

Y no se crean que daba clases en una escuela privada cara, al contrario, es una escuela pública de un barrio muy humilde del conurbano bonaerense, al punto de que las puertas de las aulas no tienen picaporte y de que no hay cortinas en las ventanas. Es una escuela de un barrio muy pobre, -hasta peligroso dicen algunos de mis colegas- pero yo siempre defendí la idea de que la educación es un derecho que no se le debe negar a nadie y que uno, como profesional, debe poner lo mejor de sí mismo ya sea enseñando en colegios privados carísimos -como algunas de mis ex compañeras de la uni- como en los más carenciados.

Más allá de enseñarles literatura a mis alumnos, de leerles a Borges, Silvina Ocampo, Julio Cortázar, Rubén Darío, André Breton, Vicente Huidobro, Domingo Faustino Sarmiento, Mariana Enríquez, Claudia Piñeiro, entre otros, intenté (como hacía mi profesora de Española, María, en la facultad) tratarlos con humanidad, con respeto, amabilidad, con empatía -sin perder la autoridad, por supuesto- sabiendo el contexto del lugar donde estaba enseñando y valorando sus aportes que eran interesantísimos. Créanme una cosa, cuando los chicos no te quieren, te lo demuestran. Son auténticos. Y recibir su afecto y su cariño, su reconocimiento, fue lo más lindo, lo más hermoso que me sucedió éste año. Nunca voy a olvidarme de ellos, de mis alumnos de sexto año.



Entre el amor y el pensamiento crítico... Lo díficil que es reseñar a los escritores que amamos sin ser unos fanboys o fangirls


Mariana Enríquez. Los periodistas culturales del periódico The Guardian destrozaron su novela "Nuestra parte de noche".


Volviendo al artículo que me llevó a escribir este post, a Arturo Pérez-Reverte y al recuerdo de su maestra de primaria, empecé a reflexionar sobre el trabajo de los escritores profesionales. Es sabido que escribir una novela lleva muchísimo tiempo y dedicación, años, en algunos casos. Como yo estoy del otro lado, del de los lectores y de los filólogos, que somos los que estudiamos y analizamos la literatura, me cuesta ponerme en la piel de los creadores de ficción. Pero como Reverte es un autor que siempre tuvo talento, con su artículo logró que me detuviera a pensar un poco en ésta cuestión. ¿Cómo se sentirá un escritor profesional al ver que su trabajo es criticado, vapuleado y destruido por otros? No muy bien, me imagino. El Reverte niño quiso escribir el mejor trabajo del curso y le salió el tiro por la culata, le salió mal. Por eso sintió dolor, frustración y tristeza, al punto de largarse a llorar. 

Y es que hasta a los adultos, a veces nos cuesta lidiar con la frustración y con las críticas ajenas. Leer ese artículo, me hizo preguntarme, cómo se tomará el autor español las críticas negativas a su obra. ¿Le dolerán, a ésta altura, cuando tiene el favor del público, es un autor bestseller, consagrado y consolidado? Algunos lectores -y periodistas- lo acusan en Internet de sobrellevar mal las críticas negativas. De que Reverte se enoja y se lo toma a mal, que se ofende rápidamente, que tiene un temperamento volátil que es de temer. Son conocidas sus polémicas y peleas con los ya fallecidos escritores Roberto Bolaño, Francisco Umbral, el crítico español Miguel García-Posada y hasta su antiguo colega de la RAE, el profesor Francisco Rico. 

Una de las peleas más famosas de Pérez-Reverte fue con Francisco Umbral. Todavía están los artículos en Internet, 20 años después. 


Una vez uno de mis lectores me dijo: "Imaginate que vos le dedicaste un montón de tiempo y trabajo a tu obra y que después, otros te la critican. Te va a molestar, te va a doler". Puede que él tenga razón. Por más que Pérez-Reverte se muestre como un tipo duro, tiene sentimientos. Tal vez le duela cuando alguien dice algo negativo sobre sus libros. 

A veces, los lectores nos olvidamos de eso. Los que analizamos la literatura, los profesores, los filólogos, nos olvidamos que detrás del libro hay una persona, sino que nos enfocamos en juzgar, evaluar y analizar su literatura, su obra. Estamos tan acostumbrados a estudiar a los muertos, que también lo hacemos con los vivos, sin darnos cuenta, de que a éstos, los podemos "lastimar" con nuestras opiniones, como le pasa a Ángela Arcade en Goodreads

Me gustaría aclarar que cada vez que reseño un libro, no estoy alabando, criticando o destrozando a la persona que lo escribió. Poco y nada me importa su vida personal, a menos que influya en su manera de escribir. Casi siempre, me refiero a su literatura, que es mi objeto de estudio. En éste blog, hablé bien de varios escritores profesionales, mis lectores son testigos de eso: Lorrie Moore, Elena Ferrante, Rosa Montero, Jorge Fernández-Díaz, J.K.Rowling... De Mariana Enríquez, dije que es una gran autora pero que la actitud que tuvo en la última Feria del Libro de Buenos Aires con sus lectores, fue horrible y poco profesional. Más allá de que reconozco su talento como escritora, tampoco tengo una venda en los ojos y no voy a adular todo lo que hace, porque como persona, puede equivocarse con quienes no debe: las personas que compran sus libros, gracias a quienes puede vivir de la literatura. 
Difícilmente reseño un libro que no me gusta, a lo sumo, lo menciono de pasada, cuando hago los resúmenes de los libros leídos en algunos meses. No me gusta tirarle mugre a nadie gratuitamente ni ser una hater. 

Lo que sucede con la literatura, es que trasciende al que la produce, porque termina siendo un producto, una mercancía que se vende en las librerías y que se consume, se paga por ella. Entonces, como el lector paga por el libro, siente que tiene derecho a expresar su opinión al respecto. Poco le importa si el autor se esforzó, se esmeró o tuvo la mejor intención al escribirlo. Sino queda conforme con el producto, se va a quejar, porque invirtió su dinero en él. Son las reglas del juego de la industria cultural. 

Voy a dar un ejemplo sobre los dilemas a los que me enfrento cuando reseño algunos libros. Me gusta muchísimo la escritora española Rosa Montero, es decir, sus novelas y ensayos. He leído varios de sus libros, con auténtico placer y me parece una autora excelente, además de caerme muy simpática, por su personalidad rebelde, arrolladora... Es inteligente, moderna, transgresora, perspicaz... Pero su novela "La hija del Caníbal", que algunos consideran una "obra maestra" no me pareció buena, me decepcionó muchísimo. No está a la altura de otras obras suyas. No es del todo mala, pero sí me parece bastante irregular. Que la autora me caiga simpática (aunque no la conozca en persona), no significa que voy a adular todo lo que escribe. 
Porque cuando uno reseña y analiza un libro, tiene que olvidarse de esto (de que, por ejemplo, Montero es una persona que tiene sentimientos) y enfocarse en la obra en sí, no pensar en quién la escribió. En el caso, de que uno quiera escribir una reseña seria, profesional, lo más imparcial dentro de lo posible. No es fácil ser frío y no pensar que el autor -o más probablemente sus admiradores, por supuesto, no me imagino a Rosa Montero buscando en Internet reseñas de sus novelas- puede sentirse herido, dolido o lastimado por la opinión de sus lectores, cuando la crítica no es positiva. 
 
Aunque si Rosa Montero me leyera, seguramente se enojaría conmigo por lo que escribí sobre "La hija del Caníbal", se lo tomaría a mal o le dolerían mis palabras. Es un ser humano, a fin de cuentas. "Los escritores sufrimos de vanidad. No nos gusta afrontar las críticas", escribió en su lúcido y magnífico ensayo La loca de la casa. Sin embargo, ahora estoy leyendo su novela de ciencia ficción "Lágrimas en la lluvia", que me parece estupenda. Por lo tanto, que ésta autora española tenga algún libro que no es bueno, no significa que toda su obra sea mala. Cuando critiqué "La hija del Caníbal", no estaba refiriéndome a la Rosa Montero persona -que es una tía majísima, como dicen los españoles- sino a la Rosa escritora, que son dos cosas muy diferentes. No fue personal contra ella. En mi caso, cuando reseño un libro, nunca lo es. 

Es muy probable, que ésta postura solamente la comprendan los que están familiarizados con la crítica literaria, ya sea porque leyeron y estudiaron éste tipo de textos durante años en universidades o porque tuvieron docentes que les enseñaron a leer y analizar así la literatura. Los que vienen de otro tipo de carreras o se dedican a la literatura o a la industria editorial desde un lugar diferente, puede que no lo entiendan y hasta se enfaden por esto. "¿Cómo se atreven a criticar tal libro?¿Acaso no valen el esfuerzo y el trabajo del autor?" , se preguntarán algunos. Bueno, respecto a esto, les sugiero mirar el video de Ángela Arcade sobre el pensamiento crítico. Yo tengo una postura muy similar a la suya. Lo cual no quita que, por ejemplo, cuando una banda de heavy metal que adoro graba un disco malo, no me duela. Fue el caso de Nightwish y su reciente disco "Yesterwynde"

Pero volviendo a la literatura, ser escritor profesional, además de recibir premios, elogios, ganar dinero con tus libros y hacerte famoso, implica recibir críticas negativas, a veces. Tus lectores te van a leer, te van a evaluar, van a opinar de tu libro. Porque una vez que se publica, también es de ellos, ya no pertenece solamente al autor del mismo. Lo que quise exponer con mi comentario acerca de Rosa Montero, es que a pesar de no gustarme ese libro, "La hija del Caníbal"no pienso que ella sea una mala escritora, al contrario, es muy buena. Pero no todos sus libros tienen el mismo nivel de calidad, algo que sucede a menudo con los autores prolíficos y bestsellers. Ya lo dijo el crítico uruguayo Ángel Rama cuando estudiaba la industria editorial a partir del fenómeno del boom latinoamericano. Montero no siempre pudo escribir novelas excelentes y brillantes, por mucho que se haya esforzado y que lo haya intentado. Y raro sería que pudiera escribir veinte obras maestras seguidas una de la otra. Con todo respeto y sin la intención de desmerecer a nadie, no todos pueden ser un Borges, un Kafka, Proust, Virginia Woolf o Dostoievski.

Lo que sucede con la literatura, se puede trasladar a otras artes, como la música. La cantante y compositora que más reseñé en éste blog es Tori Amos, porque fuera del heavy metal, es mi artista preferida. Mentiría si afirmara que todos los discos de Amos son perfectos, que son obras maestras. Puedo decir que los de los noventa (Little Earthquakes, Under the Pink, To Venus and Back, Boys For Pele, para algunos), sí lo son. Hasta los críticos musicales con más trayectoria lo reconocen. Pero lo que grabó la pianista estadounidense después de "Scarlet's Walk" (2002) no llega al nivel elevadísimo de su primera etapa como compositora. 

Si alguien leyó mi reseña de su álbum "The Beekeeper", comprenderá a lo que me refiero. Una vez que Tori logró hacerse famosa, que sus discos se vendan bien y labrarse un nombre en la industria musical, prescindió de buenos productores y comenzó a escribir (y a producir ella misma) discos larguísimos de 18 canciones, en los que la mitad de ellas eran prescindibles, sobraban, no aportaban nada al conjunto. Ya sea por un exceso de confianza, de arrogancia o de pensar que como ya era una artista consolidada y consagrada, no necesitaba de otro músico que le aconsejara cuántas canciones debían quedarse en el disco y cuántas irse, la calidad de sus trabajos comenzó a decaer. Es el caso del citado The Beekeeper o de American Doll Posse, que sin ser del todo malos, no están a la altura de sus mejores álbumes de los noventa. 

El productor musical, es el equivalente al editor de los escritores
. Es el profesional que ayuda a que el disco se grabe lo mejor posible, que suene bien, que el tracklist de las canciones tenga coherencia, que los singles sean los ideales para lanzarlos como videoclips de presentación. Es un factor importantísimo para un artista o una banda contar con un buen productor. Taylor Swift, por ejemplo, lo sabe. Los discos de Tori Amos serían mejores si contara con un buen productor que le ayudara a regular mejor su manía de incluir veinte canciones en un álbum, a elegir las mejores y dejar las otras para una compilación de lados B o una edición especial. 

Cuando le hago críticas a Tori Amos por esto, no quiero decir que es una mala cantante, una mala artista. Al contrario, es una compositora y una pianista extraordinaria.  Pero es humana y puede equivocarse, puede meter la pata. No siempre la van a visitar las musas de la inspiración. No siempre va a poder grabar un Little Earthquakes o un To Venus and Back. Los que me leen hace rato, lo saben: no soy una fanática, ni una aduladora. Soy una oyente con criterio propio, aunque tal vez, si me lee otro fan de Amos, no esté de acuerdo con mis palabras y se enoje conmigo por no ser complaciente con su pianista favorita. Pero yo escribo reseñas honestas, descarnadas... 
Nunca fue mi intención desprestigiar ni ofender a Tori Amos en mis reseñas, es una artista a la que le tengo muchísimo cariño, una mujer muy talentosa. Pero sé discernir cuáles de sus discos son realmente buenos, y cuáles no, cuáles son dignos de un siete o un ocho, no de un diez. Bajo mi opinión subjetiva y personal, que, repito, no es la verdad absoluta. 

El escritor que tiene la sonrisa más bonita del mundo


Mientras leía el artículo de Pérez-Reverte, me acordaba de cómo lo critiqué en un apartado de mi reseña de su última novela, "La isla de la Mujer Dormida". No lo critiqué a él, sino a cómo escribió determinada escena. Ya saben, porque lo comenté otras veces: la dichosa escena erótica de la casa de Syros de la pareja protagonista. La que no me gustó porque no me pareció congruente con la personalidad de la protagonista femenina, Lena Katelios. No sólo me quejé de eso, sino de que una sola escena erótica me pareció poco, para una novela así. 

Yo la analicé como una profesional que hace su trabajo, tal y como me lo enseñaron en la carrera que estudié. Analicé una obra literaria como si fuera un objeto independiente de su autor, no estaba pensando que Reverte (o sus fans, sus admiradores más fervientes) tiene corazón, sentimientos, que puede llorar, sentirse herido o lastimado, que es una persona, más allá de un nombre y apellido sobre la portada de un libro. Más allá de lo simpático que me caiga y del cariño que le tengo, quiero dejar en claro que yo escribí sobre el Arturo escritor, no sobre el Arturo persona. No quiero ser una desalmada como la maestra del artículo, pero tampoco puedo mentir ni engañarme a mi misma, aunque él sea uno de mis escritores favoritos.

Cuando reseño un libro, me enfrento a un dilema: a mi la literatura me apasiona, al punto de que si un libro me gusta, puedo ser gentil, amable, elogiosa con él y si algo me desagrada, puedo ser muy cruel e hiriente. Pero siempre que reseño, lo hago con argumentos válidos, con justificación. Al leer ése artículo, el de la maestra injusta, sentí un poco (o mejor dicho, bastante) de remordimiento y culpa, al haber sido tan dura con mi reseña de la última novela del autor español. Cuando veo la novela en los escaparates de las librerías, siento un regusto amargo por lo quisquillosa y exigente que fui con la misma. Y es que yo lo conocí a Pérez-Reverte en persona, hace dos años. Fueron cinco minutos que no me voy a olvidar en toda mi vida. 

Doy fe de que Pérez-Reverte tiene la sonrisa más bonita, más hermosa que yo haya visto en mi vida. Y que nunca un hombre me había mirado con tanta ternura, con tanta admiración, como el día que lo tuve a metro y medio delante mío. Ni siquiera los ex novios que tuve me miraron alguna vez con la calidez y el cariño con los que Reverte me miró ése día en la Feria del Libro. Sentí un calor por dentro, una sensación de bienestar tan hermosa en el corazón, que jamás me había sucedido en la vida. Ese día, sentí lo que era la verdadera felicidad. "Ojalá un hombre me mirara así todos los días de mi vida", pensé, cuando salí de la sala. 

Imagínense lo que fue para mí, escribir aquel apartado en el que afirmé que no me gustaron las escenas eróticas de La isla de la Mujer Dormida. No fue lindo. No fue fácil. Fue una de las cosas más difíciles y dolorosas que tuve que hacer en la vida. Porque hasta cuando leía ésa escena por primera vez, me dolía. Me dolía porque yo quería que esa novela fuera casi perfecta, que fuera magnífica y me encuentro con que la protagonista femenina, no se comportaba como debería... en una escena crucial, importantísima de la historia. Una escena que me hubiera encantado que me gustara. Pero que por desgracia, no fue así.  


Lena, la última heroína revertiana... la mujer dormida 


Uno de los motivos por los cuales me cautivó tanto la literatura de Pérez-Reverte son sus protagonistas femeninas. Fuertes, duras, luchadoras, sobrevivientes, sobre todo aquellas post 2000, desde Teresa Mendoza en adelante. Aunque hay alguna otra precursora que me agrada mucho, como Adela de Otero de "El maestro de esgrima". Adoré al personaje de Lena Katelios, por ser tan diferente, tan distinta, a otras creaciones del autor. Tiene rasgos en común con sus compañeras de ficción: es dura, valerosa, lucha en un mundo de hombres bajo un cielo sin dioses. Pero a diferencia de otras heroínas revertianas, no va a triunfar. Desde el principio, se nos presenta como una mujer vencida, derrotada. "Soldado perdido y derrotado en territorio enemigo", dijo Reverte. 

Lena Katelios se equivocó y pagó muy caro sus errores. No tiene patria, no tiene bandera, no tiene hogar. Lo perdió todo. No es dueña de su destino, no tiene retaguardia alguna donde refugiarse. Se enamoró de un hombre, el barón Pantelis Katelios, renunció a su trabajo por él y por amor, para acompañarlo, dejó de lado todos sus sueños. A él, le dio todo lo que tenía, que aunque no fueran cosas materiales, eran importantes para ella. Luchó por ser una mujer independiente y no pudo, no lo logró. 

No solamente pierde su trabajo, sino que su marido, el barón, no la amó como debía, no la cuidó, valoró y respetó. Su amor, no fue correspondido. Él quería a Lena para mostrarla en su automóvil descapotable y exhibirla en hoteles y restaurantes de lujo, porque era linda, guapa, elegante, pero no la amaba. El aristócrata griego le era infiel con muchas mujeres, prostitutas de lujo, mantenía costosas amantes antes y después de casarse con ella, como le cuenta ella a Miguel Jordán, el marino del cual se enamora. 

Al igual que Andrés Faulques de El pintor de batallas, Lena Katelios -aunque no pisó nunca un campo de batalla de una guerra, pero sí libró luchas similares- conoció el lado más cruel y oscuro del ser humano. De repente, se ve prisionera y sepultada en la isla de la Mujer Dormida. Renunció a sus sueños, a su libertad, a su trabajo, por el hombre que amaba y él no estuvo a la altura de su mirada, de su amor. "Tardé en amarla y ése fue mi error", afirma el barón. Al ver el sufrimiento prolongado de su esposa, éste aristócrata griego le confiesa a Miguel Jordán que lo que siente es remordimiento. Culpa, porque sabe que no pudo hacer feliz a su esposa, que ella es como un animal moribundo, al que "debería matar de un escopetazo, por piedad". 

Lena Katelios es una mujer que está muerta por dentro. Sus sueños, sus esperanzas, fueron aniquilados.
Amó a un hombre con todo su corazón, le dio todo y él no supo ni quiso amarla, quererla, hacerla feliz. Como lectora, me encariñé mucho con éste personaje. Nunca pensé que iba a encontrarme con una protagonista revertiana que iba a sufrir más que Teresa Mendoza, la mexicana, la Reina del Sur. Porque a pesar de la soledad, de la muerte y del dolor, Teresa triunfa en un mundo de hombres. Lena no. No va a triunfar nunca. Por eso, como bien dijo el autor, sufre dolor, tristeza, fracaso, amargura. No importa lo mucho que se esfuerce, lo mucho que lo intente. Para ella, derrota equivale a aniquilación. Ya fue derrotada. Ya fue vencida. Por eso es dura, fría y cruel. "Brindo por todo lo que no he sido", afirma. Brinda por su carrera profesional sepultada, por la libertad que ya no tiene, por su independencia perdida. 

Por este motivo, porque he sentido empatía y afecto por éste personaje femenino, al que Reverte construyó muy bien -en cuanto a carácter, personalidad, vestimenta, vocabulario, actitudes, aspecto físico, etc- cuando leí la escena erótica en la casa de Syros, me enojé tanto. ¿Cómo podía ser que un autor que escribió tantas escenas eróticas magníficas, se equivocara justo en ésta novela? ¿Cómo no se dio cuenta de que un personaje como la baronesa, no iba a darle bofetadas, cachetazos a un amante bueno que se dedicó a complacerla en la cama?

Imagínense a una mujer que lleva diez años viviendo en el infierno, con un esposo como el barón Katelios, que la engañó, la estafó, la lastimó, la llevó a vivir a una isla donde no es libre, imagínense todo el dolor que siente ése personaje en el corazón. Las cicatrices, la angustia, la soledad, la amargura... La sensación de indefensión, de vulnerabilidad, de sentirse no querida, no valorada, no amada. De repente, conoce a un hombre bueno y valiente, el capitán Mihalis, que la trata bien, se dedica a mimarla, a complacerla en la cama... y de repente, ella le da golpes en la cara. ¿Les parece coherente ésa actitud, con todo lo que vivió ésta mujer? No, a mí no me lo parece. 

¡¿Cómo no me iba a enojar, cómo no me iba a enfurecer leyendo eso?! Me daba igual quién hubiera escrito el libro... Me da daba igual que fuera mi admirado Reverte el autor. Yo quería que Lena fuera feliz, que la pasara bien, después de todo lo que sufrió en la vida. Lo que éste personaje debería haber hecho en ésa situación, es ser tierna, agradecida... apasionada, sí, pero de otra manera, no es una bruta que le anda pegando a sus amantes.

Una mujer derrotada, una vez que un hombre la trata bien, no va a darle bofetadas en la cara. Lo va a besar, lo va a acariciar, lo va a mimar... Lena Katelios no es una agente soviética ni una aristócrata española con un gusto morboso y retorcido en el sexo. Es una mujer que sufrió, que la pasó muy mal, que se inyecta cocaína para intentar sofocar el dolor que siente por dentro...

Pérez-Reverte es un muy buen escritor
. Por eso me sorprendió que no se diera cuenta, de que esa escena erótica, no funcionaba en ésta novela. Que la baronesa Katelios jamás se hubiera comportado así con un amante, no con su historia de vida. Cómo se comporta un personaje en el sexo, en una escena erótica, es una parte esencial del mismo. Es muy relevante para la historia que se quiere contar. Lo que faltó aquí, es sensibilidad femenina, es ponerse en la piel del otro. Tal vez, si una mujer hubiera leído el manuscrito antes de mandarlo a la editorial, a la imprenta (una mujer que no le adule todo lo que escriba, sino que tenga pensamiento crítico), se lo habría marcado a Pérez-Reverte, le habría dicho: "No, Arturo, por acá no... Estás metiendo a Lena en un jardín equivocado". 

Sé que no es fácil para un escritor hombre escribir una escena así, pero en otras novelas, -"El italiano", "La Reina del Sur"- Reverte lo consiguió. Por eso me dio tanta pena y dolor que en La isla de la Mujer Dormida no lo lograra, porque es un libro al que le tengo mucho cariño y del que yo esperaba escenas eróticas que fueran congruentes con la personalidad de su protagonista femenina.

La baronesa Katelios, Helena Nikolaievna, Lena Mensikov, es una mujer herida, lastimada, que si bien se pone una coraza por fuera para sobrevivir, por dentro está cansada, está exhausta, ya no da más... No tiene ni fuerzas ni ganas para pegarle bofetadas a nadie, mucho menos, a un amante que le gusta y que la trató bien. No es Eva, no es Mecha... No tenía que comportarse como ellas. 


No a todas nos gusta lo mismo 


La reflexión a la que llegué es que los hombres, por más escritores profesionales que sean y por más que lo intenten y le pongan la mejor intención del mundo, a veces no se imaginan lo duro que es ser mujer en éste mundo. Lo distintas que somos a ellos, cómo sufrimos, cómo sentimos, cómo reaccionamos ante diferentes situaciones... 

Ninguna mujer es igual a la otra. Mucho menos, en cuanto al sexo. Y no sólo me refiero a personajes ficticios femeninos, sino a las mujeres reales. Me pasó, de discutir con hombres que no entendían, que lo que le gusta en la intimidad a una mujer, a otra puede desagradarle profundamente (aclaro que solamente hablo de los hombres porque soy heterosexual, ni idea cómo será entre parejas del mismo sexo).

No hay una fórmula única para todas. C
ada mujer es un mundo y tiene sus preferencias, por algo los psicólogos dicen que es importante el diálogo en las parejas. Voy a comentar una anécdota personal al respecto. Una vez, rechacé a un hombre que me encantaba, que me resultaba muy atractivo, porque sus maneras, no eran las correctas, las adecuadas. A mí, no me gusta que me den órdenes. Mucho menos, en territorios tan íntimos y carnales. El hombre que venga a querer darme órdenes va a terminar sin poder tocarme ni siquiera un pelo y siendo rechazado de manera contundente y sin piedad alguna. 

¿Saben que me dijo el varón en cuestión? Que me odiaba y que se había largado a llorar porque lo rechacé, porque le dije: "No. Así no". No hay nada más humillante y doloroso para un hombre que el deseo sexual insatisfecho. Después, vino arrepentido y se retractó, pero en su momento, se ofendió muchísimo conmigo. Tal vez él pensaba que no me gustaba, cuando lo más irónico es que me ocurría todo lo contrario. Era un hombre bellísimo, un sueño de hombre. Con tan sólo mirarlo deseabas que te tomara entre sus brazos. Lo que sucedió es que sus maneras, no eran las adecuadas, las indicadas, para lograr su objetivo. 

Cuando me enojo, cuando me enfado de verdad, puedo ser muy cruel e hiriente. Los de Aries, somos así: belicosos, combativos, como el Ares griego. Que me presionen, que me intimiden y me quieran dar órdenes no me estimula para nada, no fomenta mi erotismo, al contrario, me enfurece, me irrita, me enoja. Porque los arianos somos líderes naturales y nos gusta tomar la iniciativa a nosotros. 

Les puedo asegurar, que ese hombre me encantaba: era hermoso, era bueno, era atractivo. Teníamos una complicidad y una química increíbles. Pero metió la pata. Ésa, no era la manera de seducir a la mujer que deseaba y que le gustaba. No era la mejor forma de llevársela a la cama. Porque lo que tal vez le funcionaba con otras mujeres, conmigo, no iba. No daba resultado. No todas las féminas somos iguales. 

Es lo mismo que le pasó a Pérez-Reverte con Lena Katelios, su personaje femenino. Aplicó la misma fórmula que con otras creaciones literarias suyas -Eva Neretva, Mecha Inzunza- y a nivel literario, no funcionó. Porque la baronesa Katelios, no es igual a Eva ni a Mecha. No le va a gustar hacer lo mismo en la cama que a sus compañeras de ficción, porque su historia de vida, su carácter, su experiencia con los hombres, su sufrimiento, su dolor, son diferentes. Y esto siempre influye en la manera en la que una mujer se comporta en el sexo, en la intimidad. En cómo trata a un hombre en un terreno íntimo, carnal.

Seguramente, Pérez-Reverte, cuando escribió ésa escena, no tuvo eso en cuenta. Ni lo notó. No estoy afirmado que se equivocara a propósito, él pensaría que lo estaba haciendo bien. Si una mujer inteligente y perspicaz, con criterio propio -y que tuviera el valor suficiente para darle su opinión sincera, aunque a él le doliera- hubiera leído ése manuscrito, no se lo habría dejado pasar. A una mujer un detalle importantísimo como ése, no se le hubiera escapado de las manos. 

Nosotras, las mujeres, sabemos lo que nos gusta y lo que no nos gusta, a veces de manera intuitiva, porque lo llevamos en nuestro código genético. Y los hombres, sin tener mala intención, a veces son torpes, y no se dan cuenta de eso. Ni lo notan. Son impulsivos -los crían para ser guerreros, lo llevan en la sangre, desde Héctor y Aquiles en Troya- , se mandan sin detenerse a pensar en cómo vamos a reaccionar nosotras. Y por eso, se equivocan. 

Aun así, quiero aclarar una cosa antes de terminar mi texto. Espero que mi observación respecto a este libro, "La isla de la Mujer Dormida"no empañe el resto de mi reseña sobre el mismo. Porque que no me haya gustado una escena, no quiere decir que no valore y que no me guste el resto de la novela. La mayoría tiene partes bellísimas, agudas, que me estremecieron por dentro mientras las leía, los diálogos entre Lena y Miguel Jordán son geniales, magníficos... Sin duda, la última novela de Reverte es muy buena, pero habría sido mucho mejor, si las escenas eróticas, hubieran sido congruentes con la personalidad de la baronesa Katelios. 

Si pudiera, le daría un abrazo enorme a Reverte por la hermosa novela que escribió... a pesar de los errores. Porque no deja de ser, una historia muy bonita, triste y conmovedora. Sobre todo, la escena de la despedida de Lena y su marino, la de ella esperando bajo la lluvia en la cala de levante, que es de las mejores que el autor español escribió en toda su carrera como novelista. 

Así que espero verlo a Reverte en la Feria del Libro de Buenos Aires del próximo año, aunque ni siquiera pueda ir cinco minutos al baño mientras hago la fila para ingresar a la sala. La última vez, yo estaba primera en la fila, pero me ausenté y cuando regresé, cuatro o cinco señoras mayores muy coquetas me habían quitado mi lugar, y me dijeron, orgullosas: "Vinimos a ver a Pérez-Reverte". Así que ya saben... Si van a una presentación suya, ni se les ocurra ir al baño antes, porque su legión de admiradoras te quitarán la suerte de estar en la primera fila. 😅 

Por último.... Te quiero mucho Arturo, a pesar de que metieras un poco la pata con Lena Katelios. Siempre te voy a querer con todas las fuerzas de mi corazón. 💖 Y muchas gracias por escribir la historia de la mujer dormida, la heroína revertiana más contundente desde Teresa Mendoza y Olvido Ferrara... Y por entregarnos historias tan bonitas y conmovedoras a tus lectores, aunque ya no necesites hacerlo. 

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