La isla de la Mujer Dormida - Arturo Pérez-Reverte

 





Año de publicación: 2024

Editorial Alfaguara

Novela histórica, bélico. 

Índice de apartados. 

I. Introducción
II. ¿Cómo son las protagonistas de las novelas de Arturo Pérez-Reverte?
III. "La isla de la Mujer Dormida" (reseña)
IV. Parte 1. La aventura. Los corsarios modernos que hundían barcos de la República española.
V. La variopinta tripulación del capitán Mihalis: mis secundarios favoritos, Bobbie Beaumont y Ioannis Eleonas.
VI. Miguel Jordán, cae rendido ante la “sirena”… la baronesa Katelios.
VII. Las escenas de combates navales: la Lykaina que hunde los barcos rusos.
VIII. Dos espías españoles en Estambul… Pepe Ordovás y Salvador Loncar.
IX.  La estructura de la novela. 
X. Parte 2: el triángulo amoroso. El barón Katelios, el aristócrata griego recluido en su biblioteca. Uno de los personajes más ambiguos y notables del libro.
XI. El hombre que mejor conoce a Lena: su esposo.
XII.  Miguel Jordán Kyriazis, el marino que se parecía a Lord Jim.
XIII. La única escena que no me gustó de la novela: A un marino guapo y atractivo que es un excelente amante... nunca se le dan bofetadas. Eso no se hace, Reverte. 
XIV. Gynaíka Komisméni: la isla de la Mujer Dormida: un personaje más de la novela.
XV. Helena Nikolaievna, Lena Mensikov, Lena Katelios. La mujer que cambia de nombre… la Mujer Dormida.
XVI. Palabras finales... "¿Valieron la pena el año y medio de trabajo y los viajes?". Mi opinión al respecto. 


Antes de comenzar con la reseña y para aclarar porqué siempre me resulta tan difícil reseñar a Pérez-Reverte (porqué me cuesta tanto ser imparcial cuando escribo sobre sus novelas), voy a describir dos escenas, dos anécdotas cotidianas:


"-¿Quién es ése señor que está en la foto con la tía? -preguntó mi sobrina adolescente, señalando el único portarretrato que hay en mi dormitorio, en la estantería donde se encuentra el televisor.

-Un escritor. -respondió mi hermana menor."

Se pueden imaginar quién es ese escritor, ¿no? Nació en Cartagena, Murcia, en 1951 y antes de ser novelista profesional, fue reportero de guerra durante más de veinte años. Así es, en mi dormitorio, no tengo portarretratos ni con familiares ni amigos. Solamente tengo una en la que estoy con uno de los autores que más me ha marcado en la vida. 

6/5/2023. La Rural, Palermo, Bs As. La fotografía la tomó mi hermana, quien me acompañó aquella tarde. Había que volver en tren a casa -una hora y media de viaje-  desde la Capital, de noche. Ella no quería que volviera sola, porque es peligroso. 


Hay algo, que todavía me provoca intriga y curiosidad, cuando miro aquella fotografía -que salió un poco oscura, no había buena luz en el lugar-  tomada el domingo 6 de mayo de 2023 en la sala José Hernández del predio ferial La Rural, en el barrio de Palermo, en el marco de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. Aquella noche fría y lluviosa de otoño- me pesqué un resfrío tremendo después- Arturo Pérez-Reverte había presentado su novela "Revolución" (Alfaguara, 2022), junto a su amigo, el periodista y escritor argentino Jorge Fernández Díaz. 

Era la primera vez que yo iba a una presentación de un libro suyo. No porque antes no hubiera querido, sino porque no pude. Luego de la presentación de "Revolución" y la hora en la que ambos escritores dialogaron para las 500 almas que asistimos, hice la fila para que Reverte me autografiara mi libro. Había 20 personas delante mío. 

En la dichosa fotografía que atesoro como si fuera de oro, porque inmortalizó uno de los momentos más felices de mi vida, se puede ver la siguiente imagen: mientras que una mesita pequeña me separa de uno de mis escritores favoritos (al que, al principio, apenas podía mirar y hablarle, de lo nerviosa e intimidada que estaba) yo estoy mirando fijamente a la cámara, hacia la señora de la editorial que nos sacaba la fotografía, él tenía en sus manos mi ejemplar comprado de segunda mano de La Reina del Sur, el libro que me autografió aquella noche. Y en lugar de mirar hacia la cámara, como hizo con casi todos los otros lectores anteriores, Pérez-Reverte me está mirando fijamente a mí. Con una curiosidad casi científica, como si me estuviera sacando una radiografía. Hasta el día de hoy, me pregunto en qué estaría pensando en ése instante. Me di cuenta de ése detalle, meses más tarde, cuando imprimí la foto en una óptica y compré el portarretrato al que veo todos los días cuando me levanto y limpio, con cuidado y dedicación, para que siempre esté impecable.

Describo otra escena más, la última:

"-¿Estás segura que te vas a comprar la novela nueva de Reverte? Te estás arriesgando... ¿Y si no te gusta?- me preguntó mi hermana, considerando lo que valen los libros en Argentina y lo bajos que son nuestros salarios.

- Sí, aunque me deje la mitad de mi sueldo. ¿Para qué trabajo, si no? Esta novela va a ser muy buena. Lo presiento. Y sino me gusta... La dono a la biblioteca. -contesté." 

Pérez-Reverte en la isla griega de Syros, uno de los lugares dónde está ambientada ésta novela. ¡Nunca vi un mar tan celeste, qué belleza! Dan ganas de ir a vacacionar a ése lugar. El autor está sonriente, tiene un gesto como de niño travieso, se nota que ha disfrutado muchísimo escribiendo ésta nueva historia, como dijo en Twitter. Éste hombre tiene una de las sonrisas más bonitas, más hermosas, que yo haya visto en mi vida. El Reverte más entrañable de todos es el que sonríe, cuando está feliz. 


Por estos motivos, siempre es difícil para mí reseñar a éste escritor, porque cuando uno le tiene mucho cariño a un autor, a su obra, cuesta ser un reseñista imparcial, ser lo más objetivo posible. Así que voy a hacer mi mejor esfuerzo para que el espíritu analítico de mis profesores se apodere de mí y en vez de escribir como una fangirl, trataré de reseñar éste libro como una profesora de Literatura/Letras o una filóloga -como dirían mis amigos españoles- que es lo que a fin de cuentas, soy. Y que siempre influye en mi manera de reseñar obras de ficción, aunque quiera evitarlo. 




¿Cómo son las protagonistas de las novelas de Arturo Pérez-Reverte?



Creo que ya he comentado, en mi reseña de El italiano, que Pérez-Reverte es un autor que tuvo muchos confrontamientos con algunos grupos feministas, sobre todo, por su rechazo al lenguaje inclusivo y por ser políticamente incorrecto respecto a diversas cuestiones y manifestarlo de manera pública en sus redes sociales. Cuando me atreví a leer su artículo "Mujeres de armas tomar" en un club de lectura de mi universidad, las demás integrantes estaban muy incómodas y disgustadas conmigo. Era un club que todavía se autodefine como "victoriano y feminista", en el que adoran el lenguaje inclusivo y que se limitan, hasta el día de hoy, cual secta, a leer solamente mujeres. Yo iba porque nunca había tenido la experiencia de participar en un club de lectura y porque leían a las hermanas Brontë, que son mis escritoras canónicas preferidas. Algunas de sus integrantes eran compañeras mías de carrera y todavía les tengo un gran aprecio, a pesar de nuestras diferencias.

Las chicas no entendían -y algunas que no eran tan chicas, que ya pisaban los 40-, que a pesar de que uno puede no compartir determinada opinión con un autor, o estar en desacuerdo con alguna de sus polémicas declaraciones, antes de rechazarlo, ponerlo en la hoguera y tildarlo de machista, y odiar su literatura, debería leerse un par de novelas suyas, sobre todo, las post 2000, cuando las heroínas revertianas comienzan a cambiar y a evolucionar.  A partir de la publicación de La Reina del Sur (Alfaguara, 2002)  las protagonistas de sus novelas dejan de ser las femmes fatales (como Liana Taillefer, Irene Adler, Macarena Bruner o Tánger Soto) despampanantes, herederas del cine noir y a parecer mujeres más reales, más verosímiles, aunque sean ficticias.  A tener otras cualidades más allá de su atractivo y exuberante aspecto físico. Bendita seas, querida Carlota, por contribuir a esto*
Lo cual, a mí como lectora (sobre todo, una lectora que nació a mediados de los '90) me resulta mucho más fascinante e interesante porque sus "hembras de ficción" -como las llamó alguna vez- a partir de la aparición de Teresa Mendoza adquirieron una mayor profundidad psicológica, lo que habla de una etapa de evidente madurez en su carrera como escritor. En la novela, a la "mexicana" se la describe como una chica normal, común, "la morrita de un narco", ni siquiera es considerada "guapa".

Era la primera vez que en un libro de éste autor, la protagonista no era dueña de una belleza extraordinaria, sino que se le daba más importancia a su coraje, a su valentía, a su determinación que a sus curvas. Por ese motivo, yo siempre voy a preferir a ésta novela que a otras como El Club Dumas.  Pero hay algo que es importante considerar: cuando se publicó ésta novela, en 1993, yo no había nacido. Puede que a lectores de una edad mayor que la mía, les guste más ése libro y me parece bien. Cada lector es un mundo y esto, siempre es subjetivo. 

En lo personal, me quedo con las heroínas revertianas post 2000, que son las que más me interpelan y que considero que tienen mayor fuerza literaria, son más duras y contundentes que las anteriores. Protagonistas que nos demuestran a un escritor que, reitero, ha madurado y evolucionado en la creación de sus personajes femeninos, que adquirió una capacidad de observación más aguda, certera y realista sobre las mujeres (y se libró finalmente de la "angustia de las influencias" - en su caso, de la Milady de Winter de Alexandre Dumas- como diría Harold Bloom) y eso se reflejó en sus heroínas literarias como la mencionada Teresa Mendoza, la inolvidable Olvido Ferrara, la valiente Elena Arbués, la intrépida Diana Palmer y la letal Eva Neretva, -junto a Teresa, la más sufrida y a la vez, la más feroz de todas ellas- que son mis favoritas de su extensa bibliografía. 

A lo largo de mi vida, varios hombres me han hecho elogios, esto ya lo comenté en el post donde respondí 70 preguntas sobre mí, publicado hace unos meses. Aquella vez, respondí que el elogio más bonito que me hizo un hombre, fue hacia mis piernas -"habría que hacerles un monumento", me confesaron 😳- y a mi parecido con la actriz Jessica Lange. Pero ése hombre, que llegó a conocerme bastante bien en su momento, una vez me comentó algo, que cuando escribía esta reseña, se me vino a la mente. 

Él había visto la película La novena puerta, de Roman Polanski, que está basada en la novela de Reverte, El Club Dumas. Y más tarde, cuando le comenté que sí la conocía, porque había leído el libro -que no es de mis favoritos del autor, curiosa ironía-, él llegó a una conclusión: "Tú, mi querida (...) eres una hembra revertiana. Hermosa, seductora, inteligente, fuerte..."

Considerando cómo son las mujeres ficticias de las novelas de Arturo Pérez-Reverte, creo que ése fue el elogio más hermoso, más dulce, más bello, que uno de mis lectores -sobre todo, que un hombre- me hizo en la vida. Él no había leído una sola novela del autor español, pero ya pasaba los cuarenta y largos años, era un veterano curtido y en su vida, había conocido a muchas mujeres. Sabía de lo que hablaba, experiencia, tenía de sobra. Y vio algo, en las protagonistas femeninas de Reverte -aunque sea en el cine- que le recordó a mí. Curioso, ¿no? Muy curioso. 


*El propio Pérez-Reverte afirmó en ésta entrevista, que fue la paternidad lo que le hizo cambiar su perspectiva de la naturaleza de las mujeres y que haber visto crecer a su hija Carlota fue un factor determinante para el protagonismo de Teresa Mendoza en la novela La Reina del Sur.  




Teresa Mendoza, protagonista de La Reina del Sur,  interpretada por la actriz mexicana Kate del Castillo, una de mis heroínas revertianas favoritas.


Para el lector que nunca leyó antes a Pérez-Reverte, antes de comenzar con mi reseña de La isla de la mujer dormida (Alfaguara, 2024), voy a incluir un fragmento de una entrevista de la revista Esquire que le hicieron al autor, con motivo de la publicación de su novela Revolución. (Alfaguara, 2022)

Entrevistadora: En la guerra y en los conflictos los hombres siempre son los protagonistas, pero las mujeres también jugamos un papel importante y usted lo refleja siempre en sus novelas.

Arturo Pérez-Reverte: Es que estoy convencido de que si el varón cambia con la guerra, con la vida, con la violencia, también cambia con las mujeresCuando un hombre se acerca a una mujer y la mira de verdad, se queda fascinado y a veces aterrado. No hay nada más peligroso que una mujer herida o dispuesta a pelear por lo que cree u odia. Las mujeres son más valientes, más inteligentes, más decididas. Cuando toman una decisión, su consecuencia es asombrosamente coherente. Tengo una teoría; la mujer ha pasado tantos siglos callada y observando, mientras el hombre salía a cazar mamuts, a hacer la guerra o al fútbol, y ellas en casa pariendo hijos para la guerra, siendo motín del vencedor o moneda de cambio, que ha ido adquiriendo unos conocimientos sobre el hombre y la vida de los que el hombre carece. 

Lo llevan en su código genético. Yo he aprendido más de las mujeres que de los hombres. Y de tanto mirarlas, sobre todo cuando uno es joven, descubrí su superioridad intelectual y moral. No hay más que comparar a un niño y a una niña de la misma edad para darse cuenta. Por eso en mis novelas siempre hay mujeres fuertes, listas y valientes. 



Ahora sí... "La isla de la Mujer Dormida"



Buscaba los labios del hombre con los suyos, húmedos de sal.
—¿Tienes frío? —preguntó él.
—No, no… Tengo miedo.
—¿A qué?
—A cuando te hayas ido y esto se borre de mi memoria.
Presionó contra él su cuerpo goteante; y  Jordán, mojada la ropa, la acogió entre los brazos estrechándola muy fuerte.
—Maldito seas, capitán Mihalis —susurró ella de pronto.
Tardó él un momento en comprender.
—Sí —dijo al fin.
Alzó el rostro para contemplar la bóveda de estrellas, que parecía haber descendido para instalarse en torno a los dos y su abrazo, envolviéndolos hasta el final de los tiempos. Como si estuvieran solos en la última noche del mundo.




Sinopsis 

En abril de 1937, mientras en España transcurre la Guerra Civil, el marino mercante Miguel Jordán Kyriazis es enviado por el bando sublevado para atacar de modo clandestino el tráfico naval que desde la Unión Soviética transporta ayuda militar para la República. En la base de operaciones, una pequeña isla del mar Egeo, la vida del corsario español se cruzará en un turbio triángulo con la de los propietarios, el barón Katelios y su esposa: una seductora mujer madura que busca, con fría desesperación, el modo de escapar a su destino.



"Parlez Moi d' Amour", de Lucienne Boyer, la canción que abre La isla de la Mujer Dormida. La canción de Lena y Miguel Jordán, los protagonistas de la novela. 



La reseña más difícil que escribí en toda mi vida


Sabía que ésta reseña iba a ser difícil de escribir, pero nunca me imaginé que tanto. No soy una novata reseñando, lo hago desde hace cuatro años, pero pocas veces tuve que enfrentarme a escribir sobre un libro tan intenso, tan complejo, como "La isla de la Mujer Dormida" (Alfaguara, 2024). Fueron tres días de lectura hasta que terminé la novela. Utilicé mi método habitual: revisé páginas y páginas, anoté citas, fragmentos, detalles de la novela. Diez páginas escritas a mano en mi cuadernillo tamaño A4 de las reseñas. Fue un trabajo duro. Aun así, ésta novela amerita más relecturas para apreciar todos sus matices – no las partes de la aventura y de los corsarios, sino las del triángulo amoroso de los protagonistas- ,que la haré más adelante, porque anímicamente, el final, me ha dejado hecha polvo, triste, destruida.


Pero lo más difícil, fue no redactar ésta reseña como una fangirl, como una aduladora profesional y ser honesta, lo más imparcial posible. Creo que lo he logrado. Lo que implica, que, si bien el libro me gustó mucho (un 98%), hay escenas, hay fragmentos (una sola en realidad) que no me convencieron ni agradaron y lo voy a expresar más adelante, con la debida justificación, de manera respetuosa y constructiva.


Analizar así la novela de uno de mis escritores favoritos, fue arduo. Que no se interpongan de por medio los sentimientos, la simpatía y el cariño que le tengo al autor y traerles una reseña honesta y descarnada, requirió toda mi sangre fría y yo misma, tenía que recordarme, que no podía tener piedad ni favoritismos con Pérez-Reverte. Que tenía que evaluar la novela no sólo como una lectora, sino también como lo haría una profesional de la Literatura, que es lo que soy. Así que, a la hora de escribir sobre "La isla de la Mujer Dormida", le rendí homenaje a la sangre alemana que me corre por las venas y no a la materna, a la mediterránea, que es más adorable y simpática, más compasiva. La escribí de la manera más profesional posible y por ese motivo, si tengo algún lector que es un fanboy incondicional de éste autor español, le recomiendo que no siga leyendo ésta reseña, porque se va enfadar conmigo en alguno de los apartados. Porque no siempre, voy a poder tirarle flores a los autores, ni siquiera a Pérez-Reverte. Así que quedan advertidos.



Parte 1. La aventura.

Los corsarios modernos que hundían barcos de la República española






El argumento principal de la novela es que el marino mercante español Miguel Jordán Kyriazis, en abril de 1937, cuando estalla la Guerra Civil Española, es reclutado a la fuerza por la Armada del bando sublevado - también llamado nacional- ,el del general Francisco Franco. Los almirantes de la Armada franquista, lo envían a Kiel, Alemania, a hacer un curso para que aprenda a pilotar lanchas torpederas fabricadas en el país germano, con el objetivo de encomendarle una operación militar encubierta en una pequeña isla de las Cícladas, Grecia, en el mar Egeo. Los almirantes Cervera y el capitán de navío Navia-Osorio contratan a un grupo de marinos mercenarios, para que Jordán los comande.

La misión que le encargan es atacar de manera clandestina los barcos que provenían de la Unión Soviética con cargamentos de ayuda militar -y alimentaria- para la Segunda República española. La URSS era aliada del bando republicano, a diferencia de la Italia de Mussolini y la Alemania de Hitler, quienes apoyaron al bando franquista, con aviación, submarinos italianos y torpedos, como los que van a utilizar Miguel Jordán y sus marinos. Los barcos de la Unión Soviética que viajaban rumbo a los puertos de España en poder de “los rojos” eran rusos o españoles y a veces navegaban camuflados bajo banderas de otros países.

La base de operaciones, el lugar elegido por los superiores de Jordán, estará ubicada en una pequeña isla del mar Egeo, llamada Gynaíka Koimisméni ("La isla de la mujer dormida", en griego), donde los únicos habitantes son sus propietarios: un aristócrata griego, el barón Pantelis Katelios y su esposa -además del personal de servicio de su casa-.

Miguel Jordán, el protagonista, no se involucra en la guerra por ideología o simpatía por un bando u otro, la política, lo tiene más bien sin cuidado. Lo obligan a alistarse en la Armada franquista y no le dan opción a elegir. Él no es un militar, sino un marino mercante que transporta barcos y mercaderías de un puerto a otro, tenía veinte años de experiencia en su trabajo. Sus superiores lo eligen porque era calmado, fiable, "poco imaginativo" y por su dominio de la lengua griega, ya que su madre era de esa nacionalidad. El almirante Cervera lo ascendió a teniente de navío para que pueda ser el capitán de su misión clandestina.


Rubio, alto, fuerte, corpulento, de aspecto nórdico, Miguel Jordán tenía 34 años, estaba casado y tenía un hijo. Un protagonista anómalo dentro de la bibliografía de éste autor, no por ser marino, sino por su físico, por lo general, los personajes masculinos de Reverte son españoles o mediterráneos. Delgados, morenos, castaños -casi ningún rubio- algunos de ojos oscuros o claros, como el capitán Alatriste. No tan altos como Jordán, que mide 1,89 mts y es más bien musculoso, corpulento. Hacía memoria y el único rubio de ojos azules creado por Reverte que se me vino a la mente es el Güero Dávila, el novio piloto narcotraficante de Teresa Mendoza, porque había nacido en Texas y en parte, tenía ascendencia estadounidense. Un poco de variedad no le viene mal a sus protagonistas masculinos, así que, bienvenido sea, el apuesto marino mercante Jordán. A mí siempre me han gustado los rubios -como Jon Bon Jovi-, así que no tengo ninguna queja al respecto. 



---- ALERTA: SPOILERS---


---SI TODAVÍA NO LEÍSTE LA NOVELA, NO CONTINÚES LEYENDO LA RESEÑA---



La variopinta tripulación del capitán Mihalis: mis secundarios favoritos, Bobbie Beaumont y Ioannis Eleonas


Cuando leía los primeros capítulos de la novela, en los que Miguel Jordán conoce a los mercenarios de su tripulación, no podía evitar sonreír. He reconocido todos los tópicos de la literatura de éste autor: la guerra, la aventura, los hombres sometidos a la tensión, al peligro, la amistad, la camaradería, la lealtad, el valor, el heroísmo … Se me vinieron a la mente algunos fragmentos de las novelas del capitán Alatriste, “El italiano” y “Revolución”.


Los almirantes del bando nacional envían al protagonista al Líbano -excelentes las descripciones de la ciudad de Beirut- a encontrarse con un “hombre gris” que le dará todas las indicaciones para su misión secreta en las Cícladas y le presentará a los hombres que estarán bajo su mando. Todos mercenarios extranjeros, para despistar al enemigo. El gobierno griego del dictador Metaxás era simpatizante de los franquistas y por eso les permitirá navegar por las aguas que se encontraban bajo la jurisdicción de su gobierno, con el objetivo de atacar y hundir los barcos soviéticos que transportaban ayuda para la República. Si bien fue un hecho verídico que éstos barcos fueron atacados por el bando franquista -por submarinos italianos, más que nada- fue en las costas de Sicilia, Italia; la ubicación de la base oculta de los corsarios modernos liderados por Jordán fue una licencia que se tomó el autor para ubicar la historia en Grecia.

Pérez-Reverte se documentó de manera exhaustiva y minuciosa para escribir ésta novela y se nota. La descripción de la lancha torpedera alemana –“Lykaina”, “Loba”, en español, la apoda el piloto griego Eleonas, porque “es una embarcación destinada a cazar, es hembra, y tiene buenos dientes” - los barcos soviéticos, el vocabulario técnico náutico, las batallas navales, la última escena del capítulo “el caballo de Troya”, son magníficas, efectivas, brillantes. Es evidente que el autor es marino -capitán de yate, ése es su título- y sabe de lo que está escribiendo, porque el lector percibe sus conocimientos sobre el tema. Pero lo mejor de todo, es que no lo abruma con un exceso de tecnicismos, sino que, para no extenuarlo y agotarlo, escribió éstas escenas de una manera más didáctica y amena. Es decir, el lector que no sabe lo que es una proa, estribor, babor, sotavento, comprende más o menos de lo que va la cosa, no tiene que recurrir a un diccionario de términos náuticos. Reverte se midió en cuánto a esto, y es un gran acierto que agiliza la lectura de la novela.



La Schnellboot S7 de fabricación alemana, que el gobierno de Hitler le entregó a la Armada del bando sublevado. Fueron tres lanchas, en realidad.


La tripulación de corsarios del capitán Miguel Jordán, -Mihalis, lo apodan, porque es más griego que su nombre español- son personajes entrañables, excepto el holandés Jan Zinger, el torpedista. Por un lado, se encuentran los hermanos libaneses Faroun, contrabandistas y artilleros, el telegrafista inglés Bobbie Beaumont, que se la pasa recitando a Shakespeare, y el piloto griego Ioannis Eleonas, antiguo contrabandista, que conocía bien las islas Cícladas y a su gente. Jordán deberá ganarse el respeto y la autoridad de sus hombres, imponer disciplina militar, porque su misión era muy peligrosa.

El autor afirmó hace poco, en una entrevista, que el personaje inglés del telegrafista era un guiño a su amigo fallecido, el escritor Javier Marías, que era anglófilo hasta la médula y amaba a Shakespeare (de Marías lo único que leí fue "Corazón tan blanco", que me gustó mucho. Era muy buen escritor, pero leerlo a él, es como leer a Marcel Proust. Nada fácil). 
Lo que más me gusta de éste corsario inglés, simpático, delgado, que tenía problemas con el alcohol, es que hace más amenos los diálogos con Miguel Jordán. Le aporta humor y dinamismo a la trama, es un buen secundario, de los más carismáticos de la tripulación de corsarios modernos. Más simpatizante de la República que de Franco, Bobbie participó en la Primera Guerra Mundial sirviendo en la Armada Británica y es sumamente eficiente en su trabajo.

El otro personaje que me pareció genial es el del griego Ioannis Eleonas, callado, buen compañero, sólido y de fiar, ayudará a Miguel Jordán a liderar a todos los demás marinos. Tiene la sabiduría de los antiguos pueblos ancestrales y me encantó cómo lo construyó Reverte. Me llamó la atención, que, a diferencia de los demás mercenarios, él se niega a acostarse con la esposa del cocinero, que ejercía la prostitución en la cala de la isla, donde estaban instalados ellos, los corsarios. Ioannis explica que los hombres estaban sometidos bajo tensión, aislados, escondidos allí y que el sexo era una mejor vía de escape, un “alivio” más adecuado que el alcohol. En escenas cómo esta, se nota la experiencia del autor en conflictos bélicos, porque en su carrera como reportero ha visto muchas veces a los soldados en tensión, entre la vida y la muerte y esto se nota a la hora de escribir una novela como ésta, en la que la guerra es tan preponderante.


Miguel Jordán, cae rendido ante la “sirena”… la baronesa Katelios

"La única tentación seria es la mujer. Fuera del arte, de la filosofía, no hay más que la mujer"


"En rápido debate interior se planteó esos argumentos procurando eludir el principal; aquella mujer madura de piernas largas y cuerpo de muchacho ejercía en él un influjo singular. Nunca había conocido a ninguna con tan extraño aplomo, ni advertido en nadie la amargura elegante que ella parecía destilar, gota a gota, en cada gesto y cada palabra. Lena Katelios se movía —era la desconcertada conclusión de Jordán— como un soldado en territorio enemigo. Y le tentaba averiguar por qué." 


(2024; pág. 218, 219)


Ioannis Eleonas -casado y con cinco hijos- no es el único que no tiene sexo con la esposa del cocinero, Cenobia. El capitán Mihalis, tampoco acepta. Miguel Jordán, casado y con un hijo de 12 años (aunque su matrimonio era infeliz, porque se casó a los 20 años, su esposa había quedado embarazada y él, como caballero y hombre responsable, cumplió con su deber), trata de escribirle una carta a su mujer, pero no puede. Se sentía lejos de ella, física y anímicamente. Va a tratar de ser un buen esposo, pero como es un personaje gris, muy humano, no lo logrará. No sucumbirá ante la esposa del cocinero, sino ante una mujer mucho más elegante y misteriosa, la “sirena” -como diría Alexis Grohmann- "la Mujer, querido Watson” (afirmó el barón Katelios, refiriéndose a su esposa) la heroína revertiana por excelencia: la baronesa Lena Katelios. El capitán Mihalis no siempre podrá hacer lo correcto y ser un buen marido, porque el deseo físico y la curiosidad que siente por aquella mujer, la dueña de la isla, son más fuertes. Sucumbirá a la tentación que ella implica y le será infiel a su esposa con la dueña de Gynaíka. No sólo eso, sino que se va a enamorar de ella, aunque no lo admita en la novela. Porque es torpe, como Max Costa de El tango de la Guardia Vieja.

Es curioso, pero el único corsario rebelde e insolente va a ser el torpedista holandés, Jan Zinger, que va a cuestionar al capitán y también dirá algunas cosas inapropiadas sobre Lena, en mi opinión, celoso de que ella le preste atención a Jordán y no a él. Porque la señora, a pesar de su ropa sencilla e informal, es descrita como “elegante”, dueña de un “sofisticado desaliño”, mostraba un aplomo que casi intimidaba, de esas féminas que entraban en un restaurante y los hombres se volteaban para mirarla, como afirma el barón, su esposo. Cada vez que aparece por la cala de levante de la isla, los marineros la observan con curiosidad, aunque ella apenas los mira. Sólo tiene ojos para Miguel Jordán, su varonil, masculino, guapo y rudo capitán Mihalis. 


"La mujer, comprobó, era delgada, de piernas largas. Parecía más joven de lejos que de cerca. Mostraba un aire elegante pese al pantalón marinero, el holgado jersey negro y y las zapatillas de tenis que vestía; o tal vez era el modo de llevar la ropa lo que daba esa impresión: una manera desenvuelta, natural, de sofisticado desaliño. Llevaba el pelo muy corto, como un hombre, veteado de canas. Fumaba impasible un cigarrillo, mientras se aproximaba a ella. 

-No puede estar aquí. señaló Jordán.
La vio parpadear sorprendida, cual si hubiera esperado de él otras palabras. Un pestañeo al que de inmediato sucedió una mirada serena, casi irónica. 
 —Pues claro que puedo. —dijo con sencillez—. Esta isla es mía."

(Pérez-Reverte, 2024. Pág. 92 y 93). 


Estoy segura de que si Lena Katelios viviera en el siglo XXI, sería el tipo de mujer a la que los hombres se la quedarían mirando cuando entra en un restaurante, sobre todo si usa tacos altos, o sino, cuando va a una discoteca sin compañía masculina -sólo con amigas- los varones, envalentonados por la oscuridad y el alcohol, la acorralarían contra la pared e intentarían besarla a la fuerza, contra su voluntad, por lo que debería voltearles la cara y huir despavorida de allí. Sí, si Reverte hubiera ambientado la novela en el siglo XXI, seguramente su protagonista femenina, habría vivido situaciones como ésa en la novela.😂

En fin, el barón Katelios afirma que su esposa es el tipo de mujer que fascina a determinados hombres. Alexis Grohmann, en su artículo "Las mujeres de Arturo Pérez-Reverte" expone que las heroínas revertianas son mujeres fuertes, hermosas, seductoras, inteligentes, que representan una  tentación para sus protagonistas masculinos (las compara con las antiguas sirenas griegas) y que pueden ser dueñas de una feminidad luminosa u oscura. Aun así, el dossier de prensa de la Editorial Alfaguara menciona que ninguna otra protagonista femenina de Reverte se parece a Lena Katelios, compleja y atormentada. Sin duda, la más sufrida (devastada, dijeron los periodistas) de todas las mujeres de sus libros. La oscuridad, el pasado trágico, el dolor que lleva en el cuerpo y el corazón, la hacen distinta. Ella es una mujer derrotada, no va a triunfar, como Teresa Mendoza o Elena Arbués. Pero de eso, hablaré más adelante.


Las escenas de combates navales: la Lykaina que hunde los barcos rusos


Respecto a las escenas de batallas navales entre la Loba, la lancha torpedera alemana que pilotan Jordán y sus hombres y los barcos soviéticos del bando republicano, no tengo nada que decir. Están escritas de una manera impecable, el narrador omnisciente en tercera persona te lleva directo allí, y uno siente el viento, el frío, la lluvia, el miedo de los marineros, la tensión y el peligro, los ruidos, los estruendos, el humo de los barcos torpedeados…

Acá es cuando se le notan a Pérez-Reverte los 35 años de trayectoria escribiendo ficción. Le sacó el máximo provecho a su experiencia como corresponsal de guerra y a sus conocimientos como marino y le salió bien. Se ha documentado, “como un campeón”, diríamos en Argentina, para escribir éstas escenas bélicas. Ni hablar de la escena final, del combate entre el barco ruso que sí está armado (“el caballo de Troya”) y la Lykaina. Es maravillosa, como si el lector estuviera allí, de testigo. Cinco barcos enemigos hundieron en el mar, el capitán Mihalis y sus hombres. Una misión que fue muy exitosa, excepto la última, que, por un exceso de desmesura del protagonista masculino, termina en desenlace trágico. Pero no voy a dar más spoilers sobre esto. El que quiera saber más, que lea el libro.

La parte de la aventura de "La isla de la Mujer Dormida", la de la guerra en el mar Egeo, está muy bien escrita, tiene una indiscutible calidad literaria por los cuatro costados. No tengo ni un “pero” que decir al respecto. Te has ganado de manera más que digna el jornal, Reverte. Buen trabajo. Los $38.000 pesos que me salió el libro, valieron la pena, ya sólo por éstas escenas.


Dos espías españoles en Estambul… Pepe Ordovás y Salvador Loncar


Ésta novela no sólo está ambientada en las islas Cícladas griegas, sino que también en Estambul, Turquía, donde viven dos espías españoles de bandos contrarios: Pepe Ordovás, del bando franquista y Salvador Loncar, comunista, republicano. Ambos eran amigos desde hace más de ocho años, antes de la Guerra Civil. Enemigos por las circunstancias, compartirán tiempo juntos en la capital turca: juegan ajedrez -otro tópico de la literatura de éste escritor- ,salen a cenar afuera, van a los cabarets… Se ayudan mutuamente, con pequeños datos, pequeños favores que intercambian. Cuando comienza la misión del bando sublevado en el mar Egeo, es decir, los ataques y hundimientos de barcos soviéticos que cargan ayuda para la República española, la relación entre ellos se tensa un poco.

La información que manejan ambos espías, va a tener consecuencias en la operación militar encubierta de Jordán y sus marinos, por eso el lector tiembla cuando lee qué es lo que sabe cada uno. Es una buena manera de introducir suspenso en la trama. Además, éstos pintorescos personajes, le agregan la cuota de “españolidad” a la novela. Las descripciones de la ciudad de Estambul son tan precisas, tan certeras, que me pregunto si el autor viajó allí para escribirlas. Hay otro personaje secundario importante, además de las ancianas hermanas anarquistas que alojan en su casa a Salvador Loncar, y es el encargado de la marina mercante soviética en Estambul: Antón Soliónov, que le aporta la cuota de misterio, peligro y dramatismo a la parte de espionaje de la novela. Son geniales los diálogos entre Salvador Loncar y él, en los que hablan del transcurso de la Guerra Civil Española.




La estructura de la novela



En éste apartado, me va a salir la “filóloga” -lo nombro así en homenaje a mis amigos españoles, porque en Argentina, no se dice así- que soy, que llevo adentro en las venas, el cerebro y el corazón y comentaré sobre la estructura de La isla de la Mujer Dormida. Arranquemos por el narrador: en tercera persona, omnisciente. Esto lo escribo con una sonrisa pícara y lobuna, afilada como un cuchillo: “Muy listo, Arturo”. Es una elección perfecta para contar ésta historia. El otro día, mis alumnos me preguntaban qué diferencia hacía en un cuento o una novela usar un narrador en primera persona y otro en tercera. Cómo influía e impactaba en el relato en sí. Habíamos leído a Borges, Silvina Ocampo y Cortázar, los vanguardistas argentinos. Mi respuesta fue ésta:

“Un narrador en primera persona, limita la visión del lector respecto a la narración, porque solamente tenemos el punto de vista del protagonista. De los demás personajes, sabemos lo que el narrador ve, o sino, lo que dicen en los diálogos con él. Pero poco más.” 

Una de las lecciones que le dio el editor Juan Forn a Mariana Enríquez, cuando era jovencita y recién arrancaba su carrera, fue esa: “No cualquier autor soporta, tolera bien, la primera persona, hay que ser muy bueno o tener mucha experiencia para que te salga bien.” La primera vez que Pérez-Reverte utilizó un narrador así fue en “El capitán Alatriste” (Alfaguara, 1996) cuando ya tenía unos años como autor publicado. Todo lo que ocurre en esa saga, el lector lo ve mediante los ojos de Iñigo Balboa. 

“El narrador en tercera persona, en cambio, te deja jugar más como escritor. Te permite, cambiar los escenarios en los que se mueven los personajes, conocer lo que piensan, lo que sienten. El narrador omnisciente, te facilita las cosas, agiliza la trama… Es mucho más fácil escribir una novela de ésta manera.” , les expliqué a mis estudiantes.

Por lo tanto, mientras leemos la La isla de la Mujer Dormida, el narrador en tercera, nos conduce a diferentes escenarios, como si estuviéramos viendo una película: Estambul, donde viven los espías españoles, Pepe y Salvador, a Gynaíka, la isla del título… Nos permite ver al barón Katelios en su biblioteca, o sino, en una escena doméstica privada junto a su esposa (en el dormitorio de ella), y de repente, viajamos al otro extremo, en la cala de levante, donde vemos y oímos a Miguel Jordán y sus marinos, en las barracas donde viven y esconden la lancha torpedera. Ésta técnica narrativa de alternar la focalización interna de los personajes de la novela, tiene mucho del cine. Es sabido que el autor es un gran cinéfilo y seguramente tomó varias ideas de éste lenguaje artístico para estructurar el libro.


Además, también utiliza el recurso literario de la analepsis, los saltos hacia el pasado, cuando el barón Katelios recuerda cómo conoció a su esposa Lena y los inicios de su matrimonio, quince años atrás. Y les comento una cosa, estimados lectores: Arturo Pérez-Reverte jamás podría haber escrito una novela así cuando recién arrancaba su carrera. Alternar las escenas y cambiar la focalización de los personajes, es algo que, para que te salga bien, tenés que tener mucha experiencia y trayectoria a tus espaldas. Lo ha hecho de una manera precisa, perfecta, brillante. Por este motivo, los periodistas están diciendo que La isla de la Mujer Dormida es una obra maestra, que es mejor que El italiano. Eso lo dirá el tiempo, es muy pronto para hacer una afirmación así. Curiosamente, mis favoritas suyas, de la etapa más reciente, post 2010, son El italiano (2021) y Revolución (2022).

Por último, hay algo no menos importante, que todavía ningún periodista o lector avezado, se ha dado cuenta: el narrador omnisciente nos permite conocer los sentimientos y pensamientos de todos los personajes importantes, excepto de uno: Lena Katelios. Ella es inaccesible. Lo que sabemos de ella, es gracias a las descripciones de su esposo o de Miguel Jordán, o lo que dice mediante los diálogos con ellos. Ni siquiera en la primera escena, la que ella está acostada en un diván de su casa de Syros, conocemos sus pensamientos. Es como si una cámara la enfocara, desde lejos. Como un plano de cine. Y esto, no es casualidad. Apuesto lo que sea, a que fue premeditado por el autor. Y me parece, un gran acierto. Curioso, porque sí podíamos acceder a los pensamientos de personajes como Teresa Mendoza o Elena Arbués. Pero éstas dos, con lo entrañables que son, y con el cariño que les tengo, no son, ni de lejos, lo compleja, a nivel psicológico, que es la baronesa Katelios.

"La isla de la Mujer Dormida", como dijo el autor español, no es sólo una historia de aventura, sino que también de sentimientos. En lo personal, me encantó la historia de los corsarios modernos: la valentía de los marinos, la amistad entre Jordán y su piloto griego, el culto al valor, el coraje, a los “hermanos del mar”, es entrañable, es tierna a su manera. Más allá del dolor del capitán Mihalis al incinerar vivos a los otros marineros que estaban a bordo de los barcos que él atacaba con su lancha. En algunos, no hubo supervivientes. Eso le va a ocasionar culpa, porque ahora, tiene sangre en sus manos. En la guerra, no siempre se puede ser “bueno”, “amable”, a veces, se es violento y cruel. Se mata, como se muere. En ese sentido, hay una evolución en el personaje de Miguel Jordán, que pasa a ser un inofensivo marino mercante a un marino de guerra, que además de hundir barcos, se va a manchar las manos con la sangre de sus enemigos, a los que él no eligió, sino que sus superiores, le impusieron.



Parte 2: el triángulo amoroso.

El barón Katelios, el aristócrata griego recluido en su biblioteca. Uno de los personajes más ambiguos y notables del libro.


"Se volvió a mirarla. Estaba recostada en la cama, con un cigarrillo encendido entre los dedos. Por el kimono japonés de seda asomaba una de sus piernas hasta casi la ingle: desnuda, larga y bronceada, con una fina cadena de oro en el tobillo y las uñas pintadas de rojo sangre (....) 

Los ojos almendrados, bajo cejas sin depilar a la moda, lo miraban indolentes. Lena Katelios tenía cuarenta y nueve años, facciones delgadas con pómulos altos, nariz larga y boca grande, bien dibujada. El cabello, negro pero muy veteado de canas, lo llevaba corto, casi masculino. Había sido hermosa y todavía lo era, aunque ahora de un modo oscuro, equívoco, distinto al día en el que el barón la vio por primera vez..." (...) (2024; pág.78)
 

Pantelis Katelios, un aristócrata griego de origen danés, de 62 años, es el dueño de la isla Gynaíka Koimisméni. Él, a pedido de su amigo, el dictador griego Ioannis Metaxás, les permite a Miguel Jordán y a sus marineros, alojarse y vivir en su isla, al otro extremo donde está ubicada su casa. Las órdenes recibidas por el protagonista fueron claras: el único que podía salir de la base de operaciones y tener contacto con los propietarios, visitarlos, era el propio Jordán. Los mercenarios que él tenía a cargo, lo tenían prohibido.

El barón Katelios, es de los personajes más logrados de la novela. Esgrimista profesional en su juventud, fue un viajero incansable, un hombre de mundo, un dandy, proveniente de una familia noble que antaño hizo fortuna con el comercio de esponjas y cuya economía estaba en decadencia. Le gustaba el lujo, alojarse en hoteles caros de Europa y jugar en los casinos de Montecarlo. Pero desde hacía diez años, vivía recluido en su isla, sobre todo, en su biblioteca. Es inteligente, culto, reflexivo, solitario, se entretiene leyendo sus libros y cazando conejos con su escopeta -aunque a su esposa no le guste que los mate-. Su casa se desmorona a pedazos, está deteriorada, pero él, no la refacciona ni la arregla. Es como si su vida, estuviera reduciéndose a cenizas. “Me casé con un hombre muerto”, afirma con razón, su esposa, Lena.

Nunca hay que confundir al autor con un personaje, pero los periodistas ya expresaron que Pérez-Reverte le ha prestado mucho de sí mismo a Pantelis Katelios: su afición por la lectura y sus autores preferidos (Montaigne, Cervantes, Chateaubriand, entre otros), la costumbre de coleccionar y limpiar antiguos sables napoleónicos, la sensación de melancolía y pena por la “decadencia de Europa”. De Reverte, Katelios tiene la costumbre de observar el fin del mundo que él conoció en su juventud y percibir a la biblioteca como un refugio, un consuelo del exterior. Cualquiera que lea los artículos periodísticos de éste escritor en su columna Patente de Corso o haya mirado una entrevista suya, puede llegar a ésta conclusión.


La creación de éste personaje fue algo totalmente adecuado. ¿Qué es lo que hace funcional su aparición en la novela? Que él nos ayuda a comprender mejor al personaje principal femenino, Lena, su esposa, que es el más complejo -y logrado, según los periodistas que reseñaron la novela- del libro.


El barón Katelios, mediante sus recuerdos -la analepsis, un recurso literario muy útil- le permite saber al lector cómo conoció a su mujer. Cuando todavía era un aristócrata cincuentón rico y viajero, hacía quince años, la conoció en un bar de la Casa Patou, una casa de diseño de indumentaria de alta costura, en París. Lena Mensikov era maniquí, modelo de alta costura. Inmigrante rusa, alta, delgada, de ojos color avellana y cabello negro, él la describe como “fascinante” y tras verla bajar una escalera luciendo un vestido, decidió casarse con ella, debido a su belleza y elegancia innatas. La lleva a cenar a restaurantes caros, luego se casan en Montecarlo, viajan por Europa alojándose en hoteles cinco estrellas -Madrid, París, Roma, Berlín, Nápoles- y al principio de su relación, él la hacía reír, ella lo admiraba, eran felices. Pero a los cinco años de matrimonio, comienzan los problemas. En Atenas, Grecia, Lena, cansada y harta de que su marido le sea infiel con prostitutas de lujo, le envía una tarjeta donde lo invita a presenciar, en el mismo burdel que él frecuentaba todas las semanas, el espectáculo de verla teniendo sexo con un guapo camarero de un hotel. Es su manera de vengarse, de demostrarle que ella también podía engañarlo y “pagarle con la misma moneda”, como diría una cantante argentina de música tropical. Es que no hay nada como la sabiduría popular, aunque yo prefiera sonidos más metálicos y agresivos.

Esa es la última vez que el matrimonio tiene intimidad, hacen el amor con una “ferocidad casi animal”, el barón dice que “nunca antes, una mujer se le había entregado con tanto desprecio y furia a la vez”. Ese fue el adiós, la última vez, pues Lena, a partir de entonces, le negó para siempre su cuerpo.

Una mujer, en los años 30, no podía abandonar a su marido así nomás. No era tan fácil. Ella acompañó a Katelios al exilio voluntario en la isla de Gynaíka y para desquitarse, para huir del dolor de la traición y de la decepción de estar atrapada en un matrimonio infeliz, de vez en cuando viaja en su lancha automóvil a la cercana isla de Syros a que un médico le inyecte cocaína -para aturdirse del sufrimiento- y también, tiene sexo ocasional con otros hombres (músicos, camareros) para vengarse de su marido. Desde hacía diez años, así era la vida del barón griego y su esposa. Un auténtico infierno sobre la tierra. Como ella no puede triunfar, como nunca logrará la victoria, sólo le queda ajustar cuentas, le queda la venganza.

Pantelis Katelios se casó con Lena porque era “una mujer trofeo”, es decir, se veía hermosa en su coche descapotable, tenía piernas largas, era linda, era guapa, era preciosa, pero no la amaba. Acostumbrado a comprar hombres y mujeres con su fortuna, decía que ellas se le acercaban porque era “el mejor postor”. Lena se cansó de él -de sus infidelidades- de sentirse estafada y degradada. Por amor, por acompañarlo a él, ella renunció a sus sueños, a su trabajo en París, a su libertad, y Katelios, no supo hacerla feliz. Para la baronesa, él era un héroe, pero luego, se dio cuenta, que en verdad no lo era, que él no era nada. Cuando el barón se da cuenta de que su esposa lo desprecia y ya no lo ama más, él siente culpa, remordimiento, se arrepiente de lo malvado, cruel, desleal e indiferente que fue con ella. Por eso se la lleva a vivir a la isla, para intentar reconquistarla, pero no da resultado porque el dolor de Lena, era demasiado grande.

Éste aristócrata le confiesa a Jordán que su esposa terminó así, adicta a las drogas, porque él la llevaba a burdeles promiscuos donde la inducía a tener sexo con otros hombres delante suyo y también, a fumaderos de opio. Él la introdujo en esos lugares, para su placer, no los de ella.

Gracias al barón, el lector conoce que el verdadero nombre de la protagonista es Helena Nikolaievna, oriunda de San Petersburgo, Rusia. Su familia lo perdió todo en 1917, tras la Revolución. Su padre, que era comerciante, fue detenido por los bolcheviques y desapareció y a su primer marido, que era militar, lo mataron. Ella huye a París, Francia, con su madre y allí conoce la miseria, el hambre y la pobreza, viviendo en una pensión decrépita y sin comodidades. Su madre murió de tifus y mientras ella tomaba un café en una terraza, se le acercó Jean Patou, un famoso diseñador y le propuso ser maniquí en su casa de modas. Trabajando allí fue donde conoció al dueño de Gynaíka, al aristócrata griego.


Helena se enamoró del barón, se casó con él a los 35 años
, por amor -no por dinero, afirma él- renunció a su trabajo, a su independencia, para acompañarlo a él en sus viajes por el mundo. Es que Pantelis Katelios, según ella, era irresistible: un hombre elegante, seductor, atractivo, inteligente, con un humor brillante, un hombre de mundo. Era su héroe, el amor de su vida, hasta que de ser un príncipe azul, se convirtió en calabaza,  se convirtió en un sapo. “Es la mirada de la mujer la que define al hombre.”, afirmó Pérez-Reverte en una entrevista, respecto a ésta novela. 

El barón era un héroe para su esposa, hasta que él la traiciona, la humilla, la estafa, la engaña. "¿Por éste cretino, por éste miserable, dejé toda mi vida de lado? ¿A éste desgraciado, le he dado tanto? ¡Miren, miren cómo me lo ha pagado!", se preguntará la protagonista, indignada y decepcionada. El egoísta y desalmado Pantelis Katelios, pasaba mágicos momentos con sus amantes de lujo, mientras su esposa, sufría soledad, tristeza y dolor. Mientras él era feliz -y se mostraba contento y orgulloso con éstas compañías femeninas, cual macho alfa exitoso y conquistador- en brazos de sus bellas y hegemónicas amantes, ella estaba muriéndose en vida. Y a él, no le importaba, porque solamente, se amaba a sí mismo


"—Un eficaz seductor, sin duda. —lo interrumpió, ecuánime—. Siempre lo fue. Me refiero a mi marido.

La vio entrecerrar los ojos, cual si estuviera haciendo memoria. (...)

—¿Por qué sigue con usted?—se atrevió Jordán.

Alargó Lena una mano hacia su vaso y bebió un sorbo.

—Quizá porque tiene una imaginación poderosa.

—¿Y usted con él?

—En cierta ocasión leí sobre soldados derrotados que resistían hasta el fin en vez de huir... Y uno de ellos lo explicó así: "Estábamos demasiado cansados para correr".

Aún sostenía el vaso en la mano. Bebió un poco más y lo dejó sobre la mesa.

Estoy demasiado cansada para correr.

Inclinaba el rostro, y a Jordán le pareció que cruzaban por él trazos de sombra, aunque no había ninguna.

—Hay fantasmas que confían en verse redimidos—dijo ella de pronto—. Creen que entonces dejarán de vagar por la eternidad. Pero otros, los desconfiados, preferimos seguir siendo fantasmas."

(2024, pág. 224-225)


"—Yo era una mujer con algún pasado tras de mí. Pero no había rebasado ciertos límites. Él me hizo cruzarlos, no por mi placer, sino por el suyo. Se sentaba a mirar, fumando los cigarrillos turcos que fumaba entonces. Un testigo sofisticado y frío, eso era... Una gelidez cruel, casi perversa. (...)

—Al fin—prosiguió ellacomprendí que todo era posible porque a él todo le era indiferente. Vagaba por las ruinas de un paisaje en el que toda verdad y auténtico sentimiento habían sido destruidos: un mundo, el suyo, que se desvanecía mientras él lo observaba, ecuánime, pasivo y frío, limitándose a esperar el final con curiosidad casi científica. (...)

—Así fue cómo un hombre muerto mató a una mujer que aún estaba viva. —concluyó."

(2024; pág. 304)


Al leer la sabiduría y certeza de ésa línea, la última frase que Lena le dice a Jordán, (lo que demuestra esa capacidad para adentrarse en la piel, en los pensamientos y sentimientos de una mujer, que sólo determinados escritores la tienen) les juro, queridos lectores, que si hubiera podido, habría abrazado tan fuerte a Arturo Pérez-Reverte hasta dejarlo un poco estrujado. Lo que no me costaría mucho, porque soy una gigante que le saco cinco centímetros de estatura, más o menos. Los diálogos entre Lena Katelios y Miguel Jordán, son increíbles, agudos, precisos. Se nota que el autor se esmeró muchísimo en la construcción de éste personaje femenino, porque le dio más protagonismo a ella que en otras novelas suyas, donde las mujeres ocupaban un rol más secundario.


Elegante y seductor, dijeron sus lectoras sobre ésta fotografía. Ya quisiera yo llegar tan bien a los 73 años -si vivo- como Pérez-Reverte. Tremendo porte tiene el señor. 



El hombre que mejor conoce a Lena: su esposo.


La cita con la que comienza "La isla de la Mujer Dormida". Y yo que le tiro palos al pobre Conrad... Menuda cita más bonita. 💓


Aunque el lector nunca accede a los pensamientos de Lena Katelios, es su esposo, el que nos permite conocer su pasado y su personalidad. Nadie, nadie la conoce mejor que él.  Sin los recuerdos y las reflexiones de éste aristócrata griego, jamás podríamos acceder a la esencia de la protagonista femenina. Y es que es la mirada masculina, la de los hombres, es la que define a Helena Nikolaievna mejor que la suya propia. 

A lo largo del libro, percibimos que, a diferencia de otras heroínas revertianas anteriores, Lena sabe que es una mujer hermosa y conoce de primera mano el efecto que provoca en los hombres, pero no le da tanta importancia. Ni a su belleza ni al dinero ni a su posición social: por eso se molesta cuando Miguel Jordán la llama “baronesa”. Le interesan otras cosas: le gusta leer, autores modernos -y no sólo los clásicos-, escuchar música italiana y francesa en su gramófono y salir a pasear a Syros en su lancha, la bonita Chris-Craft, corriendo el riesgo de morir ahogada, porque en el fondo, le teme al mar, le teme al agua.


Esta heroína revertiana, en cuanto a su aspecto, a su look, su vestimenta, es una auténtica anomalía, aunque hubo otras parecidas, antes: Teresa Mendoza y Eva Neretva. Es sobria y sencilla a la hora de vestirse, no es coqueta y desprecia a las mujeres que se obsesionan con la moda - “son vulgares”, afirma ella-, viste pantalones de sarga o marineros, jerseys -suéters, decimos en Argentina-, zapatillas de tenis de lona y caucho, o sandalias griegas, bajitas, sin taco. A lo sumo, como mucho, usa un vestido de algodón blanco, en uno de sus paseos con Jordán por Syros. Creo que es una elección correcta de parte del autor lookearla, vestirla así y no como a una Liana Taillefer, Mecha Inzunza o Margot Dancenis (las de las faldas cortas, medias de lycra y tacos aguja), porque la novela entera no valdría absolutamente nada si ese hubiera sido el caso. Cómo se viste una mujer, lo que lleva en los pies, siempre dice mucho acerca de ella. Un escritor profesional no puede ignorar éstos detalles, que son importantísimos para la construcción de un personaje, más aún, uno principal.


Menos mal que Reverte, tuvo buen ojo ésta vez y en ese sentido, logró capturar el espíritu y la personalidad de ésta protagonista femenina. Una mujer como Lena, que “tuvo varias vidas”,  con un pasado tan trágico y problemático, no va a vestirse como otras creaciones suyas. No va a ser una femme fatale, no con su historia de vida. 
Y eso, hace más original su literatura, le da un aire fresco a su narrativa. Creo que Lena era maniquí, no porque le entusiasmara esa profesión, sino porque una rusa exiliada como ella, aceptaba el empleo que le ofrecieran para poder ganarse la vida. Necesitaba el dinero y punto. A diferencia de otras antiguas modelos, en la novela, nunca la vemos obsesionada por la indumentaria y la moda, no es una mujer frívola y superficial. Por eso se enamora de Miguel Jordán, un hombre sencillo, de aspecto rudo, varonil, totalmente diferente a su esposo.

A mí, el personaje de Pantelis Katelios con todas sus luces y sus sombras, me ha gustado mucho. Interesante, gris, bien construido, el barón no está allí sólo para reflexionar y filosofar, sino para que los lectores conozcamos su pasado y el de su esposa, que es una parte muy importante de la historia “de sentimientos, que el autor nos quiere contar. Respecto a sus sentimientos por Lena, él la desea, dice que tiene “pies de puta turca” (aunque no entendí la referencia, no conocí a una puta turca en mi vida). Está enamorado de ella y siente un profundo remordimiento por todo el daño irreparable que le ha causado. Sabe que la lastimó, la decepcionó, la estafó -prometiéndole felicidad y luego, traicionándola- y que destruyó su vida. Para él, su mujer es un “animal moribundo”, dice que algún día se cansará de verla sufrir y la matará de un escopetazo, por piedad.

El barón griego comprende que Lena es infeliz por su culpa. Si se droga, se acuesta con otros hombres para vengarse, para lastimarlo, es porque él se casó con ella sin amarla, valorarla y respetarla. La maniquí rusa era sólo un objeto para exhibir y mostrar a los demás en los casinos y los hoteles lujosos, para que los hombres lo envidiaran de tener a su lado a una mujer tan hermosa y elegante, pero él no se privaba de tener amantes y de acostarse con prostitutas. Pantelis Katelios no amaba a su esposa -para él, Lena era una más de su harén- como ella sí lo amaba a él, no supo quererla ni hacerla feliz. Helena renunció a sus sueños, a su trabajo, a ser una mujer independiente por amor, pero su marido no estuvo a la “altura de su mirada” y cayó en una trampa mortal de la que nunca más podría escapar. 

Lena Katelios es una mujer derrotada. La primera de toda la bibliografía de Arturo Pérez-Reverte. Soldado perdido en territorio enemigo, sin retaguardia. No puede escapar a su destino. No ganará, porque su enemigo, es demasiado fuerte. Y lo sabe. No hay segundas oportunidades para ella. Por eso es dura, por eso es cruel y fría. Fue la única manera en la que aprendió a sobrevivir en un territorio hostil. Una mujer amable, dulce y débil, jamás hubiera soportado la vida que tuvo ella. Cito un fragmento de la novela que viene a cuento de ésta afirmación:




"También Lena, consideró tras un momento, había elegido su propia trinchera, de un modo que no podía aprenderse en los libros y ni siquiera en la vida. Sobrevivir en un medio hostil transformándose uno mismo en el ser más peligroso del lugar no estaba al alcance de cualquiera; hacía falta cierta especie de instinto previo, innato, que en el caso de una mujer podía acabar convirtiéndola en un animal fríamente peligroso.


Nada conocía ni imaginaba Katelios más despiadado que la cólera silenciosa de una hembra herida cuando era capaz de destilarla sin prisa, gota a gota, con amargura, desesperación e inteligencia. "


(2024; pág.265)


La maestría como escritor de Arturo Pérez-Reverte radica en que su personaje, el  marido de Lena, el barón Katelios, no es un villano de cartón, tiene algunos, aunque sea pequeños, costados luminosos. Las escenas en las que describe y recuerda a su esposa, me dieron muchísima ternura, porque son hermosas, de las más bonitas de toda la novela:


"La recordó mientras la contemplaba como había hecho innumerables veces desde que ella conoció su piso de soltero en la rue Rivoli, cuyas ventanas daban a la Tullerías: admirado por su elegancia aristocrática y fría, de una belleza casi trágica; por los ojos avellana tan profundos que en un momento de vértigo él temió caer dentro de ellos, y por sus primeros besos, lentos, dolorosos como lágrimas— besar a Lena Mensikov, antes Helena Nikolaievna, luego Lena Katelios, era abrazar una arcana biografía—. Besos que acabarían siendo, aunque no por mucho tiempo, estallidos de risa y felicidad." 

(2024; pág. 118)




"Después se sentó en un taburete a mirar. Dormía ella boca abajo, desnuda como acostumbraba incluso en invierno: sábana y manta quedaban por debajo de la cintura, descubriendo desde el arranque de las caderas hasta la nuca vulnerable y el cabello cortado a lo masculino, medio rostro hundido en la almohada y el otro medio casi inexpresivo, sólo algo fruncida la frente como si durante el sueño algún recelo la mantuviese tensa.


Una mujer así, pensó Katelios una vez más, sólo podía ser el resultado de una época, ya concluida, de la más alta civilización europea. Aquel siglo de nubarrones oscuros que nublaban el mundo no volvería a producir ejemplares como ella: ninguno de una perfección semejante. Y resultaba asombroso. Los quince años transcurridos desde el primer encuentro en París —la escalera del bar privado del número 7 de la rue Saint-Florentin—apenas habían alterado la belleza del cuerpo ahora semidesnudo e inmóvil. Al contrario: afirmaban una cualidad densa, excitantemente turbia, de la que al principio ella careció, o parecía carecer. Pies de puta turca, recordó. Le había gustado que le hablara de eso, que la tratara así. Dime que lo soy, por favor. Dime de nuevo que soy tu trofeo elegante, condúceme sin miramientos al lugar oscuro que hay en mi corazón y en mi cabeza. (...)"

(2024, pág.199-200) 


Pantelis Katelios, llega a amenazar al marino español, Miguel Jordán Kyriazis, tras su primer almuerzo en su casa: “Los griegos matamos por celos, matamos por amor”, le advierte al despedirlo. 
Lo ve como un enemigo, un rival, un oponente. Siente rencor, rabia, celos, porque sabe que Lena lo desea y que quiere acostarse con él. Jordán es rubio, alto, corpulento, fuerte, varonil, masculino, rudo, y su esposa, con frialdad y crueldad, se lo recuerda a Katelios, se lo dice en la cara. Ella caerá rendida ante el corsario español, pero no solamente va a sentir deseo sexual por él, sino que ese hombre, por ser tranquilo, fiable, calmado y silencioso, penetrará tan profundo en su alma, en su persona, más allá de lo físico. La va a conmover a pesar de su “diamantina solidez” y se va a enamorar de él. Ella lo admira, porque él es valiente, es todo un hombre, es un héroe, como Lord Jim, el personaje de Joseph Conrad. 

El capitán Mihalis llegará a su fibra íntima como ningún hombre lo logró antes y por eso el barón Katelios, va a sufrir al ver que su esposa admira a otro hombre que no es él (lo peor que se le puede hacer a un hombre orgulloso, es eso 😂. Demostrarle que no es el mejor, como piensa) y por fin, beberá un poco de su propia medicina. El aristócrata griego, va a estar tentado de matar a Jordán con su escopeta de caza, luego de saber que su esposa se acostó con él. 

"¿Así que te gustaba meterme los cuernos con otras, Pantelis? Mirá cómo me levanto a semejante hombre, a semejante bombón -diríamos en Argentina- como Miguel Jordán y me lo llevo a la cama.", pensará Lena, en su venganza. Y de hecho, funciona, porque su marido está dolido, enojado y siente mucho rencor hacia el capitán Mihalis, tras saber que, efectivamente se acostaba con ella. Lo que la protagonista femenina le niega a su esposo, el sexo, se lo da, mejor dicho, lo practica, con el marino español. 

Tengo que confesar, que me he divertido muchísimo leyendo éste tipo de diálogos entre la baronesa y su marido. En una escena, ella le pregunta si cree que Jordán la acompañará a Syros, para acostarse con él. El barón Katelios, le responde, resignado y con rencor: "Estaría loco si no lo hiciera". No hay nada más peligroso, nada más despiadado, que una hembra herida, reflexiona él. Y tiene razón. 




Miguel Jordán Kyriazis, el marino que se parecía a Lord Jim



"—¿Te gusta su aspecto?

—¿Por qué no? —Lena saltó de la lancha al pantalán— Es atractivo, masculino, fuerte. con esa barba rubia que le da aire de vikingo... Parece un hombre preparado para lo imprevisto y lo peligroso y eso lo hace distinto.

—¿ A qué, o a quién?

Ella no respondió y esta vez él pudo mantenerse impasible. De todos los hombres que existen, concluyó, soy el que mejor la conoce. "

(2024; pág. 120)


No he leído la novela de Joseph Conrad, “Lord Jim”. Y no sé si alguna vez lo haré. Éste autor polaco, no es de mis predilectos. Mi escritor preferido del siglo XX, de los canónicos, es el checo Franz Kafka (me fascina y lo voy a amar toda la vida). Es un autor complejo, vanguardista, atormentado… único.

No estoy diciendo que la literatura de Conrad no posea calidad, porque estoy segura de que la tiene, sólo que, a mí, no ha logrado cautivarme. Lo único suyo que leí, es “La línea de sombra” y como ya comenté antes, tuve que hacer un esfuerzo enorme para no abandonarla a la mitad. Me aburrió muchísimo. Por ahí no elegí el título adecuado o no era el momento. No se dio ese amor incondicional entre lectora y autor. Vaya a saber por qué. Me gustan más Robert L. Stevenson y Emilio Salgari.

En fin, menciono esto de “Lord Jim” porque Lena Katelios proyecta su lectura de ésta novela, a su protagonista, en el marino Miguel Jordán, el apodado “capitán Mihalis”. Le dice que él es alto, rubio, fuerte, como Lord Jim, que le recuerda a él. Pérez-Reverte le ha “prestado” sus propios gustos lectores a éste personaje femenino: Henry James, Somerset Maugham, Conrad, Stefan Zweig. Autores a los que, excepto a James y a Conrad, yo no leí nunca, sólo los conozco de nombre. Mi percepción como lectora, es que ésta protagonista femenina, con la personalidad misteriosa, compleja y un poco oscura que tiene, debería leer a otro tipo de escritores. En mi opinión, no siempre funciona imponerle tus gustos personales como escritor a uno de tus personajes. Para eso, el autor ya tenía al barón Katelios. A mí, no me convence. Lena no debería ser el “Pigmalión”, de Pérez-Reverte, eso le quita autonomía y personalidad. Si bien no es un error grave ni notable que afecte a la trama del libro, porque las afinidades lectoras de la protagonista femenina apenas se mencionan de pasada, no me parecieron congruentes con lo que el autor nos mostró en el resto de la novela.

Primero, los gustos literarios de una mujer nunca van a ser idénticos a los de un hombre. Se comprende que Lena lea autores de sexo masculino, esto no es una cuota de igualdad, una reivindicación feminista ni nada por el estilo, pero una mujer, necesita leer a otras, para que la ayude a comprender y asimilar ciertas situaciones de la vida. Esto, se le pasó por alto al autor español. Acá faltó aunque sea una, una escritora mujer que ella lea, que en el siglo XX, las había. Iréne Némirovsky, Virginia Woolf, Daphne du Maurier… O literatura popular como Agatha Christie… Si no era novelista o cuentista, alguna poeta. 

O sino, la baronesa Katelios podría leer a los rusos o a los ingleses del siglo XIX, algo más gótico, oscuro, atormentado, reflexivo. Ya sean hombres o mujeres, da igual. Una personalidad como la de ella no encaja con los autores que supuestamente lee. Comprendo que Conrad y Lord Jim son una referencia necesaria para que Lena asocie a Miguel Jordán con el marino del libro, pero el resto de los escritores que lee, no me parecen muy verosímiles. Y como soy una lectora híper minuciosa y quisquillosa, no se lo voy a dejar pasar al escritor español.

Pero volvamos a Miguel Jordán. Por un lado, me sorprendió su aspecto físico: rubio de ojos azules, fuerte, alto, corpulento, con aspecto nórdico. Hermoso, bello, tranquilo, fiable, “poco imaginativo”. Es un hombre práctico, eficiente, de pocas palabras y lecturas. Valiente, educado, correcto, normal, común. Un hombre de mar, desarraigado de la tierra. Revertiano hasta la médula. Jordán es un buen capitán con los marineros que estaban a su cargo, es humilde, sencillo y responsable.

Me cayó simpático cuando lo vi vulnerable, envuelto en una operación militar clandestina en la que no quería estar. La Armada franquista lo obligó a ser un marino de guerra, cuando él, no lo era. Me pareció entrañable, un caballero, cuando se hace cargo de su familia, a pesar de que se casó por obligación y no por amor. El suyo era un matrimonio infeliz y, aun así, todo el dinero que ganaba como marino de guerra, se lo enviaba a su mujer, para que no quedara desamparada.

También lo percibí como un hombre justo, cuando defiende a Cenobia (la mujer del cocinero, que ejercía la prostitución), de los improperios de Jan Zinger, el torpedista holandés. Es un marino, que, a pesar de ser un hombre rudo, un tipo duro, respeta a las mujeres. No es un bruto ni una bestia, como afirma Lena Katelios, sorprendida, luego de conocerlo.

Miguel Jordán es un personaje tan bien construido, que logra generar empatía en el lector. Me da ternura cuando besa y abraza a Lena, cuando se enoja con el barón Katelios y lo confronta, mirándolo con desprecio y diciéndole que “ella -Lena- le dio todo y él no supo qué hacer con eso. Lo malgastó (a su amor)” . Le pregunta, muy enfadado, si alguna vez amó a su esposa de verdad.

A pesar de su aparente simpleza, el capitán Mihalis no es un hombre tonto, ni mucho menos. Percibe el dolor de la baronesa, el desconsuelo y el sufrimiento que padecía, por eso sentía curiosidad por resolver ése enigma:

"No era sólo deseo, concluyó Jordán. Llevaba demasiado tiempo sin una mujer y eso podía confundir sus ideas; pero era un marino tranquilo, ecuánime, hecho por oficio a observar el barómetro, la declinación magnética y la desviación de la aguja. Era alguien, en fin, capaz de identificar los síntomas. Aunque poco acostumbrado a analizarse a sí mismo, advertía el impulso, el instinto, la necesidad física de aproximarse a esa mujer en particular y no a otra. Deseaba, en fin, indagar en el desconsuelo que Lena Katelios parecía llevar cosido a los pies como una sombra. Adentrarse en su piel y en su carne para descifrar allí, como si de una carta marina se tratara, las rayas de la palma de una mano cuya propietaria aseguraba haber estado demasiadas veces en la vida. (2024; pág. 186)"



Aun así, leyendo reseñas, algunas lectoras se quejaron y dijeron que a él, Jordán, Lena le importaba poco, que a veces le parecía indiferente, que no la amaba lo suficiente. La sensación que a mí me quedó tras leer el final del libro, es que, a él, más que el amor por la protagonista femenina, le interesaba más su barco, su mar y su familia. Me dio la impresión, que, antes de la escena de la despedida, Lena era una molestia para él, un estorbo. Para él, primero está “cumplir con su deber”, atacar y hundir los barcos soviéticos, demostrar que es un marino de guerra eficiente, valiente y machote -sí, esto lo escribo con una sonrisa irónica, traviesa-.

Es evidente que las actitudes de Miguel Jordán hacia la baronesa, en la parte final del libro, están escritas así, a propósito. Porque el lector, al ver cómo se comporta él con Lena, llega a enfadarse y desilusionarse del corsario español. Porque no tiene el coraje para despedirse de ella, sabiendo que debía abandonar la isla y desmantelar la base -como le sugiere Pantelis Katelios, que hable con su mujer por última vez, porque a ella le iba a afectar su partida- y la trata muy mal, casi con brutalidad, cuando ella va en su canoa a la cala de levante, a confrontarlo.

El capitán Mihalis ni siquiera es capaz de ser honesto con Helena y decirle “Te amo”, aun sabiendo que, si su última misión salía mal, podría no volver a verla nunca. Y en éstas escenas, podemos reafirmar la tesis de Alexis Grohmann, cuando argumenta que en las novelas de Arturo Pérez-Reverte, las mujeres son superiores a los hombres, a sus protagonistas masculinos. El propio autor lo afirmó en el dossier de prensa: “Que Miguel Jordán sea amado por una mujer superior, le da un valor, que él no tendría por si mismo”.

Lena, se la juega por Jordán, le demuestra que lo ama, va a buscarlo cuando se entera que él terminará su misión, por lo menos, quiere escucharle decir que él la quiere, que le importa. Pero eso no sucede. Ella sabe, que puede no volver a verlo nunca, que él puede no regresar. Le pide que no le tenga miedo, que ella no iba a contagiarle sus sentimientos y le pregunta, si alguna vez amó a alguien. Jordán, torpe y con poco tacto, le responde: “No sé.”

Helena, desilusionada, dolida y destrozada, lo maldice. Maldice a la guerra, “Malditos sean, todos ustedes. Son todos iguales” -refiriéndose a los hombres-. Como gesto final, le acaricia el rostro, la mejilla y la barba, con delicadeza y ternura, y afirma que “nunca pensó que se iba a arrepentir de haberlo conocido”. Agarra una fotografía en la que aparecen Jordán y los marineros, que había en su barraca, se la lleva con ella y lo último que le dice es: “Maldito seas tú también, capitán Mihalis”.

La última escena en la que el lector ve a Lena Katelios, me dejó una tristeza inmensa en el corazón. Sentí una angustia terrible mientras la leía. Uno a veces, proyecta en los libros que lee, sus experiencias personales, las cosas, que alguna vez vivió. Y es curioso, porque no es el marino protagonista el que la observa, sino su piloto, Ioannis Eleonas, con su antigua sabiduría griega:


"Adujados ya los cabos, la tripulación se había refugiado bajo cubierta. Sólo Ioannis Eleonas se mantenía cerca, subida la capucha del traje de agua.

-Mire, kapetánie- dijo. 

Señalaba la playa por la banda de estribor, y Jordán miró en esa dirección. Lena estaba en tierra, a un centenar de metros. Caminaba por la orilla como si pretendiese acompañar a la torpedera sin perderla de vista, queriendo retrasar el momento final. La lluvia mansa, la orilla calma del mar, el cúmulo de nubes bajas, daban a su figura solitaria una apariencia desvalida, conmovedora, que suscitó en Jordán una insólita mezcla de perplejidad, melancolía, ternura y remordimiento.

Quizá sí la ame, pensó de pronto. Aunque eso no importe ahora.

Con una última mirada vio que ella se detenía al final de la playa. Sintiendo una congoja inesperada, una bruma húmeda en la garganta y el corazón, apoyó una mano en la mojada brazola de acero y con la otra enjugó las gotas de agua que salpicaban su barba. (...)"  (Pérez-Reverte, 2024. Pág. 366) 


Ella se queda allí, sola, en la cala de levante, empapada bajo la lluvia, siguiendo la lancha torpedera, caminando por la orilla de la costa, viendo alejarse por el mar, al hombre que ama. No sabe si él sobrevivirá a su última misión, si alguna vez él regresará por ella y si lo volverá a ver. Sólo entiende, que el amor de verdad, siempre duele, que cuando una entrega su corazón, es vulnerable y que ahora está sola de nuevo, sumergida en la oscuridad y el dolor.


Y Lena Katelios, al igual que Teresa Mendoza, aprendió la lección; que una mujer nunca, nunca puede fiarse de la lealtad de los hombres. Que, aunque una les entregue todo de sí misma, ellos te pueden traicionar, abandonar, despreciar, arrojarte a los lobos y dejarte en la estacada, que un día, sí, hacen el amor contigo, te dicen que “sos la única a la que quieren”, pero después no cumplen sus promesas y entonces, te das cuenta de que, para ellos, eres prescindible. Lena Katelios aprende, al final, que ni siquiera podía fiarse de un marino hermoso y tranquilo como Miguel Jordán. No solamente su esposo, el barón, no estuvo a la altura de su mirada. Sino que el capitán Mihalis, tampoco. De ser un héroe, para ella, pasó a ser nada. Un hombre que sí, es muy valiente para atacar y hundir barcos enemigos, pero no para mirar a los ojos a la mujer que lo ama y decirle la verdad de lo que siente por ella, aunque su relación no prospere debido a las circunstancias.

La última escena en la que vemos a Lena, me recordó a dos que leí hace unos meses. Las voy a citar:



“En tanto la reina, presa hacía tiempo de grave cuidado, abriga en sus venas herida de amor y se consume en lento fuego. Continuamente revuelve en su ánimo el alto valor del héroe y el lustre de su linaje; clavadas lleva en el pecho su imagen, sus palabras, y el afán no le consiente dar a sus miembros apacible sueño.

¿De qué sirven los votos, que valen los templos a la mujer que arde en amor? Mientras invoca a los dioses, una dulce llama consume sus huesos y en su pecho vive la oculta herida: arde la desventurada Dido y vaga furiosa por toda la ciudad cual incauta cierva herida en los bosques de Creta por la flecha que un cazador le dejó clavada sin saberlo, huye por las selvas y los montes dícteos, llevando hincada en el costado la leal saeta. (…)



Vete, no te detengo, ni quiero refutar tus palabras, ve, ve a buscar la Italia en alas de los vientos; ve a buscar un reino cruzando las olas. Yo espero, si algo pueden los piadosos númenes, que encontrarás el castigo en medio de los escollos y que muchas veces invocarás el nombre de Dido. Ausente yo, te seguiré con negros fuegos y cuando la fría muerte haya desprendido el alma de mis miembros, sombra terrible, me verás siempre a tu lado”.



Canto IV. La Eneida. Virgilio.


Mientras leía la escena en la que Lena ve irse por el mar a Miguel Jordán, me imaginaba a Dido sufriendo por el abandono y la partida de Eneas. Esto, ya lo leí antes, pensé. Y no me cabe la menor duda, de que el amor por los clásicos griegos y latinos de Pérez-Reverte, se hacen patente en fragmentos cómo éste.

Sin duda, esta es una de las escenas más dolorosas y conmovedoras que le leí en toda su carrera como novelista. Tengo que confesar, que al leer cómo nos muestra, siendo un autor hombre (lo cual no es nada fácil), el dolor y la desolación, la soledad, la indefensión de su protagonista femenina, el “soldado perdido en territorio enemigo”, su Milady rebelde del siglo XX que usa pantalones marineros y jerseys, me dan ganas de apapachar y abrazar bien fuerte a éste escritor, por habernos entregado otra mujer revertiana que, a su manera, es heroica, aunque es una heroína derrotada. Que se mantiene en pie, a pesar de que, como a Milady de Winter, la vida, literalmente, la ha degollado hace rato.






A un marino guapo y atractivo que es un excelente amante... nunca se le dan bofetadas. Eso no se hace, Reverte. 😓

"La isla de la Mujer Dormida” es una novela que me gustó muchísimo, excepto, por una escena. Me refiero a la única escena erótica de los protagonistas, Lena Katelios y Miguel Jordán, que se encuentra en las páginas 227 y 228 del libro. 
Estoy segura de que Pérez-Reverte tendrá sus motivos para haberla escrito de ésa manera. El sexo entre ellos es violento, apasionado, intenso, visceral… hasta turbio, podríamos afirmar. Ni siquiera el personaje de Max Costa era así con Mecha Inzunza, en la novela El tango de la Guardia Vieja. Miguel Jordán siente una pasión violenta, desmedida, por Lena. Nunca había leído a un protagonista masculino a la que la heroína revertiana le causara semejante nivel de deseo sexual. Es congruente con el amor imposible de ambos, que se desesperen y se enfurezcan, porque los dos saben que se va a terminar. 

Varias veces, en los años que llevo reseñando discos, cambié de opinión respecto a cómo los analizaba y valoraba en su momento, con el paso del tiempo.  Me sucedió con “Dirge for the Archons” de la banda española de metal sinfónico Diabulus in Musica. Cuando lo reseñé, expresé que si bien no era malo, el sonido era “más de lo mismo” y que la banda “se quedaba en la zona de confort.” Un lector veterano, con mucha clase y sutileza, me contradijo, comentó que en realidad, el grupo sí estaba evolucionando y que habían mejorado la calidad de los arreglos, la complejidad de su música. En su momento, yo era más joven, arrogante e imprudente de lo que lo soy ahora y le contesté que estaba bien, que respetaba su opinión, pero que todo era subjetivo. Pero dos o tres años después, comprendí que él tenía razón. No en vano él llevaba escuchando heavy metal hacía 40 años y yo, apenas hacía 12. Para darme cuenta de esto, hicieron falta muchas más escuchas al álbum de los navarros, para que yo aprendiera a valorar y apreciar todos sus matices. Luego, reescribí la crítica y la publiqué en éste blog, La primera versión aun está disponible en la web donde yo reseñaba y la segunda, está aquí.


¿A qué viene ésta anécdota a cuento? Muy simple: con la única escena erótica de "La isla de la Mujer Dormida" me pasó lo mismo que con "Dirge for the Archons". La primera vez que la leí, no me gustó, me enojé, me sentí decepcionada, sentí que Pérez-Reverte arruinaba todo el resto del libro porque yo esperaba otra cosa. Lo que yo quería leer, era una escena de sexo como la de Teresa Mendoza y Santiago Fisterra de La Reina del Sur, la de Max Costa y Mecha Inzunza en El tango de la Guardia Vieja o sino, como la de Manuel Coy y Tánger Soto de La carta esférica. No me di cuenta de que en todas ellas, es el personaje masculino, el hombre, es el que dirige y controla la situación en los encuentros eróticos entre los protagonistas. Leyendo una entrevista que le hicieron al autor en la revista Esquire, comprendí porqué la escena de ésta novela nueva es diferente:


(Entrevistadora)—En esta historia de amor también hay sexo, imagino que necesario para ver cómo es esta mujer en todas sus facetas.

(Arturo Pérez-Reverte) —Sí, quería que fuera evidente que es ella quien genera esos encuentros. Ella es la que maneja la situación, mientras él se deja llevar. Ella le conduce a la casa, ella le hace sentarse, ella es la que actúa. Y él asiste a todo ello casi con estupor. Lena lo controla todo, también el sexo. Pero no solo es material narrativo. También quería con ello romper el estereotipo y la idea de que en el sexo —y no hablo solo de temas de cama, sino en general— es el hombre el que actúa y da el primer paso. Eso no es siempre verdad, a menudo es la mujer la que toma esas decisiones. Atribuir a la mujer un papel pasivo en el sexo y en la vida es un error, porque normalmente no es así.



Por lo tanto, ahora entendí porqué la escena erótica de ésta novela nueva es tan distinta a otras que Pérez-Reverte escribió antes, esto fue premeditado, hecho a propósito. En ella, Lena Katelios lleva la voz mandante, Miguel Jordán, el hombre, es un espectador, que se adecúa a las intenciones de la protagonista. Lo cual, visto de este modo, cobra más sentido y me parece bien, porque es una variante en cuanto a libros anteriores. Aun así, hay un detalle de la escena erótica en la casa de Syros, que no me gustó -por muchas veces que la relea- y que no me va a agradar nunca. Y  lo voy a comentar en éste apartado.


Si bien considero que la escena de la pareja protagonista en la casa de Syros, comienza muy bien, porque la parte en la que Miguel Jordán le practica sexo oral a Lena está escrita de una manera magnífica, es una delicia para los ojos y para todos los sentidos. ¿Qué mujer no estaría feliz de tener un amante así, un rubio alto, corpulento, un marino rudo y masculino, varonil, que encima, no es un bruto, no es egoísta y sabe cómo complacer a una señora en la cama?

Porque lo primero que hace Jordán, no es intimidar, presionar ni asustar a Lena -como habría hecho Jan Zinger, el torpedista. por ejemplo - sino que, con calma y cautela, se dedica a provocarle placer sexual a ella. Porque la baronesa, es su prioridad, no él mismo. Eso, señoras y señores, para mí, aunque sea un personaje de ficción, es un hombre con mayúsculas, con todas las letras, es un hombre hecho y derecho. Alguien que tiene dominio de la situación y sabe mantener el propio control en una relación íntima, sexual. “A la mujer y al viento, con mucho tiento”, dice el barón Katelios y tiene razón. Como lectora, me enamoré de Miguel Jordán como de Teseo Lombardo. 


Por eso, lo que hace Lena, luego de semejante escena en la que su amante se dedicó a complacerla, a mí no me gustó nada, porque no me pareció verosímil ni coherente con lo que nos muestran de ella en el resto del libro. La baronesa le agarra la cabeza con fuerza a Miguel Jordán, se la levanta y le pega dos bofetadas -cachetazos, decimos en Argentina- en la mejilla, con fuerza. Y le hubiera dado otra más, si el protagonista, no la hubiese agarrado de la muñeca y arrojado sobre ella, para consumar el acto sexual. En mi opinión, que la protagonista se comporte así es un error grande como una casa y pienso que éste pequeño detalle, que no es nada pequeño, se le escapó de las manos a Pérez-Reverte y que hace que a mí, no termine de convencerme ni de gustarme la escena del único encuentro sexual entre los dos protagonistas de La isla de la Mujer Dormida.

Un personaje como Lena Katelios, una mujer que, debido a la crueldad de su marido, lleva diez años viviendo en el infierno, que padece dolor, fracaso y soledad, que se inyecta cocaína para apaciguar el sufrimiento que la está matando por dentro, una vez que conoce a un hombre guapo, amable, sólido, que encima le gusta, como Miguel Jordán, luego de semejante escena en la que él se dedicó a complacerla, no lo va a golpear en la cara, porque eso, no la excita ni la estimula, ni le gusta.  

En ésta escena, Pérez-Reverte no logró captar la esencia, la personalidad, de Lena Katelios -como sí lo hizo en el resto del libro- y es una verdadera lástima. No ha respetado la idiosincrasia de su personaje femenino y por eso la escena a nivel literario falla y no es eficaz. Yo, como lectora, percibo que esa no es la “mujer dormida”, sino otro personaje que Reverte se inventó, que poco y nada tiene que ver con ella y con su concepción del sexo. No era necesario que golpeara a su amante. Ella no es Mecha Inzunza ni Eva Neretva. Es una mujer derrotada, no se va a comportar igual que las otras. Además... ¿Qué necesidad había de pegarle a semejante bombón como Miguel Jordán? A un marino lindo, guapo, como ése, la protagonista no tiene que pegarle, sino que debería besarlo, acariciarlo, mimarlo.... Pérez-Reverte me ha hecho enfadar mucho cuando leí esa parte. 

Una mujer que está casi muerta por dentro no va a dejarle toda la cara marcada al hombre que desea y que ama. No está en su naturaleza, ni por cómo es ella y mucho menos, con la biografía turbulenta que tiene. Me da igual lo que haga Jordán o no con ella, es otro personaje, es distinto. Si quiere ser violento o impetuoso en el sexo con ella, pues, da lo mismo. Es el protagonista masculino, es un tipo rudo, masculino, varonil, un marino. A ella, le gusta que él sea así en la intimidad. Eso es más que evidente. Que Miguel Jordán se comporte así con ella, es verosímil, pero que ella lo golpee, no. 

Esa es la prueba de que todos los escritores, por más profesionales que sean y más trayectoria extensa que tengan, pueden equivocarse. Porque errar, es humano. Y no me vengan los fanboys con que, como era un amor imposible, se daban tortazos en la cara como Eva y Falcó, porque a mí, no me convence. ¿Qué es lo que, en mi opinión, hubiera hecho éste personaje, en ésa situación? ¿Cómo tendría que haber sido escrita esa escena, para que, a mí, como lectora, sí me convenciera y me gustara? Se los voy a decir: 

Lena le hubiera demostrado a Jordán, el marino protagonista, su amor, su deseo, de otra manera. No digo que ella no sea una mujer apasionada, pero en lugar de pegarle, le hubiera besado la boca, el cuello, el pecho, le habría recorrido toda la espalda con las manos, con los dedos y hecho otras cosas, que no puedo escribir acá para que Google no me censure. Ésa era la escena erótica que yo esperaba leer. Y que no apareció. 


Ahora... ¿Qué hay de las próximas dos escenas? La que describe cómo son los besos entre Lena y Jordán, está bien escrita, lo mismo la del abrazo junto al mar que aparece en la contraportada del libro. Esa es emotiva y bonita. También me gustó el último recuerdo del capitán Mihalis, como lo llaman, antes de despedirse de ella. Pero apenas, un párrafo. Un sólo párrafo. Me sabe a poco. Lo que recuerda Miguel Jordán, no tendría que haber sido despachado en apenas un párrafo, esa escena, que me encantó y que era perfecta, debería haber sido escrita en dos páginas, por lo menos, para que yo, como lectora, quedara satisfecha y contenta, conforme. La cito, para que vean: 

“Tardó Jordán en responder. Sentía el calor húmedo del cuerpo contra su costado. La recordó desnuda en la cama de Syros, fumando sentada en la alfombra, erizada la piel cuando salió del agua bajo un cielo acribillado de estrellas, y anheló con desesperación, sorprendido de sí mismo, el sexo acogedor, la boca ávida, las largas piernas aferrándolo violentas y tenaces en torno a las caderas mientras él se derramaba como si vaciase en aquel vientre toda su vida.” (Pérez-Reverte, 2024, pág.355)

Ya sé que el autor afirmó que "hizo lo mejor que pudo" y se lo valoro, pero una historia de amor cómo ésta, merecía más páginas, más espacio, dentro de la novela. Merecía escenas eróticas escritas con más detalle, con más detenimiento, no despachadas en apenas dos o tres párrafos, que nos dejan a los lectores insatisfechos, con ganas de saber más, de conocer lo que pasó en la intimidad de estos dos protagonistas. 

Yo me he quedado con las ganas de leer ése párrafo de los recuerdos de Jordán cuando estaba haciendo el amor con Lena (y esto lo escribo con una sonrisa pícara y traviesa 😉) pero escrito en dos o tres páginas. En ese caso, no hubiera puesto una sola queja. Porque eso, era lo que yo, quería leer, porque el señor, sabe escribir muy bien esas escenas tan complicadas para los autores de ficción y todavía me cuesta comprender porque ésta vez, en éste libro, no lo hizo. 


Este apartado es la prueba de que cuando yo digo que no voy a tener piedad (es decir, que no voy a hacer favoritismos) con un autor, lo digo enserio. 
Y como soy una lectora con pensamiento crítico y no una aduladora profesional, una fangirl, lo voy a escribir. Cuando uno es un escritor profesional y publicado, sabe que no siempre le van a tirar flores. Por lo menos, Reverte es el tipo de escritor que encaja y se banca las críticas, no como otros. Si algún periodista famoso le hiciera una crítica negativa de la novela, no va a andar llorando ni enojándose. Sabe que son las reglas del juego. El que consume, el que paga, tiene derecho a opinar. Porque el libro, nos lo están cobrando, no nos lo están regalando. Yo me dejé un cuarto de mi sueldo en el mismo y por ese motivo, tengo derecho a expresar lo que no me gustó de “La isla de la Mujer Dormida”

Lo lamento mucho, Arturo, yo te quiero, yo te adoro, créeme que esto no es personal. Pero estoy evaluando al escritor, no a la persona.  No siempre, voy a poder tirarte flores. Esto es para que vean, que yo juzgo a todos los escritores por igual, que no me ensaño con ninguno. 

Doy fe de que Pérez-Reverte, en persona, es súper amable y cálido con sus lectores, pero es un ser humano y como autor, puede equivocarse. Tal vez, tratando de justificarme, podría decir que, si no hubiera estudiado Literatura en la universidad, se lo habría dejado pasar. Hubiera sido menos quisquillosa, minuciosa y cruel con ésta novela, pero no puedo. Pagué por ella y por lo tanto, tengo derecho a dar mi simple opinión subjetiva y personal al respecto. Espero que mis lectores, lo comprendan y que si tengo alguno que es un fanboy incondicional de éste autor, no se enfurezca conmigo. Y si quiere enojarse, pues, me da igual. No me importa. Adelante, enójese si quiere. 

Cada lector es un mundo y tal vez, otros no tuvieron ni una sola queja de la única escena erótica de la novela, pero a mí, no me gustó (me refiero a la parte en la que Lena le pega a su amante, lo demás, sí me agradó y me convenció como lectora). Y tengo derecho a decirlo. Y escribo esto con todo el dolor de mi alma – y con el respeto y cariño que le tengo al autor-, créanme, porque me hubiera encantado quedar contenta y conforme con las escenas eróticas de La isla de la Mujer Dormida, pero lamentablemente, no fue así. Estos personajes, Lena y Miguel Jordán, en éste sentido, daban para mucho más de sí de lo que el autor nos mostró en la novela.
 

Gynaíka Komisméni: la isla de la Mujer Dormida. 
La prisión y el exilio. El lugar de los restos de vidas en desorden.


"—Isla de la Mujer Dormida—añadió ella— La llaman así desde hace tres mil años y fue lugar de confinamiento y prisión... ¿Lo sabía? (...) El poeta Ovidio estuvo desterrado aquí por el emperador Augusto antes de acabar en lo que hoy es Constanza, a orillas del mar Negro."
(2024; pág.170)

"La casa y su entorno eran un oasis diminuto en la desnuda topografía del lugar.(...) Todo se mostraba desnudo de vegetación: sólo había arbustos indignos de ese nombre y retorcidos troncos de árboles secos, tan muertos como el terreno pedregoso que los rodeaba. En torno a la casa, sin embargo, situada en una loma ante una pequeña playa, y adosada a una vieja torre de piedra ocre, había algunos olivos, higueras y cipreses, como si fuera un último reducto defensivo, antes de que el resto de la isla, tarde o temprano, se adueñase de todo. 
Mientras subía los peldaños desgastados de la escalera de ladrillo y azulejos miró la playa abrigada, estrecha, donde sobre pilotes de hierro roídos había una canoa automóvil amarrada. La casa de dos plantas, bella y decadente, con dos columnas de mármol flanqueando la entrada, era una mezcla de villa decimonónica italiana y palacete turco. Había tejas rotas, los muros desconchados necesitaban reparación y los postigos de las ventanas una mano de lija y pintura. (...)

(2024; págs. 69-70) 


Un aspecto que del que ningún reseñista habló todavía es el de las locaciones, los lugares en los que está ambientada la novela. Y no me refiero a Estambul -donde viven los espías españoles-, ni al Líbano o al mar Egeo, sino a la propia isla de la Mujer Dormida, que es pequeña, donde viven el barón Katelios y su esposa. Ésta tiene un paisaje desolado y agreste, en el que crecen pocas plantas, hay un solo almendro, escasa vegetación. Su historia, es triste, en el pasado se utilizaba como prisión, de hecho, hay una cárcel abandonada en ruinas, cerca de la casa de sus propietarios. Por cierto, ésta, en lugar de ser una mansión, una “casa de campo” lujosa y confortable -lo que esperaríamos de un aristócrata griego- estaba bastante desmejorada, le hacía falta una buena capa de pintura y algunos arreglos edilicios. Los muebles eran anticuados y se notaba, que no era un hogar feliz. Lo mismo sucede con la casa de éste matrimonio ubicada en Syros, a la que Jordán describe como “casi abandonada”

Otra vez, percibo que esto, el autor, lo hizo a propósito. Porque exceptuando a Andrés Faulques de El pintor de batallas, creo que ningún otro personaje suyo vivía en un lugar en decadencia, roto, agrietado. Las descripciones de la casa de los Katelios, la de Gynaíka y también la de Syros, no sólo son literales, sino que también constituyen una metáfora. Deterioradas, reflejan el estado de ésta pareja: los errores de Pantelis resquebrajaron su matrimonio, ocasionaron el rencor de su esposa, Lena. Pérez-Reverte, en su artículo “Mujeres de armas tomar”, afirmó que “no hay nada más peligroso, que una mujer herida”. Y tiene razón. El barón griego, no supo amar a su mujer, hacerla feliz, lo único que hizo, luego de que la compró como “un trofeo”, fue lastimarla, humillarla, degradarla. 

La “isla de la Mujer Dormida”, es una metáfora. El autor dijo que ése lugar no existe en Grecia, que es una alusión al personaje de Lena, eje principal del triángulo sentimental de la novela. Más que dormida, ésta isla debería llamarse, según ella: “isla de la Mujer Muerta”, porque así es cómo se siente. Como una mujer muerta, a la que su marido, simbólicamente, mató hace rato. Esto tiene un regusto a Romanticismo del siglo XIX, que me encanta. Es como el título de “Cumbres borrascosas”, así se llama la casa de los Earnshaw, de mi novela preferida y me parece genial que Pérez-Reverte utilizara ésta influencia del Romanticismo en su libro, que describiera la isla como un lugar metafórico, casi poético, en la que se encontraban encerrados Lena y Pantelis Katelios:

"Tarde o temprano, pensó Katelios, llega un momento en que miras tu futuro y sólo ves el pasado. Durante algún tiempo ésa había sido una reflexión ingeniosa, elegante, adecuada para pronunciarse con una copa de champaña de cien francos la botella rozando los labios. Hasta que en Gynaíka, o tal vez antes, acabó siendo realidad: pasado y ausencia de futuro con el viejo mar atrapándolos en siglos de espuma y esmeralda, libertad y prisión que se combinaban en un solo concepto y lugar; el territorio de los prisioneros y de los exiliados. La isla de la Mujer Dormida." 

(2024; pág. 238)


Una mujer dormida, es una metáfora de una mujer que está casi muerta, inconsciente, anestesiada, que no vive una vida plena... Hay un fragmento de la novela, en la que la baronesa le pide a su esposo que no la espíe cuando está dormida, porque es como si estuviera muerta. Ese diálogo entre ellos, no es casual. De hecho, Lena le confiesa lo siguiente a Jordán:


"—Usted sabe por qué esta isla se llama como se llama: vista desde el mar, esa mujer que duerme, o parece hacerlo... Pero le aseguro que el nombre no es exacto. Sería más adecuado llamarla isla de la mujer muerta."

(2024; pág.176)

La cuestión es que la baronesa le dice a Jordán, que no se sentía libre en Gynaíka, hasta que su marido se apiada de ella, paga su culpa y por fin, termina su cautiverio y ella puede marcharse para siempre de allí -no voy a decir cómo, para eso, lean el final, en el cual Ioannis Eleonas cuenta, varios años después, lo que ocurrió con los Katelios-.


Helena Nikolaievna, Lena Mensikov, Lena Katelios. La mujer que cambia de nombre… la Mujer Dormida.



San Petersburgo, Rusia. La estatua del "Jinete de Bronce", sobre la cual escribió mi escritor ruso preferido, el poeta romántico Aleksander Pushkin. 



"—A veces—añadió ella—, cuando eres infeliz, torturar a un hombre que te adora y al que desprecias puede producir verdadero alivio... ¿Comprendes eso?"


"—Hay situaciones en la vida—dijo Lena—en las que crees que Dios te elige personalmente las cartas de la baraja o el número de la ruleta... y piensas que eso va a durar mucho tiempo. (...) Pero siempre llega un momento—añadió ella de pronto— en que Dios, sin advertencia previa, se retira del juego. Y no hay soledad más terrible que ésa."


(2024, pág. 236)


He leído todas las reseñas que se publicaron en periódicos famosos sobre ésta novela, para tener una noción de qué comentaron. Tal vez, yo no sea la persona más idónea para analizar a la protagonista femenina del libro, Lena Katelios. Pero haré mi mejor esfuerzo, porque mis lectores, lo merecen. 

Los periodistas afirmaron que ésta “heroína revertiana” es la más devastada de todas las que conocieron, que está “hecha polvo”, y sobre todo, que es una mujer derrotada. Miguel Jordán llega a la conclusión de que Lena era una mujer “que había vivido muchas vidas” y se preguntaba, “cuántas mujeres había en ella”. 

Lo primero que me llamó la atención de ella, es su edad. Cuarenta y nueve años, la más mayor de todas las protagonistas femeninas del autor, exceptuando a Mecha Inzunza -más de 60 años, en algunos fragmentos de El tango de la Guardia Vieja-. Antes de que se publicara el libro, yo me imaginaba que la protagonista iba a ser una mujer de 35 o 40 años, como mucho. Pero, al leer "La isla de la Mujer Dormida" , comprendí porqué Lena Katelios era una mujer madura. Debía tener un pasado, una vida turbulenta, espesa, a sus espaldas. No hubiera sido verosímil que una jovencita de 20 o 25 o 30 años del siglo XX, padeciera los estragos que la vida le provocó a ella. La edad de la baronesa, es funcional a la trama, al argumento que el autor desarrolla a lo largo del libro.

Helena Nikolaievna era su verdadero nombre, el de soltera. Era rusa, oriunda de San Petersburgo. Es una mujer marcada por la pérdida, por el exilio, el desarraigo. Debido a la Revolución Rusa, en 1917, su familia cae en desgracia, su padre desaparece, su marido, que era militar, es asesinado por los bolcheviques… Para salvar su vida, debe huir a París, Francia, junto a su madre, como muchísimos de sus compatriotas. Allí conocerá la pobreza, la miseria, la vulnerabilidad. Eso la hará ver la vida, de otra manera más realista, más pragmática. 

A diferencia de otras protagonistas de las novelas de Pérez-Reverte, como Liana Taillefer de El Club Dumas, Macarena Bruner de La piel del tambor, Margot Dancenis de Hombres Buenos, Angélica de Alquézar de la saga Alatriste, Olvido Ferrara de El pintor de batallas, Mecha Inzunza de El tango de la Guardia Vieja y Yunuén Laredo de Revolución (2022), Lena Mensikov, no era una mujer de clase alta por nacimiento. En ése sentido, está más emparentada con personajes como Elena Arbués, Teresa Mendoza, Eva Neretva, que con las "señoras bien" de la narrativa del autor español. Su padre era comerciante, pero Helena no era rica o adinerada, cuando matan a su primer marido, y se exilia en Francia, debe trabajar para mantenerse. 


Tal vez, por eso, a pesar de estar casada con un aristócrata venido a menos, un hombre que alguna vez tuvo mucho dinero, no es materialista, superficial y arrogante, no es una mujer que alardea de su estatus y posición social. No es una señora elitista con ínfulas de "baronesa" rica y adinerada, porque no siempre lo fue. Es parte de la nobleza, por matrimonio, no por origen socioeconómico y eso siempre deja una marca, una huella. Como cuando se burla de su esposo y le dice que lamenta tanto que "su época se termine" porque los que antes le servían la mesa, ya no lo harán más. 

Fíjense que ella se molesta y se enfada cuando Miguel Jordán la llama “baronesa”: “No sea ridículo, no vuelva a llamarme así. Mi nombre es Lena”, le dice, incómoda. Sabe que el dinero va y viene, que un día uno lo tiene y otro, no. Que el mundo puede tambalearse de un día para el otro -como le sucedió a ella en la Revolución Rusa- y que no hay certezas absolutas. Ella experimentó en carne propia la exclusión, la pobreza y el exilio, lo que la hizo más lúcida, más fuerte, más realista.

Lo que más me gustó de éste personaje femenino, es el nombre. Griego, antiguo, significativo. En una entrevista con el periodista argentino Hugo Alconada Mon, Pérez-Reverte confesó que la elección de los nombres de los protagonistas de sus novelas, nunca es casual. Helena con H, se llama. Como Helena de Troya, de la Ilíada de Homero, a quien su esposo menciona, cuando le advierte a Jordán sobre la tentación que su cónyuge implica. 

El propio Katelios, describe a Lena como una mujer de belleza fría, aristocrática -perfecta- casi trágica, también oscura y turbia, lo cual, lo excita muchísimo sexualmente. Helena de Esparta era una mujer tan bella, tan hermosa, que provocó una guerra que duró diez años, se derramó mucha sangre griega, troyana -y de otras nacionalidades- por su causa. No es casualidad que el autor español bautizara así a la “mujer dormida” de Gynaíka.

La canoa automóvil Chris-Craft de Lena Katelios, con la que viaja a Syros. Imagínense una de los años '30 y con bandera griega... 


¿Qué opina de ella su esposo, el barón Katelios, el hombre que más la conoce? Que, por un lado, Lena convertía a los hombres en espectadores de su persona. Las mujeres le tenían celos y los hombres, lo envidiaban a él cuando ingresaban juntos en un restaurante,  un casino o  un hotel cinco estrellas, decía que ella pisaba esos lugares como si hubiera nacido para estar allí, como si ese espacio le perteneciera. Curioso, considerando que, en sus orígenes, no era una mujer de clase alta, ni una aristócrata, sino una joven rusa exiliada, una sobreviviente cuya vida no fue fácil ni bonita. 

Tanto el marino Jordán y Pantelis Katelios describen su elegancia a la hora de caminar, su aplomo, a pesar de que prefiere utilizar ropa informal y no vestirse como la mujer rica y adinerada que alguna vez fue. “La mujer que obedece a la moda, es vulgar”, le dijo a su esposo.

La suya, no era una belleza cálida ni mediterránea. La nacionalidad de este personaje femenino es una elección perfecta, magnífica, más que acertada, de parte de su autor. Una española, francesa o italiana, una mujer latina -europea, me refiero- jamás hubiera tenido la personalidad de la baronesa Katelios, me refiero a la frialdad, la crueldad y el autocontrol que demuestra para dialogar con los demás personajes. Esto es propio de mujeres de pueblos más fríos, nevados y crudos, de Europa

Lena Mensikov, ya sea en su comportamiento y aspecto físico, de mediterránea, no tiene nada. Es alta, delgada, de un rostro con pómulos altos, boca grande y delineada, dedos largos, pecho escaso -casi de muchacha-, flexible, bronceada por el sol griego (pero seguro que, como toda rusa, era bien pálida). 

Respecto al nombre, reitero, me parece adecuado a la idiosincrasia de ésta heroína revertiana, porque llamarla María, Macarena, Juanita, Leticia, Isabel… hubiera sido un error garrafal. Reverte eligió un nombre griego, para una novela ambientada en Grecia. Bien hecho, Arturo. Porque para rendirle homenaje a sus adorados mediterráneos, ya tenemos al capitán Kyriazis, a su piloto griego Eleonas, al barón Katelios, a los espías Pepe Ordovás y Salvador Loncar…  Un poco de contraste, no viene mal.


Los silencios y las miradas de Lena


Cuando reseñé ésta novela en Goodreads -si ven a alguien que le gusta mucho la pintura de Gustav Klimt, me encontrarán con facilidad allí-, comentaba que desde Teresa Mendoza y Olvido Ferrara, no me encontraba con una protagonista femenina en las novelas de Pérez-Reverte que estuviera tan bien construida a nivel psicológico, que fuera tan contundente, memorable y profunda. Con ésta afirmación, no estoy diciendo que el resto de sus heroínas revertianas sean inferiores y tengan menos valor, al contrario, sino que el autor no se detenía tanto en desarrollar las características y la personalidad de las mismas, sino que se centraba más en la acción, como en la trilogía de Falcó o en Hombres Buenos. No tenían tanto peso en las historias de sus novelas. O tal vez, eran mujeres más sencillas, más simples. Cuando uno lee novelas como La Reina del Sur, El pintor de batallas y La isla de la Mujer Dormida, si no supiera que sus protagonistas femeninas son una creación literaria, pensaría que están inspiradas en mujeres reales.


Todavía los lectores le preguntan a Pérez-Reverte quién fue la fémina en la que se basó para crear a Olvido Ferrara. Algunos dicen que físicamente es igual que Corinne Dufka y que ella y Catherine Leroy -ambas eran corresponsales de guerra, periodistas- fueron la inspiración principal para crear a éste personaje, a ésta fotógrafa italiana que viajaba con Andrés Faulques por la “geografía de la catástrofe”. Yo también, hasta el día de hoy, me preguntó en quién se basó el autor español para crear a Olvido.

Lena Katelios, a pesar de la parte de la aventura de la novela, tiene un gran peso en la historia, por eso algunas lectoras quedaron disconformes con que no se sepa que ocurrió con ella, al final. Reverte le dio un final abierto a éste personaje, supongo que para que cada lector, tenga la libertad de imaginar lo que sucedió con ella.

Algunos periodistas que reseñaron éste libro, opinan que Lena  es el personaje más logrado de la novela. Me encanta cómo Pérez-Reverte construyó, de manera minuciosa y detallista a la baronesa Katelios, cómo abordó diferentes facetas de su personalidad. Por ejemplo, cuando el barón Katelios afirma que a su esposa no se la podía descifrar mediante las palabras que decía, que sus silencios y miradas eran la clave para comprenderla. Además, comenta que ella tenía una sonrisa lenta, insolente y cruel, que había adquirido con los años, por su culpa.


Silenciosa como solía, seguramente, pues lo contrario en ella no significaba gran cosa. No era ahí donde se la podía descifrar. En realidad, ninguna de las mujeres que había conocido en su vida manejaba lo tácito como Lena; y en los últimos años él se había especializado en lo que ella no decía: en escuchar lo que ocultaban sus palabras y desvelaban sus silencios. En estudiar con interés casi científico el oscuro instinto de hacer daño que acometía a muchas mujeres que amaban o habían amado.” (2024; pág. 179)


El autor utiliza al barón Katelios para que el lector conozca cómo era la protagonista en su juventud, cuando lo conoció a él, era inocente, lo seguía como una niña y reía, él la hacía reír. Pero ella, luego de estar casada un par de años con Katelios, cambia porque él le es infiel con otras mujeres:




"Lena sabía sonreír de un modo concreto, como si insultara. Torciendo la boca a un lado, breve, serena, gélidamente cruel. También ahora. Y no sé dónde aprendió a hacerlo así, pensó de nuevo él. Pero lo hace. (...)


Quizás aprendió conmigo, pensó desolado Katelios. O tal vez ya sonreía de ese modo y sólo llegó a olvidarlo durante un tiempo, al principio de nosotros, hasta que yo le devolví la manera de hacerlo. Le afilé el gesto con el fracaso de curar sus heridas y las mías. Cada cual a solas con los propios estragos, al fin y a cabo. Con los particulares fantasmas."



(2024,pág. 119 y 120).

En mi opinión, Lena, tal como reflexiona su esposo, no siempre fue así: una mujer dura, cruel y vengativa. En su juventud, a pesar de los infortunios del exilio y la pobreza, reía, era feliz. Pero la crueldad, el egoísmo, el engaño y la indiferencia del barón, terminaron haciendo mella en su carácter. Perdió la inocencia, la alegría de la juventud. Ella creía que Pantelis, era su héroe, porque estaba enamorada de él y no le veía ningún defecto. Esto es lo que nos sucede a todas las mujeres cuando nos enamoramos de un hombre (o viceversa). Conocemos a un hombre, lo idealizamos, lo convertimos en nuestro "héroe" -en nuestro Mr. Darcy, Lord Jim o cómo sea nuestro héroe literario o del cine- y después, les empezamos a ver los defectos. Las sombras, las partes oscuras, desagradables. 

Gabriel Rolón, un famoso psicólogo y escritor argentino -los argentinos somos unos obsesivos de la psicología y de Freud, lo que sé que no ocurre en otros países-, afirma en su libro "Encuentros, el lado B del amor" (Planeta, 2012) que el enamoramiento duda dos años, más o menos y que una pareja solamente sobrevive si ambos, aceptan al otro con sus defectos, con su lado no tan luminoso. Para Rolón, se puede confirmar que una pareja se ama si se sobrevive a éste período crítico, luego de dos, tres, o cuatro años de iniciar un noviazgo. Si a pesar de lo que no nos gusta o no nos parece tan simpático del otro, de la persona que queremos, lo aceptamos con todas sus imperfecciones y decidimos continuar con él, porque creemos que ese alguien mejora nuestra vida, que vale la pena tenerlo a nuestro lado.

En el caso de Lena Katelios, se casa enamorada
, pero su esposo, no la quería de la misma manera, no era recíproco, por eso su matrimonio no funciona. Entonces, para poder estar al lado de barón, ella se adapta a su modo de vida, renuncia a su trabajo, a su independencia, por amor. No se casó por dinero, aunque él tenía mucho en aquel entonces, sino, porque amaba a su marido. Él era su héroe y hubiera hecho lo que fuera por él. Pero Pantelis, la decepciona. "El hombre nunca está a la altura de la mirada de la mujer", dijo Pérez-Reverte, hace poco, en una de las tantas entrevistas que le hicieron para promocionar ésta novela. 

Por eso, cuando almuerza con Miguel Jordán en una taberna de Syros, brinda por "todo lo que no he sido", por la vida que no pudo tener. Lena, era una prisionera en Gynaíka, la isla desierta donde el barón Katelios "los sepultó a los dos", le confiesa con amargura, al marino español. No tenía amigas, no tenía familia, estaba sola. De ser una mujer joven alegre, independiente, inocente,  gracias a su esposo, se convirtió en una mujer repleta de amargura, infelicidad y dolor. Ella le dio todo, le dio su corazón y él se lo hizo pedazos. 

Lena Katelios es una mujer derrotada porque su vida es un infierno, no tiene retaguardia, no hay lugar donde pueda refugiarse, si bien las drogas y el sexo ocasional en Syros son un intento por tapar el vacío, no lo consigue. Perdió y es consciente de su derrota. Está demasiado cansada para correr, no puede escapar a su destino. Se equivocó al elegir marido -aunque en realidad, él la eligió a ella-, al embaucarse con el seductor y mujeriego Pantelis Katelios. Para ella, ya no hay vuelta atrás. 

Como bien dijo el autor del libro, Lena es una mujer fuerte, un soldado perdido en territorio enemigo. Camina bajo un cielo sin dioses, en un mundo con reglas hechas por hombres. Está destruida, está herida, destrozada... para ella, ya no hay esperanza posible: 


"De improviso el rostro de la mujer parecía tenso y duro, casi cruel. Alzó una mano mostrándole la palma, con su intrincada trama de líneas de vida y destino.


—Un día moriremos—añadió en tono muy bajo—. Moriré yo, morirás tú... No podemos permitirnos malgastar lo que nos queda. (...)
—Sé lo que me queda a mí....
Se detuvo un momento. De pronto su expresión era de inseguridad y de derrota, y eso sorprendió a Jordán, por inesperado. Pero sólo duró un par de segundos.
—Ojalá una muerte que envidien los dioses— concluyó ella con una sonrisa yerma y dura.


Esa pausa, brevísima, fue el único momento vulnerable que pudo advertir Jordán: un atisbo de fragilidad súbita, semejante a un escalofrío, que le hizo adivinar más cosas sobre la mujer que tenía ante sí que en todos los encuentros anteriores. Pensó en las cigüeñas que a veces caían sobre la cubierta de los barcos ante la costa de África, exhaustas y moribundas, sin que nada pudiera hacerse por salvarlas." (2024; pág. 285 y 286)



La sensación que me quedó tras terminar el libro, es que ella, termina despreciando a los hombres porque la lastimaron, decepcionaron y abandonaron. Hasta su adorado capitán Mihalis, a quien maldice porque ni siquiera es capaz de ser honesto con ella y decirle: "Te amo", aunque lo de ellos, sea un amor imposible. Pérez-Reverte, cuando le preguntaron sobre esto, dice que "más que una historia de amor, es una historia de sexo". Todas las lectoras mujeres que leyeron el libro, lo están contradiciendo, se lo refutaron. Y yo, también lo voy a hacer. 

Sí, a Lena le atrae Miguel Jordán por su físico, porque se parece a Lord Jim, es masculino, varonil, agradable... Pero no sólo es un instrumento para vengarse de su esposo, sino que ésta vez, se enamora de él. Por eso lo abraza cuando sale del mar, en Syros, desnuda, toda mojada, indefensa y le confiesa que teme que él se vaya, que teme perderlo, porque la hizo feliz, a su manera. Porque volvió a hacerla sentir viva, cuando ella era una "mujer muerta". La parte en la que ella lo besa, que la voy a citar más adelante, demuestra que no era sólo sexo, sino que ella lo quiere, lo admira y lo ama. Jordán es todo lo que no es su marido. Hace poco, el escritor y  periodista argentino Jorge Fernández Díaz -a quien ya reseñé en éste blog- hizo una observación agudísima sobre Miguel Jordán y el barón Katelios: que caen en la cuenta de que están enamorados de Lena, cuando la pierden. Recién en ése momento, asumen y admiten que la aman. ¿Irónico y terrible, no? 


El autor, en ésta escena, sí logró capturar la esencia de su protagonista femenina, porque efectivamente, los besos de ella hacia el capitán Mihalis son largos, exigentes, le rodea las caderas con sus piernas de manera casi violenta, es desaforada, apasionada y exigente en el sexo, en parte, por la vida que tuvo. Una mujer con un pasado trágico y doloroso como el de ella, le teme al dolor, al abandono, a la soledad, sabe que lo bueno puede desvanecerse rápido, comprende que existe el fracaso, porque ella misma lo experimentó en su matrimonio y tal vez por eso quiere sacarle el máximo provecho a esos breves instantes de vida junto al marino: "Pero el paraíso eras tú dentro de mí, hace un rato, arriba en la casa... Esto se limita a prolongarlo, a retrasar un despertar en el que sólo quieres estar en silencio. Cuando, agotado el efecto, te sientes sola y un poco enferma." (2024, pág. 300), le dice a Jordán. El barón Katelios, arruinó su vida. La mató, literalmente, de manera simbólica. Aunque él, al final, se redime, paga su culpa, porque "cargaba con sus propios fantasmas", como le confiesa al capitán a cargo de la Lykaina


Respecto a éste personaje, el barón, Pérez-Reverte lo construyó muy bien. Representa al aristócrata decadente, al mujeriego empedernido, todas las mujeres conocimos a un hombre así alguna vez: ya sea un compañero de colegio, de trabajo, un amigo, un familiar, un novio.... Es el Mr. Wickham, el don Juan Tenorio, el seductor por excelencia...

Rico, miembro de la nobleza, estaba acostumbrado a comprar mujeres con su fortuna, a acostarse con prostitutas de lujo, con mujeres vulgares que solamente iban detrás de su dinero. Era el mejor postor y por eso, ellas se le acercaban. Lena lo recuerda como un hombre guapo, poderoso, atractivo, de mundo, un eficaz seductor, lo define ella. 

El barón Katelios, como le cuestiona Jordán en la cala de levante, estaba fascinado por Lena, pero no la amaba. Él usaba a las mujeres para el sexo y cuando se cansaba de ellas, las traicionaba y las abandonaba, o de manera inconsciente, hacía lo imposible para que ellas, lo dejen. Ellas para él, son trofeos: mientras más amantes tiene, más machote, más viril,  se siente. Creo que éste personaje, tiene esa actitud debido a tres posibilidades. La primera, es que es un mujeriego empedernido porque en el fondo, tiene una “autoestima débil”, una profunda inseguridad respecto a sí mismo. La segunda, es que Katelios sufre de lo que Jacques Lacan definió como “pulsión desregulada”, es decir, tapar el vacío existencial, el malestar, con el sexo compulsivo o la tercera alternativa, es que el barón griego era un machista y un misógino incapaz de respetar al sexo femenino, que las ve a ellas como a un simple pedazo de carne que lo hacen sentirse más poderoso, más bello, más atractivo. Al menos, al principio de su matrimonio con Lena, era incapaz de amar a una mujer, porque solamente, se amaba a sí mismo. Lo que yo llamo un narcisista de manual. El Mr.Wickham creado por Jane Austen (en cuanto a lo seductor y mujeriego) también podría representar a éste tipo de hombre, aunque, con algunas variaciones, por supuesto.

Que quede claro algo: no estoy juzgando la moralidad del personaje, del barón Katelios, sino que estoy analizando e intentando comprender sus motivaciones, porqué actúa como lo hace. Reconozco a éste tipo de hombre, todas las mujeres, alguna vez conocimos a un Katelios. O tal vez, padecimos los estragos que un hombre como éste aristócrata griego de ficción, nos ocasionó en nuestras vidas y en nuestros corazones. 


Por eso, Lena, harta de las infidelidades de su marido, se niega a acostarse con él y se venga, yéndose a la cama con un hombre hermoso y atractivo. Su esposo fue egoísta, cruel, desleal y por eso, ella se desquita, aunque la venganza no solucione nada, pero como es una Milady del siglo XX derrotada, no va a morir sin antes, hacerlo sangrar un poco, lo va a lastimar, para que sienta un poco del dolor y el horror que le tocó padecer por su culpa. Helena le va a dar un poco de su propia medicina al barón, acostándose con Miguel Jordán, le va a demostrar que puede levantarse a otro hombre, que otros pueden desearla, que ella también puede ser infiel, que él, es decepcionante, que el marino español sí es un hombre de verdad, no como él. Lo va a humillar en su orgullo masculino. Sin embargo, el barón, siente remordimientos por el daño que le causó a su esposa, y por ese motivo, a falta de un sacerdote, va a "confesarle sus pecados" a Miguel Jordán, el amante de Lena:

"—Tardé un tiempo en amarla, y ése fue mi error. Llegué cuando se iba. (...) 

Con toda naturalidad respondió el barón que Lena había cambiado muchísimo. Cuando él la conoció era una mujer con pasado, pero a pesar de eso y del trabajo de maniquí en París conservaba cierto candor: una insólita inocencia que combinada con su elegancia natural, le había parecido fascinante. Pasaba fácilmente del recelo a una confianza casi ingenua, como la de un muchacho. Y era única. Katelios había visto enmudecer a la clientela de los más refinados hoteles, casinos y restaurantes de Europa cuando la veían entrar. 

—Las mujeres la miraban a ella con celos, y los hombres, a mí con envidia. "

(2024; pág.272)



La “mujer dormida”  despierta y le va a pasar factura a su marido, quien sufre, imaginándola en brazos del masculino, fuerte y varonil capitán Mihalis. Katelios se enfurece cuando se da cuenta de que su mujer se enamora del corsario español. Lo peor que le podía pasar era que su esposa admirara a otro hombre que no era él. No hay castigo más grande para un hombre orgulloso como ése, que no ser el “héroe” para su cónyuge. En la escena en la que ambos hombres, -Jordán y el barón- dialogan en la cala de levante, una escena magnífica, de las más memorables de la novela, el marino le dice al aristócrata griego que Lena cayó en la adicción a las drogas, quizás, porque él, Katelios, tardó en amarla:


"Sí, es posible—se limitó a responder—. ¿Sabe qué me dijo en cierta ocasión, cuando era demasiado tarde para todo?... Te creía un héroe, pero ahora comprendo que fue mi imaginación la que te construyó: sin lo que yo imaginé, no eres nada. 
Eso fue lo que ella me dijo—concluyó.
Sabe apuñalar— dijo Jordán, ecuánime.
—Sí, todas saben. Y el rencor y el desprecio son más peligrosos cuando los ejercen mujeres inteligentes."

(2024; pág. 274) 



Tal vez por eso me enojé tanto leyendo la escena de las bofetadas a Jordán, porque en mi opinión, Lena Katelios, jamás le haría eso al hombre que ama. ¿Pegarle a ése bombón de cabello rubio y ojos azules, con ese aplomo de guerrero, de corsario marinero, que tenía unas manos grandes y fuertes y una sonrisa hermosa? ¡¿Pero en qué estabas pensando, Arturo, cuando escribiste eso?! ¿Por qué los hombres arreglan todo a las trompadas, a las bofetadas? A un hombre así, aunque sea un personaje de ficción, la protagonista se lo tiene que comer a besos, lo tiene que mimar, que acariciar… Reverte escribió el libro, pero las lectoras -sobre todo, las mujeres- tenemos derecho a quejarnos de esto. No, darle cachetazos al hombre que te gusta, no es demostrar pasión. Esa, no es Lena Katelios. O no debería haberlo sido. 


La música: "Háblame de amor, dime otra vez cosas tiernas." 


Hay un aspecto que quisiera destacar de ésta nueva novela de Pérez-Reverte: la música. Desde "La Reina del Sur", que la protagonista femenina no era aficionada a éste lenguaje artístico. Sí, en "El tango de la Guardia Vieja" también era importante, pero porque el personaje de Mecha Inzunza lo bailaba, no porque fuera una fanática del tango, precisamente. El caso de Lena Katelios y de Teresa Mendoza, es distinto, no se ponían a bailar al escuchar música, sino que la escuchaban para disfrutarla, porque les traía recuerdos, porque de alguna manera, se identificaban con las canciones que oían. La "mexicana" escuchaba narcocorridos, a José Alfredo, cantautor de rancheras y música más tradicional de su país natal. En cambio, la baronesa, que vivía en los años '30 del siglo XX, oía a otro tipo de artistas: cantantes franceses e italianos. Ella había vivido en París cuando trabajaba como maniquí y allí conoció a esos artistas. 

La novela comienza con la protagonista escuchando la canción de Lucienne Boyer "Parlez-Moi d' Amour", recostada en un diván turco, en una habitación en penumbras. No conocía éste tema, de hecho yo no escucho música de Francia y mucho menos en ése idioma (el inglés es mi preferido para éste magnífico arte) pero me pareció muy bonito. Muy vintage. La señora tenía una voz dulce y tierna, media ronca, ideal para ambientar ésta primera escena de La isla de Mujer Dormida. 

A partir de oírla en su gramófono, Lena, recuerda su historia de amor con el marino mercante Miguel Jordán. Y al final de la novela, catorce años después de los hechos que se narran en todo el libro, él se mira los gemelos que ella le regaló, para que los use en su camisa y nunca se olvide de ella, y recuerda la letra de ésa canción francesa. Es que la música, para algunas personas como yo, que la amamos, a nivel literario y también en la vida funciona como la magdalena de Proust: te remonta a épocas pasadas, a recuerdos felices o no tan felices de nuestras vidas. "Háblame de amor" era la canción que escuchaban la baronesa y su amado capitán Mihalis en su casa de Syros, cuando hacían el amor. Por más que pasaran los años, siempre les recordará a ellos la relación que tuvieron. 

Me pareció un detalle muy lindo, muy efectivo, de parte del autor, incluir música en ésta novela. No es la primera vez que lo hace, y como pasaba con Teresa Mendoza y su amor por los narcocorridos y las rancheras, le otorga más personalidad, una identidad más definida, a su protagonista femenina. Una mujer que ama la música tiene una sensibilidad especial, para apreciar éste tipo de arte. Por más dura, cruel y vengativa que fuera Lena Katelios, tenía sentimientos, quería que un hombre la amara de verdad, que le "hablara de cosas tiernas". A pesar de estar muerta en vida, todavía era un ser humano y podía conmoverse, aunque sea, con una canción de amor. Porque la música tiene esa magia, ese poder. En medio del infierno, en medio del horror, puede ser un analgésico para el dolor. 



Palabras Finales... "¿Valieron la pena el año y medio de trabajo y los viajes a Grecia?"


Arturo Pérez-Reverte, hace poco, twitteó que los lectores le dirían si valieron la pena el trabajo de año y medio y los viajes que hizo a Grecia para escribir el libro. Yo pienso que sí, que valieron muchísimo la pena, que se superó, escribió un libro mejor que el anterior y que se ganó bien el jornal. La isla de la Mujer Dormida es una magnífica novela de aventuras, el ritmo narrativo es ágil, fluido, las descripciones, precisas, certeras, los personajes, están bien construidos y delineados. Es una novela ambientada en la primera parte del siglo XX, pero el autor no abruma al lector con la documentación histórica, sino que está bien integrada en la estructura narrativa. Los diálogos entre Lena y su marido, o Lena y Miguel Jordán, son magníficos. Bobbie Beaumont y la baronesa Katelios, son de los personajes que más se destacan en éste aspecto. 


Amé
La isla de la Mujer Dormida, aunque eché de menos más escenas eróticas -por lo menos una más- y a pesar de echarle una buena bronca al autor por las “bofetadas al guapo marino español”, tengo que admitir que el resto de las escenas íntimas -que no son sólo el sexo- entre sus dos protagonistas, Jordán y Helena, son hermosas. De las mejores que escribió en toda su carrera como novelista. Pérez-Reverte volvió a indagar en la psicología femenina, con auténtica maestría, abordó y creó un personaje  muy complejo, intenso (potente y fuerte, dijo él al respecto) que logró cautivar a varios lectores. Lena Katelios es la mujer revertiana más contundente de su narrativa desde las protagonistas de La Reina del Sur y El pintor de batallas. La novela no sería lo mismo sin ella y la contraparte de su esposo, el barón griego. 

Para los que reclaman que “quieren más Alatristes” y que “la parte de este matrimonio, sobra” yo pienso que no, que ayuda a complejizar más el libro, de ahí a que algunos periodistas lo califiquen como “obra maestra”. Porque a nivel psicológico, Lena es más compleja que Elena Arbués, por ejemplo o que las tres mujeres de Revolución

Pérez-Reverte hizo algo nuevo en ésta novela: a su tópico de historias de guerras y de mar, creó a una protagonista femenina derrotada, que por ese motivo, es más dura, cruel y atormentada que otras creaciones suyas. Pero tampoco es una femme fatale o una villana de cartón, al contrario. A pesar de su “diamantina solidez”, como dice el barón, es vulnerable. Teme que su amante, Miguel Jordán, se vaya y la abandone. Es humana. Y eso, la hace tan memorable. Tal vez, yo no sea la lectora más ideal o experta para analizar al personaje de la baronesa, sólo comento lo que otros periodistas o lectores dijeron sobre ella. 

Creo que sí, que la novela valió muchísimo la pena y que se convirtió en una de mis favoritas del autor español. Eso sí, la releeré en cuanto me recupere un poco, porque el final, me dejó destruida. 

Yo me quedé con las ganas, de saber un poquito más de ella. Me imagino a Lena en una ciudad griega, alejada de las drogas, teniendo un poco de paz. Escuchando a Lucienne Boyer en su gramófono y recordando a ése hombre hermoso y guapo, que la hizo sentirse viva, aunque sea, por unos meses. Y teniendo otros amantes, pero nunca, se va a olvidar de ése corsario español de manos grandes y fuertes  que le hacía el amor con violencia, casi con desesperación. Porque era un hombre bueno, a pesar de su torpeza. Era un hombre valiente. 

"La isla de la Mujer Dormida"
me pareció una novela de una calidad enorme y valió todo el dinero que invertí en ella. Éste libro me conmovió tanto que mientras lo leía, iban variando mis sensaciones según los capítulos. Si bien me enojé un poco por la escena que no me gustó, el resto, me cautivó muchísimo y disfruté de verdad leyendo ésta novela. Y a pesar de las "bofetadas al precioso corsario mitad español y griego", si pudiera, le daría un abrazo tan fuerte a Pérez-Reverte hasta, reitero, dejarlo un poco estrujado. ¿Saben por qué? Porque el señor, a sus 73 años y con la vida "económicamente resuelta", como le dijo al youtuber Jordi Wild, ya no tiene la necesidad de escribir libros, como un trabajo. Lo hace porque le gusta, porque le permite "jugar", vivir otras vidas, lo hace feliz. Y nos hace felices a los millones de lectores que lo leemos en cuarenta idiomas diferentes. Le lleva un año y medio escribir un libro, que nosotros, leemos en sólo tres días. 

Más allá de la parte de la aventura, que es emocionante y súper entretenida, me fascinó -otra vez- el talento y la capacidad de Pérez-Reverte como autor para crear un personaje tan sufrido, tan lastimado, tan frágil y a la vez tan fuerte, como Lena Katelios. Otra vez, como hizo con Teresa Mendoza, Olvido Ferrara, entre otras, logró ponerse en la piel de una mujer y que su protagonista, sea verosímil, gris, ambigua. Pero que en éste caso, no va a triunfar, sino, que la suya es una guerra, una batalla perdida. Más allá de Miguel Jordán y sus corsarios, el alma de la novela, el corazón, es Lena, la mujer dormida. Qué título más idóneo, más perfecto, para éste libro. 

Como me pasó con otros libros de éste autor español, para sacarle todo el provecho posible, amerita más relecturas. Pero lo haré, cuando me recupere un poco, porque ése final, me rompió el corazón. Lo único que me queda es decir "gracias" al autor, por haber escrito una novela tan hermosa y dolorosa, a la vez. 

Espero que Reverte nos dé el gusto a los lectores argentinos de venir a presentarla a la Feria del Libro de Buenos Aires del 2025, porque yo quiero La isla de la Mujer Dormida autografiada. Aunque tengo un problema: me encantaría que el autor me firmara El italiano, El pintor de batallas, algún Alatriste, La tabla de Flandes, El maestro de esgrima, Territorio Comanche,  (que ni se consiguen en Argentina, encima), Revolución… Pero no se puede. Es sólo un libro por persona. 😭 Y cuando uno de tus escritores preferidos tiene tantos libros buenos, es muy difícil elegir el que querés que te dedique. 

Espero que Reverte no le venda a cualquiera los derechos de autor de ésta novela para que la adapten al cine o a una serie de televisión (Arturo, a la HBO sí, a los de Antena 3, Amazon Prime o canales similares para que te la destrocen... ¡No, por favor, te lo suplico!). Cada vez que veo que en España le adaptan uno de sus libros, tiemblo. Las únicas adaptaciones de novelas suyas que sí me gustaron y que creo que valen la pena (de las que he visto) son El maestro de esgrima -la mejor de todas ,Territorio Comanche, Alatriste (la de Viggo Mortensen), la serie mexicana La Reina del Sur -magnífica Kate del Castillo como Teresa- y La novena puerta, de Polanski, que a pesar del final, no está tan mal. 

A los productores mexicanos que están preparando la adaptación de Revolución, les tengo fe, lo mismo a la futura serie o película de El italiano, porque, justamente, la van a producir, italianos. Pero mi mayor temor es que con La isla de la Mujer Dormida hagan lo mismo que con La carta esférica, que en la película/serie contraten a una actriz que no se parezca en nada físicamente al personaje femenino principal del libro. Si Tánger Soto era rubia de ojos azules... ¿Qué costaba buscar una actriz así? O lo que hicieron con la serie de Alatriste, que contrataron a una chica rusa para el papel de María de Castro. O sea, un absoluto desastre. 


No quiero ver a una Lena Katelios que no tenga nada que ver con la del libro
(como la que aparece en un video un short en YouTube 😑, la mujer parece Macarena Bruner, no Lena). Voy a poner el grito en el cielo si contratan a una actriz que no da la talla con ése personaje - y que no se parezca físicamente a ella-. O sino, a un Miguel Jordán que no sea como el de la novela -no vale poner en el casting a Mario Casas, por ejemplo-. O eligen a un rubio con aspecto de nórdico para el papel del capitán Mihalis o mejor, no adapten nada. 😑

O sino, mi otro temor respecto a una posible adaptación de La isla de la Mujer Dormida es que el guion sea mediocre, malo y que no la adapten como corresponde (Ejem... La tabla de Flandes, Jim McBride). Creo que la única serie española, la única adaptación fidedigna de un libro que vi de verdadera calidad fue El tiempo entre costuras, de María Dueñas. 

Si Pérez-Reverte le vende los derechos de éste libro a cualquiera, les juro, que me voy a convertir en fantasma y literalmente "le voy a tirar de las patas"  -de las piernas, significa- por las noches, para asustarlo. 😂En Argentina, usamos esta frase popular, para hablar de un muerto al que no se le cumple su última voluntad, y que éste, para "vengarse", se le aparece por las noches al vivo que lo contrarió mientras  está durmiendo, y lo agarra de las piernas, arrastrándolo fuera de la cama, para causarle terror y miedo (¡Que quede claro que estoy bromeando, no quiero lectores ofendidos, por el amor de Dios! 😂) .

Por último, voy a terminar la reseña con los dos fragmentos que más me gustaron de La isla de la Mujer Dormida, en los que creo que Pérez-Reverte realmente mostró y capturó la verdadera esencia de su protagonista femenina, dos escenas magníficas que hacen tan única a Lena Katelios, tan distinta de sus otras creaciones anteriores: 



"Al llegar a su altura, él todavía en el primer peldaño y ella en el rellano superior, inclinó el rostro hacia él y lo besó en la boca. Fue un beso insólito que lo cogió por sorpresa: diferente, prolongado, tierno. Se habían besado interminables veces durante las últimas tres horas, pero ella nunca lo hizo de ese modo. Llegó a pensar Jordán que la intimidad con una mujer como aquélla se parecía a enfrentarse con un temporal del oeste: ponía a prueba el valor y el temple de un hombre, la fibra de la que podía o no, estar dotado. Habían sido hasta entonces los de Lena unos besos largos, duros, de una intensidad feroz, tan exigentes y obstinados que, mientras luchaba por seguir sereno y dueño de sí—nada fácil, en esas circunstancias, mantener su control y el de aquel cuerpo delgado y flexible violentamente ajustado al suyo—, él los había sostenido y devuelto casi con cautela, consciente de que era arrastrado a un lugar peligroso y oscuro del que no estaba seguro de salir indemne. Un lugar donde ella había estado antes y que se parecía mucho a una enfermedad, un dolor, una atroz desesperanza.

Por eso lo conmovió la repentina ternura de aquel beso imprevisto. La miró con tranquilo asombro y ella se dio cuenta: sonrió apenas y movió la cabeza como si respondiese a una pregunta.


Eres un buen hombre, capitán Mihalis.


Eso fue todo. Después lo tomó de la mano, cual si fuera un niño y no un marino de treinta y cuatro años, y un metro ochenta y nueve centímetros de estatura, y lo condujo escaleras abajo."

(Pérez-Reverte, 2024; pág. 295)

 

"Se acercó él al borde de la plataforma y vio cómo Lena, o su sombra, descendía por la escala para desaparecer de la vista. No brotó sonido alguno de la calma absoluta que  reinaba en el agua, cual si la mujer se hubiera desvanecido allí. Escudriñó la negrura, vagamente inquieto, y ya estaba pensando en la absurda posibilidad de lanzarse al mar para buscarla cuando escuchó un suave rumor bajo la escala. Emergió entonces, silueteada en el cielo, y el cuerpo desnudo y  mojado fue a refugiarse en el de Jordán. Tiritaba temblorosa, agitada, buscando los labios del hombre con los suyos, húmedos de sal.
—¿Tienes frío?—preguntó él. 
—No, no... Tengo miedo.
Se sorprendió Jordán. 
—¿A qué?
A cuando te hayas ido y esto se borre de mi memoria.
Presionó contra él su cuerpo goteante y Jordán, mojada la ropa, la acogió entre los brazos, estrechándola muy fuerte. 

—Maldito seas, capitán Mihalis—susurró ella de pronto. 

Tardó él un momento en comprender.
—Sí—dijo al fin.

Alzó el rostro para contemplar la bóveda celeste, que parecía haber descendido para instalarse en torno a los dos y su abrazo, envolviéndolos hasta el final de los tiempos. Como si estuvieran solos en la última noche del mundo."

(2024. Pág. 307- 308) 


Al releer y transcribir éstos fragmentos, respecto a Pérez-Reverte, voy a darle la razón a un lector de la revista Zenda, que, en los comentarios del artículo "La mujer y los dos gladiadores" escrito por el autor español,  dijo: "En el fondo, Arturo, eres un romántico". Y también, opino igual que el periodista Gervasio Sánchez, cuando afirmó que su amigo, el autor de "La isla de la Mujer Dormida", era un "osito de peluche", tierno y dulce, a pesar de la fama de duro, peleador, polémico y "gamberro" que tiene. Sólo me queda, como lectora, decir "gracias" a Pérez-Reverte por haber escrito una novela tan hermosa, cruda y dolorosa. Otra novela más, que entra dentro de mis favoritas de éste escritor español.

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