Elena Greco y el precio de la maternidad
Una reflexión acerca de la última temporada de la serie "My Brilliant Friend" (Saverio Constanzo, 2024), basada en la saga "Dos amigas" de la napolitana Elena Ferrante
"Lucía creía que éste instinto caníbal encerraba una verdad práctica con respecto a su progenitor, una metáfora ajustada de su talante. A ella misma, por ejemplo, su padre se la había comido viva durante muchos años; y su madre estaba aun medio masticada y con señales de dientes en el cuerpo.
La madre de Lucía había sido hermosísima, histérica, cobarde. Era mejor actriz que su marido, pero una educación machista, un ambiente retrógrado y su natural debilidad habían hecho que claudicara en sus aspiraciones y que se sometiera a un destino mediocre. No aceptó oportunidades profesionales importantes para no menoscabar a su marido; y aguantó que el Padre-Caníbal anduviera con estas y con aquellas, incluso que desapareciera durante meses con las de más allá, con tal de mantener la unión de la familia. Una familia que, por otra parte, había terminado convirtiéndose en una cárcel para ella:
-No tengas hijos, nena -solía decirle la madre de Lucía cuando ésta tenía sólo seis o siete años.
-No tengas hijos nunca, cariño: por tenerte yo a ti es por lo que no me he separado de tu padre y ya ves qué vida me está dando- le repetía años después, cuando Lucía andaba cumpliendo los catorce. (...)
Montero, Rosa. (Espasa, 2007). Pág. 115. La hija del caníbal.
Rosa Montero es de esas escritoras con tanto talento, que hasta de una novela irregular, menor en su bibliografía, como para mí lo es La hija del caníbal, podemos rescatar un par de citas que valen la pena. Comienzo la reseña con éste fragmento porque me recuerda muchísimo a la situación que vive Elena Greco, el personaje de Elena Ferrante, en la cuarta y última temporada de la serie italiana "La amiga estupenda", producida por la RAI y HBO. La temporada cuatro está basada en la última novela de la saga "Dos amigas", que se titula "La niña perdida". La estoy viendo en la actualidad y como leí todos los libros de la historia de Lila y Lenú -que ya reseñé en éste blog- a principio de año y amé la prosa de Elena Ferrante, sentí la necesidad de compartirles mis impresiones al respecto.
Porque "La niña perdida" aborda un tema que como mujer que comenzó la treintena me interpela y mucho: la maternidad. El precio elevado que nosotras, las mujeres, pagamos por ella. Cómo define y limita nuestras vidas, como profesionales, trabajadoras y seres humanos. Dejamos de ser solamente nosotras y nos convertimos en cuidadoras. Porque los padres, los hombres, pueden estar presentes o no en la crianza, pero nosotras, somos las que nos llevamos la parte más pesada, siempre. La mayor responsabilidad cuando traemos un hijo al mundo. Pero hablaré de esto más adelante.
Lila y Lenú, las eternas amigas: la femme fatale y la profesora de Literatura, la futura escritora
Vamos a centrarnos en lo que me interesa: en Elena Greco, Lenú, la protagonista y narradora de "La amiga estupenda", cuya historia comienza en la década de 1960. La chica napolitana de origen humilde, pobre, que gracias a la perseverancia de su maestra, la señora Oliviero, logró salir de su peligroso y violento barrio, estudiar en la escuela secundaria, luego en el bachillerato de Nápoles y más adelante, graduarse como Licenciada en Literatura o Letras en la Universidad de Pisa, algo que jamás habría soñado en su más tierna infancia, cuando leía "Mujercitas" -el único libro que tenía- de Louisa May Alcott con su amiga Lila.
Sobre todo, porque Lenú era una niña pobre, hija del conserje del ayuntamiento y de una ama de casa, que vivía en un edificio gris y lúgubre, en un barrio marginal en el que los maridos les pegaban a las esposas y a los hijos; abundaba la pobreza, la miseria de la posguerra, la ignorancia y la violencia, ejercida por los temibles Marcello y Michele Solara, los mafiosos, los chicos malos, los camorristas del barrio.
Nino es un personaje muy importante en la saga, porque será el causante de la rebelión de las dos amigas contra una institución sagrada del siglo XX: el matrimonio, especialmente, en un país católico y machista como lo era la Italia de la posguerra. Él encenderá la pasión, el deseo sexual y la transgresión en ambas protagonistas de la saga, provocando consecuencias catastróficas en sus vidas como mujeres adultas.
-----ALERTA: SPOILERS -----
Nino Sarratore, un latin lover o mejor dicho, el gigoló por excelencia
Nino es un superviviente, un personaje de lo más ambiguo y complejo, de los más logrados de toda la saga. Un hombre contradictorio. El primer matrimonio que el latin lover napolitano, delgado, moreno, con anteojos (o gafas) y rulos, romperá, es el de Lila y Stefano. Durante unas vacaciones en la isla de Ischia, Lila, con su cuñada y su amiga Lenú, se encuentra en la playa con Sarratore y Bruno, un amigo y colega suyo de la universidad. Todos tendrían 16 o 17 años.
Cuando terminan las vacaciones, la relación entre Lila y Sarratore continúa, hasta que ella reúne coraje, abandona a su esposo y se va a vivir a un cuartucho miserable con su amante. Pero el amor, el idilio, dura poco, tan sólo un par de meses. Nino quería estudiar en la universidad y la mujer, era un estorbo para él, para sus planes. Por la pasión que ella le provocaba, dejó a Nadia, su adinerada novia, la chica bien -lo cual es un triunfo para Lila, quien se venga del desprecio que le hizo la profesora Galiani cuando conoció su casa, en una fiesta- .
Pero a él, le molestaba que la joven fuera más inteligente que él y que encima, le corrigiera lo que escribía. La abandona y la deja sola, porque Nino, es incapaz de amar a alguien. Las mujeres son, para él, un instrumento para un fin: obtener placer sexual o beneficios económicos y laborales. Es un depredador, al igual que su odiado padre, al que no quiere parecerse, pero termina siendo casi idéntico. Un tipo sin ética, sin moral, que hará lo imposible para lograr sus objetivos: llegar lo más alto posible, no importa quien salga herido en el camino.
Lila, derrotada y abandonada, regresa con su marido, Stefano, al que un par de años más tarde y ya con un hijo pequeño, abandona, porque él seguía golpeándola. Carracci era tan violento y agresivo que ella temía por su vida y la de su hijo. Más tarde, formará pareja con Enzo Scanno, otro joven del barrio.
Elena Greco, seduciendo a los jóvenes de la high class en Pisa
Pietro, el prestigioso profesor y Elena, la "señora Airota"
Su cuñada, Mariarosa, uno de mis personajes preferidos de la saga - a quien va a querer como a una hermana, ya que es la que la introduce en el movimiento feminista y la va a ayudar a que traduzcan sus libros a otros idiomas- daba clases de Historia del Arte en la Universidad de Milán. Pero era una Airota, su padre Guido, era un académico reconocido, ya estaba insertado en la Academia. Mariarosa portaba apellido, pertenecía a una clase social y cultural más elevada y Elena, no era nadie. Entonces, nuestra protagonista napolitana aprende que en el elitista mundo académico, por mucho que se haya esforzado, hay códigos, hay reglas. Y que ella, era una anomalía, una forastera a la que aceptaron allí por mérito propio, pero que no la iban a dejar llegar muy lejos.
Y esto, lo he visto muchas veces en mi experiencia como estudiante universitaria. Compañeros desesperados, acomplejados y ambiciosos como Nino Sarratore, adulando a profesores porteños de clase media alta, por querer ser como ellos, cuando nosotros, los del conurbano, tendríamos que nacer de nuevo para ser parte de la élite cultural e intelectual argentina. Estos compañeros querían renegar de sus orígenes, de los cuáles se avergonzaban y ser los Pietro Airota y Mariarosa del cuento, quienes sus padres y abuelos, habían estudiado en la universidad y ese espacio, siempre les perteneció como algo natural.
En lo personal, yo no me avergüenzo. Soy más la Elena Greco de la historia, primera generación que pisa una facultad y se gradúa en ella y soy consciente de eso. Y estoy orgullosa porque logré algo que no pudieron ni mi madre ni mis abuelas y todo eso, se lo debo a la universidad pública argentina, a la que hay que cuidar y valorar, porque es algo que fomenta la igualdad, democratiza el conocimiento, la educación y la cultura.
El anhelado matrimonio que se convierte en la cárcel de Elena... Pietro Airota, también era machista. Un machista culto, pero machista al fin.
Pero resulta que, a pesar de su cultura y educación, Pietro no deja de ser un hombre del siglo XX y era machista, muy machista. No al estilo violento y brutal de los Solara o los Carracci, sino que a él lo vemos todo el tiempo encerrado en su escritorio escribiendo sus "papers", sus ponencias académicas, y a la pobre Elena, saturada, cansada y desesperada, lidiando sola con la crianza de dos niñas pequeñas. Cuidándolas, cocinando, limpiando la casa, lavando la ropa, atendiendo al marido... Siendo "una buena esposa". Su carrera como docente o escritora, fue aniquilada por su matrimonio y la maternidad. Su marido, era un tacaño que ni siquiera se ofrecía a pagarle una niñera para aligerarle la carga, para que ella tenga más tiempo libre y pueda escribir. Tiene que intervenir su suegra, Adele, para que el profesor contrate a una niñera y su esposa pueda tener un poco de paz, recuperarse un poco a sí misma.
Elena Ferrante, en lugar de glorificar la maternidad, nos muestra cómo termina arruinando la carrera profesional de la protagonista de su novela. Elena Greco también había estudiado en la universidad, se esforzó mucho para graduarse, le costó el triple que a su refinado marido -quien pertenecía a una clase social mucho más elevada que la de ella- y a pesar de todo eso, en lugar de poder trabajar de la carrera que tanto amaba, renuncia a todos sus sueños y se encuentra condenada a cambiar pañales, cocinar, lavar, ser la niñera de sus hijas y la mucama de Pietro las 24 horas del día, los 7 días de la semana...¿Cómo no iba a estar triste, frustrada, cansada, harta de ésa vida? Y encima, con un marido que ni siquiera sabía -ni le importaba- satisfacerla en el sexo, en la cama.
La napolitana rebelde: la escritora
Sarratore, el latin lover, es un personaje ambiguo. Machista, sinvergüenza, trepador, mujeriego -un "gato", diríamos en Argentina- , carece de ética y de moral, es ambicioso, un superviviente, un canalla. Pero también tiene su lado luminoso: es generoso y apasionado como amante (por eso Lila y Lenú, pierden la cabeza por él) y sabe percibir el potencial y el talento en los demás. Gracias a él y a su suegra Adele, Elena Greco escribe otro libro, un ensayo sobre feminismo y lo publica. Es un rotundo éxito, se traduce a otros idiomas y por lo tanto, retorna a su carrera como escritora, que la lleva a viajar a otros países a presentar sus libros y vuelve a insertarse en la escena literaria italiana.
Elena Greco, vuelve a sentirse viva y créanme, que a las mujeres nos gusta, nos encanta, que nos hagan sentir vivas. La pasión entre ella y Nino es tan fuerte, tan intensa, que ella abandona a su esposo y toda la tranquilidad y seguridad económica y social que él le otorgaba. Rompe su matrimonio y deja a sus hijas a la deriva -quienes se quedan dos o tres años a cargo de sus abuelos maternos, los Airota, en Turín-. Lenú paga un precio muy alto por seguir sus deseos y romper con las convenciones sociales de su época, en los años '60 y principios de los '70. Su madre, furiosa, le dice que es "una puta, una mujerzuela", la golpea y le espeta que no es más su hija. Defiende a su yerno, Pietro y la acusa de no valorar nada, de desperdiciar la oportunidad que tuvo de tener una vida mejor que la de ella: una casa, un esposo que era un buen hombre y unas hijas hermosas.
Adele, su suegra, también estaba enojada con su nuera. La desprecia porque Elena "estaba demasiado centrada en sí misma como para ocuparse de sus hijas" y no quiere que se lleve a las niñas a Nápoles, porque desconfía de su capacidad para criarlas sola. Le dice que confió en ella y que fue "deshonesta con su hijo". Una mujer infiel que abandona a sus hijos era lapidada por la sociedad italiana de mediados del siglo XX. Lo que Adele le cuestiona a la protagonista, es el dilema que enfrentamos las mujeres del siglo XXI: ¿Cómo combinamos el trabajo y la maternidad? ¿Cómo logramos un equilibrio entre ambos sin que nos destroce?
Lila, también se tomó muy mal la noticia del derrumbe del matrimonio de su amiga, porque Pietro Airota, siempre le cayó bien: " Eres una estúpida. Tú estudiaste, tenías que tener una vida estupenda, más feliz que la mía. Piensa en el daño que le causarás a tus hijas. Nino te usará, te chupará la sangre y luego te abandonará, como hizo conmigo".
Tenía razón. Pero la mujer -doy fe de eso, créanme- cuando se enamora de verdad y siente deseo, atracción sexual por un hombre, se enceguece y pierde la cabeza. No piensa con el cerebro, sino con el vientre y el corazón. Y por eso luego, cuando las cosas no salen como ella querría y esperaba, termina lastimada y derrotada.
Para éste personaje masculino, el gigoló, el latin lover, las mujeres son un medio para un fin. Cuerpos de usar y tirar para el placer, el sexo, pero no puede comprometerse emocionalmente con ninguna de ellas, porque las ansias de ambición y el poder, son más fuertes. Para Nino, el dinero, el ascenso social, el prestigio, es más importante que el amor. Él no podía amar a nadie, ni a su esposa Eleonora ni a su amante, porque no sabía cómo hacerlo, no de manera sana. Tampoco le importaba. Termina siendo igual que su odiado padre, Donato Sarratore, un mujeriego empedernido que se acostaba de manera compulsiva con muchas mujeres y que tenía hijos ilegítimos de los cuáles no se hacía cargo.
El dilema eterno: ¿Ser mujer o ser madre? Elena Greco, entre los libros y la maternidad.
Elena Greco, llevada por el amor y pasión desmesurada, pero muy humana, que siente por Nino Sarratore, rompe su matrimonio y abandona temporalmente a sus hijas. Luego de tres años de relación, se entera, gracias a su amiga Lila, que su amante nunca había abandonado a su esposa y que encima, ésta estaba embarazada de siete meses. Lenú afirma que está repleta de contradicciones: se definía como una mujer autónoma e independiente, feminista, pero no lo era, porque dependía emocionalmente de Nino, el hombre que amaba, que no era el más ideal para ella.
La protagonista rompe su relación con Sarratore, durante unos meses, pero, luego, termina volviendo con él, se conforma con ser la "segunda", o sea, la eterna amante. Una vez que abandona la casa matrimonial de Florencia, se instala un tiempo con sus hijas en Milán, en el departamento de su cuñada Mariarosa (una mujer libre, feminista, de izquierda, profesora universitaria, transgresora), que es casi una hermana para ella. Allí vivía su ex novio y amigo, Franco Mari -el amante de su cuñada-, quien le aconseja que sino podía vivir sin Nino, lo aceptara como era. Le dice que tal vez, Sarratore no la pueda amar de otra manera: estando casado, con hijos y con su tendencia a acostarse con otras mujeres. Que si lo quería de verdad, tenía que aceptarlo con todas sus miserias, con todas "las mierdas" de las que era capaz de hacer. El amor de Nino y Elena, me recuerda un poco al de Frida Kahlo y Diego Rivera, un amor tóxico, dañino, imposible, que no conduce a ninguna parte.
Sin embargo, entre ellos había una comunión de almas: tenían la misma visión de la literatura, manejaban los mismos códigos porque ambos se "habían hecho de abajo", provenían del mismo barrio pobre de Nápoles, eran unos luchadores, unos sobrevivientes... Escaparon de la pobreza, de la ignorancia, de la incultura, gracias a su esfuerzo y sacrificio. Pero ella, por ser mujer y madre, va a llevar las de perder. Los tres años que Elena compartió con Nino, en medio de viajes, presentaciones de libros y la compañía, el sexo y la comida -como dice ella en la serie- fueron de los mejores de su vida. Pero la protagonista, va a pagar un precio elevado por todo esto. Porque es un personaje gris, repleto de errores y contradicciones, que la hacen más humana y ahí está la maestría de Ferrante como escritora.
Elena, luego de encapricharse y tener una hija con Sarratore, Immacolata, termina abandonándolo cuando lo descubre in fraganti teniendo sexo en su propia casa con la niñera de las niñas, una señora mayor. Pero no fue solamente por eso, sino que Lila contrata a un detective y descubre que Nino tenía muchas mujeres y amantes, sobre todo, de clase alta, relacionadas con las altas esferas del poder, porque lo que más deseaba éste latin lover napolitano, era ascender en la escala social. Y lo consigue, a fuerza de su carisma de macho alfa viril y seductor, porque llega a ser diputado en el Parlamento italiano. Más tarde, Sarratore es investigado por estar involucrado en causas de corrupción.
Elena Greco, la escritora, por dedicarse a su profesión y al hombre que amaba, descuida a sus hijas, no es responsable con su maternidad, al punto de que ellas, cuando tienen edad de elegir, deciden irse con su padre, quien siempre fue un pilar de amor, afecto y estabilidad para ellas, a pesar de todos los defectos que tenía como cónyuge. A diferencia de Nino, Pietro -ya casado con otra mujer- siempre fue un padre responsable y afectuoso.
Lila, su mejor amiga, que también ya tenía dos hijos por aquel entonces, le dice a Lenú una frase inolvidable: "Tú y yo no servimos para ser madres". Y tiene razón: hay mujeres, que para no hacer sufrir a sus hijos, nunca deberían ser madres, porque no es para todas. No todas, como Elena Greco, están dispuestas a sacrificar toda su vida por la maternidad. Me refiero, a lo que implicaba ser esposa y madre en el siglo XX, no a la actualidad.
"¿Se va a casar alguna vez? ¿Le gustaría tener hijos?"
Una reflexión personal sobre la maternidad
Pueden imaginarse, si me leen hace rato, quiénes me hicieron ésas dos preguntas. Mis alumnas adolescentes, por supuesto. Chicas que están descubriendo el amor, lo que implica un noviazgo... A mí me ven como a una solterona de las novelas de Jane Austen y me preguntaron si alguna vez iba a casarme. Saben que tengo treinta años y que le dediqué la veintena entera a mi carrera. Y yo les contesté, con humor y un poco de ironía: "Sí, si alguna vez me lo proponen".
Mis alumnas tienen miedo de que me quede sola, que me quede para vestir santos. Se imaginan a "su profe" con un novio lindo o guapo, hasta me preguntaron si me gustaban los hombres "rubios o morochos" -así se les dice a los morenos en Argentina-, lo cual casi me hace desternillarme de risa. "No me importa el color de pelo, me importa que sea bueno. Tuve de todo: morenos, rubios, castaños.... eso sí, nunca un pelirrojo, como una de mis amigas", respondí.
Pero ésa no fue la única pregunta que me hicieron. "¿Le gustaría tener hijos?", me preguntaron los varones. Y eso, fue más difícil de contestar.
Ahí es cuando caigo en la cuenta de que tengo treinta años y que estoy en edad biológica de ser madre, como mi amiga (a quien llamaré Katia, para preservar su privacidad) que tiene mi edad -y un bebé de un año-. Es un niño precioso, pero a causa de su maternidad, ella no pudo terminar su carrera, graduarse y para colmo, le quitaron su puesto en el trabajo y le dieron uno inferior, humillándola y castigándola por ese motivo. Porque el bebé cada dos por tres se enferma, Katia tiene que faltar al trabajo y a sus jefes, eso no les gusta nada.
¿Qué les contesté a mis estudiantes? Que no sabía si alguna vez iba a ser madre. Que tener un hijo en Argentina cuesta mucho dinero, que para eso debería ganar un buen sueldo, o peor, dejar de trabajar la mitad del día para poder cuidar al bebé y criarlo hasta que tenga 6 o 7 años. Trabajar menos horas, implica que se reduzca mi salario. Con lo que gano, ni siquiera puedo mantenerme a mi misma, pagar un alquiler, comprarme un auto. No estoy en condiciones económicas de tener un hijo.
Además, no me gustaría tener que dejar a un bebé ocho horas en la guardería o encajárselo a los abuelos para que lo cuiden mientras trabajo -como le pasa a Katia- porque no tienen obligación de hacerlo. Mi madre, aunque quisiera, ya no tiene ni edad ni salud de hacerse cargo de una criatura.
Es horrible y súper antifeminista decir esto, pero yo, para tener un hijo, tendría que tener una pareja que gane un buen sueldo (el doble o el triple que el mío) y que me permita a mí, trabajar pocas horas -media jornada- para poder criar a un hijo. No es cuestión de ser madre y encajarle el bebé a los demás, no es justo para el niño o niña. Un bebé necesita a su madre, amor, afecto, atención. Cualquiera que haya leído un poquito a Freud o estudiado pedagogía, o que tenga sentido común, lo sabe. El cachorro humano, está totalmente indefenso cuando llega al mundo. No puede valerse por sí mismo.
¿Estoy en condiciones económicas y laborales para ser madre? La respuesta es no. ¿Tengo apuro por la maternidad o estoy asustada por el "reloj biológico"? No, tampoco. Tengo otras prioridades en la vida.
Cuento otra anécdota: estaba en el cumpleaños del bebé de Katia, mi amiga, y conversando con un compañero de trabajo suyo, sale a colación éste tema. Él nos pregunta, a mi hermana y a mí: "¿Y chicas, ustedes, quieren ser madres?". Yo respondí: "No sé. Por ahora no. A lo sumo, después de los 35. Ahora no, no quiero." A lo que él, me miró, horrorizado y me dijo: "¡¿A los 35 años?! ¡Pero ya vas a ser grande, te va a costar quedarte embarazada!". En criollo, lo que quiso decirme es que a esa edad voy a ser infértil y vieja.
Ante la cara de espanto de éste hombre, yo agregué:
"Tardé ocho años en recibirme en la universidad. Mi carrera me llevó toda la veintena. Yo no disfruté nada de la vida: estudiaba hasta los sábados, domingos y feriados hasta la madrugada, no descansaba nunca. Estoy muy cansada. Quiero trabajar, ganar mi propio dinero, irme de vacaciones, a lo sumo tener un novio, una pareja, disfrutar, no estoy apurada ni desesperada por tener un hijo".
Y es verdad. Cuando era más joven, una adolescente, no lo veía así. Pensaba, ingenua, que a los 25 iba a tenerlo todo: título, trabajo, marido, hijo, casa y perro. Pero no se dio de esa manera, por suerte. Yo idealizaba la maternidad. Hasta que vi lo que mi amiga sufrió cuando quedó embarazada y tuvo a su bebé, a quien ama, porque es su hijo, pero sé que extraña la vida que tenía antes. Ella pasa horas sin dormir, siendo cuidadora y niñera cuando está en su casa, trabaja ocho horas por día en una empresa, 6 días a la semana; no descansa nunca, no duerme bien, no es libre ni de tomarse un mate tranquila con sus amigas, el dinero que no le alcanza nunca, el bebé que se le enferma y debe faltar al trabajo, un marido que protesta cuando tiene que ayudarle en la casa a cuidar al niño y a limpiar.... "Nadie me dijo que iba a ser así. Fue el año más difícil de mi vida", me confesó, angustiada y al borde de la desesperación.
La veo a ella y pienso en Elena Greco con su esposo. Dejás de ser mujer y te convertís en madre, en sirvienta, en esclava, de los hijos y de la casa. Terminás cansada y reventada de la doble jornada -trabajar afuera y llegar a casa, lavar la ropa, cocinar, limpiar- y ni ganas tenés de hacer el amor con tu marido, lo cual, es un problema. Mi peluquera y otras señoras de su edad, me dicen, por experiencia propia: "Si al marido no lo atendés bien en la cama, lo que vos no le das, lo va a ir a buscar a otro lugar".
Y corrés el riesgo de que el hombre te cambie por otra y te abandone, dejándote clavada sola, con el bebé. Y es que ellos, los varones, a veces se compartan como niños pequeños, son caprichosos, orgullosos y demandantes -tuve algún novio así, lo digo por experiencia propia 😉- , reclaman toda tu atención y sino se las das, comienzan las rabietas y los reproches. Le pasa al marido de mi amiga Katia, que le dice al niño, que ni entiende, por suerte: "Desde que llegaste vos, tu mamá, ya no me quiere más".
A mí, la maternidad, me da miedo. Los bebés son hermosos, no soy una desnaturalizada, tengo sobrinos y los amo, es más, hasta alguna vez soñé con tener una hija y llamarla como mi pintora favorita, Frida Kahlo. Pero lo cierto, es que ser madre, me asusta. Lo que me asusta perder es mi libertad, mi independencia, tener que dejar de trabajar -"escaleras rotas", le llaman las feministas, cuando tu profesión se va a por la borda porque sos madre- y dejar de lado la carrera que con tanto sacrificio estudié. Ser mamá implica quedar precarizada en el mercado de trabajo y depender del esposo, el marido, la pareja, como quieran llamarle. Y cuando uno depende económicamente del otro, es vulnerable.
Lo que me asusta, es tener una pareja, ser madre y que luego me vaya mal, que termine separándome o divorciándome. Porque los hombres, siempre rehacen su vida y nosotras, las mujeres, cargamos con los niños. Y yo sola, no serviría para ser madre. Sería un desastre, me pesaría, sería infeliz. No me criaron para eso. Mi madre, por el trauma que tiene de no haber sido una mujer independiente, desde que tengo 12 años, me decía:
"Estudiá, hija. Estudiá para ser económicamente independiente, porque eso, lo es todo en la vida. Que nunca un hombre te eche en cara un plato de comida o que tengas que pedirle para comprarte ropa interior".
¿Piensan que alguna vez mi padre le pagó una niñera a mi madre o a una señora que le ayude a limpiar la casa para aliviarle las tareas de cuidado? No, no lo hizo. Porque es un machista cavernícola -lo afirmo amándolo, con sus luces y sus sombras- como Don Draper de Mad Men (salvo por el alcohol, que no toma), es igualito a él. El que vio la serie, comprenderá. Mi padre quería una esposa que se quedara en casa, criara los hijos, sumisa y obediente, como Betty, la esposa del publicista de la serie.
Yo no quiero tener la misma vida que mi madre. Si algún día tengo un hijo, no me gustaría que me vieran como a una mujer que sacrificó toda su vida y sus sueños por tenerlos a ellos, porque no es justo. Yo no me quemé las pestañas estudiando ocho años en la universidad -como Elena Greco- para ser únicamente "señora" y "madre". Si algún día tengo un marido, una pareja, va a tener que entender y respetar esto. Y si no lo comprende, que se busque una mujer diferente, que no tenga aspiraciones en la vida.
Como le dije al amigo horrorizado de Katia: "No quiero hijos ahora. No sé si algún día los voy a tener. A lo sumo, después de los 35". Y sino puedo tenerlos... pues, ya hay demasiados niños en el mundo. No soy menos mujer que nadie, por no ser madre. La maternidad, no me quita el sueño. Antes que tener un bebé, preferiría seguir estudiando un posgrado, eso sí que lo quiero hacer antes de los cuarenta. Ése sí es mi sueño.
Si me pasara lo mismo que a Lenú con su esposo Pietro, me moriría de dolor y sufrimiento. Si me viera encerrada entre cuatro paredes, siendo la esclava doméstica de un hombre, sin poder estudiar, trabajar, ni ganar mi propio dinero, sería muy, pero muy infeliz. No quiero ser una mujer del siglo XX, como mi madre o Elena Greco. Quiero ser una mujer del siglo XXI. Porque a mí, como a la chica napolitana de "La amiga estupenda", la universidad, los libros y el feminismo, me cambiaron la vida.
Yo no sé lo que me va a deparar el destino, porque uno, nunca sabe. Pero lo único que espero, es que el esfuerzo enorme que hice para poder estudiar y terminar mi carrera no haya sido en vano. Ojalá si alguna vez tengo una pareja o un esposo, no sea como Pietro Airota y que además de valorarme como "esposa", me valore como una profesional, como alguien que quiere trabajar y ganar su propio dinero, tener su independencia y ocupar un lugar en éste mundo. Porque yo hice mucho sacrificio para graduarme, me privé de muchas, muchas cosas. Diez años que no voy a recuperar nunca, pero no me arrepiento. Yo a la universidad, le debo ser la mujer que hoy soy, aún con todos los errores y desaciertos que cometí en la vida, que fueron varios.
Elena Greco.... ¿Víctima inocente o madre desnaturalizada?
Pero Elena, luego de lágrimas y fracasos, comprende que el sexo no lo es todo. Que el sexo con Nino Sarratore era un rato, momentos placenteros, que después le cuestan muy caro. Arrastra a sus hijas a una vida de inestabilidad, no se ocupa de ellas, es irresponsable, las deja solas para irse a viajes por el mundo a presentar sus libros, cuando ellas la necesitaban...
Uno puede tener una química sexual increíble con un hombre, como Lenú y Nino, pero después, en la convivencia, llevarse a las patadas. "No todos los amores, merecen ser vividos", dijo Gabriel Rolón, el reconocido psicólogo argentino. Pero a veces las mujeres, como la protagonista de esta serie, nos dejamos llevar por la pasión y el deseo, nos enceguecemos y perdemos la dignidad y el respeto por nosotras mismas.
Elena sabe que Nino es "una mugre" de persona, pero no le importa. Se arrastra, se humilla, sigue siendo su amante sabiendo que él estaba casado, que tenía sexo con su esposa y con otras mujeres, ya sea por lujuria o por obtener un beneficio económico. Sarratore no da puntada sin hilo. Si llegó tan lejos en la vida, es gracias a las mujeres con las que estuvo en pareja: Nadia Galiani, la hija de la profesora del bachillerato, su esposa Eleonora y su poderoso suegro, el banquero, entre otras... No se casaba con Elena, porque sí, la "amaría mucho" a su manera, pero ella no tenía prestigio ni influencia, no tenía poder económico y para él, las mujeres eran un medio mediante el cual escalar. Para Nino, primero la ambición y después, el amor.
Aún así, el latin lover, el napolitano gigoló, a pesar de su oscuridad, también tiene un pequeño lado luminoso: gracias a él, a sus lecturas y apoyo, Lenú vuelve a escribir libros y a publicarlos. La traducen a otros idiomas y logra su sueño de ser una escritora famosa. Todo eso, en parte, se lo debe a Nino. Porque su marido, el estirado profesor Airota, no valoraba su talento ni le importaba. Solamente quería una esclava que le limpiara la casa y le criara a las hijas.
Por último, vemos que la luchadora y perseverante Elena Greco cumple su sueño de ser escritora. Pero el precio que paga, es alto: fue una pésima madre. Egoísta, irresponsable. Prioriza a su amante antes que el bienestar de sus propias hijas. Todo el mundo lo ve: Lila, su madre, Dede, Elsa... Quienes se cansan de ella y cuando pueden elegir, se toman un avión a Estados Unidos y se van a estudiar a la universidad, apadrinadas por Pietro, a quien adoran. Cuando sos una mujer del siglo XX, como Lenú, no podés tenerlo todo en la vida. Y tenés que elegir. Cada elección, tiene un costo.
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