Los zapatos de la graduación... un comentario acerca de los stilettos (en plan jocoso, no a lo Cersei) y sobre cómo fue crecer como una "mujer metalera"
A pesar de que éste blog no es un diario personal, ni mucho menos, a veces no puedo evitar dejar de mencionar anécdotas cotidianas, porque me ayudan a reflexionar sobre los temas que me interesan. A fines de noviembre, es mi acto de graduación, en el que iré a recibir mi diploma. No tengo uno desde hace más de una década. En Buenos Aires, noviembre es pleno verano, así que aprovecharé para usar un vestido, una pequeña revancha personal porque en mi fiesta de la escuela secundaria -porque era católica- no me lo permitieron.
Será un acto de gala, entonces no solamente deberé comprarme un vestido, sino que también un par de zapatos, un par de sandalias con taco. Que, por supuesto, serán con taco de plataforma (no muy altos, menos de 10cm seguro) porque, como ya mencioné antes, siento una aversión intensa, un odio profundo hacia los stilettos, es decir, los famosos tacos aguja.
En mi opinión, los stilettos son un símbolo de opresión occidental para las mujeres. No solamente una puede estar oprimida y limitada por usar una burka o hiyab, aunque claro, es diferente porque esta vestimenta se impone -de una manera mucho más violenta- por una cuestión religiosa y política. Por suerte, nadie obliga a las mujeres occidentales a usar tacos aguja. Es una elección personal. Yo nunca los uso porque pienso que son una especie de "aparatos de tortura" para los pies femeninos, que limitan nuestra capacidad de movimientos y solamente sirven para que los hombres nos vean como un objeto sexual, nada más que un simple y burdo pedazo de carne. No como seres inteligentes, dignos, como iguales. Por ejemplo, si yo tuviera una pareja, que me pidiera, sugiriera o exigiera que usara éste tipo de calzado, lo mandaría "a pasear", por así decirlo, para no escribir un par de insultos, porque ante todo, soy una chica educada.
Ningún hombre tiene derecho a imaginarnos, a representarnos (sin consultar, preguntar o simplemente averiguar qué tan simpáticos nos caen estos zapatitos, presuponiendo que a todas las mujeres nos gustan y estamos felices y encantadas de calzarlos) usando stilettos. Porque en el siglo XXI, las mujeres no los necesitamos para sentirnos más lindas, más sexys o atractivas. En criollo, para levantarnos a un hombre. Al menos, yo, que mido 1,73 mts, no los necesito. Para mí, es casi insultante y ofensivo, imaginarme -o que me imaginen/representen- usando ese tipo de zapatos tan incómodos, que encarnan un estereotipo de belleza con el cual no estoy de acuerdo. Que puede provocarme ira, furia, enojo, indignación, rabia. Es algo que puede llegar a caerme mal, muy mal, aún cuando esté hecho sin mala intención -aunque luego el enojo se me pasa, si sé que el otro erró por no ser lo suficientemente perspicaz y observador y no tuvo la intención de ofenderme- porque comprendo, que no todas las personas se dan cuenta de que a una puede no gustarle éste tipo de calzado que las mujeres usan desde hace siglos. Tal vez piensan que una mujer bonita sí o sí tiene que saber caminar con stilettos, porque son elegantes y seductores, eróticos. No lo sé.
Pues... si algún día se cruzan en la calle, en un hotel, un cine o un restaurante con una mujer "parecida" a mí que está usando tacos aguja, y la llaman por mi nombre -mi verdadero nombre- no se confundan, ésa no soy yo. En ése caso, se equivocaron, erraron, la pifiaron feo (como decimos en Argentina), al suponer que estoy calzando tacones, de esos bien finitos que resuenan en las cerámicas del suelo o se hunden en la alfombra de una sala de cine, como las que hay en el Cinemark. Así que, no cometan semejante error, por favor.
Yo (la persona que está detrás del nickname, detrás de la pantalla) no uso stilettos. Nunca. No me gustan, no los soporto, no los quiero. Los detesto. Jamás calzaría un tipo de zapatos que me provoque dolor y que para colmo, no son utilizados para mi placer, sino para que me miren los otros. No soy tan estúpida y masoquista, o mejor dicho, no tengo baja autoestima.
Uno de los artículos más leídos de éste blog, es aquel en el que reflexiono y despotrico -con una furia fría y calculada, no tengo sangre alemana en las venas en vano, como me dijeron una vez- contra éste tipo de calzado, a partir de la lectura de un texto de Luciana Peker, una periodista argentina. Pero resulta que Luciana no es la única que advierte sobre la incomodidad de éste tipo de calzado.
"Los tacones altos son placer con dolor. Si no puedes caminar dentro de ellos, no los uses". "Una mujer puede ser sexy, encantadora, ingeniosa o tímida con sus zapatos. Por eso las mujeres están contentas de llevar zapatos dolorosos"
Christian Louboutin
Cuando uno lee citas como estas, no puede creer lo que éste famoso diseñador de calzado está diciendo. Mujeres contentas de llevar zapatos dolorosos. ¿Desde cuando el dolor físico provoca placer? Pero resulta que hay muchas mujeres que, efectivamente, están contentas (y orgullosas) de llevar zapatos dolorosos para verse bonitas, elegantes, seductoras y que los hombres las admiren y las deseen. Pues lamento desilusionarlo, señor Louboutin, yo jamás voy a ser cliente suya, porque no me encuentro entre ellas.
Éstas fotografías las tomé de un libro que compré hace unos años, "La Guerra más larga de la historia" (Espasa, 2019) de tres autoras españolas: Lola Venegas, Isabel Reverte y Margó Venegas. También abordan temas más serios y relevantes, como la violencia sexual en los conflictos bélicos, la feminización de la pobreza, entre otros, pero le dedican un apartado al calzado utilizado por las mujeres.
Lo más gracioso es que cuando recuerdo el motivo por el cual escribí ése artículo, en el fondo, vuelvo a enojarme un poquito, algo que no me cuesta demasiado. Es que es un tema que me remueve una fibra sensible, de adentro. Yo nunca quise ser ese tipo de mujer, que se desespera por gustarle a los hombres, por vestirse hipersexualizada y que para complacer a los demás, está dispuesta a padecer dolor, como dice Louboutin. Será que siempre fui una mujer muy bien parecida -perdonen mi falta de modestia, pero es la verdad- que nunca necesitó comportarse de esa manera para atraer al sexo masculino. En el pasado, he conquistado el amor de hombres bellísimos simplemente utilizando una remera de banda de rock y un par de zapatillas. Yo no cambio mi forma de ser, mi personalidad, para intentar seducir o conquistar a nadie.
Una vez alguien me dijo: "vos no tenés que ser igual a tal cantante (Taylor Momsen creo que era) sino que tenés que ser vos misma". A ése hombre, yo le gustaba por cómo era, no por cómo le hubiera gustado que fuera. "Uses la ropa que uses, sos sexy igual", me dijo una vez. Yo era lo menos femenina del mundo, enserio...Pero él no me juzgaba ni me miraba con mala cara por eso. Era muy dulce, muy tierno y realmente, me quería y me aceptaba como yo era, aunque no fuera una supermodelo de revista, o una fan incondicional de Britney, como una amiga mía de la escuela. Aunque no supiera vestirme bonita ni elegante, ni caminar con stilettos. La vida nos llevó por caminos distintos, pero nunca voy a olvidarme de él (es más, me acuerdo de ésto y me dan ganas de apapacharlo y comérmelo a besos, pero bueno 😇).
El mundo ha cambiado mucho y por suerte, las mujeres de mi generación -y las más jóvenes- somos distintas a las de épocas anteriores. Ya no tenemos porqué padecer con ése calzado incomodísimo que nos destroza los pies para vernos bonitas. Yo no tengo un pie pequeño, calzo 40, así que para mí, sería una tortura utilizar un par de stilettos. Pero más allá de eso, a mí, como mujer, no me representan, no me siento cómoda con ellos. No estoy censurando ni juzgando a la que le encantan, cada cual es dueña de ponerse lo que se le da la gana. Sólo que yo tengo una personalidad demasiado fuerte para andar caminando con un tipo de calzado que limite mis movimientos, porque yo quiero pisar segura, contundente, firme.
Así que, aclaro que (esto lo escribo con mucho humor y jocosidad), quedan advertidos: no intenten imaginarme con stilettos, porque se arriesgan a que me comporte como Milady de Winter y les arranque su bonita cabeza, en venganza por semejante imprudencia y descaro.
La chica que amaba las tachas, el cuero y las remeras de bandas
"A medida que ha aumentado el poder social de las mujeres, ha crecido también la presión para que cumplan con unas determinadas imágenes de la belleza (...)
Cuántas más barreras materiales y legales han roto las mujeres, de una manera más cruel, estricta y obsesiva se les impone una imagen de belleza femenina...Durante la última década, las mujeres rompieron las estructuras de poder, pero al mismo tiempo aumentaron exponencialmente los trastornos alimentarios y la cirugía estética se convirtió en la especialidad de más rápido crecimiento".
Naomi Wolf, El mito de la belleza. (1990)
Lo cierto es que nunca fui una mujer a la que le apasionara la ropa, la indumentaria. De ésas que se obsesionan con coleccionar carteras, zapatos, vestidos... El poco dinero del que disponía, lo invertía más que nada en libros. Tengo más libros que ropa en mi placard, más que una modelo -como una de mis amigas del colegio- yo siempre fui un ratón de biblioteca, desde pequeña.
Cuando era adolescente, en lugar de vestirme de rosa, usaba remeras de bandas de rock, pantalones de jeans negros -o vaqueros- mochilas con estampas de Nirvana -mi grupo preferido de aquel entonces- cinturones con tachas, zapatillas Converse de cuero y me pintaba las uñas de negro. A los catorce o quince años, era rebelde, fanática del punk, del hard rock, o el rock pesado. Todo lo contrario a mis compañeras de la escuela, que ya lucían como señoritas, iban a los bailes y amaban la cumbia y el reggaetón. Yo apenas me peinaba, ni siquiera sabía maquillarme. No era una chica "femenina", por así decirlo. No era coqueta ni seductora. El mundo en el que yo me sentía cómoda, era otro. Amaba a AC/DC, los Ramones, los Sex Pistols, Guns N' Roses, Aerosmith, Joan Jett... No estoy diciendo que haya una manera de ser correcta y otra que no lo es, ni mucho menos. Sólo que son diferentes.
Angela Gossow -ex vocalista de Arch Enemy- . Doro Pesch, Alissa White-Gluz y Tarja Turunen. Mujeres metaleras. Mujeres de armas tomar.
Claro que muchas veces, mi apariencia poco convencional, y mi amor por éste tipo de música que siempre se relacionó con lo masculino (el metal es música de hombres, me dijeron una vez) provocó que más de una mujer cuestionara mi manera de vestirme y me llamara, en la cara o a mis espaldas "poco femenina", es decir, una machona. Yo tenía 18 años o 20 años y de vez en cuando usaba remeras de Metallica, Pantera y Evanescence, por ejemplo. Para ellas, una mujer debía lucir distinta. Vestir con ropa de colores, prendas ajustadas al cuerpo, faldas, vestidos, sandalias con tacos, maquillaje...
En su momento fue incómodo, por supuesto. A nadie le guste que lo miren mal por su atuendo y su vestimenta pero me imagino que la mayoría de mis lectores metaleros podrán comprenderme. Siempre fuimos unos outsiders, unos bichos raros, a los que nos identifican muy bien por las remeras de bandas, los cintos de tachas, las camperas de cuero.... Cuando era jovencita, hasta me ponía cadenas finitas en el cuello, como collar.
Doro Pesch, vocalista de Warlock. Apodada la "Reina del Metal". Una de las pioneras en la industria de la música metal.
Pasa que cuando una es una mujer, y encima metalera, la sociedad no te ve con buenos ojos. En Argentina, incomoda una fémina con una remera de Iron Maiden o de Megadeth, tanto que algún que otro desubicado te grita barbaridades, alusiones sexuales en la calle, porque lo "entusiasma" ver a una chica vestida así. Lo he vivido en carne propia, dos veces y es horrible. No así en los conciertos, donde los hombres, los metaleros de todas las edades te respetan, porque a ellos, ver mujeres en el medio del campo, sabiendo que para nosotras no es fácil estar allí, les encanta. Te respetan o hasta te admiran por eso. Por transgredir en una sociedad machista donde "una mujer bonita" tiene que vestirse de determinada manera, escuchar cierta música y sobre todo, ser femenina.
En lo personal, prefiero a que me tilden de "poco femenina" a ser una muñequita insulsa e hípersexualizada que solamente busca la aprobación ajena y recibir elogios por mi apariencia. He conocido a muchas mujeres de éste tipo, que hasta son capaces de salir en paños menores en las redes sociales, para que les den un "like". O que lo pedían por privado, desesperadas en demostrar que ellas eran lindas y deseadas, atractivas. Lo cual, me resulta penoso. Pero no es culpa de ellas, sino de la sociedad en la que vivimos.
Cursando en la facultad con la remera del "Painkiller"
Aprendí a maquillarme a los 22 o 23 años, porque una amiga que hizo un curso, me enseñó. Mi madre, jamás le prestó atención a la ropa, a la estética, al maquillaje, siempre fue una mujer muy sencilla en éste sentido. Nunca me enseñó a peinarme, teñirme el cabello, ponerme polvo compacto o usar delineador de ojos.
Lo cierto es que cuando empecé la universidad comencé a dejar un poco de lado el atuendo de metalera, para intentar camuflarme un poco con los demás. Pero no me duró para siempre, porque después de la pandemia del Covid, me compré un par de remeras de bandas de metal que me gustan. De vez en cuando, en otoño o primavera, iba a cursar materias a la facultad con una remera de Tarja Turunen, otra de Helloween, Rata Blanca, Led Zeppelin, Within Temptation o Judas Priest. Hasta me compré dos de recuerdo en los conciertos a los que asistí.
A veces, mis compañeros me preguntaban por las estampas, porque algunas les parecían bonitas. Una vez, una compañera que nunca me saludaba, me dio un beso en la mejilla porque vestía una remera de Within Temptation. Una vez la vi usando una del disco Hydra, de ésta banda holandesa. Ella reconoció a otra de su tribu. Somos pocas. He conocido a 5 o 6 mujeres metaleras a lo largo de mi vida, de manera personal. Pero metaleras de verdad, no aquellas que se ponen una remera de Metallica o Slipknot para complacer al novio.
Desde adolescente, miraba con adoración las remeras, las camisetas, de los grupos que me gustaban en la rockería. Es que el arte gráfico, las portadas de determinados discos o los logos de ciertos álbumes, me gustan mucho.
En la uni, a veces, la gente volteaba y me miraba de manera extraña, pero a mí me daba igual. Yo estoy orgullosa de amar la música que escucho. Es una forma de vida. Es arte, es algo que no le hace mal a nadie. El heavy metal ha sido un compañero fiel y leal, que siempre "me hizo el aguante" en momentos duros, en tiempos felices y en otros, muy tristes. Es consuelo, es analgésico. Es compañía.
Por supuesto que sé adecuarme a los contextos, no me visto de metalera todos los días ni en todos los lugares. Para ir a trabajar, uso sweaters, pantalones de jeans, botas, borcegos, zapatillas, negras o marrones. Pero cuando es verano y estoy en algún lugar de esparcimiento, a veces suelo usar mi atuendo de metalera, que con la edad que tengo, sólo se limita a la remera -ya no uso cadenas finitas colgando en el cuello ni muñequeras o cintos con tachas, como cuando era joven-.
"I'm a warrior*, not a doll"
"Vale la pena llevar ropa poco confortable, zapatos que dificulten la marcha, vale la pena rehacerse la nariz o hincharse los senos, vale la pena morirse de hambre. Nunca antes una sociedad había exigido tantas pruebas de sumisión a las normas estéticas, tantas modificaciones corporales para feminizar el cuerpo (...) La refeminización de las mujeres parece una excusa que viene después de las prerrogativas masculinas, una manera de tranquilizarse tranquilizándoles. "Liberémonos, pero no demasiado".
Virginie Despentes. Teoría King Kong (2006)
Nunca pude cumplir con el estereotipo de belleza de la mujer argentina, como las que salen en las revistas o en la televisión. Tampoco quiero, ni quería ser una chica súper femenina y delicada, una buena señorita. Nunca me sentí cómoda en ése rol. Cuando me visto de manera formal, prefiero los sweaters, los blazers, las camisas, los pantalones de jean, las camperas, pero en un estilo clásico y sobrio, sencillo, nunca fui una fashionista ni una obsesiva de la moda. Tampoco tenía el dinero suficiente para eso, debo reconocerlo.
Hasta el día de hoy, me cuesta muchísimo gastar dinero en prendas de vestir, que para colmo, están carísimas en Argentina. Antes que ropa, prefiero comprarme libros. Aunque la indumentaria, me hace mucha falta.
Dicen que el hábito no hace al monje, pero a veces, cómo se viste una persona, dice mucho acerca de ella. En mi caso, hay prendas con las que nunca me voy a llevar bien: los pantalones con agujeros, la ropa colorinche, escotada o aquella que hace que se te vea todo el abdomen, los buzos, las zapatillas de colores estridentes... son algunas de las que no usaría nunca. Respecto al calzado, tiene que ser cómodo, útil, práctico.
Puede que ser una mujer metalera influyera en mis gustos sobre esto, que provoque que vea un par de zapatos con taco aguja y sienta auténtica repulsión. Porque yo siempre voy a preferir unos borcegos negros altos hasta las rodillas, de cuero, que me permitan caminar bien y pisar firme, fuerte, antes que unos zapatitos en los cuales tenga que hacer malabares para mantenerme en pie o sufrir dolor, como dice el señor Louboutin, para verme "más sexy o atractiva".
Al diablo con los stilettos, digo yo. No me siento cómoda con ellos. Tal vez, una buena explicación para mis afinidades respecto al calzado, era que de niña, mi ídola era Avril Lavigne, quien usaba zapatillas y tocaba la guitarra eléctrica y no Britney Spears, que bailoteaba con poca ropa para gustarle a los señores, cantando las letras y la música que le componía Max Martin. Lo puedo resumir en una sola frase: I'm a warrior, not a doll.
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