La velocidad de la lectura: luchando con "El Gatopardo"

 






Escribí éste artículo porque salió éste tema en una conversación con mi hermana, el otro día. Le conté de mis dificultades para avanzar con la lectura de la novela "El Gatopardo" de Giuseppe Di Lampedusa. De las 300 páginas que tiene la edición que me prestaron, recién voy por la página 130. Hace una semana que estoy con el bendito libro y me está costando mucho leerlo a mayor velocidad. No porque la historia no me guste, al contrario, es muy interesante, nunca había leído sobre la unificación de Italia -la historia de Europa, excepto las dos guerras mundiales y lo que atañe a la colonización e independencia americana, no se estudia en las escuelas argentinas-  ,el estilo del autor, descriptivo y rico en adjetivos, en metáforas -el vocabulario de Lampedusa era formidable, da gusto leerlo- es una verdadera delicia. El gatopardo, a pesar de ser publicada en 1958, tiene un sabor a novela clásica del siglo XIX. Más que una novela de acción, de aventuras, es una obra más intelectual, más reflexiva, que trata sobre el fin de una era y el comienzo de otra. 

Más allá de mis obligaciones laborales y que hace dos meses mi casa está un poco alterada, porque estamos haciendo algunos arreglos edilicios (lo que incluye oír martillos y amoladoras gran parte del día) hace meses que ya no puedo leer con la misma velocidad de antaño. 

Calculo que es por varios motivos: por las reseñas de éste blog, que me demandan mucho tiempo de escritura, o porque ya no soy tan joven o estoy leyendo libros que demandan una lectura más lenta, más dedicada. Si bien El gatopardo me está gustando mucho, no me ha apasionado. No son las hermanas Brontë, claro. Pero bueno, no siempre vamos a encontrar libros que "nos vuelen la cabeza" y que nos conviertan en fans incondicionales del autor -no se me ofendan los admiradores de Lampedusa, por el amor de Dios. Recuerden esto: chica argentina, latinoamericana, que nació a fines del siglo XX. No señora europea de más de 40 o 50 años-. 

Mi hermana ha vuelto a recomendarme que alterne entre clásicos y bestsellers, porque a veces nuestro trabajo, nuestro empleo, nos deja agotadas, cansadas, sin energía para abordar textos literarios más complejos, más difíciles. Imagínense lo que es enseñar a Homero, Sófocles, cantares de gesta medievales, el teatro de Lorca, José Hernández, o sino a Borges, Silvina Ocampo, Cortázar, por ejemplo, y después, llegar a casa y ponerse a leer a Proust. 😂 Ni ganas vas a tener. 

En fin, ella opina que hay tres factores que pueden influir en la velocidad con la que avanzamos en la lectura de una obra de ficción: por un lado, el tipo de libro que sea, su nivel de dificultad (un clásico o un superventas), nuestra predisposición o estado anímico, emocional -si estamos tristes, estresados o pasando una mala racha, se va a complicar abordar la lectura de novelones como La Guerra y la Paz o Por el camino de Swann- y el momento en que lo elegimos (no es lo mismo leer en vacaciones de verano que en pleno año laboral).



Cuando tardamos un mes en terminar un libro, en la era de la inmediatez....


Cuando uno vive en la era de la inmediatez, de la velocidad tecnológica del siglo XXI, abordar una novela de más de 1000 páginas es todo un desafío por parte de un lector. Sobre todo si se trata de un autor clásico, de ésos bien prestigiosos y difíciles. Hay libros que requieren un mayor esfuerzo de nuestra parte, como me sucedió con Los hermanos Karamazov de Fíodor Dostoievski, que me llevó un mes de lectura, no podía leer más de 50 páginas por día, debido a la complejidad del estilo del autor. El ruso es denso, duro de leer. Es una novela maravillosa, pero leerla, no es nada fácil. Ni siquiera para una lectora "entrenada" como yo. 

Con Frankenstein, de Mary Shelley, me sucedió lo mismo. No tardé un mes en leerlo, pero sí me llevó más de una semana, por la cantidad de referencias literarias y filosóficas que contiene. Es una novela que amo, por el trasfondo que posee -lo que le sucede a una criatura que es abandonada y aislada de la civilización- pero que en su momento, me irritaba porque leerla, me costó mucho más que otros libros. 

Debo aclarar que, desde niña y adolescente, siempre fui una lectora voraz. Podía leerme una novela de 500 páginas en menos de una semana. Hay que considerar que gran parte de lo que leía, alternados con los clásicos, eran bestsellers (como Agatha Christie, Sidney Sheldon, Stephen King, etc). Por eso, que un libro me cueste o me demande más tiempo del previsto, puede irritarme un poco. 
Me cuesta ser paciente y aceptar, que hay libros que nos demandarán más atención y detenimiento que otros. Es un mal de ésta era. Si hubiera vivido en una época sin Internet ni saturación de la información, seguro me resultaría mucho más fácil. Las lunas de Júpiter de Alice Munro, es otro ejemplo de libro que fue difícil de leer. Es una compilación de cuentos largos que me costó muchísimo leer y terminar. Valió la pena conocer la obra de ésta señora, pero el proceso, fue arduo. 

"Al faro" de Virginia Woolf: una lectura que padecí, porque no era el momento adecuado


El mejor ejemplo que puedo dar de que a veces no es el momento adecuado para abordar un texto literario fue el que me sucedió con la novela de la británica Virginia Woolf, "Al faro". Una novela preciosa, vanguardista, difícil, compleja, que la leí a fines de un verano pesado y agobiante. Hacía un calor espantoso en Buenos Aires, yo estaba cansada, no tenía ánimo para leer una obra tan compleja como ésta y a pesar de que la terminé, padecí su lectura. La novela era maravillosa, pero no era el momento más indicado para leerla. El problema no era el libro, sino yo, que no tuve la perspicacia y el buen ojo suficiente para elegir un libro más fácil y de lectura ágil y accesible.

Venía de leer cuatro o cinco novelas de la autora sueca Camilla Läckberg, que son fáciles, entretenidas, amenas, ideales para cuando hace 40 grados y no tenés ni aire acondicionado ni pileta (piscina) donde refrescarte. Pero no pude con mi genio y quise leer un clásico, sin darme cuenta, en mi exceso de ambición y torpeza, que no era la mejor idea. Por éste motivo, durante todos los años que estudié en la facultad, en las vacaciones de verano -enero y febrero- me traía de la biblioteca bestsellers, libros fáciles de leer, novela negra escandinava, por ejemplo: Stieg Larsson, Henning Mankell, Jo Nesbo, Jussi Adler Olsen, Asa Larsson, Camila Läckberg, -esta sueca es una escritora, tremenda. Me encanta 💓-. entre otros. Detectives que resuelven crímenes en lugares fríos, helados, cuyos autores abordan diversos conflictos sociales y políticos que suceden en sus países. 

Llevo muy mal el calor, no me gusta el verano. No cuando uno carece de ciertas comodidades, que te ayuden a soportar los treinta y largos grados de temperatura de la soleada y húmeda Buenos Aires. Para leer, prefiero la primavera, el otoño, el invierno. Sufro mucho el calor. 


Pero volviendo al tema de "el momento indicado" para abordar una obra de ficción, estoy de acuerdo. Mi profesora de Literatura de los siglos XX y XXI terminó quitando del programa Por el camino de Swann de Marcel Proust porque en una cursada de cuatro meses y con otras obras por delante, los alumnos no llegaban a terminar el libro. Es que nos era imposible acabar una novela repleta de oraciones subordinadas en dos semanas, como pretendía la profe. Y encima, cursando otras materias. Al bueno de Marcel, para no padecer, necesitás darle un mes de tu tiempo para comprenderlo y disfrutarlo como se debe. A las apuradas, no se puede. Un libro donde el autor se toma treinta páginas para contarte cómo el protagonista se come una magdalena, no lo terminás en siete días. 
Como tampoco se puede leer, digerir y comprender el Quijote de Cervantes -las dos partes- en una o dos semanas. Cuando lo leí en Española, estuvimos dos meses con el libro, por lo menos. Pero mi profesora María era mucho más hábil a nivel pedagógico y didáctico que la otra. 


"Treinta páginas.... es demasiado. ¡Usted nos hace leer mucho!" 

La cita no es mía, sino de mis jóvenes estudiantes, que ponen el grito en el cielo cuando estoy un mes con Homero, por ejemplo (créanme que les daría para leer más de 100 páginas, si el contexto fuera más favorable. Se hace lo que se puede). Hay libros que nos demandan más tiempo, que nos piden que los saboreemos -como si fueran un postre- más despacio que otros, que volvamos un poco, mediante su lectura, a cómo era la época en la que sus autores los escribieron. O al siglo XX, cuando la vida era muy distinta a la actual. Más tranquila, más relajada, no una vorágine. 



El siglo XXI es una era donde la inmediatez, la velocidad de las redes sociales -en la que nos cuesta apartar los ojos y los dedos de la pantalla del celular, el smartphone-, los videojuegos, no favorecen y promueven la lectura de textos extensos. Me refiero, a los nativos digitales, por supuesto. Mis alumnos se quejan de las 30 páginas que les doy para leer. Por treinta miserables páginas, da igual que les expliques que lo que están leyendo es una adaptación hecha por profesionales para jóvenes, no el texto original, escrito hace más de 2000 años. 

Pero hasta los que somos fervientes lectores nos pasa. ¿Cómo hacemos para concentrarnos en la lectura, si vivimos inmersos con los mensajes que recibimos de cuatro o cinco redes sociales? (menos mal que no tengo ni Facebook, ni Twitter ni InstagramMás de una vez recibí quejas de mis colegas de la facultad, por no estar conectada las 24 horas del día al celular, al móvil. Me cuestionaban, enfadados, que no respondía rápido los mensajes de whatsapp, que no estaba todo el día en línea... "¡Tenés que tener el celular a mano!", me decían. 

La verdad es que solamente estoy conectada una o dos horas al día, que casi siempre tengo el WiFi apagado, porque me distrae, ¿Cómo puedo concentrarme para estudiar, para leer, si estoy con los dedos en la pantalla del celular la mitad del día, como pretendían mis compañeras de la universidad? Es imposible. Cuando la gente me escribe, suelo responder dos o tres horas más tarde, o sino, al día siguiente. Excepto cuando escribo reseñas para el blog -que me demanda mucho tiempo- estoy conectada poco tiempo. 

Pero volviendo a la lectura, creo que me exijo demasiado y a veces quiero abarcar más de lo que puedo. Llevo 39 libros leídos éste año, pero últimamente, no puedo leer seis o siete por mes, a veces son cuatro, o cinco. Pero no es una carrera ni mucho menos. Por eso, me cuesta reconocer y aceptar que hay determinados textos que me van a demandar un determinado ritmo de lectura, más lento del que a mí me gustaría. Pero bueno, son las reglas del juego. 

Llevo casi dos semanas con El Gatopardo y puede que me demore casi tres o cuatro leerlo. No me está resultado fácil, pero espero, cuando lo termine, de haber aprendido un poquito más de la historia de Italia, que a fin de cuentas, fue la tierra de parte de mis antepasados. Cada vez que leo la palabra "Piamonte" o "piamonteses" en la novela de Lampedusa se me viene a la cabeza la mitad de la familia de mi madre y el pensar, que de ahí viene mi cabello rubio, natural (que no es el 9.1 que me tiño, sino un 7.3, medio y dorado), lo único que heredé físicamente de ésa parte de mis ancestros. Que es el mismo que tenía una chica piamontesa que cruzó el océano Atlántico en un barco rumbo a la Argentina, a comienzos del siglo XX. Esa jovencita rubia y bajita creció en una casa llena de libros, y a pesar de las adversidades que enfrentó en la vida, logró que la pasión que sentía por ellos, siguiera viva en algunos de sus hijos, nietos y bisnietos, entre los que me cuento. 

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