Bien tarde en el día - Claire Keegan
Una nouvelle acerca del desamor de un hombre irlandés tacaño y machista....
Año: 2024
Editorial Eterna Cadencia
Parte 1: ¿Cómo conocí a Claire Keegan?
A los libros de la escritora irlandesa Claire Keegan (1968, Wicklow) llegué gracias a mi hermana, que vio en el Instagram de una bonita librería local, las portadas de sus novelas, elaboradas por la editorial independiente argentina Eterna Cadencia. Ésta casa editorial que tiene su sede y librería propia en el famoso barrio de Palermo, en la Ciudad de Buenos AIres, se dedica a publicar autores locales y a traducir a algunos extranjeros, como la propia Keegan y Lorrie Moore, cuyas obras antes no llegaban a la Argentina. Yo ya conocía a Eterna Cadencia porque su catálogo incluye varios libros de ensayos de crítica literaria (Carlos Gamerro, Ricardo Piglia, Walter Benjamin, Martín Kohan, etc). Tengo algunos de ellos, que me gustan mucho por la calidad del papel y de las encuadernaciones, además de que las portadas suelen ser muy bonitas. Es sabido que una buena portada, puede llamar la atención de un lector e incitarlo a que compre el libro.
Así le sucedió a mi hermana con la nouvelle de Keegan "Tres luces" (Eterna Cadencia, 2011), ambientada en la Irlanda rural de los ochenta, en la que una niña pobre de familia granjera y numerosa es llevada por sus padres a pasar una temporada con un matrimonio mayor, hasta que su madre de a luz. Como casi todos los libros de la autora, es breve, tiene apenas 96 páginas. La leí en su momento y me pareció una historia preciosa y conmovedora, acerca de la maternidad, la paternidad frustrada de aquel matrimonio que estaba desolado de tristeza, porque no tenían hijos y durante el tiempo que la pequeña vivió con ellos, la adoptaron como si fuera suya. Tres luces está repleta de denuncia social, muestra la pobreza de los campesinos irlandeses en los ochenta, las paupérrimas condiciones en las que vivían éstos niños.
Otra novela corta de Keegan incisiva y maravillosa, crudísima, es Cosas pequeñas como esas (Eterna Cadencia, 2020), que fue nominada al Booker Prize y como la anterior, adaptada al cine, con Cillian Murphy como protagonista. En ésta breve nouvelle, la autora aborda un hecho histórico; las Lavanderías de los Conventos de las Magdalenas, asilos para menores controlados por la Iglesia Católica, que funcionaron desde 1920 hasta 1996. Allí, chicas jóvenes que se quedaban embarazadas de solteras (o las que mendigaban en la calle y se dedicaban a la prostitución) eran casi esclavizadas por las monjas y sometidas a toda clase de abusos y maltratos. Bill Furlong, el protagonista, casado y padre de cinco hijos, es un vendedor de carbón y leña que debe llevar un pedido al convento del Buen Pastor, donde funcionaba una de éstas lavanderías, en el pueblo de New Ross. Allí Bill se encuentra con la terrible verdad de lo que vivían éstas jovencitas y se plantea un dilema moral. ¿Ayudaba a las chicas o volteaba la cabeza, para no perjudicar a su familia?
Claire Keegan también tiene dos colecciones de cuentos que fueron traducidos por Jorge Fondebrider para Eterna Cadencia, "Antártida" y "Recorre los campos azules", que leeré en cuanto pueda...
Tengo que admitir, que a veces me cuesta un poco incorporar autores nuevos, sobre todo cuando uno está acostumbrado a leer a los suyos y encima, querés dedicarle tiempo a los clásicos que todavía no leíste. Pero me parece importante darle una chance a éstos escritores que se están abriendo camino en la industria editorial y que también merecen reconocimiento por su trabajo, como los ya consagrados.
Una de las cosas que más me gustan de ésta escritora es su increíble talento para el relato corto, para la novela breve, en menos de 100 páginas, Keegan te escribe una historia de lo más convincente, eficaz y contundente, que deja al lector fascinado con su obra. A mí, en lo personal, siempre me costó el género cuento, yo prefiero las novelas, pero los relatos de ésta señora realmente valen la pena o al menos, a mí me interpelaron. Es sabido que cada lector, es un mundo aparte.
La Irlanda rural, donde Keegan ambienta sus historias.
Claire Keegan siempre se mueve en el mismo territorio: Irlanda, el país donde nació y creció. Este nouvelle que decidí reseñar, no se ambienta en zonas rurales, sino en Dublín, la capital y en la pequeña ciudad costera de Wicklow. Uno de los motivos por los cuales le di una chance a la literatura de ésta autora es su nacionalidad. Irlanda es un país al que le tengo simpatía, no sólo por los bellísimos paisajes que tiene -que he visto en películas- sino porque históricamente los irlandeses (tal vez por su religión católica) fueron un pueblo oprimido, despreciado y machacado militarmente por los ingleses. Al igual que los escoceses de las Tierras Altas (como lo cuenta Diana Gabaldon en su saga "Forastera"), cuyos clanes fueron diezmados por el ejército británico tras la batalla de Culloden. Muchos irlandeses, durante el siglo XIX y el siglo XX, inmigraron a América para sobrevivir a las hambrunas (como también lo cuenta el autor irlandés William Trevor, que estoy leyendo ahora),
Algunos vinieron a la Argentina (Gustavo Cerati tenía ascendencia irlandesa por parte de madre, por ejemplo), y otros, a Estados Unidos, como se puede ver, por ejemplo, en la bellísima película "Brooklyn", protagonizada por Saoirse Ronan. Ese césped tan verde, vivo y hermoso, solamente lo he visto en Irlanda, un país que no conozco, pero al que me encantaría viajar algún día. Uno de los sueños que tenemos con mi hermana menor es algún día, hacer un tour, un viaje por Inglaterra, Escocia e Irlanda, para visitar todos aquellos lugares que leímos en los libros o vimos en películas. Todos los paisajes en los que se ambientan las novelas de Jane Austen: Bath, Brighton, Derbyshire (visitar Chatsworth House, la casa de Mr.Darcy), el Yorkshire de Cumbres Borrascosas, el Canterbury de Geoffrey Chaucer, el Londres de Dickens, Conan Doyle y Agatha Christie, la ciudad universitaria de Oxford (donde se filmaron los exteriores del castillo de Hogwarts, y los interiores de la biblioteca de Harry Potter), la Torre de Londres donde tuvieron encerrada a Ana Bolena, el Palacio de Buckingham, el museo National Gallery...
Brooklyn, una película preciosa y a la vez desgarradora, sobre una inmigrante irlandesa que en los años 50 llega a New York en busca de trabajo y de una vida mejor.
También nos encantaría conocer los paisajes escoceses (donde según J.K.Rowling, se encuentra el castillo de Hogwarts) y las ciudades de Inverness, Edimburgo, Glasgow, porque son algunas de las locaciones de las novelas de Diana Gabaldon "Forastera", cuyo primer tomo está ambientado en la Escocia de 1743, cuando todavía existían los castillos y los clanes escoceses. Como he mencionado en otras oportunidades, la literatura inglesa siempre fue mi preferida y por ese motivo, me encantaría conocer y recorrer ése país tan hermoso, repleto de historia, literatura y arte. También me gustaría conocer otros países, por supuesto, pero para mi hermana y yo, Gran Bretaña tiene un atractivo especial.
Bien tarde en el día: un retrato del machismo y la tacañería en una relación de pareja
Sinopsis
Un cajón exclusivo en el armario. La copia de una llave. Un te amo dicho a tiempo. Un mensaje agradeciendo una cena. Gestos de amor y muestras de interés que construyen los cimientos de cualquier pareja. Aunque muchas veces todo esto queda relegado por un muro que no puede atravesarse. El egoísmo, el hastío, la pereza e incluso el maltrato se entrometen en la relación y el desenlace final se vuelve inevitable, si es que antes no clausuraron la posibilidad de un verdadero comienzo.
Claire Keegan observa y escribe con la sensibilidad justa para convertir la típica historia de amor en un relato tan conmovedor como atrapante, y avanza sobre zonas incómodas de la intimidad de una pareja como la falta de generosidad o incluso el desamor. Bien tarde en el día confirma la agudeza de su estilo y se vuelve un reflejo de la imposibilidad del amor en los tiempos que corren, aunque también una vía de escape.
En la novela corta "Bien tarde en el día", Claire Keegan no nos lleva a la Irlanda rural ni a los años ochenta, sino que a la época contemporánea, en la que existen Netflix, las computadoras, las máquinas americanas de hacer café y los teléfonos celulares. El relato comienza con una escena de lo más cotidiana, Cathal, un hombre irlandés que trabaja en una oficina en un edificio de Merrion Square, en Dublín, saluda a sus compañeros de trabajo y toma el autobús -en Argentina diríamos "colectivo"- rumbo a su casa, en la pequeña ciudad cercana de Wicklow. Mediante un diálogo con una vecina de asiento charlatana en el camino a casa, nos enteramos que el protagonista no tiene hijos. La novela se divide en cuatro capítulos, en el segundo, Cathal recuerda cómo conoció a una mujer significativa en su vida :
"Poco más de un año atrás, casi había bajado corriendo las escaleras de la oficina para encontrarse con Sabine, en la entrada de Merrion Square, ahí donde la estatua de Wilde descansaba sobre una roca. Ella llevaba un pantalón blanco y sandalias, anteojos de sol, un collar de cuentas multicolores alrededor del cuello. Habían cruzado en dirección a la National Gallery para ver la exposición de Vermeer, ella había pagado las entradas en línea. Mientras contemplaban las pinturas, a su lado, aspiraba su perfume." (Keegan, 2024.Pág.23.)
Se habían conocido hacía más de de dos años, en una conferencia en Toulouse. Era bajita, de cabello castaño, buena figura y ojos oscuros que no estaban del todo bien alineados, un poco cruzados. Lo había atraído la forma en la que estaba vestida: una falda y una blusa azul pizarra y también lo cómoda que parecía con ella misma, pero alerta a la que lo rodeaba. "(2024: Pág.24, 25)
----ALERTA: SPOILERS---
Sabine trabajaba para una galería de arte, Hugh Lane Gallery y compartía el alquiler de un departamento -o piso, como le dicen en España- en Rathgar, con tres estudiantes que estaban haciendo un posgrado. Él la invita a salir y a que lo visite en Wicklow, la ciudad costera donde vive, que está rodeada de campos y colinas. Una vez que consigue su número de celular, comienzan una relación.
"Del lado de ella, las cosas fueron tibias al principio, pero él no insistió. Después, empezó a ir los fines de semana y a quedarse a dormir. Había crecido en Normandía, cerca de la costa, y le gustaba salir de la ciudad, le gustaba el pueblo de Arklow con el río que lo atravesaba, la librería de usados y la playa cercana por cuya orilla caminaba descalza, incluso en invierno. Su padre era francés, se había casado con una inglesa. (...)
"Y luego, en algún momento, Sabine empezó a pasar la mayor parte de sus fines de semana en Arklow. Y empezaron a ir a la feria de agricultores los sábados por la mañana. No parecía importarle el gasto y compraba largamente: hogazas de pan fermentada, frutas y verduras orgánicas, platija, lenguado y mejillones de la furgoneta de los pescadores que subía desde Kilmore Quay. (2024. Pág.26)
Me detengo justo en ésta cita porque éste tema, el manejo del dinero, va a causar problemas en la relación entre ambos personajes. Todos esos ingredientes la mujer los utilizaba para cocinar tartas en la casa de Cathal, preparada mermelada de moras, tarta de champiñones, entre otros, que el hombre, comía y disfrutaba. Siempre y cuando no tuviera que poner un centavo de su bolsillo para costearlos, por supuesto.
El narrador en tercera nos va a contar que un día, Sabine se olvidó la cartera cuando pasaba frente al mercado de frutas y que quería comprar cerezas para cocinar una tarta. Cathal le dice que él pagaría, que se no se preocupara. Ella pesó medio kilo, que, ascendía al precio de seis euros, algo que al hombre no le gustó nada. A pesar de que ella luego le cocinó una torta, "con lo que él consideraba amor". Aquí tenemos el germen del comienzo del fin de ésta relación de pareja: en un hombre que le mezquina seis miserables euros a su novia para comprar ingredientes, de un postre que luego él se va a comer.
Pero eso no es todo, porque el señor, después de la escena de la tarta, le pedirá matrimonio a Sabine como si le estuviera preguntando si es lunes, martes o miércoles. Le pide casamiento porque "podría tener una vida, un hogar, con él, dejar de alquilar, sobre todo porque no eran tan jóvenes". Se da el siguiente diálogo, que ayuda a que el lector vislumbre el carácter de los personajes:
-Y no hay ninguna razón por la que no podamos tener un hijo-dijo-si quieres.
Él la observó de cerca; ella no parecía negarse.
-¿Te gusta la idea? -preguntó Cathal.
-Un hijo no es una idea- retrucó ella.
-Y podríamos tener un gato-añadió rápidamente-. Sé que te gustaría un gato. (2024: pág.28)
Para él, tener una esposa e hijo era un mandato que debía cumplir, como si fuera un trámite. Después de tres semanas y bastante persuasión por su parte, ella acepta casarse con él. Cuando van a comprar el anillo de compromiso, otra vez surgen problemas entre ambos. Lo habían encargado en una elegante joyería de Grafton Street, era un anillo antiguo con un diamante engastado en una alianza de oro rojo, pero a Sabine le quedaba flojo y había que adaptarlo. Cuando la pareja lo va a recoger unas semanas más tarde, el vendedor les informa que se les añadió un costo adicional de 126 euros más IVA por el cambio de tamaño. A lo cual, el flamante novio no tuvo mejor idea de hacer salir a su chica a la vereda y espetarle que no iban a pagar ese cargo. Ella le aclara que la joyería sí les había dicho acerca del costo adicional, pero él, enfurecido, le dice: "¿Crees que el dinero lo encuentro en los árboles? .
Cuando ella, enfadada y dolida, da media vuelta y está a punto de irse, él le pide disculpas y paga la diferencia al joyero para que puedan llevarse el anillo. Entonces, el ingenuo lector cree que ésta pareja sobrevivirá y tendrá un final feliz, porque "habían superado la primera discusión entre ambos".... Hasta que Sabine hace las valijas y se muda con Cathal.
La lógica de Cathal: "mudate y casate conmigo, ésta ahora será nuestra casa, nuestro hogar, pero no traigas ni tus libros, ni tus discos, ni tus artículos de higiene personal "
El lector de la breve y carismática historia de ésta parejita irlandesa/francesa, pensará que a pesar de las evidentes muestras de tacañería del protagonista masculino -hay que ser un desalmado y un avaro para echarle en cara a tu novia el precio del anillo de compromiso- , lograron superar la prueba de fuego de la convivencia y tener un final bonito y feliz. Pero no, porque resulta que cuando llega la camioneta con los objetos personales de Sabine, a Cathal casi le agarra un ataque:
"Y entonces, el mes pasado, para esa misma época llegó la furgoneta de mudanzas con todas las pertenencias de ella: un escritorio y una silla, una estantería, cajas de libros y DVD, CD, dos maletas llenas de ropa, una gran reproducción de Matisse de un gato con la pata en una pecera, y algunas fotografías enmarcadas de personas que él no conocía, y que ella colocó y colgó por la casa, desplazando cosas, como si la casa ahora también le perteneciera a ella." (2024; pág.39)
Entre ambos, mueven y cambian de lugar algunas de las cosas de él, porque no había lugar suficiente. Ella se da cuenta de que él no está contento y le pregunta qué le ocurre y si todavía la sigue queriendo. Cathal le responde que él no sabía nada de todas esas cosas, las cosas de ella y que eran "muchas cosas con las que lidiar".
-¿Creíste que iba a venir sin nada?
-Es que es mucho- intentó explicar.
-¿Mucho? No tengo mucho.
-Muchas cosas con las que lidiar.
-¿Qué te habías imaginado?
-No sé- dijo él- No esto. Simplemente, esto no.
-No puedo entender- dijo ella-. Sabías que, para fin de mes, tenía que dejar el departamento en Rathgar. Fuiste tú quien me pidió que viniera aquí para casarnos.
(2024;pág.40)
Comprando un mueblecito cómo éste, se solucionaban los problemas, Cathal. Todo hombre que va a tener una esposa lectora, debe tener una biblioteca. O hacerle lugar en la casa para que ella compre una.
Lo más lógico es que cuando un hombre le pide a una mujer que se vaya a vivir con él, ella traiga todas sus cosas personales, sus objetos más queridos. Si Cathal hubiera tenido la empatía y delicadeza necesarias para sostener una relación de pareja o un matrimonio, lo menos que podría haber hecho era hacerle un lugar a las cosas de ella, o en todo caso, conseguir una biblioteca o un mueble para los libros en francés de Sabine. Porque ésos objetos de los que él reclamaba que no conocía nada, eran una parte importante de la vida de la mujer con la cual planeaba casarse. No considerar que efectivamente, ahora su casa no era sólo suya, sino que también le pertenecía a su novia y futura esposa, es un error imperdonable en un hombre. Porque tener una pareja, implica compartir, dejar el egoísmo de lado. Hacerle un lugar en el placard, en el ropero, a tu novia, dejarle un espacio en los muebles del living para que cuelgue sus propias fotografías y si se quiere traer cuadros, almohadones, zapatos, discos, tiene todo el derecho del mundo. Sino, el señor se hubiera quedado viviendo solito, a fin de cuentas, fue él quien le pidió a Sabine que deje de alquilar, se mude y se case con él.
"No me hundan": el grupo de amigas que aviva a Sabine
Cuando leía ésta novela, me acordaba del ex novio de una amiga, que siempre que la traía a casa en automóvil y nos saludaba, nos decía, a mi hermana y a mí, con algo de vergüenza: "No me hundan". ¿Porqué ese temor de los hombres a que sus novias, sus parejas, tengan amigas mujeres? También se me viene a la memoria una escena de la serie Los Soprano, en la que Adriana, la novia de Christopher Moltisanti, pasa tiempo con una nueva amiga y a él, le molestaba y hasta se enfurecía. Claro, tienen miedo a lo que nosotras opinamos sobre ellos. A que les abramos los ojos sobre las actitudes de ellos que no nos parecen correctas. Porque tarde o temprano, en una charla entre amigas mujeres, siempre sale el tema de cómo es la relación con tu pareja. Desde pequeñas anécdotas cotidianas hasta otras más graves o preocupantes, si las hubiera.
Christopher Moltisanti y Adriana La Cerva, personajes de la serie Los Soprano, una de las parejas más tóxicas que he visto en la ficción. Christopher es el machismo personificado: violento -la golpea en diversas ocasiones-, posesivo, controlador, no soporta que su novia tenga amigas mujeres.
Adriana, Christopher y Danielle, una amiga de ella.
No recuerdo bien si era Virginie Despentes la que hablaba de esto, pero es verdad que las mujeres, cuando somos amigas y estamos juntas, o tenemos confianza, a veces podemos abrirle la cabeza a la otra, hacerles ver situaciones desagradables que ellas naturalizaban (por ejemplo, si tienen un novio que las maltrata y las agrede verbalmente, o hasta de manera física. O les revolea el celular por la cabeza, en medio de una discusión, como le pasó a una amiga) y que por vergüenza, no lo decían, se lo callaban, ni siquiera se lo contaban a su madre. De ahí el recelo que a veces pueden tener ciertos hombres con las amigas de sus novias, o la intriga: "¿De qué hablan cuando están solas? Me gustaría saberlo.", le dijo el novio de otra chica a mi hermana, que es un machista, posesivo y controlador que anda llamando a su pareja por teléfono hasta cuando se va a tomar un café con otras mujeres, porque le molesta que pase tiempo con sus amigas.
El hotel Sherbourne, donde Cynthia invita a tomar una copa a Sabine y le abre los ojos acerca del noviecito simpático que tiene.
Esto es lo que le sucede a Sabine, la protagonista de "Bien tarde en el día" , quien va a tomar una copa a un hotel, el Sherbourne, con Cynthia, una de las compañeras de trabajo de Cathal, a quien conocía porque era la contadora de algunos de sus trabajos de la galería de arte. Sabine le pregunta sobre los hombres irlandeses (qué es lo que quieren realmente), y la mujer, se sincera. Entonces, ella, más tarde, le cuenta a su novio:
-"Dijo que quizás las cosas estén cambiando, pero que una buena parte de los hombres de tu edad lo único que quieren es que nos quedemos calladas y les demos lo que ellos quieren, que fueron malcriados y que, cuando las cosas no salen como quieren, se vuelven despreciables.
Él quiso negarlo, pero la cuestión parecía incómodamente cercana a una verdad que él ni siquiera había considerado.
Se le ocurrió que no le habría importado que ella se callara en ese momento para así darle lo que quería. (...) Ese era el problema cuando las mujeres dejaban de estar enamoradas; el velo del romance dejaba de cubrirles los ojos, miraban hacia dentro y podían leerte.
Pero la cosa no quedó ahí.
-Tu compañera también dijo que para algunos de ustedes no somos más que conchudas -prosiguió-, que a menudo oye a los hombres irlandeses referirse a las mujeres de esa manera y llamarnos putas y perras. Habíamos terminado la botella y aún no habíamos comido, pero recuerdo claramente que eso es lo que ella dijo.
-Ah, así es cómo hablamos aquí -dijo Cathal-. Es simplemente una cosa irlandesa y la mitad de las veces no significa nada. (...)
-¿Sabes si que ni siquiera me has agradecido una vez por alguna de las cenas que preparé aquí, o que nunca compraste comida, o que ni siquiera me preparaste un desayuno?
-¿Acaso no pedí la cena que comiste esta noche y que pagué? ¿Acaso no compré todas esas cerezas para tu tarta cara? ¿Y qué no, no te ayudé todo el día a mudar tus cosas?
-¿Ayudaste o te quedaste mirando? -preguntó ella-. Y esa noche que compraste las cerezas en el Lidl me hiciste saber que costaban más de seis euros.
-¿Y con eso que?
-¿Sabes que hay en el centro de la misoginia?¿Cuándo se cae en ella?
-¿Así que ahora soy un misógino?
-Es simplemente cuestión de no dar -dijo-. Ya se trate de de creer que no deberían darnos el voto o de no ayudarnos a lavar los platos: todo esta enlazado. (...) (Keegan, 2024; pág. 43- 45)
En mi reseña de "Cora", la novela de Jorge Fernández Díaz, comenté que para las mujeres del siglo XXI, con lo mucho que ha cambiado el mundo (con el auge del feminismo y el acceso de la mujer a la educación superior y al mercado de trabajo) es un desafío relacionarnos con los hombres. Actitudes que décadas atrás se naturalizaban o pasaban por alto, ahora se cuestionan y hasta pueden terminar con una relación de pareja, como les sucede a los protagonistas de la novela de Keegan.
Son pequeñas acciones, las que Sabine le reclama a su novio, como echarle en cara los seis euros para pagar unas cerezas, que luego él se comería en una tarta, que no le de un lugar en su casa para los objetos personales de ella (y que encima, le moleste que los traiga), que no tenga la delicadeza de prepararle un almuerzo, una cena o invitarla a un restaurante -sino sabe o quiere cocinar-, pequeños detalles, que pueden finiquitar un noviazgo y provocar que te dejen plantado casi en el altar, como le ocurre a Cathal.
El hombre no quiere dar nada a cambio de la compañía y el afecto de esa mujer, desea todas las comodidades para él: sexo, que le cocinen, que lo atiendan, y sobre todo, que ella se quede calladita y que no le cuestione absolutamente nada. Básicamente, quiere una sirvienta sumisa en su casa porque se encuentra muy cómodo en ésa situación. No se da cuenta de que un pequeño gesto, como ayudar a lavar los platos o simplemente decir "gracias" a Sabine, es un acto de amor. Sino le gustaba o no sabía cocinar, aunque sea la hubiera invitado a un lugar bonito a almorzar o a merendar. Pero no, era tan avaro que no quería gastar ni una moneda, hasta protesta cuando debe pagar el delivery de la comida china que pidieron.
Lo que Cathal no entiende es que una novia no está solamente para complacerlo en la cama y para que sea su esclava doméstica. Que ser tacaño y andar fijándose si ella gastó un poco de dinero para cocinar una tarta, que luego él se iba a comer con mucho gusto, es una actitud horrible, despreciable. Fue una sola vez que ella no tenía el dinero para pagar la fruta, y él, como el canalla insensible y miserable que es, se lo reclama. Para él, su novia era una invasora en un territorio, en su casa.
Cuando uno quiere casarse y compartir la vida con una mujer, debe ser generoso, debe ser abierto, considerado. Hacerle un lugar para sus objetos personales, darle un estante del armario del baño para que ubique su cepillo de dientes, el shampoo, el acondicionador, las cremas, los efectos personales. Ofrecerle un par de cajones en el armario de la ropa, o sino, comprar uno más grande para que lo usen ambos. Su hogar ya no era solamente suyo, sino que era de los dos. O debería serlo, si iban a contraer matrimonio.
Era lógico que Sabine lo dejara plantado en el altar. Imagínense lo que debe ser estar casada con un hombre así. Que te eche en cara que gastaste de más hasta cuando compraste un kilo de pan y que encima, no quiera ni pagar el costo adicional del ajuste de tu anillo de compromiso. Cathal sería el tipo de hombre que hasta escatimaría en el hotel donde pasarían la luna de miel, seguro que la llevaría al más barato, porque uno mejor, "sería demasiado caro". Este hombre es lo que en Argentina llamamos un miserable, un rata.
Tener un novio o una novia, implica dar, ser generoso, poner parte de ti. Cuando hablábamos de ésta novela, mi hermana me decía: "Bien tarde en el día" representa el egoísmo del ser humano del siglo XXI, el capitalismo salvaje llevado al extremo, inclusive, dentro de las relaciones humanas. Es una relación que nunca va a funcionar porque los protagonistas no logran compartir nada juntos. El hombre, no quiere ceder en nada. Y uno, en una relación de pareja, debe ceder cosas, a cambio de otras."
Mi madre, que es de otra generación, se reía mucho cuando le contaba sobre la tacañería de Cathal -si habrá vivido situaciones así- el protagonista, y me decía: "está bueno porque trata de la convivencia". "Es como si el día de mañana tenés un novio y te vas a vivir con él. No vas a caer vos sola, sino que con 200 libros atrás", me decía. Imagínense que me toca un hombre como Cathal, que cuando llegó Sabine con sus libros en francés, estaba horrorizado porque no tenía ni un mueble ni una biblioteca para que ella los ubicara. Y tampoco demostraba ninguna intención de conseguirle uno, porque como a él no le interesaban esos libros, tampoco le daba importancia a lo que significaban para ella, quien iba a ser su esposa dentro de poco. Y eso, es un error muy grave que comete el personaje, que le cuesta su relación con aquella mujer.
----FIN DE LOS SPOILERS---
¿Quién paga la cuenta? Una reflexión sobre la nouvelle de Claire Keegan.
Las mujeres, hoy en día, hablamos de estos temas con nuestras amigas. Algunas escritoras feministas radicales afirman que debemos pagar nuestra parte de la cuenta-porque sino, fomentamos la opresión del patriarcado 😂 - si un hombre nos invita a un restaurante por primera vez. En lo personal, considero que si ya en la primera cita, un hombre te hace pagar tu parte, es una muestra evidente de tacañería. No estoy diciendo que deba pagar siempre, sabemos que en Argentina la situación económica es difícil, pero aunque sea, un hombre que se precie de ser un caballero, debe pagar la cena, el almuerzo o la merienda, por lo menos, la primera vez. Es una cuestión de educación, de cortesía.
A una amiga mía, una vez le ocurrió algo insólito: estaba saliendo con un muchacho - el pelirrojo que le regaló los libros de Lovecraft- fueron a una cafetería carísima que eligió él y ella tuvo que pagar la cuenta porque el señorito se "había olvidado la billetera". O sino, en otra ocasión, en un encuentro con otro hombre, ella tuvo que pagar hasta el hotel y el almuerzo, en agradecimiento por los "servicios prestados" (sí, estoy siendo irónica). A mí, éstas anécdotas que me contó, me parecieron un horror.
¿Qué clase de hombres -si se los puede llamar así- son esos? ¿Dónde quedó su dignidad? Y no me refiero a que deban ser un "macho proveedor del siglo XX" -como cuestionan algunas feministas- sino que es una cuestión de que en situaciones tan íntimas, carnales y personales, hay que ser un caballero, algo de lo cual muchos hombres se han olvidado hace tiempo. ¿Cómo vas a intimar con una mujer y luego, pedirle que te pague la hamburguesa? Es patético.
Para dar un punto de vista masculino sobre este asunto, voy a mencionar lo que me comentó un amigo mío, hace muchos años, cuando yo era jovencita y empezaba a escuchar heavy metal. Este chico (teníamos 18 años en ese entonces) había sido compañero mío de la escuela primaria y fue el que me "inició" en la música metal. Él estaba terminando la secundaria y para pagarse sus gastos, trabajaba en una heladería. Éramos muy buenos amigos y teníamos confianza, hablábamos de esto, de las parejas que conocíamos y de los "hoteles alojamiento". Él -quien luego estudió una carrera militar, curiosa profesión para un metalero- opinaba que "un hombre que se preciara de serlo", si quería tener intimidad con una mujer, debía pagar el hotel. Que siempre, siempre, pagaba el hombre.
No era una cuestión de machismo, según él, sino, de tener una atención con la mujer -ya sea una desconocida o tu novia- una muestra de caballerosidad, de hacerla sentir bien, cómoda. De estar agradecido y contento de que esa señorita lo haya elegido para pasar el día o la noche con él.
Y en este caso, comparto con su opinión. ¡Solamente faltaba eso, que nosotras tengamos que pagar hasta el hotel y la hamburguesa al día siguiente, como le pasó a mi amiga! Una cosa es ser feminista, querer y fomentar la igualdad y otra cosa, que nos vean la cara de estúpidas....
Una entrada de cine a cambio de un beso
Sin embargo, también es un arma de doble filo aceptar que un hombre te pague un café, una merienda o una entrada al cine, porque hay tipos que se creen que sólo por eso, ya tienen derecho a llevarte a la cama. Eso, también es machismo. En una cita, tanto hombre como mujer, sabés que te puede ir bien o mal. Por este motivo, por temor a ser tildadas de vividoras, varias mujeres prefieren pagar su parte en la primera cita, para que luego -si no aceptan que el hombre las bese o pasar a terrenos más íntimos porque el sujeto no les gustó o terminó de convencer- ellos no les echen en cara el dinero que gastaron.
Le sucedió a una colega mía de la facultad, quien aceptó ir al cine con un amigo suyo, a quien conocía desde hacia años. Según ella, no fueron en plan cita -él solía ir a ver filmes con otras amigas mujeres de vez en cuando, me comentó en su momento- él pagó las entradas y eligió la película (una de superhéroes). Cuando el filme terminó, él le pidió que ella lo besara, a lo que mi compañera, se negó. Se conocían hace varios años y la mujer, ya le había dejado en claro que no quería tener un noviazgo -ni otro tipo de relación más íntima- con él, sino que solamente lo consideraba su amigo.
La cuestión es que él, furioso e indignado, le espetó: "¡Pero yo te he pagado la entrada del cine!". Como si fuera motivo suficiente para obtener el deseo y el afecto de una mujer. Significaba: "Besame, porque esa es tu manera de devolverme el dinero que invertí en vos". El hombre no aceptaba que ella no lo viera con otros ojos que no fueran los de la amistad. Mi compañera me dijo que fue una situación muy incómoda y desagradable. Es que el amor o el deseo, a veces puede nublar la razón y volver estúpida a la gente. No se puede obligar a una mujer a que te bese, por más entrada al cine o café que le hayas pagado.
Visto de esa manera, parece una transacción horrible. Una entrada al cine a cambio de un beso o de concretar un encuentro sexual. Y cuando las cosas no resultaron como él quería, quiso hacer sentir culpable a mi amiga. Eso, se llama machismo. En mi opinión, la actitud del muchacho (porque ése no es un caballero) es indigna. "No querés besarme por las buenas, pero como te pagué la entrada, tenés la obligación de hacerlo". Respecto a éste lamentable suceso que me contaron -a partir de esto, superada la friendzone, mi amiga siempre pagó su parte en cada salida con éste hombre, con el cual siguió teniendo una amistad, para que no le eche nada en cara- , me acordé de una entrevista que vi en YouTube, a un escritor que me gusta mucho.
Él contaba que cuando era adolescente y travieso, había ido con unos amigos a espiar un burdel que había en su ciudad. Estaba intrigado por lo que sucedía allí, porque siempre entraba y salía gente. Su padre, al enterarse de que su hijo rondaba por esa calle y ese lugar, le dijo algo que no olvidó nunca: "ningún hombre que se respete, paga por ir con una mujer". Más claro, échale agua. Se refiere a que pagar por un beso, pagar por sexo, es indigno para un hombre. Que el amor y el deseo de una mujer, hay que ganárselo por mérito propio, no comprarlos con dinero. En éste caso, lo que le sucedió al amigo de mi colega, fue no soportar el rechazo de una mujer que deseaba y por eso decidió humillarla para castigarla, porque se sintió herido en su orgullo masculino. No quería aceptar un no por respuesta. Algunas mujeres, cómo ésta chica, consideran que con dinero - ni siquiera con veinte entradas de cine- no se puede comprar sexo, no se puede comprar amor.
Palabras finales
Me alegra mucho que Claire Keegan se animara a abordar un tema tan sensible y espinoso como es el manejo del dinero en las relaciones de pareja. Cómo el egoísmo, la falta de empatía y delicadeza, pueden acabar con cualquier noviazgo. No es una novela moralista ni didactista, sino que con gran talento y habilidad, la autora nos muestra la personalidad y las actitudes de Cathal y Sabine y que cuando sus mundos colisionan, no hay final feliz. Porque en un noviazgo, siempre hay que ceder, hacer concesiones. Y Cathal, el personaje masculino, no quería hacer ninguna, trataba a su novia como se hacía en el siglo XIX y principios del siglo XX.
Puedo empatizar con Sabine, la protagonista, porque yo también dejaría plantado en el altar a un hombre así, que no valora nada, que su novia le cocine con amor, con cariño, que lo trate bien y le brinde afecto, sino que lo único en lo que se está fijando es en la moneda que gasta. Y eso, su tacañería y egoísmo -y su machismo y misoginia, como le cuestiona Sabine- le termina costando su relación. Recomiendo sin dudar Bien tarde en el día porque a pesar de la sencillez de su argumento y de las escenas cotidianas, logra capturar la complejidad de las relaciones humanas, su lado más oscuro e incómodo, las luces y las sombras de un noviazgo. Y otra vez más, la autora irlandesa demostró su magnífico talento para el relato corto, para la nouvelle.
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