Como en El Tango de la Guardia Vieja: Shailene Woodley y un romance prohibido en la Riviera francesa durante los sesenta.




Debo confesar que desde hace rato no soy aficionada a las películas (o comedias) románticas, a ésas bien cursis filmadas en grandes urbes como Nueva York, Seattle o Londres. Aquellas en las que los amores de los protagonistas son casi perfectos y los hombres, apuestos príncipes azules. Me refiero a filmes como Nothing Hill, Tienes un e-mail, Mujer bonita, Propuesta en un año bisiesto, El Diario de Noah... 


No digo que sean malas, cuando era jovencita disfrutaba mirándolas, porque eran entretenidas, divertidas, sólo que con los años he perdido la inocencia de la juventud y por lo tanto, ya no me atraen e interpelan tanto como antes. Lo que más miro ahora, suelen ser películas bélicas, históricas o dramáticas. Entre fines del año pasado y enero y febrero de éste, me devoré las siete temporadas de la serie Mad Men. Y cuando la terminé, comencé a ver películas otra vez: Salvador (Oliver Stone), El año que vivimos en peligro, Los gritos del silencio, Bajo Fuego (la de la guerra civil de Nicaragua), La corresponsal, en la que Rosamund Pike interpreta a una periodista inglesa con estrés postraumático que murió en la Guerra de Siria, entre otros...  En Amazon Prime, pude ver una de las que ganó el Oscar; Zona de interésPor quién doblan las campanas (con Ingrid Bergman y Gary Cooper), sobre la Guerra Civil Española, basada en la famoso libro de Ernest Hemingway, la vi en HBO Max.  

También miré alguna que otra ajena a conflictos bélicos, como Elena sabe, la adaptación de la novela de Claudia Piñeiro, la comedia argentina Puan, -filmada en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA- El amante de lady Chatterley, que ya reseñé, Oppenheimer, porque me encanta el actor Cillian Murphy, me parece excelente. La verdad es que son pocas, hubo años en los que vi más películas, pero estuve ocupada con otras obligaciones y es que éste año, me está costando muchísimo sentarme y tomarme el tiempo para disfrutar del cine, aunque sea en casa. 

La cuestión es que el otro día estaba sola, aburrida, revisando el catálogo de Netflix, buscando algo que me entretuviera. No tenía ni ánimo ni ganas de mirar algo complejo, que me demandara demasiada concentración y me llamó la atención una película de romance, un drama ambientado en dos tiempos: en la Riviera francesa de los '60 y en el Londres del año 2000. El filme se llama "La última carta de tu amante", (basada en la novela homónima de Jojo Moyes) y está protagonizado por Shailene Woodley, una actriz a la que conozco muy bien porque la he visto trabajar en Bajo la misma estrella, Divergente, The Spectacular Now, Snowden...



---------ALERTA: SPOILERS SOBRE LA PELÍCULA------

 ----------Y la novela El Tango de la Guardia Vieja, de Arturo Pérez-Reverte -------


Jennifer Stirling y el apuesto periodista: un romance prohibido en Niza. 


Jennifer Stirling  (interpretada por la actriz Shailene Woodley) vacacionando en Niza mientras su marido, el rubio apático Larry, vivía de viaje por sus negocios. 


El motivo principal por el que la elegí es que la historia del pasado está ambientada en Niza -calculo yo- una ciudad de la Costa Azul en Francia, que es uno de los escenarios de la novela El Tango de la Guardia Vieja, de Arturo Pérez-Reverte. La historia de amor prohibida entre Jennifer Stirling -interpretada por Shailene-, una mujer de clase alta casada con un empresario británico y el periodista Anthony O' Hare, me recordó muchísimo al romance entre la aristocrática española Mecha Inzunza y el bailarín de tangos, el pícaro gigoló y ladrón de guante blanco, Max Costa. 

Jennifer y Anthony, en mi cabeza, eran como unos Max y Mecha anglosajones, a pesar de que en la novela de Pérez-Reverte los protagonistas se conocen a fines de los años '20, pero luego se reencuentran, nueve años después, en Niza, la ciudad costera donde se ambienta ésta película. Como nunca estuve en Francia, quería ver cómo era ésta famosa ciudad balnearia donde veraneaba la élite europea, pero al final me enteré que habían filmado las locaciones en Mallorca, España. Me sentí un poquito estafada, ahora voy a tener que buscar películas que de verdad se hayan filmado en Niza para ver cómo es.

La fotografía y el vestuario del filme son impecables, Shailene Woodley parecía Jackie Kennedy con todos esos sombreros, vestidos, guantes.... Mientras veía a su personaje, Jennifer, me imaginaba que así era cómo se vestía Mecha Inzunza, que si bien ya era una señora mayor en los '60, usaba guantes en su juventud.


La novela de Jojo Moyes -que no leí- está ambientada en dos temporalidades diferentes: el Londres de los 2000 y los años '60. Elie Haworth, una joven periodista inglesa, trabaja para el periódico London Chronicle y debe escribir el obituario de Mary Ellen, una veterana editora del diario que había fallecido. Con la ayuda de un joven historiador del arte, busca en los archivos que ésta mujer dejó en el periódico para redactar su historia y entre sus papeles, encuentra una carta de amor dirigida a una tal Jennifer, fechada en 1965, a quien el hombre que la escribió había conocido en Niza, durante unas vacaciones y le pide que abandone a su marido. 




Larry Stirling, el adinerado y desabrido marido de Jennifer. Un hombre tan machista -era común en ésa época, igual- que no aceptaba que su mujer no lo quería más.  


A partir de entonces, en la película se producen saltos hacia el pasado: conocemos a la elegantísima Jennifer y a su marido, el empresario Larry Stirling, interpretado por el rubio londinense Joe Alwyn -sí, el ex novio de Taylor Swift-. Éste matrimonio adinerado pertenecía a la élite de la sociedad británica, se habían conocido porque sus familias compartían negocios juntos. Ella, era estadounidense, oriunda de Nueva York, pero al casarse con Larry, se había mudado a Londres y él nunca la llevaba a visitar a su familia en Estados Unidos. 

Uno ve que no se amaban, sino que se habían casado por mandato; porque pertenecían a la misma clase social. El marido, era frío, indiferente, se la pasaba "de viaje" por negocios y lo único que le importaba era ganar dinero. Hay que reconocer que Alwyn lo interpreta de manera magistral. Mientras que ella, Jennifer, es una mujer llena de vida, inteligente, que lee muchísimo, aventurera, él apenas le presta atención. Su esposa es un mueble más de la casa, para mostrársela a su círculo social. Le alquila una casa en Niza, en la Riviera francesa, donde van a pasar todos los veranos, y luego, la deja sola cuando lo llaman por sus "negocios". 



Aparece en escena un periodista de origen irlandés que trabajaba para el London Chronicle, Anthony O' Hare, quien viaja allí para entrevistar al reconocido marido de Jennifer y fotografiar al matrimonio, para la sección de "sociedad" de su periódico (sería como la revista ¡Hola! de ahora, donde salen los famosos). Los tres almuerzan juntos en un restaurante y como siempre, Larry está ocupado, se vuelve a Londres y le pide a su esposa que entretenga al invitado. 

Al principio, Jennifer y Anthony no se llevaban bien porque él era incisivo, crítico con la high society, bebía un poco de más... la había ofendido en una fiesta, hablando mal de ella, porque en el fondo, la mujer lo intimidaba. Digamos que era un provocador auténtico. Pero luego, avergonzado por su comportamiento,- porque ella era toda una señora- la visita a la luz del día para entregarle una carta donde le pide disculpas. Ella, que estaba con una amiga, le exige que se la lea en voz alta. Hacen las pases y Jennifer lo invita a navegar en una lancha por el mar, salen a andar en bicicleta juntos, pasean por la ciudad y terminan conociéndose y enamorándose.



Él, divorciado y con un hijo - su mujer lo había dejado por infiel y además, tuvo problemas con el alcohol- vivía solo y le pregunta a ella porqué se había casado. Jennifer le explica cómo se conocieron con Larry y que no habían tenido hijos porque él viajaba demasiado. Luego de compartir mucho tiempo juntos, los dos se convierten en amantes, pero al final, el desabrido marido regresa y Anthony, debía volver a su trabajo en Inglaterra.


                 La estación de tren a la que ella nunca llegó. 



Jennifer Stirling conoce la verdadera felicidad con éste hombre que no era su esposo, se escriben cartas que dejan en un buzón para comunicarse -porque no existía Internet, por supuesto-. Él le propone que huyan juntos, porque iba a aceptar un trabajo en Nueva York. Que abandone el matrimonio infeliz y la vida de apariencias y lujos que tenía con Stirling y que se vaya con él. Ella arma las maletas, y mientras un amigo en común la lleva a la estación de King's Cross a tomar el tren que los llevaría al puerto, tiene un accidente de tránsito. La protagonista sobrevive, a diferencia de su acompañante y pierde la memoria. El marido, que encuentra las cartas y descubre que su mujer le fue infiel con el periodista, le miente y le dice que Anthony era el que la acompañaba y que murió. 

La escena de Anthony en la estación de tren, solo, pensando que Jennifer no había acudido a su cita porque seguía eligiendo a su esposo a pesar de que no lo amaba, es desgarradora. La prueba ficticia de que no siempre los grandes amores pueden prosperar. También me hizo recordar a la escena de El Tango de la Guardia Vieja en la que Max Costa se va de Niza en el Tren Azul y abandona a la mujer que fue el amor de su vida, Mecha Inzunza. Cuando el bailarín mundano está a punto de partir, porque lo acechan peligros, ella le pregunta: "¿Y qué pasa conmigo?"


Max se va a hacer su vida de aventurero errante y la abandona. No se la juega por Mecha. Ya sea porque se sentía inferior a ella o porque no estaba preparado para asumir que la amaba. Treinta años después, cuando se encuentran por casualidad en Sorrento, Italia, con más de sesenta años los dos y una vida hecha, era demasiado tarde. Ambos se veían muy diferentes de cuando tenían veinte y treinta, la edad que tenían cuando se conocieron en Buenos Aires y se reencontraron, nueve años después, en Francia. Ésta película me hizo rememorar un diálogo de la novela: 





-¿Porqué nunca te quedaste?

-Eras un sueño hecho carne- él medita la respuesta, esforzándose en ser preciso-. Un misterio de otro mundo. Jamás imaginé que tuviera derecho.

-Lo tenías. Delante de tus estúpidos ojos.

-No podía verlo. Era imposible... No encajaba con mi manera de mirar.

-Tu sable y tu caballo, ¿verdad?

 Max hace un intento sincero por recordar.

-No me acuerdo de eso- concluye.

-Claro. Pero yo sí. Recuerdo cada una de tus palabras. (...) Toda mi vida se nutrió de eso, Max. De nuestro tango silencioso en el salón de palmeras del Cap Polonio... Del guante que puse en tu bolsillo esa noche en la Ferroviaria. El que al día siguiente fui a buscar a tu habitación, en la pensión de Buenos Aires. 

(Pérez-Reverte, 2012, pág. 346)



Es memorable cuando Mecha Inzunza, con amplia sabiduría femenina, enfadada y desilusionada por la cobardía de él; le responde: "Lo tenías. Delante de tus estúpidos ojos". Y además, le dice algo muy cierto a Max: "Recuerdo cada una de tus palabras", porque las mujeres, cuando quisimos de verdad a un hombre, cuando lo amamos, recordamos todo, absolutamente todo lo que nos dijeron en momentos importantes. Habían pasado treinta años y Mecha se acordaba. Bien por Pérez-Reverte, que supo reflejar en su novela cómo sienten y piensan las mujeres con respecto a su relación con los hombres. 

Que Max y Mecha podrían haber terminado juntos es verdad, porque a ella le habían encarcelado a su primer marido, Armando de Troeye, en la Guerra Civil Española y poco tiempo después, enviudó, porque a él lo mataron. Es curioso, pero hay decisiones que tomamos en la vida, que determinan nuestro destino. No jugártela por el hombre o la mujer que amás, como Max, influye en la posterior felicidad o tristeza de la vida de uno. O tal vez no, tal vez no arregla nada, pero aunque sea, lo intentaste. Eso es lo que Mecha le reclama a su antiguo amante (cuando ya era demasiado tarde) en Sorrento, que no tuvo el valor suficiente para compartir el resto de su vida con ella.


Bueno, el caso de La última carta de amor es diferente, en algunos aspectos. Porque cuando Jennifer y Anthony se vuelven a reencontrar cinco años más tarde por casualidad, ella había tenido una hija con su esposo. Vuelven a ser amantes pero Stirling, el esposo, la descubre y la confronta, la amenaza con llevarla a juicio por adulterio y quitarle la custodia de la niña. Ella decide postergar su felicidad con el periodista y quedarse con el marido, resignada. Porque una mujer de la alta sociedad británica llevaba todas las de perder en un divorcio con un marido rico y poderoso, durante los '60. 


Aunque en el fondo, Jennifer no se resigna a perder al hombre que amabaagarra a su hija y  le lleva un par de cartas a Mary Ellen, la redactora jefe del periódico donde trabajaba Anthony, quien, pensando que  ella lo abandonó para siempre y con el corazón roto, se había embarcado rumbo a Estados Unidos. Las cartas nunca llegan a destino y por ese motivo, los amantes no vuelven a verse hasta el año 2000, cuando Elie, la audaz periodista, los encuentra a los dos, los entrevista por separado y logra que se reencuentren, en un parque de Londres donde tenían sus encuentros clandestinos en los sesenta.

Cuando veía a Jennifer, ya separada del marido desde hacia décadas, y a Anthony, ambos con el pelo blanco, mayores, con arrugas y canas, abrazándose y rememorando la juventud, se me caían las lágrimas y apenas podía mirar la pantalla del televisor. No sé que me pasa éste año, pero veo una película así y empiezo a llorar como una Magdalena. Es que así me imaginaba a Max Costa y a Mecha Inzunza en Sorrento, cuando se volvieron a ver treinta años después de su último encuentro, en Niza, cuando ambos estaban en la treintena. 

Me imaginaba a Max y a Mecha -es una pena que nunca le adaptaran la novela a Reverte al cine o a una serie de TV ¿Qué está esperando la HBO, eh? 😒- cómo veía a Jennifer y Anthony, la diferencia, es que en la novela de Jojo Moyes sí hay final feliz. 




La infidelidad como tema literario:

Jennifer Stirling, atrapada en una jaula de oro



Jennifer y Anthony, los amantes de la película. Ella usa guantes como Mecha Inzunza.  


Estamos acostumbrados, desde los comienzos de la literatura occidental, a que los hombres les sean infieles a sus esposas y novias, y que no haya consecuencias graves, que sea algo natural. Desde Penélope, la esposa de Odiseo, en adelante, la literatura está repleta de mujeres que aguantaban todo, porque el matrimonio era una "institución sagrada", para nosotras. Para los hombres, daba lo mismo. Podían tener dos o tres vidas paralelas que no pasaba nada. 

Me acuerdo de un ex novio que tuve cuando era muy jovencita que se indignaba por la película "Los puentes de Madison", por el atrevimiento de Francesca Johnson, el personaje de Meryl Streep, de serle infiel a su marido durante un fin de semana con el fotógrafo Robert Kincaid (Clint Eastwood). Y su padre, mi ex suegro, lo contradecía, diciendo que si bien él no defendía las infidelidades, en ésa película se entendían las acciones de Francesca porque su marido, el granjero, era un témpano con ella. Cinéfilo empedernido y amante de la música clásica, me dijo en su momento que la película y la historia eran perfectas. Y ese hombre, (ya sea porque era religioso o por lo que sea) casado con su mujer desde hacia más de treinta años, era del tipo que no habría engañado a su esposa en la vida. Pero él, en lugar de indignarse como su hijo, porque la señora se atrevió a meterle los cuernos al marido, la comprendía. Porque sabía -porque el señor ya tenía canas en el pelo y en la barba- que los seres humanos somos complejos y que condenar moralmente a alguien por ser infiel, pues... no siempre es válido, por más católico practicante que seas, como era su caso.

 

¿Quién no ha llorado con la escena de la camioneta? En la que él espera que ella abandone a su familia y se vaya con él. Pero no sucede. Francesca se queda con su familia.


En el caso de ésta película, "La última carta de tu amante", sucede algo parecido que, salvando las distancias, con Los puentes de Madison. Jennifer Stirling, mujer de clase alta, aburrida en un matrimonio con un marido que la trataba como a un mueble, un adorno más para lucir en las fiestas con sus amigos, cansada, aburrida y frustrada de su vida de ama de casa, conoce a éste atrevido, inteligente y apasionado periodista y se enamora de él. Descubre que tienen afinidad, que pueden conversar de un montón de temas juntos y encima, tiene una química sexual increíble con él. Nada que ver con su frío, indiferente y egoísta marido, que aun sabiendo que ella lo engañó con Anthony, la obliga a que olvide eso y quiere que continúe casada con él a toda costa, porque no iba a permitirle quedar como un cornudo ante la alta sociedad británica a la que pertenecía.


Ni blanco, ni negro, sino gris 


¿Podemos juzgar a Jennifer, podemos juzgar a Mecha Inzunza de El Tango de la Guardia Vieja, por engañar a sus esposos con otros hombres? Si uno ve la vida que tenían las mujeres antes de los años '60, sobre todo las de clase alta, que a pesar del dinero que tenían, vivían encerradas en una jaula de oro, las entiende. Ambas se habían casado con hombres decepcionantes, que no se encontraban a su altura. Aun así, sigue habiendo espectadores o lectores que ven estas historias y se indignan, lo cual es algo muy curioso.

Al menos, a mí, como espectadora o lectora, me sucede que con el paso de los años, ya no pienso y veo el mundo como cuando era más joven o pequeña. He comprendido porqué los seres humanos son infieles a sus parejas y es algo que simplemente, sucede. Pasa que se les perdona más a los hombres que a las mujeres (sobre todo, si ellas están casadas y tienen hijos, como Jennifer Stirling). 

Cuando era niña, la posición de las escuelas católicas a las que me mandaron a estudiar era que "el matrimonio era sagrado y el adulterio, es malo". La postura de mi madre, es muy parecida. Ella, criada "a lo tano", a lo italiano, recibió una educación de lo más moralista y puritana, en la que "la familia, el marido y los hijos son lo más importante del mundo". Había que sostener ésta institución a cómo de lugar, aunque la pareja se cayera a pedazos. Para las mujeres de la generación de mi madre (60 años o más) , no importaba si el marido era un cretino, si te metía los cuernos, te despreciaba, maltrataba verbal o económicamente (te mezquinaba el dinero y amenazaba con no alimentar a los hijos) si hasta te pegaba y daba auténticas palizas -como le pasaba a una señora vecina, hasta que enviudó-... Al marido con el cual una se casaba por civil y por Iglesia, había que aguantarlo. Había que quedarse con él hasta "que la muerte los separe". Y si te separabas, en los noventa, como le pasó a una colega mía de la facultad, la familia entera -los primos, los parientes- te apuntaba con el dedo por "divorciarte". Sus parientes la acusaban de ser una mala madre y mujer ligera de cascos por salir con otros hombres, mientras que su ex marido, el padre de la niña, era libre de tener todas las mujeres que se le antojara. Pero claro, es hombre. Ellos siempre lo tuvieron permitido. Nosotras, ante todo, señoras y madres. No mujeres que sienten, que aman, que desean. 

Con mi madre, me resulta muy difícil hablar de éstas cuestiones. Para ella, por la manera y la época en la que fue criada, esto se divide en blanco y negro: fiel, bueno, infiel, malo. Yo digo que hay grises, que hay matices. Cuando era adolescente ni lo pensaba, ni lo veía. Pero al crecer, mi hermana y yo pudimos comprobar que no era así. Que una mujer, por ejemplo, se puede sentir atraída sexualmente por un hombre casado (aunque no concretes nada físico con él) o inclusive enamorarse de él y  eso no te convierte en una zorra que se cargó a una familia (como dijo una célebre botinera argentina, al descubrir que su marido futbolista la engañó con una actriz) o en una mala mujer

Y que una, recién lo comprende cuando le sucede en carne propia o tal vez no, pero sí le pasó a una amiga, a una prima, a una compañera de trabajo. Ponerse a juzgar y a condenar a una mujer porque le es infiel al marido, me parece una actitud del siglo XIX. Hay contextos y contextos. Uno nunca sabe qué es lo que sucede de verdad dentro de una pareja o matrimonio para andar apuntando con el dedo y juzgando. Jennifer, la mujer de la película, a pesar de que lucha por reunirse con el hombre que amaba, que no era su esposo, termina resignándose a perderlo porque no tenía la independencia económica y jurídica para afrontar un divorcio y tener asegurada la custodia de su hija, La maternidad le cuesta la felicidad. 

Las relaciones humanas son complejas y a mí, leer a psicólogos como Gabriel Rolón (sobre todo su libro Encuentros, el lado B del amor) me ayudó a comprender la diferencia entre el amor y el deseo, que a veces se dan ambos o por separado. A entender -que no es lo mismo que justificar- porqué los hombres y las mujeres, en determinados contextos, son infieles. En el caso de éste personaje de ficción interpretado por Shailene Woodley, no logra liberarse a tiempo de la jaula de cristal que representaba su matrimonio y para no perderlo todo, renuncia a su felicidad. Era muy triste la vida de las mujeres de ésta época.

Yo pienso que el adulterio, en el caso de la protagonista de la novela de Jojo Moyes y de Mecha Inzunza, en lugar de ser un "acto pecaminoso e inmoral", era una manera de transgredir en una sociedad en la que las mujeres debían conformarse con el marido que les tocara en vida, aunque las decepcionara, fuera frío o las ignorara o tratara como a un mueble... Su propia clase social las encorsetaba y limitaba. No siempre las señoras bien podían estar con el hombre que amaban. Uno de los motivos por los cuales Max Costa no se queda con Mecha es ése, él era pobre, ella, de familia adinerada. 


Mi opinión acerca de la lectora que se indignó ante la protagonista que abraza a un hombre que no es su marido.


Helena de Troya, una de las primeras mujeres infieles de la literatura occidental

Es interesante ver en Internet las reacciones de los espectadores de las películas o de los lectores. El otro día, como ya comenté, como hago desde hace años, leía la revista digital Zenda. En la sinopsis de la novela La isla de la mujer dormida -del mismo autor de El Tango de la Guardia Vieja, no lo nombro de vuelta porque ya saben a quién me refiero 😄- hay un pequeño adelanto que muestra la relación entre los protagonistas, el capitán Jordán Kyriazis y Lena, quien, por lo que dice la sinopsis, debe ser la esposa del barón Katelios, el dueño de la isla:



Buscaba la boca del hombre con la suya, húmeda de sal.

—¿Tienes frío? —preguntó él.

—No, no… Tengo miedo.

—¿A qué?

A cuando te hayas ido y esto se borre de mi memoria.

Presionó contra él su cuerpo goteante; y Jordán, mojada la ropa, la acogió entre los brazos estrechándola muy fuerte.

—Maldito seas, capitán Mihalis —susurró ella de pronto.

Tardó él un momento en comprender.

—Sí —dijo al fin.

Alzó el rostro para contemplar la bóveda de estrellas, que parecía haber descendido para instalarse en torno a los dos y su abrazo, envolviéndolos hasta el final de los tiempos. Como si estuvieran solos en la última noche del mundo.


Bueno, ante éste pequeño adelanto de la novela que se publicará el 8 de octubre, una lectora de la revista comentó esto: 


(....)En el párrafo de degustación, hay una mujer que abraza apasionadamente a un hombre. Y no debe de ser su marido porque teme que él la olvide y le maldiceGrosso modo, es mi lectura. Y claro, si tengo razón en lo leído, también tengo razón en mis líneas éticas.

El enamoramiento puede surgir y es frecuente, entre compañeros de trabajo, conocidos y saludados y no es malo per se, aunque la mayoría vayan corriendo a meterse en la cama, (respetable, pero yo no lo haría forastero).

La maldad está en el uso que se haga de ese sentimiento tanto para el cónyuge como para el nuevo enamorado. No se puede, mejor no se debe, engañar a ninguno. Personalmente nunca engañé a nadie ni fui infiel.

Quizás en mi caso no hubiese resultado difícil cortar esa ilusión al principio. Yo lo habría hecho así y tampoco tendría una relación con un hombre casado.(...)


Aquí, como lectora, voy a dar mi opinión sobre el comentario de la señora, llamada Julia, porque me sirve para debatir y expresar mis opiniones. Está juzgando una obra de ficción que no leyó en su totalidad, a su protagonista, por abrazar con pasión a un hombre que no es su marido. Está condenándola moralmente porque "no se debe engañar al esposo". Yo me pregunto... .¿No piensa cómo debe ser el marido de la protagonista, qué tal se ha comportado con ella, qué ha hecho o que no ha hecho en su matrimonio?, Algo tuvo que haber sucedido para que ella termine enamorada del capitán Mihalis, lo abrace con desesperación y le suplique, que por favor, no se olvide de ella, que no se vaya, que no la deje sola. 

Una mujer que dice y hace todo eso - da igual que sea un personaje de ficción y no alguien de la vida real- es porque no le ha tocado un buen marido, evidentemente. La mujer, la baronesa del libro- nos damos cuenta con tan sólo leer esa breve descripción-,  ha sufrido y mucho. Por algo la novela se titula "La isla de la mujer dormida". ¿Cómo es una mujer dormida? Podría ser una metáfora de alguien que se encuentra indefensa, como si estuviera inconsciente, dentro del sueño, que no vive una vida plena, sino, anestesiada. 

¿Y si el esposo de la protagonista, el barón Katelios, como el Larry Stirling de la película, es un cretino? ¿Si se la pasa viajando, haciendo negocios, ignorándola o metiéndole los cuernos con otras mujeres? ¿Y si es un hombre que la ha lastimado y decepcionado y en el apuesto capitán Mihalis, como ella lo llama, encontró a un hombre que la valora, la quiere y la desea, pero que lamentablemente, resulta que no es su esposo? ¿Hay que condenarla, acaso? ¿Ponerla en la hoguera? ¿En qué siglo vivimos? ¿En la Edad Media? 

Leer éste tipo de comentarios me hace sorprenderme de la estrechez mental de algunas mujeres, se supone que la literatura le "debe hacer abrir la cabeza a la gente", como decía una de mis profesoras de la facultad. No hacer que nos llenemos de prejuicios y nos pongamos a decir "Yo nunca haría esto", "yo nunca haría lo otro". Porque uno, nunca sabe. 

Capaz que sos una señora o señor felizmente casado, pero un día, ves a un hombre (que no es tu marido, o sino, a una mujer) que con tan sólo una mirada, te hace temblar las piernas. No hace falta que te vayas a la cama con el susodicho, como dice la señora indignada en Zenda, pero no pudiste evitar admirar y desear a ese extraño, a pesar de estar comprometido. ¿Eso te convierte en una pecadora, en una mala mujer? No. Es humano. Sucede que algunos se olvidaron de cómo es la naturaleza humana. Señora, le aconsejo que lea la novela y después se ponga a hacer planteamientos morales, aunque eso no sirve para nada, porque la literatura no debe moralizar a la gente. Eso solamente lo hace la mala literatura, la didactista, como dijo una vez mi profesor de didáctica de la universidad. 


Lady Constance Chatterley, otra célebre mujer infiel de la literatura (y probablemente, mi favorita). Y la primera, en mucho tiempo, que no termina arrollada por un tren, envenenada o caída en desgracia. Que deja al cretino de su marido por su amante, el varonil y apuesto jardinero. Grande, Lawrence. 💓


La señora del comentario afirma que nunca fue infiel, que tuvo un buen marido, que nunca lo habría engañado con otro... pues, señora, no todas las mujeres tienen la misma suerte. Yo, en lugar de lapidar a la protagonista del libro, trataría, como una buena lectora, de comprender sus acciones y motivaciones. Lógico que a nadie le gusta que le metan los cuernos (ya sea el infiel o la pareja engañada), pero son cosas, que en la vida real, suceden. Y en una obra de ficción, ayuda a reflexionar sobre un montón de cuestiones. No es la primera vez que hay mujeres casadas infieles en la bibliografía de Pérez-Reverte. María de Castro, de Alatriste, Greta Lenz, de Falcó, Mecha Inzunza, por ejemplo. No son muchas, pero las hay. No es una novedad que aparezcan este tipo de mujeres transgresoras y rebeldes y aplaudo al autor por ello. Ahí tienen, a los que lo acusan de machista, cómo se nota que no lo han leído nunca. 😐


María de Castro interpretada por la actriz Ariadna Gil en el filme Alatriste (2006). El capitán Alatriste se enamora de ella. María, si bien estaba casada, tenía relaciones con diversos hombres poderosos de la corte, a cambio de dinero y joyas. Lo que hoy llamaríamos una meretriz VIP, pero del Siglo de Oro español.. 

Y debo agregar algo más sobre ésta nueva heroína revertiana, que de lo poco que pude leer, me ha gustado mucho: no tiene pudor ni vergüenza en presionar su cuerpo contra el hombre que desea, algo que habla de una mujer que no es tímida ni recatada, que se deja llevar por el deseo y la pasión en una época en la que estaba mal vista la libertad sexual de las mujeres. 

Y eso, en una obra de ficción, siempre se agradece. Por lo que muestra la descripción del libro, la protagonista no se va a turbar ante el deseo de aquel hombre, sino que todo lo contrario, ella le va a demostrar cuánto lo desea (como lo hace en la escena) , lo va a provocar y a seducir hasta el límite y hará lo imposible para llevárselo a la cama, que es lo que, evidentemente, parece que quiere hacer con el apuesto capitán Kyriazis. 

Y yo, como lectora, la aplaudo por ello. Por ser una mujer transgresora y valiente, (en 1937, anoten) que no duda en ir al frente y que no se queda a llorar por un marido que es un cretino, que es cruel e indiferente con ella. No veo la hora de tener ésa novela en mis manos, leerla, disfrutarla página por página y más tarde, contarles mi opinión. Pero lo poco que he leído del manuscrito - que el autor mostró en sus redes sociales- me encantó. 

Ojalá que la puedan traducir al inglés, porque hay lectores anglosajones que ya están preguntando, para cuando sale la traducción. Y es una pena que las últimas novelas de Reverte (El italiano, Revolución, Línea de Fuego) no se hayan traducido a ése idioma. Siento mucha pena por ésos lectores que se están perdiendo esas historias magníficas y que también ansían leer La isla de la mujer dormida. 



El espía franquista Lorenzo Falcó: el terror de los maridos. Me hubiera gustado tomarme unas copas con éste personaje, aunque él, seguro habría tenido otras intenciones conmigo. 😂




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