Cora - Jorge Fernández Díaz

 


Año: 2024

Editorial Planeta


Introducción

 ¿Cómo llegué a "Cora"?... y mis peripecias en la biblioteca 


Hace mucho que quería leer "Cora", la nueva novela de Jorge Fernández Díaz. Desde que salió a la venta, la miro en los escaparates de las librerías, con el anhelo de comprarla, pero lamentablemente, un libro nuevo equivale a 1/4 de mi salario mensual (sí, la economía argentina está tan mal, que los precios están por las nubes y nuestros sueldos no valen nada). En éste momento, no puedo permitírmelo. Ojalá pudiera darme el gusto de comprarme dos o tres libros al mes, pero no puedo. Lo cierto es que la clase trabajadora y media ha perdido muchísimo poder adquisitivo debido a la inflación, hace un par de años, con lo que vale ahora un libro nuevo (20.000 pesos para arriba), comprabas cuatro ejemplares o más en la librería. Ahora con suerte, depende lo que ganes, podés comprarte una sola novela al mes. Así de bien se vive en la Argentina. 

La mayoría de mi pequeña biblioteca en construcción está compuesta por libros usados o de editoriales más económicas, comprados a mi librero amigo -un hippie zurdo cuarentón, que vendía en la universidad donde estudié y ahora, en el centro de mi ciudad-. O sino, compraba libros por Mercado Libre, de segunda mano, y por lo general, en buenas condiciones. Yo siempre busqué precio, porque mi precaria economía de estudiante no me permitía comprarme libros nuevos (salvo alguna que otra excepción). Algunos de ensayos y crítica literaria, los compraba en la librería de la facultad, porque me hacían descuento por ser estudiante. A lo sumo, suelo comprarme uno o dos libros nuevos al año, que elijo con mucho cuidado y que por lo general, ya saqué y leí de la biblioteca de la que soy socia hace diez años. 

Y mi economía actual, tampoco está para tirar cohetes, cómo tengo mi título en trámite, -calculo que me lo darán en septiembre u octubre- por una cuestión burocrática, me cuesta conseguir más empleo. Que te den unos miserables 30 puntos no ayuda a ganarles a los del listado oficial, que con sus 45 o 50 puntos, te ganan en los concursos. Somos 30 personas compitiendo por un cargo, un puesto de trabajo y yo, al ser novata y recién recibida, llevo las de perder. Al menos hasta el año próximo. Así que imagínense de dónde saco la mayoría de los libros que leo (que suelen ser seis por mes o más) ...de la biblioteca pública, por supuesto. 

La cuestión es que el otro día, fui a devolver libros a la biblioteca: "La isla del tesoro" de R. L. Stevenson -que me encantó, nunca lo había leído antes- y "La línea de sombra" de Joseph Conrad, que me costó muchísimo leer, porque la historia recién me enganchó a la mitad. No es un autor fácil, o yo no elegí el libro correcto, porque no hubo un flechazo inmediato con el autor polaco. Probaré con otros títulos. Por el momento, me entusiasma más Stevenson. Será que los escritores ingleses, escoceses o irlandeses, (hombres o mujeres) siempre fueron mi debilidad, desde adolescente, cuando leía con fervor a Jane Austen, a las Brontë, a Oscar Wilde, Shakespeare, Dickens, Arthur Conan Doyle, Agatha Christie... 


Fui con mi lista de libros y se la entregué a la bibliotecaria, porque la biblioteca es a estantería cerrada y no me dejan recorrerlas. Me prestaron "La desconocida" de Rosa Montero y Olivier Truc, una obra de teatro de Lorca que no había leído nunca, una antología de cuentos de autoras latinoamericanas... Y había pedido "La segunda vida de las flores" de Jorge Fernández Díaz. Conocí a éste autor argentino hace unos años, lo primero que leí suyo fue la magnífica novela negra de espías "El puñal" (Planeta, 2014), que refleja muy bien el lado oscuro de la sociedad y la política argentina. Me encantó la historia de Remil, y no me acuerdo porqué motivo, no volví a leer más nada de éste escritor por unos años. Supongo que estaría saturada y cansadísima de las lecturas de la facultad y que no tenía tiempo. O me habré olvidado, pero en cuanto pueda, terminaré la trilogía.

El año pasado, volví a leer a Fernández Díaz, pero otra faceta suya: sus relatos de relaciones amorosas y sentimentales, por eso me traje "Te amaré locamente... aguafuertes sentimentales" y éste año, leí "Corazones desatados", una compilación de cuentos, crónicas de historias de amor y desamor, basados en sucesos reales. Es que además de ser escritor, Fernández Díaz es periodista, analista político y fue director de varias revistas importantes y suplementos culturales, y actualmente trabaja en Radio Mitre y en el diario La Nación.


Si bien amé la historia de Remil, por lo bien que refleja los trapos sucios de la sociedad argentina, me encantó la faceta más romántica y analista de los sentimientos de éste autor, porque tiene una sensibilidad y empatía muy especiales para retratar las pasiones humanas. Hubo cuentos suyos que me fascinaron, como el de la profesora de literatura que engaña a su marido con su colega, el de matemáticas, el del "atleta de los sentimientos", entre otros. Ahora no me acuerdo todos los títulos, pero si llego a ver un ejemplar de éste libro en alguna Feria, me lo traeré derechito para mi biblioteca. Hace poco conseguí un ejemplar casi nuevo de "Mamá" en la Feria de Plaza Italia, que está orgullosamente ubicado en uno de los estantes de mi biblioteca. 

En síntesis, la bibliotecaria me consiguió todos los libros que le pedí, excepto "La segunda vida de las flores", porque lo habían perdido o ubicado en el lugar equivocado. No es la primera vez que me sucede, en todos los años que soy socia. Pero ella, sonriente, pidiéndome disculpas por no conseguirlo, me trajo entre sus manos un ejemplar nuevo de "Cora", comprado hace menos de un mes en la Feria del Libro de Buenos Aires. Yo no me había atrevido a pedirlo porque sabía que estaría prestado, cuando llegan los libros nuevos los socios se abalanzan sobre ellos y luego de dos o tres meses, recién podés leerlo. Es que efectivamente, "Cora" estaba prestado, pero justo ése día su primera lectora, lo había devuelto. Imaginarán mi cara de entusiasmo y felicidad al tener el bendito libro que venía anhelando desde que salió a la venta. La bibliotecaria, me dijo: "Viste, era el destino, te tenías que llevar a "Cora". Me encantan las historias de detectives, sobre todo si son mujeres, porque hay pocas en la literatura (Miss Marple de Agatha Christie, Rebecka Martinsson de la sueca Asa Larsson y Greta Lindberg de Lena Svensson, alias Andrea Milano, oriunda de Olavarría, Buenos Aires). También está la inspectora Amaia Salazar de Dolores Redondo, pero escasean... 

Lo curioso, es que un día conocí a la socia que se llevo éste libro antes que yo. Es una señora mayor que me causó mucha ternura porque me recordó a mi madre (que se pone como una niña a la que le regalan un juguete nuevo cada vez que le traigo un libro de la biblioteca, es una lectora voraz). Yo estaba pidiendo mis libros y ella, devolviendo los suyos. Cuando veo a alguien leyendo, me da mucha curiosidad saber qué autor es, entonces, como tenía el tercero de la trilogía de Remil, le pregunté: "¿Y señora, qué le pareció el libro? Yo solamente leí el primero, pero me gustó mucho. Tengo pendientes los otros dos". A lo que ella, respondió: "No lo leí porque es el tercero de una trilogía, no sabía que eran tres". Entonces, le indiqué que efectivamente, le habían dado el equivocado, que el primero era "El Puñal", el segundo "La herida"  y el tercero "La traición", y las bibliotecarias, cuando me escucharon, anotaron en un papel el orden correcto y obedientes ante mi pedido, le fueron a buscar un ejemplar del primer tomo. Así que gracias a mi pequeña intervención, la señora se llevó El puñal de Fernández Díaz -me consta que ahora está leyendo la trilogía completa- y también "El italiano" de Pérez-Reverte. "Ése es hermoso señora, le va a gustar", le dije yo. 

Contenta y agradecida, ella me comentó que ese se lo habían recomendado y emocionada, me dijo que el creador del espía Remil iba a sacar un nuevo libro ("Cora"), que ella lo escuchaba en la radio todos los sábados y que lo va a leer porque "sabe muy bien cómo escribe Fernández Díaz", orgullosa de ser su lectora.  Es que uno le termina agarrando cariño a sus autores favoritos, aunque no los conozca personalmente. Yo no pude evitar decirle que lo había visto en la Feria del Libro del año pasado, presentado la novela "Revolución" de Pérez-Reverte. Y ella, entusiasmada, me dijo: "Claro, porque Fernández Díaz y Pérez-Reverte son muy  amigos. Por eso Reverte se enojó con el presidente -el que tenemos ahora en Argentina- Y capaz que por eso no vino éste año a la Feria del Libro", especulaba. 

Resulta que la señora, cuyo nombre no recuerdo bien, es súper fan y admiradora de Fernández Díaz, se había leído casi todos sus libros y estaba al tanto de todo, por eso me quedé contenta de haberla ayudado a que se lleve en orden los libros de la saga de Remil, porque seguro la va a disfrutar muchísimo. Así que esa fue la primera socia que se llevó a "Cora". Y la segunda, que se leyó -o mejor dicho "devoró"- el libro en dos días, porque no podía soltarlo durante horas, fui yo. 


Ahora sí... Cora Bruno, una valiente y moderna detective argentina.



En la dedicatoria del libro, el autor le agradece a Verónica Chiaravalli, su pareja. Dice que ella fue su musa inspiradora y que jamás hubiera escrito esa novela sin ella. Un detalle realmente hermoso, está muy bien ser agradecido con las personas que te ayudaron o inspiraron a escribir una novela. Y al terminar de leer "Cora", comprendí que ésa obra de ficción no existiría sin que el autor hubiera observado muy atentamente y de cerca a las mujeres, para poder retratar de manera correcta, verosímil y acertada como piensan, actúan, sienten, sufren, aman, desean, cómo manifiestan sus inseguridades, miedos y motivaciones. 

Lo que más me gustó de éste libro es que Cora Bruno parece una mujer real, no es una superheroína de belleza extraordinaria y hegemónica o una atractiva femme fatale, sino que es una mujer común, normal. Tiene 46 años - muy bien en crear una protagonista de mediana edad, me parece injusto que, en ésta cultura de adoración de la juventud, después de los 35 las mujeres no valgamos nada, ni para protagonistas de una novela- es más bien "rellenita", en palabras del narrador, tiene rulos, es divorciada, sin hijos, no ha tenido suerte en el amor, lleva sus cicatrices frescas y por eso no se la juega en ninguna relación con un hombre. Su familia la componen su madre, Perla, una anciana de 86 años que vive en un geriátrico, su hermana Laura, que está divorciada y es pastelera y dueña de una cafetería de Palermo Hollywood, sus dos sobrinos adolescentes y sus amigas: Lorena, la peluquera, -todas tenemos una amiga peluquera, un detalle muy acertado- su socia Josefina, una ingeniera electrónica y Marisa, su amiga contadora y abogada que les lleva las cuentas de los negocios... Ellas se reúnen todos los lunes en la cafetería a merendar y a conversar, lo cual es una afición muy femenina, que no sé cómo será en otros países del mundo, pero doy fe de que nos encanta a las mujeres argentinas. 

Mapa de la Ciudad de Buenos Aires, en rojo, el barrio de Palermo, donde viven la detective Cora Bruno y su familia. 


El barrio de Palermo Hollywood. Para los que somos del conurbano, éste barrio, junto a Recoleta, Belgrano y Barrio Norte, son los más "chetos" de la Capital Federal. Son aquellos en los que vive la gente más adinerada de Buenos Aires. 

Cora, ex policía aeroportuaria, dejó su trabajo y fundó una Agencia de Detectives, que se encontraba en el piso superior del edificio donde funcionaba la cafetería de su hermana. Allí daba clases a aficionados sobre cómo aprender a ser detectives. La mayor parte de sus ingresos provenían de los clientes de clase alta que la contrataban para descubrir si sus cónyuges les eran infieles. Los clientes de Cora Bruno eran gente adinerada, que vivían en countrys (barrios privados, cerrados) de Nordelta, altos ejecutivos de empresas multinacionales, que podían pagar sus servicios. Hombres y mujeres, que al obtener pruebas de que sus parejas eran infieles, les iniciaban el trámite de divorcio y los castigaban con la división de bienes o una compensación económica por el adulterio. 


El éxito de Cora con sus clientes radicaba en su empatía y comprensión de los seres humanos. Ella no tiene problema en consolar a una mujer rica cuyo marido la engaña con su secretaria, a un hombre que piensa que su esposa le es infiel, pero resulta que no, que es ludópata... Con respecto a su vida sentimental, el ex esposo de la protagonista era un piloto de Aerolíneas Argentinas que "tenía novias en diferentes destinos". Cuando ella descubre que él tenía una amante fija, una azafata italiana que vivía en Madrid, de la que se había enamorado y con quien quería casarse, Cora encara a su marido y lo deja:


"El piloto tuvo el buen gusto de no perseguirla, de no pretender explicar lo inexplicable y fatal. Y casi sin despecho, pero con el corazón partido, Cora se metió en su coche y anduvo a ciento sesenta por la autopista llorando a los gritos, mientras escuchaba a todo volumen las desgarradoras y  previsibles canciones de Chavela Vargas.

Diez años después ya había hecho su autocrítica. En el fondo, Cora siempre había considerado que el piloto estaba muy por encima de sus posibilidades: era un galán espléndido, y ella no pasaba de ser una mujer común y empeñosa que luchaba día a día para mantener a raya un leve sobrepeso, y que batallaba con su afición a los dulces. Algo que la llevaba a oscilar entre cíclicas y extravagantes dietas de lechuga y agua, y atracones nocturnos de helado y chocolate. Admiraba secretamente a las flacas por muy feas que fueran, y eso que ella tenía facciones atractivas y que, a pesar de algún kilo de más, nadie podía considerarla gorda; apenas una "rellenita que estaba fuerte", como la calificó alguna vez un comisario de abordo. Por otra parte, en los cinco años que duró aquel matrimonio legal, ella había abrigado la ilusión de convertirlo en padre, pero esa etapa coincidía con la independencia laboral, que lo absorbía todo. Más adelante, otro de sus novios, un psiconalista de Gallo y Charcas, le dijo amargamente que ella no tenía espacio para el amor. Que toda su libido estaba puesta en su profesión, y que eso no debía avergonzada, pero tampoco llevarla al engaño." (Fernández Díaz, 2024, pág. 14 y 15)


Uno de los aspectos que hacen que ésta novela sea tan buena y tan verosímil y realista, es que Fernández Díaz supo retratar con maestría y aguda certeza las inseguridades de su protagonista con su cuerpo, que son las que sentimos la mayoría de las mujeres. Cora Bruno tiene pasión por los postres dulces y su vida es una lucha contra el sobrepeso, por eso vive a dieta y va al gimnasio, a practicar judo, porque en la sociedad - y en la argentina, sobre todo- una mujer, para ser bella y deseada, debe ser flaca, delgada. Flaca y con curvas -como las vedettes, las "típicas minas argenta que salen en la tele", como me dijo una vez un colega, un reseñista chileno, hablando de éste tema, del estereotipo de belleza de las mujeres de mi país-, que si no las tenés de manera natural, las debes obtener pasando por el quirófano y el cirujano plástico. De ahí la manía de tantas mujeres de clase media y alta en ponerse implantes de siliconas en los pechos (y relleno en el trasero, si tienen poco) y de matarse en el gimnasio para no perder la delgadez, ni siquiera cuando pasan los cuarenta o los cincuenta años.


Tiramisú, el postre que cocina la hermana de Cora, Laura, pastelera y gastrónoma.

La obsesión de las argentinas por el cuerpo y la belleza eterna se hace evidente en un caso como el de la modelo Silvina Luna, fallecida hace poco a los 43 años, producto de una mala praxis de un cirujano plástico que le inyectó metacrilato para aumentar el volumen de sus glúteos, causándole un daño renal permanente, que la llevó a la muerte siendo una mujer joven. Silvina quería ser vedette, quería ser famosa y trabajar en el ambiente artístico, en los teatros de revista y para triunfar, tenía que modificar su cuerpo, lo que terminó costándole la vida. El personaje de Élida Robles, la madre de una de las clientas de Cora, es un ejemplo de éste tipo de mujer: madura, que no quiere envejecer y que para mantenerse bella, gasta fortuna en gimnasio, nutricionista, cosmetólogo, peluquero, cirujano plástico... 


La modelo argentina Silvina Luna. Falleció a los 43 años como consecuencia de una mala praxis en una cirugía estética. 


Con encender el televisor y mirar los canales de aire de la TV argentina, ver los programas de espectáculos y chimentos de la farándula, Fernández Díaz ya tiene material e inspiración suficiente para crear a éste personaje femenino, tan bello, seductor y frívolo a la vez. Aunque no olvidemos que fue director de la revista Gente, así que conoce bien éste mundillo. Que un autor hombre se anime a hablar de un tema tan relevante para las mujeres como es el cuerpo y la vejez, es algo sorprendente y que me alegra muchísimo, porque me parece bien que ellos nos vean como somos, mujeres reales, repletas de dudas e inseguridades y que no nos idealicen como si fuéramos diosas inalcanzables. 


El ideal de belleza de la "mujer argenta"... Sobre postres, dietas y gimnasios: la detective que no quería engordar


Llegó el punto en el cual no pude evitar identificarme un poco con Cora (e imagino que le habrá pasado a muchas mujeres) por mi afición a los postres dulces - yo también muero por una porción de Cheesecake, una Selva Negra o un Brownie-, cuya consecuencia, va a parar, lógicamente, a mis voluptuosas caderas. Éste autor argentino, Jorge Fernández Díaz, habla del sufrimiento y el complejo de las mujeres en la lucha con su propio peso, en el deseo de alcanzar la belleza ideal para gustarles a los hombres. Porque hasta el día de hoy, por más que las mujeres estudiemos, trabajemos, seamos independientes, por lo que más somos valoradas es por nuestro aspecto físico, por nuestra belleza. Y cuando la perdemos, porque envejecemos, y nos salen canas, nos salen arrugas, porque engordamos como Cora, donde más nos castigan los hombres machistas, es en la edad y en el cuerpo. Por eso el deslumbramiento de Cora Bruno hacia Élida Robles -la madre de su clienta, Camila, una CEO de una multinacional farmacéutica- ella se pregunta cómo será haber sido siempre una mujer tan hermosa... Porque la belleza (o la falta de ella) te abre o te cierra puertas en ciertos ambientes. Creo que las lectoras que lean ésta novela se van a enamorar de "Cora" , como me pasó a mí.



Avenida del Libertador. Palermo, Buenos Aires.


Es muy interesante la reflexión que hace la señora Robles sobre éste tema, en un diálogo con la protagonista, en la que se aborda un tema que existe y que las feministas radicales quieren tapar e ignorar con desesperación: la competencia y la envidia entre mujeres. Éste personaje, Élida Robles, competía con su propia hija, Camila, le tenía envidia y bronca porque la maternidad había destruido su propia carrera profesional. A diferencia de su madre, Camila era una brillante profesional, exitosa, con un marido inútil y vago, un dandy, que no estaba a su altura. Las mujeres, cuando somos amigas, podemos ser buenas, pero cuando nos ponemos en modo malvado, realmente somos feroces y crueles, vengativas, entre nosotras:


"Usted construyó a Camila. A imagen y semejanza. Por lo menos, como a usted le hubiera gustado ser, Élida. Pero una vez hecha, la empieza a envidiar, no aguanta su buena suerte, y sobre todo no soporta que su hija quiera mandar en todo". (2024; pág.94)


Ésta mujer, para vengarse del éxito profesional y la juventud de su propia hija, se acostaba con su yerno. Cuando Cora la enfrenta, con pruebas suficientes de la infidelidad y le pregunta, qué se siente el haber sido siempre una mujer hermosa, Élida le contesta:


-Bueno, una se acostumbra a no encontrar resistencias, Cora. Y el deseo y la concreción están siempre cerca. Cerquita. Casi pegados. También eso te hace vulnerable. (...) Y nadie se resigna a dejar de ser deseada, aunque pasen los años. Mantenerse es una tortura: cada vez cuesta más tiempo y más plata.

-Y usted es muy competitiva. Compite hasta con su propia hija.

-Con todas las mujeres del mundo, Cora. Con todas. (2024; pág. 95)

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El Rosedal de Palermo


Ésta escena de la novela, es una prueba del talento que tiene éste autor para analizar y mostrar las pasiones más oscuras y turbias, las motivaciones de sus personajes femeninos, que son muy humanas. En la vida real, he conocido madres que ya en la madurez, desarrollaban una competencia feroz con sus hijas mujeres, no al punto de acostarse con el yerno, pero sí vistiéndose y comportándose como ellas... Desesperadas porque estaban envejeciendo mientras sus hijas, se encontraban en la flor de la juventud. Madres de amigas, compañeras de facultad, vecinas... Lo he visto muchas veces. Es una situación penosa y muy lamentable, pero sucede. 

En la universidad, había una profesora de gramática -ya rondaba los 50 años- que tenía la bonita costumbre de hacerle la vida imposible a sus alumnas mujeres en los exámenes finales, sobre todo, si eran jóvenes, arregladas y lindas, guapas. Cuando tomaba examen, solían aprobar los alumnos varones y las chicas, más de una, salían llorando desconsoladas. Algunas tuvieron que rendir tres veces hasta que las aprobaron. Y una compañera mía, que es muy buena persona -la que me consoló cuando otra me criticó porque estaba "demasiado alta usando tacos"- pero que cometió el pecado mortal de ser rubia natural, tener los ojos azules, ser guapa, alta y tener apellido alemán, ha sido desaprobada injustamente durante varios años, tanto en finales como en trabajos prácticos, al punto de que se rumorea de que éstas docentes están ensañadas con ella, sólo por su aspecto físico. Lo cual, conociendo la miserable naturaleza humana de ciertas féminas, no me extraña en absoluto. Sé muy bien el odio y la envidia que pueden provocar la belleza y la juventud en algunas mujeres, en el caso de ésta docente, era porque lamentaba su juventud perdida o porque si bien no era fea, nunca alcanzaría la belleza de algunas de sus estudiantes. Y en éste mundo cruel y capitalista, todas queremos ser bellas, queremos gustar, no queremos envejecer. 

¿Cómo aprobé esa materia? Dejé de maquillarme, me vestí con ropa sencilla y traté de no destacar en nada, ser aplicada y responsable. Tuve suerte, me aprobaron a la primera vez y con excelente nota, pero a mis colegas de la carrera, la señora las hizo parir antes de otorgarles una nota mínima. Me consta que mi compañera de los ojos azules todavía no se animó a rendir ésa materia, harta de que la desaprueben una y otra vez porque les molesta su cara y su indiscutible belleza. La conclusión es que cuando Fernández Díaz escribe sobre la competencia y el odio entre mujeres, sabe muy bien de lo que habla y lo aplaudo por ello. Nos estudió a conciencia y supo apreciar los matices de porqué féminas reales, como su ficticia Élida Robles, pueden convertirse en una auténtica pesadilla para sus congéneres. 

Respecto a Cora Bruno, a diferencia de la madre de su clienta Camila Robles, es consciente de su falta de belleza o hermosura, al punto de ser insegura a la hora de elegir la indumentaria para ir a una cita o una entrevista de trabajo. Cuando la detective, la "reina de corazones", como la apoda el narrador, se va a encontrar con su antiguo amante, un comisario, el Turco Zarif, que le propondrá una oferta laboral, trabajar para una agencia de detectives de un conocido suyo, mucho más grande e importante que la suya, ella tiene serias dudas sobre cómo vestirse:

"Para la ocasión, había estado probándose ropa y observándose críticamente en el espejo, exasperada porque le parecía que todo le quedaba mal y que los trapos que la favorecían no eran los adecuados. Tres veces estuvo completamente vestida y lista para maquillarse y las tres veces se arrepintió. Al final, un tanto deprimida, se decidió por un trajecito neutro y unos tacos bajos. Cuando se vio reflejada en una vidriera, sintió que la falda la hacía culona. Pero ya era demasiado tarde para lágrimas, así que levantó el mentón y apechugó el día. Ahora se sentía insegura con Zarif e intimidada por esa corporación que sorpresivamente la invitaba a almorzar." (2024, pág.35) 


¿Cómo no voy a entender y empatizar con la protagonista, si yo -aunque a diferencia de ella, por una cuestión genética, siempre fui delgada- debido a los dos años de confinamiento por la pandemia del Covid-19, aumenté varios kilos de más y ya no me siento cómoda con mi cuerpo, con mi figura? Fernández Díaz muestra a una protagonista que para matar la angustia, come cosas dulces y como consecuencia, engorda. Lo que le sucede a muchísimas mujeres. El 2020 y el 2021 no fueron años buenos para ningún argentino. 

En mi caso, entre el divorcio de mis padres, la batalla campal que se desató entre ellos, la enfermedad de un familiar cercano, el estrés de los exámenes -me desaprobaron tres veces en finales durante esa maldita pandemia- las clases por videollamada, la neumonitis que me agarré en el 2022 producto del Covid, que me dejó el sistema inmunológico débil y casi destruido, (según el neumólogo que me atendió) tanto que no podía respirar ni hablar, y tuve que tomar cinco medicamentos por día -vitaminas, minerales, jarabe, etc- durante un mes entero... Sumándole los dos años sin poder ir a la universidad, viviendo encerrada, viendo por televisión cómo los muertos por coronavirus aumentaban y aumentaban (más de 130 mil) y que las vacunas no llegaban...La ansiedad y la angustia que sufría y la inactividad, el no caminar ni hacer ejercicio; hicieron que, como Cora, no controlara lo que comía y así es cómo aumenté varios kilos (por suerte soy alta, sino, la cosa iría a peor) y dos tallas de pantalón y perdí la delgada y esbelta figura que tuve toda la vida. 

No hay día en que no me mire al espejo, desnuda o en ropa interior (como le pasa a Cora cuando debe elegir ropa para ir a su cita con su amante, el Turco Zarif)  que no pueda dejar de sentirme horrible, fea, poco atractiva, porque ya no encajo en una talla 42 de pantalón de jean, ya no tengo el abdomen plano como a los 25 años, porque tengo estrías espantosas por la piel que se estiró, a veces no me reconozco a mi misma y me digo, con horror: "No, no puedo verme así. Yo no soy ésa que se ve en el espejo". 

Cada vez que salgo de una tienda de ropa y veo que no me entran las minúsculas remeras o camisetas hechas para mujeres delgadas y pequeñas, se me hace un nudo en la garganta y los ojos se me llenan de lágrimas. Me encantaría hacer como Cora Bruno, la protagonista de la novela, internarme en un gimnasio, hacer dieta y perder los kilos de más que cuando me miro al espejo, me amargan la vida y me hacen sentir una mujer fea, poco atractiva, excedida de peso, avergonzada porque ya no represento el estereotipo de belleza femenina de mi país. No importa que mi hermana me consuele y me diga: "Vos sos hermosa, no importa si tenés un par de kilos de más o de menos. Siempre vas a ser una mujer hermosa. Ésta es una etapa de tu vida, en algún momento vas a volver a adelgazar, a recuperar tu cuerpo habitual". Pero el dolor y la rabia que siento por dentro al no lucir como antes de la pandemia (pesaba 67 kilos, porque soy una mujer alta, de huesos grandes y piernas largas), los sufro igual. Lo padezco, aunque lo calle porque soy reservada.

Me pregunto cuántas mujeres van a leer ésta novela y van a sentirse interpeladas, como me pasó a mí. A Cora, un hombre le dice que es "rellenita", bueno, a mí en el cumpleaños del bebé de una amiga, un ex compañero suyo de trabajo, conversando, me sugirió amablemente que "cómo ya estaba graduada, ahora que tengo más tiempo libre, debería ir al gimnasio"... porque claro, el tamaño de mis caderas lo escandalizaron. Me dio a entender, que no soy una mujer linda porque no estoy lo suficientemente delgada como para ser guapa. Y yo pensaba... "Pedazo de imbécil, ¿Creés que no lo pensé antes? ¿Qué estoy ciega, que no lo veo todos los días que me miro al espejo? ¿Qué si pudiera hacer algo para cambiarlo, ya lo hubiera hecho...? Así que nada, deberé dejar de usar vestidos cortos de verano para que nadie se escandalice por el tamaño de mis caderas... A menos que sea una supermodelo que pesa 55 kilos, no más vestidos. 😂

Gracias, Jorge Fernández Díaz, por hablar de temas que nos interpelan y que nos hacen sufrir. Por mostrar a una mujer real, a una protagonista, que lucha con su imagen y su propio cuerpo en un mundo en el que todavía, lo que más importa en nosotras, no es nuestra inteligencia ni nuestro cerebro, sino cómo nos vemos por fuera. Lo buenas que estemos. El cuerpo y las curvas que tengamos. Y sobre todo, que estemos flacas, delgadas (eso sí, con una buena delantera y parte trasera, que sino la tenemos de forma natural, recurramos a las siliconas y a los implantes) con la piel pegada a los huesos. Ni un gramo de más, como las modelos y vedettes que salen en la televisión y en las revistas. Porque eso, para la sociedad argentina, es la belleza. Por cosas como ésa, Silvina Luna perdió la vida a los 40 y pocos años. Por querer alcanzar un ideal que sin pasar por el quirófano, como hizo la ficticia Élida Robles, es imposible. 


Cora y el Turco Zarif, un amor contradictorio 


Ahora, vuelvo a Cora Bruno, mujer divorciada, que como ya comenté antes, estuvo casada con un piloto de avión que le era infiel con una azafata italiana. Ella lo descubre y le pide el divorcio. Desde entonces, decide permanecer soltera, debido a las cicatrices que le provocó su ex. Algunos la acusan de ser una "adicta al trabajo", que enfoca toda su libido en él. Sin embargo, hay un hombre con el cual tiene una relación, el Turco Zarif, un comisario varonil, pelado y atractivo, "machista" (según el autor de la novela) y paternalista. Un hombre al que ella desea y que es un excelente amante, pero del cual teme enamorarse y avanzar en una relación seria con él, porque no quiere perder su libertad e independencia:


"Luego, entraron juntos en el ascensor y se besaron. Cada vez que esto sucedía, Cora Bruno sentía que se le doblaban las piernas. Había algo inexplicable en ese primer contacto físico, que habitualmente puede alentar una relación o cortarla de cuajo. Era, en éste caso, un beso profundo que anticipaba una sensualidad dura pero a la vez delicada, y que venía con el sabor del alcohol y del tabaco, y con el olor penetrante de esa colonia o perfume sin nombre que solo Zarif usaba, y que lo hacía diferente a cualquier hombre con el que ella había intimado. Tenía unos brazos musculosos y unas manos grandes; desnudo parecía un enorme oso velludo, pero cuando entraba en acción, lo hacía con un cuidado extremo y estoico, jamás egoísta, como si en cada movimiento le estuviera asegurando a Cora Bruno que él no importaba nada y que ella era el animal más valioso del mundo; también que había sido diseñado únicamente para complacerla, para hacerse cargo de cada uno de sus caprichos. Mientras duraba la danza hipnótica, Cora mantenía la suspensión de la incredulidad y de cualquier raciocinio, pero cuando abría los ojos al día siguiente, y amanecía la conciencia plena, siempre procesaba esa experiencia de manera negativa: le parecía repudiable ceder a esos tremendos embrujos masculinos y protectores, y la asustaba mucho que esas horas de placer intenso fueran una metáfora de un eventual vínculo más completo y visible, donde ella canjeara el gozo por una serie de concesiones que presuntamente iban en contra de su independencia y de su modo de pensar. Además, ¿Cómo sacar de la sombra a semejante espécimen y cómo exponerlo a la disección de las mesas de los lunes?" (2024; pág.80 y 81) 


Y otra vez, el autor aborda una cuestión que nos importa a las mujeres, que con el auge del feminismo, la liberación de la mujer y su inserción en el mercado laboral y las universidades, hemos cambiado la manera de ver a los hombres y relacionarnos con ellos. Luchamos mucho por nuestra independencia y libertad, por ganar nuestro propio dinero y ser las dueñas de nuestras vidas, para estar condicionadas por un macho alfa como el Turco. Sin embargo, Cora no puede dejar de desearlo. Y ahí está la maestría del escritor argentino, en retratar de manera acertada ésta contradicción que sentimos las mujeres, sobre todo las de las nuevas generaciones - y también las de más de cuarenta, como la protagonista de la novela-.

Cora, no quiere eso, ser "propiedad" del paternalista y atractivo Turco Zarif, por eso se resiste al deseo que él le provoca, en el fondo lo desprecia un poco, no se los presenta a sus amigas y a su hermana, porque sabe que ellas no lo van a aprobar. A pesar de todo, el Turco parece un buen tipo, respetuoso, educado, sencillo, dulce y tierno, aunque sea más bien callado. La lleva a un concierto de su cantante favorito, Michael Bublé, a un hotel cinco estrellas en Pilar y le hace el amor con toda la dedicación y afecto posible. Si eso no es querer a una mujer, yo no sé que es. A su manera, tal vez no la más moderna y adecuada a los nuevos tiempos, pero es un personaje verosímil. Raro hubiera sido que éste hombre fuera un deconstruido progre, aliado feminista, considerando la edad que tiene en la novela y la generación a la que pertenece. 




Esa contradicción que siente la protagonista femenina (desear a un hombre machista, paternalista), nos sucede a muchas mujeres. Mi tía abuela -una "loba vieja", según mi madre- suele decirme, con picardía: "A vos, te gustan los machotes" y yo me desternillo de risa, porque la señora tiene razón. Me encantan los tipos duros, varoniles, de carácter fuerte, pero dulces y tiernos cuando la ocasión lo requiere. Y mi madre adhiere, preocupada: "Hija, el tipo de hombre que te gusta a vos, suele ser machista". Ya la ven, a la ferviente lectora del feminismo, que ve a un macho alfa y se le doblan las rodillas, como a Cora Bruno con el Turco Zarif.😂 A veces las mujeres, irónicamente, no nos entendemos ni a nosotras mismas.  

Y lo cierto es que a veces los hombres, son posesivos con nosotras, las mujeres. Recuerdo una conversación con mi depiladora, -una veterana de casi seis décadas, una genia que siempre me atendió mejor que las chicas de mi edad- en la que me contaba, que su pareja, (un hombre que fue marino y soldado, que estuvo en las trincheras combatiendo contra los ingleses y los gurkhas) veterano de la guerra de Malvinas, le decía, en plan cariñoso, que ella era "suya". Y la depiladora le contestó que no era de nadie, que no sea anticuado. Mientras ella me pasaba el gel frío y el láser por las piernas, nos preguntábamos porqué los hombres son así, porque son paternalistas y no pueden evitar intentar protegernos o considerarnos un objeto de su propiedad, como el Turco con la detective Cora, en la novela. Me acuerdo cuando una vez un hombre, me dijo que: yo "era su... ( y mi nombre de pila verdadero). Que sí, que podía ser un ángel, pero sólo para él." En ése momento, él estaba muy celoso porque otro me había elogiado y parecía un niño pequeño, enfurruñado pero tierno, que no quería compartirme con nadie y me hacía sentir como si yo fuera su posesión más preciada. Son extraños los hombres, no dejan de parecerme un misterio. Será que por eso me fascinan tanto.

Estas actitudes muestran que hay algo que ni el feminismo ni la modernidad pueden cambiar, esto es como el macho que marca territorio y le muestra a los demás que esa hembra es suya y está bajo su protección. Mi depiladora y yo nos preguntábamos, si es parte de la naturaleza masculina o de cómo los crían a ellos, los hombres. Cuando nos quieren y se enamoran de nosotras, como el Turco con Cora Bruno, como Falcó con Eva Neretva, no pueden evitar intentar protegernos o tomarnos bajo su ala, su protección. Así que relacionarnos con ellos, los hombres, sin perder nuestra libertad e independencia, es todo un desafío que debemos afrontar en el siglo XXI. Por eso me alegró tanto ver expuesta ésta problemática en la novela, leer a una protagonista femenina que se resiste al deseo y la atracción que le provoca un hombre, por miedo a dejar de ser ella misma. Que cuestiona el precio que se paga por el placer físico.


-ATENCIÓN: SPOILERS- 

Cora enfrentándose a la mafia y al poder 


Fernández Díaz retrata con maestría y una sensibilidad y delicadeza exquisitas las relaciones entre hombres y mujeres, recrea las voces de sus personajes femeninos de una manera tan verosímil que no puedo dejar de estar admirada del trabajo que hizo para escribir ésta novela. El trabajo de observar, de escuchar cómo hablan las mujeres y cómo sienten y plasmarlo en una obra de ficción. Por ejemplo, cuando Cora y sus amigas debaten en el café de los lunes, el motivo de la presunta infidelidad del esposo de una de sus clientas, cada una tiene una opinión diferente al respecto:

Marisa, la contadora, cuenta el caso de sus padres, que se conocieron cuando estaban casados con otras personas, se enamoraron, se divorciaron de sus parejas y luego formaron una familia que funcionó y duró por largos años. Lorena, la peluquera, opinaba que las infidelidades ocurrían debido al apetito sexual, que era un llamado de la naturaleza y que no se podía evitar. También mencionó el aburrimiento y la curiosidad. Laura, la pastelera y hermana de la protagonista, dice que "conoció a un hombre que era tan inseguro, que tenía tal miedo a ser abandonado por su novia, que necesitaba echarse un polvo con otras para protegerse", se refería a su ex marido. A lo que Josefina, la ingeniera, añadió: "Complejo de inferioridad, autoestima débil". Respecto al esposo de su clienta, el potencial marido infiel de Camila Robles- la poderosa CEO de la multinacional farmacéutica- la detective Bruno afirma que:

 "A lo mejor, ella lo detesta y eso a él inconscientemente lo destroza, o lo enoja, o lo calienta mucho más. (...) Es un regio, pero por ahí nunca se las vio con una mujer verdaderamente poderosa". Fina asintió: Una mujer que es más fuerte y que él no puede conquistar. Debe ser todo un reto. En situaciones así, los hombres solían desarrollar dos actitudes más bien opuestas: procesar vengativamente el rencor con relaciones paralelas, o aceptar el rol de mascota en jaula de oro y entregarse con inocente despreocupación a la buena vida". (2024; pág. 76 y 77)

A lo largo de la novela, aparecen representados diferentes tipos de hombres: el infiel que engaña a su mujer con la secretaria, de manual, el que se acuesta con la suegra para vengarse de una esposa que es más exitosa que él a nivel profesional, el que se niega a admitir que su desempeño sexual no es el más eficiente -el marido de la ludópata- y por último, el peor de todos: el golpeador violento y machista que puede tener un montón de amantes, pero cuando su esposa comienza una relación virtual con otro hombre, la asesina a golpes. 

Cuando Cora Bruno comienza a trabajar para la agencia de detectives de Federico Lobo, accede a una clientela más selecta y termina involucrada en la investigación de un femicidio, del asesinato de la esposa de un sindicalista poderoso y multimillonario, que quiere encubrir el crimen de su esposa a toda costa, sin importarle a quien tenga que amenazar, agredir o sobornar para quedar impune. 

Por lo tanto, Cora va a enfrentarse al crimen organizado, a una mafia con poderosos tentáculos en las altas esferas del poder político a la que no va a poder vencer nunca. No voy a dar más spoilers para no contar el final de la novela, pero podemos sentir la rabia y la impotencia de la protagonista, cuando comprueba que no siempre los malos pagan por sus crímenes y van a la cárcel. Conoce lo débiles y frágiles que pueden ser las mujeres cuando caen en manos de hombres violentos, ricos y poderosos, sin escrúpulos, que pueden ser los reyes de la infidelidad y tener una docena de amantes, pero cuando su legítima quiere igualdad, quiere hacer lo mismo, la exterminan de la faz de la tierra, porque su machismo no les permite comprender que ellas, las mujeres, también tienen derecho a ser infieles. A desear a otros hombres y acostarse con ellos. Lo más lógico es que si sus maridos las engañan, también van a querer pagarles con la misma moneda, como diría una célebre cantante de cumbia argentina, nuestra Taylor Swift nacional: "Con la misma moneda te pagué, infeliz".

Jorge Fernández Díaz se atreve a abordar una problemática que aqueja a las mujeres argentinas hace muchos años: los femicidios -que no tienen clase social-. Ya hay 127 víctimas mortales en éste 2024. Y hasta el día de la fecha, ningún partido político pudo reducir éstas escalofriantes cifras. Muchas de éstas mujeres, cuyas trágicas historias son narradas en los noticieros de la televisión, ya habían denunciado a sus agresores, ya sea una ex pareja, marido, compañero de trabajo, familiar.... Y el accionar de la justicia, casi nunca alcanza, porque por más perimetrales que les pongan, son asesinadas igual, algunas, hasta adelante de sus hijos. En la novela "Cora", no hay justicia para Elísabet Ricci, la esposa del millonario sindicalista, corrupto, poderoso y metido en vínculos turbios con la mafia del fútbol y el narcotráfico. Termina cremada y olvidada, su asesinato quedó impune. No hay justicia para las mujeres golpeadas y luego, asesinadas. Cora Bruno, la protagonista, jamás podrá olvidarse del destino de ésta mujer:


"Hubo bromas y brindis, y un clima de dicha colectiva, en el que Fina no desentonaba. Cora, en cambio, no podía volver a ser la que había sido. Sus ojos no podían reír. Terminó un tanto apartada, viendo todo desde lejos, y Marisa la ubicó por encima del jolgorio y se le acercó con una copa de espumante" (2024; pág. 207)





-FIN DE LOS SPOILERS- 


Por todos éstos motivos -disculpen la extensión de la reseña, no pude contenerme- me devoré "Cora" en dos días, no podía soltarla, no podía parar de leer durante horas... Hace rato que no disfrutaba tanto con una novela. Fernández Díaz ha escrito un libro brillante, que no sólo es una historia policial de detectives, sino que se adentra en lo más profundo de la psicología femenina y masculina y se anima a abordar temáticas crudas pero que están muy vigentes en la sociedad argentina. Habla de la impunidad de los poderosos, de la violencia de la clase política dominante (cómo olvidarme del caso Cecilia Strzyzowski, muy parecido al que aparece en su novela), la impotencia de los que deben hacer justicia y no pueden, como Cora, y la ambigüedad moral de personajes como el Turco Zarif, que transa con los corruptos para sobrevivir en el mundo de tiburones en el que se mueve. 

Y lo curioso e irónico, es que el "machista" del Turco, es el que termina ayudando a Cora a sobrevivir, en una escena culmen de la novela, muy violenta y compleja, durísima. Para mí, el comisario Zarif es un hombre enamorado y por eso arriesga su pellejo y su puesto de trabajo, para proteger a la detective Bruno. Me hubiera encantado saber -porque en el fondo soy una romántica incurable, lo admito- que pasaba con el Turco y ella, si terminaban siendo pareja o no. Me parece que no, aunque me hubiera gustado que terminaran juntos. 

Por último, algo que debería mencionar, el autor nos lleva a las calles del barrio de Palermo, a la Ciudad de Buenos Aires, sus descripciones de los lugares y los ambientes son perfectas, maravillosas, cuando uno lo lee, te traslada directamente allí. Y eso que yo no soy porteña, sino nacida y criada en el conurbano bonaerense, y que más allá del Planetario, el Rosedal, La Rural y el Jardín Japonés, casi no conozco la capital, porque voy muy poco para aquellos lares (me pierdo con facilidad en la City). Pero me imagino que los porteños que leyeron la novela sí identificaron los lugares y las calles que se mencionan en el libro.

"Cora", me pareció una excelente novela policial, de detectives, pero también tiene algunos aspectos que la hacen especial: la capacidad de su autor para combinar las temáticas sentimentales a través de sus personajes y explorar e indagar sobre las relaciones humanas. Es un libro muy argentino, con varios modismos nuestros -es un placer leerlos, es tan bonito ver el dialecto rioplatense en una obra de ficción-, en los que la protagonista toma mate, ama las cafeterías y los postres, lleva a sus sobrinos a comer al McDonald's y cuando tiene una fiesta, pide un vestido prestado y usa tacos bajos, -muy bien ahí, señor Fernández Díaz, en no hacerla caminar con tacos aguja, Cora es una chica dura, no un florero-  que a veces se siente insegura y que pide ayuda a sus amigas para arreglarse cuando tiene una cita, una fiesta o una entrevista de trabajo. Y eso, es muy típico de las mujeres argentinas. Hasta en los baños de los bares y las discotecas, nos prestamos el labial y el maquillaje -antes del Covid, por supuesto-. Y si nos hace falta una campera o cartera para salir a la noche, siempre hay una amiga que te ofrece la suya en préstamo. 

Lo primero que leí de éste escritor fue "El puñal", una novela excelente que me gustó muchísimo en su momento, pero "Cora" me ha cautivado todavía más y en cuanto pueda, me haré con un ejemplar para que le haga compañía a "Mamá" en mi biblioteca. Es de esos libros que quisiera conservar para siempre. Jorge Fernández Díaz ha demostrado, una vez más, su extraordinario talento para indagar sobre la naturaleza femenina y nos ha retratado con auténtica maestría, con todas nuestras luces  y sombras, nuestros deseos, anhelos y contradicciones. Cora Bruno, es una buena prueba de ello. Si fuera real, podría ser una tía, una amiga, una compañera de trabajo...

Y por último, creo que las lectoras también le debemos agradecer a Verónica, la señora de la dedicatoria, por hacer que ésta novela sea posible. Siempre al lado de un hombre talentoso, hay una gran mujer, que es su musa inspiradora o a la que le debe parte de su éxito, porque nosotras, cuando queremos de verdad a un hombre (y esto lo digo por experiencia propia, muy orgullosa), los acompañamos y apoyamos siempre, en sus proyectos o en sus carreras profesionales. Porque queremos que sean felices.

Al final, yo, al menos, me he encariñado con Cora, la detective rebelde que adora los postres dulces, bebe mate, que es valiente, dura y que lucha por sus principios e ideales, aunque pierda las batallas y salga herida, llena de cicatrices. Porque ése es el tipo de mujer que admiro y que me interpela. Por más mujeres como Cora Bruno en la literatura argentina. Como dirían mis amigos españoles: enhorabuena, señor Fernández Díaz, tremenda novela la que ha escrito. De lo mejor que he leído éste año.


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