Cinco minutos de felicidad... y una reseña de un cuento de Pérez-Reverte
Los que leen éste blog saben que soy una gran amante de la literatura. Bueno, por ése motivo, hoy voy a hablar de actitudes de escritores famosos. De autores reconocidos que son agradecidos con sus lectores y de otros, que no tanto, que alguna vez, la han pifiado. Lo que me llevó a escribir éste breve artículo fue mi experiencia éste año en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. Como ya comenté hace unos meses, me gusta mucho la escritora argentina Mariana Enríquez, me parece brillante. Por eso, decidí ir a la firma de libros que iba a hacer en la Feria, (en el firmódromo, no en el stand de su editorial) un sábado, uno de los días más concurridos, en el que casi no se podía caminar por los pasillos. La entrada, estaba $5000 (que para la crisis económica que hay en Argentina, es costoso) , yo no tuve que pagar por otras cuestiones, pero hubo gente que sí.
La cuestión es que cuando voy a hacer la fila con mi ejemplar de "Los peligros de fumar en la cama", un chico me dice: "nos avisaron que solamente le va a firmar a 100 personas nomás. Y firma dos libros por cada uno." Me quería morir, no sólo había gastado dinero en el bendito libro -que lo compré de segunda mano en la Feria de Plaza Italia, pero salió caro igual, para lo que son los sueldos en mi país, el peso argentino no vale nada y un libro, hoy en día, es un lujo, créanme- sino que ya habían más de 100 personas en la fila, lo que significaba, que iba a quedarme sin la foto con Mariana y sin la firma. Para mí, que no vivo en la capital, ir a la Feria del Libro es un esfuerzo, de tiempo y dinero: tengo que tomar un colectivo, luego el tren, volver a casa por la noche... Hubo lectores que habían llegado a las 14:30hs (la firma era a las 17hs) y se quedaron afuera de la fila.
Más tarde, en su cuenta de Instagram, la gente empezó a protestar de lo mal organizado que estuvo todo. Decían: ¡¿Cómo van a avisar a último momento que iba a firmarle solamente a ésa cantidad de gente?! Una chica vino desde Córdoba para verla, un pasaje desde Córdoba a Buenos Aires sale un dineral. La autora pidió disculpas ante las protestas de sus lectores, estaba - y todavía lo está- en medio de una gira internacional y el jet lag la tendría mal. Pero, aun así...
¡Es tu país! ¡Si sabés que convocás a un montón de gente, hacé un esfuerzo, Mariana! ¡Son tus fans, tus lectores! -también eso le reprocharon en Instagram, con toda la razón del mundo-. Quieren conocerte, que les firmes un libro, sacarse una fotografía de recuerdo... Los escritores viven y pagan sus cuentas gracias a la gente que los lee. Jamás deberían olvidarse de eso. Vivir de la literatura hoy en día es un privilegio de unos pocos. ¿Quién hace eso posible? Las personas que compran y recomiendan sus libros.
Yo admiro mucho a ésta mujer, que conste. Me encantan sus libros, la considero una gran autora, pero actitudes cómo ésta, no están buenas. Si no podés firmarles a 200 personas, por lo menos, cancelá. No dejes a tus lectores decepcionados y tristes en la puerta. Como me pasó a mí ése día y a un montón de personas más.
Así que ésa es la historia de cómo no conocí a Mariana Enríquez. Yo iba con toda la ilusión de ver a una de mis escritoras favoritas y sufrí una decepción tremenda. Al otro día daba una charla, que al final transmitieron por YouTube. Yo iba a hacer el esfuerzo de asistir, pero después del chasco que me pegué, dije: "No, lo lamento. No voy a hacer semejante sacrificio de viajar a la capital, gastar dinero en pasaje, comida afuera y volver cansadísima a casa por alguien que ése día no pensó en sus lectores". Y no la estoy crucificando, voy a seguir leyéndola, pero no puedo evitar sentirme un poco decepcionada. No sé si voy a ir a la próxima firma, porque temo que vuelva a suceder lo mismo.
En cambio, hay autores que tienen otra actitud. Por ejemplo, Florencia Bonelli, escritora de novelas histórico-románticas, que no será "prestigiosa" ni ganará premios internacionales, pero estuvo más de cuatro horas sentada en el stand de Editorial Planeta y les firmó a 700 personas ése día. Y Bonelli vive en Suiza, que conste. Viajó desde Europa para venir a la presentación de su nuevo libro y a la firma. Yo pensé, amargada y desilusionada por la actitud de Enríquez: "Le hubiera traído algún libro de mi madre para que Florencia se lo autografiara".
De hecho, la primera vez que asistí a una firma de libros fue a una de ella, en la librería Ateneo Grand Splendid de Recoleta, en el 2019, cuando salió a la venta su novela "Aquí hay dragones", que si bien es una historia de romance, como todas las de ella, trata sobre un personaje secundario suyo, Mariyana, una chica bosnia musulmana que estuvo prisionera en un campo de concentración serbio en la Guerra de los Balcanes. La novela está ambientada en los 2000 e incluye el diario de ella de sus años en cautiverio, en los que fue violada por un paramilitar serbio, del cual luego se queda embarazada. Gracias a éste personaje, me enteré de lo que habían sufrido las mujeres en ése conflicto y así fue cómo descubrí a otros escritores que escribieron sobre ésa guerra, como Slavenka Drakulić, Dubravka Ugrešić, Clara Usón, Aleksandar Hemon, Arturo Pérez-Reverte, entre otros.
Hice cuatro horas de fila para que me firmara el libro, de hecho, nos firmó dos, uno a mí y otro a mi hermana. Son experiencias que uno nunca se olvida en la vida. Después sacó la segunda parte del libro, que no me gustó nada, porque era un 90% de escenas de sexo y 10% de aventura, pero eso es otra historia. Por más que el libro fuera malo, valoro la actitud que tiene con sus lectores, su agradecimiento hacia ellos. Es lo que corresponde. Si nadie la leyera... ¿Para qué escribiría?
También voy a hablar de otra experiencia, de manera breve, más que nada, de cómo me sentí al respecto. De uno de los días más felices de mi vida. Dicen que la felicidad son momentos, bueno, ese día, experimenté lo que era ser feliz de verdad, algo que no sentía hacia años. Los que leen éste blog saben que soy una gran admiradora del autor español Arturo Pérez-Reverte -al punto de que a veces me pongo pesada y en modo fangirl, como me dice mi hermana-, no sólo del novelista, sino del articulista. Cuando cursaba mi carrera, tenía un carpetín con folios donde guardaba los exámenes, parciales, los papeles importantes y también algunos artículos suyos, sobre libros, que me los imprimí porque me gustan mucho. Me gusta cuando escribe de autores, de libros, usados y nuevos, y otras cuestiones.
El día que lo conocí en la Feria del Libro apenas podía acercarme a tomarme la fotografía con él de lo intimidada que estaba. Tenía enfrente mío a la persona que creó a Teresa Mendoza, al capitán Alatriste, a Olvido Ferrara, a Eva Neretva... A alguien cuyos libros había devorado con pasión durante años, que me acompañaron a lo largo de una parte de mi vida y me ayudaron a interpretar el mundo en el que vivo.
Ya no era un nombre y apellido sobre una portada de un libro, sino que era un ser de carne y hueso, real, cercano. Tuve que hacer un esfuerzo muy grande para poder hablarle con naturalidad, porque estaba bastante nerviosa -y algo tímida- ése día. Demás está decir que Pérez-Reverte es un caballero con sus lectores: firma de pie, les dedica cinco minutos a cada uno, les da la mano, en síntesis, es agradecido y amable con ellos. Los hace sentir cómodos, a pesar de que es una situación un poco extraña, porque somos desconocidos, pero bueno, él siempre dice que "un lector es un amigo". Ésa es la actitud que uno, como lector, valora y agradece. Y estamos hablando de un escritor consagrado, que ya no necesita hacer firmas de libros para que éstos se vendan. Que vino desde Europa, España no queda acá a la vuelta precisamente, pero firmó a 200 personas y eso que era tardísimo, casi las 9 de la noche. Aprendé, Mariana.
Uno de los que más me gusta, porque habla de los escritores del Siglo de Oro español, es "Cervantes, esquina a León", que da muy buenas ideas para llamar la atención de los alumnos de secundaria -ideas que suelo aplicar y me dan buenos resultados-... Por su parte, "Carta a María" y "Carta a un joven escritor" -en la que hace recomendaciones de lecturas- son de los artículos más bonitos que escribió... Y por último, está el relato corto "La primera vez", que también imprimí porque no está recopilado en ningún libro. Ya había leído otros cuentos suyos que me gustaron mucho: "Ojos azules", "Un asunto de honor" y el divertidísimo "Jodía Pavía", pero éste, que publicó el año pasado, tiene algo especial. Cuando uno lo lee, se da cuenta en qué falló Bonelli en la continuación de su bilogía -y que conste que hasta sus lectoras la masacraron en Goodreads por esto, acusándola de ser ya pornográfica-.
Volvamos a "La primera vez" -me voy a poner en modo crítica literaria, lo que más me divierte-. Ese cuento es una lección magistral de cómo escribir erotismo: elegante, con clase, uso de metáforas, mantiene el suspenso hasta el final, va graduando lentamente la acción... No hace falta especificar toda la anatomía femenina y masculina y si se las nombra, se usan palabras más sutiles y no ordinarias, para que se comprenda lo que sucede sin detallar absolutamente todo. Es mucho más erótico y mentalmente estimulante para la imaginación (traten de conciliar el sueño después de leerlo por la noche, van a ver lo difícil que es) que si se hubiera detallado todo de manera burda. No me quiero ni imaginar lo que le costó al autor escribir éste cuento. Es perfecto. Por ejemplo, la siguiente escena, que es mi favorita de todo el relato:
"Se ha acercado de nuevo y ahora desliza una mano entre sus muslos, bajo la falda, mientras vuelve a besarla. Y bajo el fino tejido de las medias, a ella se le eriza la piel."
Cuánto dice con tan poco. Tengo que reconocer que tuve que leerlo varias veces para encontrarle el doble sentido y cuando me di cuenta de lo que el narrador quería decir, me quedé boquiabierta. ¡Pero, qué atrevido! ¡Eso sí que no me lo esperaba! Es una imagen hermosa, sin duda. El lector puede imaginarse el rostro de ésa mujer, estremeciéndose de placer, totalmente desarmada por el efecto de la boca y la mano de ése hombre en su cuerpo y en su piel. Y más bella es todavía esa parte, porque él lo hace de repente, sin avisarle, para acallar sus dudas. Por ése motivo ella se da cuenta de que ésa escena él ya la vivió muchas veces con otras mujeres y que por ese motivo, sabía muy bien cómo tratarla y seducirla:
"Cuántas veces habrá hecho esto, se pregunta con extraña lucidez, sorprendida de sí, como si hubiese dos mujeres distintas combinadas en la misma persona, una que siente y otra que observa. Con cuántas mujeres habrá él retirado la colcha de la cama y dicho vamos allá. Sin duda, las suficientes. Esa sangre fría no se improvisa, desde luego. No es algo que suceda, que se adquiera, en un par de minutos. Y sin embargo, todo transcurre con extrema naturalidad. Con delicadeza."
Por eso el protagonista del cuento, sabe controlar el deseo que siente por ella -lo que la mujer nota cuando se besan y se abrazan y se siente turbada por la reacción del cuerpo de él- porque lo que más le importa es complacerla sexualmente a ella. Solamente un hombre con mucha experiencia es capaz de tener la sangre fría suficiente para contenerse de esa manera -cómo reflexiona con certeza la mujer- y créanme que en la vida real, es difícil encontrar hombres que sean capaces de eso (no sólo me lo dice mi propia experiencia, sino la de mis amigas). O de que les importe.
Y después lo acusan a Reverte de ser machista y misógino... Háganme reír, por favor... ¿Acaso no se dan cuenta de que, por ejemplo, el personaje masculino de éste relato (como Santiago Fisterra o Teseo Lombardo en sus novelas) está más empeñado en provocarle placer físico a la mujer, que la prioriza antes que a él mismo? Lo que hace es causarle tanto deseo sexual hasta el punto de que ella -si el cuento siguiera, porque lo cortó en la mejor parte. ¡Eso no se hace, Arturo! ¡Yo quería seguir leyendo lo que pasaba después!- termine suplicándole que le haga el amor. Con palabras o sin ellas.
El hombre del relato tiene la suficiente sangre fría y autocontrol para literalmente desarmar a ésa mujer y hacer que "caiga rendida a sus pies" o mejor dicho, en su cama. Cuando él le acaricia el cuello -eso también lo hace Falcó en una novela- sabe que es un punto débil y ultrasensible en el cuerpo de las mujeres. Ni hablar si se lo hubiera besado y mordido con suavidad, despacio -o le hubiera acariciado la espalda de arriba a abajo con las manos- Ahí sí, seguramente la señora hubiera caído rendida sin ninguna resistencia. Y se quedaría en ése cuarto de hotel por tres días, como mínimo.
Otra parte que me encantó es cuando ella lo abraza y le recorre toda la espalda con las manos. Y lo cierto es que no hay nada más hermoso en la vida que la espalda de un hombre. Poder acariciarla con los dedos, sentir la dureza de los músculos, lo tersa, dura y fuerte que es, besarla lentamente centímetro a centímetro... Es la primera vez que un personaje femenino suyo hace eso, lo cual me ha sorprendido, no recuerdo ninguna otra escena de sus novelas en las que eso ocurra. Esa escena, como a muchas otras lectoras, me dio muchísima ternura.
Una de las cosas que más me gustó de éste cuento es como se va graduando la tensión sexual entre ambos personajes, por ejemplo, en el siguiente fragmento:
(...)La acerca unos pasos a la cama con naturalidad, tras desasirse, conduciéndola de la mano. Ella lo deja hacer, obediente. Junto al lecho él la besa. Esta vez las lenguas se encuentran, tantean, se exploran una a otra, recorren los dientes. Como en broma, casi travieso, él le toca los incisivos con los suyos y eso la hace reír.
—No seas payaso.
Lo ha dicho para ocultar la turbación, pues los cuerpos están pegados uno al otro, el abrazo es ahora más intenso y ella siente entre el vientre y el nacimiento de los muslos la presión del miembro endurecido del hombre. Una de las manos que apoyaba en sus caderas asciende lenta por la cintura hasta el arranque de un seno, deteniéndose justo ahí. Ella siente endurecérsele los pezones bajo la blusa. De pronto él alza la otra mano, índice en alto, como si acabara de recordar algo. (...)
Bueno, qué puedo decir de ésta escena... ¡Éste autor está empecinado en matar de un infarto a las lectoras mujeres que lean ésto! Creo que si se dedicara a la novela erótica, lo haría muy bien, sin duda alguna... Es una escena muy fuerte y elocuente, eficaz porque está narrada en presente; como en la siguiente frase: "una de las manos que apoyaba en sus caderas asciende lenta por la cintura hasta el arranque de un seno, deteniéndose justo ahí." Cuando uno lo lee, puede imaginárselo, el tacto de la mano del hombre sobre la piel de ésa mujer y sobre todo, que lo haga de manera lenta, lo cual le provoca muchísimo más placer y expectación a ella que si lo hiciera de manera brusca y rápida. La acaricia con una delicadeza, con una ternura, con un autocontrol, que realmente conmueve. Es una imagen bellísima, eso es lo mágico de la literatura, que cuando uno lee ficción, puede imaginárselo en su cabeza.
Lo que me intrigó de éste relato, es la parte en la que ella le pregunta si "esa era la mejor manera de conocerse" y él le responde: "Ésta manera es perfecta. La única posible".
¿Por qué es la única posible? ¿Por qué esa mujer, a la que apenas conoce el hombre del cuento, le provoca eso? ¿Por qué la desea tanto al punto de querer llevársela a la cama y que ella se quede toda la tarde y toda la noche con él? ¿Qué tiene ella para causarle todo eso al protagonista masculino? Porque apenas se la describe. No sabemos ni cómo es su cuerpo, ni cómo es su voz... Y ahí, el escritor usa el recurso literario de la elipsis. Un uso magistral que logra un gran efecto estético.
Ahora yo me pregunto, sorprendida -pero no tanto, porque leí la mayoría de sus novelas-... ¿Cómo es posible que un autor que tiene fama de ser un tipo duro, que estuvo veinte años viviendo en territorios comanches, un "gamberro en Twitter" como dicen algunos, sea capaz de escribir un relato erótico con tanta delicadeza, sutileza y ternura? Será que el periodista Gervasio Sánchez tiene razón y Pérez-Reverte, en el fondo, es un "osito de peluche".
Creo que es un cuento que algunos hombres deberían leer, para aprender que así es cómo se debe tratar a una mujer en éstas situaciones. Será que yo tuve la mala suerte de tratar con cada bruto desalmado y egoísta que no entendía que hay formas y formas, y que después, se indignaban y ofendían cuando una los rechazaba y les decía: "No, así no." Hay hombres que cuando ven a una mujer bonita se comportan como bestias y solamente piensan en ellos, no les importa cómo una se siente al respecto. Supongo que por algo me gustó tanto éste cuento, que narra una relación sexual entre dos personajes, pero que no solamente aborda la carnalidad de ambos, sino que el protagonista demuestra afecto por la mujer del relato - no la ve sólo cómo un simple pedazo de carne, no sé si se entiende-:
"Él ha puesto una mano sobre su hombro izquierdo. Lo hace con una naturalidad que a ella casi la conmueve. No por el contacto, sino por la extraña camaradería que establece. No aparenta deseo, sino afecto."
Además, el hombre del relato, habla muy poco en los diálogos, me recuerda al Santiago Fisterra de La Reina del Sur, por ejemplo. Una de las partes más hermosas y dulces es cuándo él la besa y luego dice, más que para sí mismo que para ella:
"—Dios mío —lo oye murmurar—. Eres guapísima."
¿¡Qué mujer no caería rendida ante semejante declaración!? Sólo le dice eso, dos palabras. Cortas y escuetas, pero honestas, sinceras, repletas de dulzura y sentimiento. A pesar de que algunos lectores de éste relato se indignaron -dos o tres ¡Pero qué puritanos, estamos en el siglo XXI!- porque relata una infidelidad, creo que lo que le sucede a ella, la mujer del cuento, es que a pesar de que le es leal a su marido, de que lo ama, supongo, imagino, no pudo evitar quedar subyugada por la belleza de ése hombre, el hombre que la espera en el hotel. Por eso ella lo mira fijamente a los ojos, embelesada, y le dice: "Tú sí que eres guapísimo". O al menos, esa es mi interpretación y lectura.
Ambos son personajes grises, como la mayoría de los de Pérez-Reverte. Humanos, descarnadamente humanos. Y lo más sorprendente, es que él, el protagonista, no la juzga ni le importa que ella sea una mujer casada (como Falcó, por ejemplo, o Max Costa en "El tango de la guardia vieja") .
Cuando ella se siente culpable y avergonzada, porque se da cuenta que no debería mirarlo de ésa manera ni desearlo así -algo que imagino no puede evitar, porque el deseo sexual es un instinto, algo casi animal, que uno no puede controlar de manera mental-, él, con amplia sabiduría y experiencia, la calma, la acaricia y la relaja (ésa parte en la que él le acaricia con los dedos el comienzo de los muslos... ¡Qué hermosa imagen, qué tierna y conmovedora que es!). La convence y finalmente, se van juntos a la cama, a hacer el amor por horas y horas. Sin culpas ni remordimientos, dejándose llevar por el deseo apasionado, poderoso, primitivo y visceral que sienten el uno por el otro. Es que la pasión, el deseo sexual, es un sentimiento muy propio de la condición humana y en éste relato se retrata a la perfección lo que les sucede a los protagonistas.
Un "escritor machista" jamás hubiera escrito algo así. Éste cuento es maravilloso. No sólo destila ternura por los cuatro costados, sino que cómo relato erótico es perfecto porque está narrado en tiempo presente, lo que traslada al lector a ése lugar, a ésa habitación de hotel, al presente en el que se encuentra la protagonista. Por eso el efecto estético del relato es mayor y más impactante. No era mi intención hacerlo y terminé escribiendo una reseña, yo no puedo con mi genio. Siempre digo que uno nunca se libra del todo de la educación que recibe, yo no puedo librarme -aunque lo intente- de los años en los que mis profesores me enseñaron a agarrar un texto literario y desarmarlo y analizarlo de arriba abajo.
Encuentro algunas similitudes entre el protagonista de éste relato y el citado Santiago Fisterra, uno de los novios de Teresa Mendoza en la novela La Reina del Sur. Me recordó un poco a éste fragmento -cuando ella lo compara con "el Güero", que es de los que más me gustan del libro:
"Era diferente, comprobó. Menos imaginativo y divertido que el Güero. No había, como en el otro caso, bromas, ni risas, ni procacidades dichas a modo de prólogo o de aderezo, En realidad esa primera vez apenas hubo palabras: aquel hombre callaba casi todo el tiempo mientras se movía muy lento y muy serio. Tan minucioso. Sus ojos, que incluso entonces eran tranquilos, no la perdían un instante. No se desviaban ni entornaban nunca. Y cuando una rendija de luz entraba por las varillas de la persiana, haciendo brillar minúsculas gotas de sudor en la piel de Teresa, los destellos verdes parecían aclararse más, fijos y siempre alerta, tan serenos como el resto del cuerpo delgado y fuerte que no la acometía impaciente, como ella había esperado, sino que se adentraba firme, seguro, sin prisas. Tan atento a las sensaciones que la mujer mostraba en el rostro y el estremecimiento de su carne como al propio control, prolongando hasta el límite cada beso, cada caricia, cada situación. Repetidos una y otra vez los mismos gestos, las mismas vibraciones y respuestas, todo aquel complejo encadenamiento: olor a sexo desnudo y húmedo, tenso. Saliva. Calidez. Suavidad. Presión. Paz. (...)
Y cuando ella tenía vértigos de lucidez, como si fuera a caerse desde algún lugar donde yacía o flotaba abandonada, y creyendo despertar correspondía de algún modo, acelerando el ritmo, o llevándolo allí donde sabía - creía saber- que todo hombre desea ser llevado, él movía un poco la cabeza, negando y se acentuaba la sonrisa serena en sus ojos, y pronunciaba en voz baja palabras inaudibles, y una vez hasta alzó un dedo para amonestarla dulcemente, espera, susurró, quieta, ni parpadees; y tras retroceder e inmovilizarse un instante; rígidos los músculos de la cara, concentrado para recobrar el control - lo sentía entre los muslos, bien duro y mojado de ella- , de repente se hundió de nuevo, suave, todavía más lento, y más hondo, hasta bien adentro. Y Teresa ahogó un gemido y todo volvió a comenzar otra vez mientras el sol en las rendijas de la persiana la deslumbraba con ráfagas de luz breves y tibias como cuchilladas, Y así, entrecortado el aliento, mirándolo desorbitada tan cerca que parecía tener su rostro y sus labios y sus ojos, también dentro de sí, prisionera entre aquel cuerpo y las sábanas revueltas y húmedas a su espalda, lo apretó más intensamente con los brazos y las manos, y las piernas y la boca mientras pensaba de pronto: Dios mío, Virgencita, santa madre de Cristo, no estamos usando condón." (Pérez-Reverte, 2002; pág. 110 y 111)
La Reina del Sur es una novela que tiene pocas escenas de sexo -me refiero a las de Teresa con sus parejas-, pero las que están, son perfectas. Pocas y bien escritas. Es preferible eso que excederse y que el libro se eche a perder -cómo le pasó a Bonelli en sus últimos libros, por ejemplo-. Pero lo que más me interesa de éste fragmento, es la manera en que Santiago Fisterra le hace el amor a Teresa. Estoy segura de que si el relato "La primera vez" hubiera continuado y el narrador nos hubiera contado lo que pasaba cuando "iban allá", tendría alguna similitud con ésta que acabo de citar. No digo que sería igual, sino parecida en algunos aspectos. Sólo tengo una frase para decir al respecto: "Nadie pone lo que no tiene" en una obra de ficción.
De más está decir que esa escena de Teresa y Santiago es de las más hermosas que Pérez-Reverte escribió en toda su carrera como novelista, lo mismo que las de "El italiano", que también me gustan muchísimo. Fíjense cómo usa metáforas, describe el ambiente, busca las palabras adecuadas para describir lo que sucede con sus personajes sin caer en lo vulgar. Y eso requiere muchísimo trabajo, porque no debe ser nada fácil para un escritor profesional. Por ese motivo, por la calidad que tiene como narrador de historias, la gente lo lee. Por ese motivo, me leí veinte libros suyos en cinco años. Porque éste hombre escribe mejor éste tipo de escenas que muchas autoras mujeres, sabe utilizar el lenguaje de manera precisa y eficaz para transmitir lo que sienten y viven sus personajes.
En fin, "La primera vez" es uno de los relatos más bellos que he leído en mi vida. Aunque me hubiera gustado seguir leyendo y que no "cayera el telón", pero bueno, por algo el autor lo cortó justo ahí. No voy a ponerme a cuestionarlo yo, que no escribí un libro en mi vida. La maestría con la que se escribe un cuento de éste tipo marca la diferencia entre un escritor bueno de verdad -como Pérez-Reverte- y otros a los que les faltan lecturas y años como autores para abordar ésta temática, que no es nada fácil. Y eso se llama tener oficio y talento.
Por ejemplo, Bonelli es una autora que desde hace unos años, se excede con el erotismo en sus novelas - al punto de caer en la vulgaridad, según algunas críticas que recibió hasta de sus propias lectoras en Internet-, que luego del furor y el éxito de "Cincuenta sombras de Grey" siguió por ése camino y por eso la calidad de sus libros cayó en picada. La cantidad de escenas de sexo totalmente explícitas -casi pornográficas, ni una sola metáfora- y repetitivas terminan opacando la trama de sus novelas y arruinándolas. Lo cual es una verdadera lástima. Por eso, hace años que no la leo. Cuando uno es muy joven lee cualquier cosa que cae en sus manos, pero con los años, uno cambia como lector y aprende a diferenciar y a ver que hay diferentes tipos de escritores. Yo no leo igual un libro cómo cuando tenía 18 años que ahora. Con los años, uno aprende a reconocer a los que son buenos de verdad y a los que bueno, tienen más falencias a la hora de abordar ciertas escenas o temáticas. Con esto no quiero desmerecer a nadie, por supuesto.
Por ese motivo, Pérez-Reverte me recuerda un poco a Rosa Montero, por cómo escribe ciertas escenas de sexo, con metáforas, con un rico lenguaje estético, que hace que leerlo sea realmente placentero. Sino leyeron éste cuento, háganlo, porque es perfecto. De los más conmovedores, románticos y eróticos del autor español. En lo personal, a mi me encantó. Es hermoso.
Lo que dice Michèle Petit sobre la importancia de la literatura en los jóvenes y adultos
Es muy fuerte la relación que uno, como lector tiene con los escritores que lee, ya estén vivos o muertos. Los libros son objetos casi mágicos que nos permiten vivir otras vidas, conocer otros mundos. Ayudan a soportar tiempos difíciles, a alejarnos de la alienación y a hacernos felices, porque aunque el mundo que nos rodea se caiga a pedazos, nosotros estamos compenetrados con la historia de los personajes que estamos leyendo, y lo demás, desaparece. Para mí, leer es casi terapéutico. Es una necesidad. Siempre lo fue, desde niña, cuando leía Harry Potter, que ayudaba a que los problemas que había en casa, desaparecieran mientras leyera ésos libros.
Hay autores que en sus obras de ficción, abordan temáticas que nos interpelan a nivel personal y nos ayudan a asimilar el mundo en el que vivimos. Por eso hay libros que nos conmueven tanto, que los "adoptamos" de por vida, porque les guardamos un cariño especial. Un libro es un amigo, un compañero de tinta y papel que siempre nos puede acompañar. Voy a citar a la antropóloga Michèle Petit, que lo dice mejor que yo en su texto "Porqué incentivar a los adolescentes para que lean literatura) (2014):
(...) Particularmente en la narración literaria los eventos contingentes toman sentido bajo la modalidad de una historia puesta en escena, en perspectiva, de forma estética. Y debido al orden secreto que de ella emana pareciera que el caos del mundo interior se organizara. El “salto” de la lectura, también permite pasar a otra realidad articulada y ordenada en tanto que la obra leída envía algunas veces un eco de aquello que era indecible, aclarando una parte de sí oscura hasta ese momento, a la manera de la “intuición” psicoanalítica —de esa súbita toma de conciencia que se acompaña con una sensación de placer y de energía recuperada—. De otra parte, mediante el trabajo de la escritura, el autor transforma en acción una situación experimentada con frecuencia en la pasividad y la impotencia. A su vez, el lector reencuentra muchas veces su movimiento: afina el olfato y se dedica a componer frases inéditas entre las líneas leídas para representar su vida mediante el relato. Y, poco a poco, se apropia de la lengua encontrando sus propias palabras, su propia forma de decir.
Los escritores son creadores de sentido y se toman el tiempo necesario para darle significación a una experiencia de orden individual o colectivo. Los profesionales de la observación de sí mismos y del mundo, en los límites del pensamiento soñador muy próximo del inconsciente, trabajan la lengua, la despojan de estereotipos (por lo menos lo hacen así los buenos escritores) y dicho trabajo psíquico y literario tendrá resonancias en los lectores, mucho más cuando se les propone una transposición y no un decálogo de su propia historia. Por lo tanto podemos señalar que los textos que con frecuencia trabajan la mayor parte de los lectores son aquellos que les aportan una metáfora. Mira Rothenberg no habría logrado los mismos efectos si hubiera leído, a los adolescentes de los que se ocupaba, testimonios escalofriantes sobre los campos de concentración por los cuales algunos de ellos habían pasado.(...)
La presentación de un hecho real sin elaborarlo, máxime cuando es escalofriante u obsceno, reduplica el traumatismo y la angustia, en lugar de ayudar a tamizarlas. Por el contrario, un verdadero trabajo de escritura, sin tratar de edulcorar la realidad y sin suprimirle la violencia, la va a restituirla de una forma transpuesta que permitirá a los lectores tomar distancia, construir otro punto de vista y darle forma estética y compartida a aquello que los obsesionaba. (...)
Por todos los motivos que Petit explica, un lector siente tanta felicidad cuando tiene la posibilidad de conocer y ver en persona a sus escritores favoritos. Porque uno, cuando sus libros lo ayudan en momentos difíciles, siempre va a estar agradecido con ellos. Y por eso, ese 6 de mayo de 2023 en La Rural, volví a sentir lo que era la verdadera felicidad, después de muchos años de no sentirla. Y la sonrisa que me provocó aquel recuerdo, de esos cinco minutos que para mí valieron como si hubieran sido una hora o más, no me la borró nadie durante los meses siguientes. Fue como una inyección de vida en medio de un año durísimo en el que la universidad -y la vida- no me dio tregua.
Creo que ni cuando aprobé el final de Sintaxis en julio del año pasado con un nueve (lo cual fue un esfuerzo sobrehumano para mí, con lo mucho que me cuesta la gramática generativa) me sentí tan feliz como el día que conocí a Pérez-Reverte. Porque sus libros, son parte de mi vida y siempre lo serán. Nadie cómo él para explicarte, literatura de por medio, lo que es el costado más oscuro del ser humano. Lo que es el dolor, la soledad y el sufrimiento, lo que es la guerra, en todas sus formas y manifestaciones. Lo que implica ser mujer en un mundo de hombres, como les sucede a las protagonistas de sus novelas. Tal vez por ese motivo, "El pintor de batallas" sea mi libro favorito suyo, además de "La Reina del Sur". Porque efectivamente, no sólo son historias bien escritas, sino que son perfectos analgésicos para el dolor. Así que hasta el día de hoy, le agradezco que se tomara esos cinco minutos con cada lector que fue a la presentación de su libro, porque nos hizo inmensamente felices. Fueron cinco minutos que no me los voy a olvidar por el resto de mi vida.
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