El fenómeno de la Chill Girl, la mujer sumisa en las redes sociales

 


Betty Draper de la serie Mad Men, la precursora de la tradwife



Todos los días leo las noticias en el diario y leyendo un artículo, aprendí un término nuevo: Chill Girl. Voy a citar el artículo periodístico en el cual lo leí:




(...) En TikTok, Instagram y YouTube abundan mujeres que sonríen siempre, hablan suave y evitan la confrontación. Son prolijas, limpias, “equilibradas”. Cocinan pan casero, hacen yoga, ordenan sus días con velas y playlists de calma. Parecen libres, pero su calma tiene contexto: un mundo donde ser mujer —o joven— implica moverse con cuidado. Según la Organización de Naciones Unidas, más de la mitad de las mujeres y niñas con perfiles en redes sociales han experimentado alguna forma de violencia digital: insultos, acoso, stalking o exposición no consentida de imágenes. (...)

¿Qué es una “chill girl” y qué implica este modo de estar en el mundo digital?

La figura de la chill girl no es simplemente una chica relajada que evita el conflicto: es una joven que aprende que en los espacios digitales —y también los físicos— alzar la voz, cuestionar o confrontar un comentario sexista, cuesta. Entonces opta por suavizar, por no marcar, por hacer que todo parezca “sin drama”.

Ella sonríe cuando le hacen un comentario incómodo, ríe cuando se espera y deja pasar las microagresiones porque sabe que —a veces— la mejor respuesta es no responder. En el feed aparece como controlada: outfits “tranquilos”, rutina cuidada, ambiente ordenado. Pero esa serenidad esconde un gesto: el de acomodarse al algoritmo que premia la armonía, y al contexto que penaliza la disidencia femenina.

(...) Entonces, ¿qué implica ser una chill girl en la práctica? Primero: autocensura. Ante una broma sexista en un chat o un comentario ofensivo en un post, la respuesta es mínima o inexistente, porque decir “esto no está bien” ya puede implicar ostracismo o ser tachada de exagerada.

Segundo: estetización del silencio. Su perfil, su biografía, su foto post-fiesta, su “no me importa” importan: espetan una calma estética que oculta la tensión.

Tercero: normalización de lo discreto. El mensaje es: “estar tranquila también es estar bien”.

Pero bajo la calma se puede esconder resignación. La generación que convive con la chill girl aprendió que el silencio es más seguro que el debate, que la aprobación social —o al menos la no exposición al castigo digital— pesa más que la reivindicación. Esa adaptación no es menor: marca lo que se permite —y lo que se calla—, y redefine qué significa “feminidad contemporánea” en un contexto donde la visibilidad no siempre empodera. Así, la chill girl se instala como arquetipo: parece elección libre, pero está profundamente condicionada. Es estética, sí; pero también es política, aunque silenciosa. (...) 

En ese sentido, la chill girl opera con el mismo “pack” que la tradwife: domesticidad, calma, estética sin asperezas, pero sin la etiqueta explícita. Es probable que la primera se haya convertido en versión parcial –o versión juvenil– del segundo: menos explícita, más “aspiracional”, más adaptada al algoritmo.

Así, en esa conexión silenciosa, ambas figuras sugieren que la rebelión es peligrosa, el silencio es seguro y lo doméstico es deseable. Y eso supone un reto para las jóvenes que no solo quieren encajar, sino imaginar otro tipo de vida, otra voz, otro espacio.

Autor: Cristian Phoyu


"Calladita, te ves más bonita"

Epifanio Vargas, personaje de la telenovela La Reina del Sur. 



Como se puede leer en el artículo, las Chill Girls son las mujeres que se callan la boca en espacios digitales, que apelan al silencio, que se niegan a alzar la voz, para no confrontar con los demás y ser castigadas por sus lectores o amigos. Es decir, representan al ángel del hogar, el estereotipo de mujer ideal del siglo XIX y principios del siglo XX. Como diría Epifanio Vargas, el jefe narco de La Reina del Sur: "Calladita te ves más bonita". Ésa frase se me quedó marcada a fuego en la memoria. 

Siempre es más fácil y conveniente tragarse las palabras, sonreír con falsedad y quedar bien con todo el mundo. Tolerar injusticias, comentarios malintencionados o provocaciones. Ser una buena señorita. Agachar la cabeza, para que nos tengan lástima, compasión, para que nos vean como las damitas indefensas que necesitan que los caballeros nos protejan y nos cuiden. Las mujeres del siglo XXI no queremos esto, queremos respeto. 

Levantar la voz en un medio digital, trae consecuencias. A mí me sucedió muchas veces, cuando empecé a reseñar: fanboys de Epica furiosos porque le puse un 7 a un álbum y no un 10, hombres indignados porque le otorgué un 9 a un disco de Doro Pesch ("Sos una feminista fanática... ¿Quién fue el inútil que te dio el carnet?"). Ya hablé de esto muchas veces, no voy a ser reiterativa. 

También me pasó de tener lectores (hombres) que me comentaban mis reseñas y me elogiaban, no porque valoraran mi trabajo como reseñista, sino porque querían llevarme a la cama. Para eso sí nos aprecian, nos desean, nos dicen que nos adoran -nos dicen abiertamente que les encantaría practicar sexo de varias maneras con nosotras o lo ponen por escrito-, pero después, cuando abrimos la boca y decimos algo que no les gusta, somos las malas, las brujas. Dejamos de ser amigas y nos convertimos en el enemigoYa no nos desean, no nos quieren más. Show no Mercy, dirían Slayer. Calladitas, nos vemos más bonitas.

"Cuando hay una reseña tuya, los gallos corretean", me dijo un veterano de la web donde reseñaba. Quería decir que había cinco o seis comentarios de varones, algunos, escritos con doble intención. Nunca hablé de esto, pero hoy lo voy a hacer. 

Una vez, me pelié con un supuesto amigo que me elogiaba y tiraba onda en todas las reseñas que publicaba. ¿Saben por qué se enojó? Porque le hice una crítica a Simone Simons, una cantante que desprecia y maltrata a sus fanáticos (tengo testimonios directos de personas que lo sufrieron). "Por favor, no me mandes videos de Simone paseando por X país, porque no los voy a ver". "Estás llena de odio", me contestó. 

Claro, para él, yo era "un pedazo de hembra", bella, hermosa, ideal para llevársela a la cama y hacerle de todo ahí, pero en el fondo no me respetaba, no me veía como a un igual. El único que sabía de verdad de música era él y lo que yo pensaba, no importaba. Todos esos elogios debajo de mis reseñas eran una excusa para tratar de tener sexo conmigo, algo que deseaba con gran intensidad. "Tenés arranques de mal genio", me espetaba, pero cuando él se enojaba, estaba permitido. Claro, yo no me comportaba como una buena señorita. Yo soy mujer, no me está permitido contestar ni demostrar que estoy enojada. Tengo que sonreír y quedarme callada para no herir su frágil orgullo masculino. 


Les voy a contar otra anécdota. Otros dos varones, uno español y otro venezolano, jóvenes ambos, también decían ser mis amigos en la otra web. Hasta que asistí a un concierto de Rata Blanca con otro conocido, en plan amigos, compañeros, no era una cita. ¿Saben lo que hicieron? Empezaron a destratarme delante de los demás. A ningunearme y a despreciarme. Por celos, por supuesto. Yo no era una reseñista de metal, era una minita que se querían levantar. Y todo esto, lo escribo con los ojos llenos de lágrimas. No quiero que me tengan compasión, estimados lectores. Solamente pienso en mi recorrido reseñando éste tipo de música y a veces, siento dolor por las cosas que viví.


Como te fuiste al recital con otro, te echo de mi podcast 


Yo participaba en un podcast de heavy metal, me invitaron como reseñista, grabé varios programas sobre Nightwish, Within Temptation, Diabulus in Musica (Zuberoa y Gorka les escribieron a los administradores, agradeciendo mis palabras hacia su música) , Leaves Eyes'.... Después del recital de Rata Blanca, dejaron de aceptar mi material para el programa. Expresé mi descontento porque me excluyeron, yo aportaba mi tiempo gratis, lo hacía contenta, para colaborar, como lo hacíamos muchos que reseñábamos en El Portal. 

Uno de mis supuestos amigos le fue con el cuento al administrador del podcast, que ya se había ido de Argentina y regresado a su país natal. La nueva novia del jefe me escribió un comentario en éste blog, en la reseña del Aégis de Theatre of Tragedy, repleto de insultos: "imbécil", "engreída que te creés una letrada", "esa música que reseñás es una mierda", "no te metas con mi gente, cómo hablás así de personas que son tus amigos, con los que fuiste a almorzar y a tomarte fotografías".... Me dijo muchas cosas más que no voy a repetir acá. Al comentario lo borré, nunca salió a la luz y ahí sí, decidí no contestar. Yo a los insultos, no respondo. No me voy a poner a debatir con personas que no saben conversar de manera civilizada. Podemos pensar diferente, pero no insultarnos y faltarnos el respeto. 

El problema es que la chica, no sabía la verdad de lo que había pasado. El jefe del podcast no tuvo los cojones, como dirían algunos, de dar la cara y explicarme porqué me echó de su programa. Se los voy a contar yo. 

El amado novio de la señorita intentó que fuera a su departamento para que pasáramos tiempo a solas o sino, quiso venir a mi casa cuando no estuviera mi familia. Se imaginan para qué, ¿no?. Como yo no me metí en su cama, me quejé de que me habían dejado afuera, borró todos mis programas del podcast, de YouTube, Ivoox y Spotify. Perdí la oportunidad de ser parte de un espacio donde se hablaba de música por no acostarme con el dueño del lugar. Porque eso implica reseñar heavy metal en un mundo de hombres. No querían mi opinión sobre el metal sinfónico, no me respetaban como reseñista, solamente me dieron el lugar porque soy una minita que está buena, y era una oportunidad para levantarme, para tener sexo conmigo. Como no accedí y me atreví a asistir a un concierto con otro chico, me echaron. Y encima, después tuve que soportar que una mujer venga a insultarme por eso. 


Cuando no contestamos por miedo a perder a nuestros seres queridos


Volviendo a la Chill Girl, no solo se aplica a comentarios sexistas y alusiones sexuales. No responder y callarse la boca, se puede aplicar a diferentes ámbitos de la vida. Muchas veces yo expresé mi descontento sobre diferentes cuestiones a personas que quiero, que amo, que adoro con todo mi corazón (en voz alta y por escrito). Lo hice (y ahora sí, tengo que hacer un esfuerzo para escribir porque estoy llorando) inclusive, con el temor de perder a esas personas, de que dejen de quererme. Es muy doloroso y feo pelearse con alguien por quien uno tiene un sentimiento muy profundo. Duele, da miedo, da culpa, dolor de estómago,  temor de ofender al otro. Es horrible pensar que porque dijiste una palabra que no le gustó al otro, las personas que queremos nos van a odiar, a detestar y a no hablarnos más. ¿Se piensan que yo soy de piedra? No, estimados lectores. Siento y sufro como todo el mundo.

Cuando yo escribo acá, a veces digo cosas duras. Cuando defiendo mis convicciones y expongo mis argumentos, que a veces no coinciden con los de los demás. "Eso no está bueno, no me parece bien", escribí muchas veces en éste blog. Una Chill girl no lo haría. Jamás se expondría de esa manera, para no ser castigada. Calladita, te ves más bonita, decía Epifanio. 

Si me provocan, trato de no pelear, pero si estoy muy enfadada, termino contestando. A mí no me gustan las peleas ni las discusiones. Uno se pone mal, se angustia, no es una experiencia linda. Pero yo, por no tener problemas con nadie, no voy a ser una mujer sumisa, ya sea con los varones o con otras congéneres. Si algo me parece mal, lo voy a decir. Si no estoy de acuerdo con alguna cosa, también. 

La Chill Girl, la que agacha la cabeza cuando la provocan o le hacen comentarios picantes (y pretenden que no responda, que sonría y diga: sí, tenés razón) refuerza el estereotipo de la mujer del siglo XIX: las mujeres tenemos que ser dulces, tiernas, amables, dominadas por la mirada masculina, el ángel del hogar. Virginie Despentes afirma que se castiga a las rebeldes, se las somete al escarnio público, a las que levantan la voz contra las injusticias, a las que se enfrentan con los hombres. 

Hace 2000 años que nos educan para complacer a los hombres y que nos quedemos calladitas, que cerremos la boca ante un comentario machista, sexista o inclusive, el acoso sexual. Voy a contar anécdotas que viví en discotecas, sobre esto, pero no me voy a extender mucho. Hombres que se creían que por bailar conmigo podían encajarme un beso o apoyarme sus genitales a la fuerza, que podían acorralarme contra una pared y arrojárseme encima sin mi consentimiento con la excusa de "Qué linda que sos" y una, tener que callarse y huir, porque ellos tienen más fuerza física que nosotras. Porque el mundo, es de ellos. 

Hace doce años, en una discusión familiar, tuve a mi propio hermano de sangre, que mide más de un metro ochenta y me lleva doce años, gritándome en la cara, acorralándome y amenazándome de que si seguía hablando, iba a pegarme una piña para destrozarme la cara. Ningún hombre que había en mi casa vino a defenderme. Me dejaron sola. 

¿Qué piensan que hice yo? Agachar la cabeza, ponerme de rodillas, salir corriendo de ahí, decirle: "Tenés razón, perdóname". No. Defendí mis argumentos (se estaba metiendo en mi vida privada... ¿Qué le importa con quién me veo y con quién no?) y le contesté, teniéndolo enfrente, rabioso y enfurecido, con una actitud muy violenta, amenazándome con golpearme: "Dale, pegame una piña si querés. Pero no me voy a callar". Demás está decir que después de este suceso, por el cual nunca me pidió perdón, nunca más le dirigí la palabra. 
 
Así soy yo. No lo cuento para que me tengan compasión, eh. Yo no quiero la lástima de nadie. Lo que quiero, es que me respeten. Yo no soy una Chill Girl. Te puedo amar, te puedo querer, pero si algo me molesta o estoy disconforme, o no estoy de acuerdo, o pienso distinto te lo voy a decir. Si querés odiarme, detestarme y dejar de quererme, hacelo, adelante. No te voy a suplicar ni a rogar que me perdones. No lo voy a hacer para evitar que me contesten mal, ya no me quieran o me destrocen la cara de una piña. 

Y esto no lo escribo para buscar pelea o hacer sentir mal a los demás, simplemente porque creo que una mujer que no se atreva a alzar la voz en el siglo XXI para complacer a los demás, es una cobarde. 

Y yo, no solo en las palabras, sino en la vida, demostré muchas veces, que de cobarde no tengo nada. Calladita, te ves más bonita, decía Epifanio Vargas. Cuánta razón tenía. 


"Te creía un héroe, pero fue mi imaginación la que te construyó. Sin lo que yo imaginé, tú no eres nada."


Cuánto dolor me da recordar éste fragmento de un libro. Cuánto dolor me provoca ver que nuestros héroes, a quienes amamos con todo nuestro corazón, tienen los pies de barro. La frase de Lena no se aplica solo a los Pantelis Katelios, sino a los que por no cerrar la boca, y atrevernos a cuestionarlos, decirles algo que no les gustó, te convierten en el enemigo. Calladita, te ves más bonita. Un sabio, Epifanio. 


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