Del Potro vs Djokovic en Buenos Aires. La despedida que el tandilense realmente se merece.


US Open, 2024. Nueva York, Estados Unidos. Novak Djokovic y Juan Martín Del Potro entrenando juntos.


Nunca hablo de deportes en éste blog. Por varios motivos. Primero, soy una pésima deportista y poco y nada sé sobre el asunto. Pero si hay un deporte que me gusta ver, como espectadora, es el tenis. Me encanta ver a los tenistas jugando en la cancha, solos, cual gladiadores romanos o guerreros espartanos, luchando contra su rival, en una disciplina en donde un punto, un pequeño error, puede llevarte a ganar o perder un partido, un campeonato o la mismísima Copa del Mundo.

Más allá del talento, hay que tener una sangre fría particular, para ser tenista profesional. Uno, como humilde espectador, se da cuenta de que no es un deporte fácil. Cuando miraba partidos de fútbol de la selección argentina, no pasaba los nervios que me ocasionaban los de tenis. El juego es minuto a minuto y un pequeño error o un acierto, marcan la diferencia entre quien gana y quien pierde. Pocas veces he sufrido tanto en la vida como en la final de la Copa Davis en el 2016, Argentina vs Croacia. Nos pasó a todos los argentinos admiradores de éste deporte. Más allá de que la Copa Davis -más conocida como el Campeonato Mundial de Tenis- se juegue en equipo, hubo un partido crucial para que Argentina saliera campeona y era Del Potro vs Marin Cilic, el tenista que estaba más arriba en el ranking de la ATP en aquel entonces.

Argentina jugaba de visitante y yo pasé las cinco horas de partido en el living de mi casa, almorzando un asado que hizo mi padre, sola (mientras el resto de mi ruidosa familia almorzaba en el comedor) con los ojos y el corazón pegados a la pantalla del televisor. Sufriendo cuando Del Potro llevaba perdiendo dos sets seguidos.... -si perdíamos ése partido, Argentina quedaba afuera del campeonato, era una final- hasta que, milagrosamente, dio vuelta el partido (todavía me pregunto, cómo hizo, en qué pensó, para lograrlo) y le ganó los próximos tres sets a Cilic, quien estaba tan furioso que arrojó la raqueta al suelo de la cancha. Dos horas más tarde, tras otro partido que ganó el equipo nacional ese día, Argentina salía campeón del mundo por primera vez en la historia. La selección nacional de tenis le había ganado a Italia, a Gran Bretaña (ese partido contra Andy Murray, tampoco me lo perdí, por supuesto) en su propia tierra, en Glasgow, y a Croacia, en Zagreb, jugando de visitante. 


El equipo argentino campeón de la Copa Davis 2016. 


Ese día fue uno de los más felices de mi vida.
Había visto jugar a mi tenista favorito, el mejor de la historia argentina junto a Vilas y Sabatini, que venía de dos años horribles debido a las lesiones en su muñeca y tras pasar varias veces por el quirófano. El orgullo y la alegría que sentí ese día, no puedo expresarlos con palabras.


Pero no fue la única vez, porque unos meses antes, vi jugar a aquel "gigante gentil" -así lo apodaron los periodistas deportivos- contra dos de los mejores tenistas de la historia (Novak Djokovic y Rafael Nadal) y vencerlos, ganarles la medalla olímpica de plata en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro. El partido contra el tenista serbio no pude verlo completo -rendía examen en la facultad, pero pedí que me avisaran por celular cómo había terminado; -pero el segundo y el último, contra Andy Murray, los vi completos. 

Cuando arrancaron los juegos de Rio y vi contra quien le tocaba el partido, tras dos años de estar afuera de las canchas, yo temblaba. Djokovic. El número uno del mundo. "Lo va a hacer pedazos", pensé yo, asustada. No podía creer cuando Juan Martín, le ganó aquel partido. No porque no confiara en su capacidad y su talento para competir, sino que él llevaba mucho tiempo fuera del circuito y no me pareció justo el sorteo en ese momento. No estaban en igualdad de condiciones. Pero Del Potro le mostró al mundo el enorme tenista que es, capaz de ganarle a los mejores, a los Top Ten que encabezaban el ranking de la ATP (Asociación de Tenistas Profesionales). 


Del Potro le ganó a Djokovic aquel partido en los Juegos Olímpicos. En la fotografía, lo abraza porque el tenista serbio lloraba de tristeza. Era la segunda vez que el tandilense lo vencía y lo dejaba afuera de los Juegos Olímpicos. La primera vez, fue en Londres 2012. 

Yo admiro a pocos hombres, en mi vida. Pero a éste deportista argentino, lo respeto y admiro desde hace años. Más allá de su talento indiscutible para el tenis, como persona, es humilde, siempre mantuvo los pies en la tierra, ni el dinero, ni la fama mundial, ni el prestigio, ni los premios, lo cambiaron. Sigue siendo ese chico de Tandil, alto y espigado, con un talento descomunal. El mismo jovencito que años más tarde, consiguió el amor y la admiración de millones de fans alrededor del mundo: japoneses, australianos, europeos, estadounidenses, latinoamericanos...

Ni la fama ni el éxito, hicieron que se le subieran los humos a la cabeza, tampoco se convirtió en un divo. A Del Potro no van a verlo fotografiándose subido arriba de deportivos Ferrari o alardeando de su estatus. O paseando con una bolsa de compras de Armani, a lo James Hetfield. Jamás. No habla de tenis, a menos que le pregunten -esto lo dijeron periodistas deportivos-, es introvertido, serio, reservado, parco en sus palabras y muy, pero muy cuidadoso con lo que dice en público. Será que desde adolescente estuvo expuesto a los medios y por eso, cada vez que hace declaraciones a la prensa, se nota su inteligencia y prudencia a la hora de expresarse. Su don de buena gente. Eso se le nota a leguas.

Él y el suizo Roger Federer -por una cuestión de raíces, a fin de cuentas, yo soy descendiente de suizos alemanes por el lado paterno- , uno de sus mejores amigos, quien más lo ha ayudado y marcado en su carrera profesional, son mis tenistas preferidos. Al oriundo de Tandil no solamente lo he visto jugar en los Juegos Olímpicos y en la Copa Davis, sino en Estocolmo -cuando ganó su primer torneo tras la lesión-, en el US Open (me acuerdo la vez que se puso una ropa fluorescente... ¡Ese color no, por favor, Juan Martín!) , siendo ovacionado por los norteamericanos y en otros torneos y partidos más. Por otros motivos -estaba muy ocupada con la universidad, creo-, durante unos años (después del 2018, creo) dejé de seguir su carrera y de verlo competir en los torneos. Hasta que después de estar inactivo por un tiempo tras sufrir más lesiones, volvió a jugar en febrero del 2022, en Argentina, para retirarse del tenis, con 33 años. 

Miré ese partido y me dolió verlo tan triste, tan mal. Sufriendo, al borde de las lágrimas en varias ocasiones. La rodilla, pensé. Esa maldita caída. Pero al final, después de verlo perder el partido en el Argentina Open y colgar la vincha en la red, les dije a mis familiares, repleta de tristeza y bronca: "Se retiró. Se retiró y yo nunca, nunca pude verlo jugar en vivo y en directo, en persona."


Junto al Big Four, del tenis. De izquierda a derecha: Del Potro, Novak Djokovic, Roger Federer, Rafael Nadal y Andy Murray. Los tenistas más grandes de su generación.

Es que éste tenista, siempre jugaba fuera de Argentina, a países donde yo, por una cuestión económica, no podía viajar. Cuando hizo una exhibición contra David Ferrer en el 2016, yo no pude asistir. Por eso me alegré tanto cuando hace unos días, me encontré con la noticia de que va a jugar un partido de exhibición en Argentina, junto a su amigo, el tenista serbio Novak Djokovic, con quien estuvo entrenando hace poco en el US Open, en Queens, Nueva York. Será el 1 de diciembre en Parque Roca, Ciudad de Buenos Aires, y yo, aunque me gaste todo mi sueldo (espero que me alcance para comprar la entrada) de un mes (o dos meses) no me lo pienso perder

Es mi última oportunidad para ver jugar en una cancha a mi tenista favorito (todavía estoy esperando que salgan a la venta las entradas, no sé ni lo que van a costar. Espero poder conseguir una y que no se agoten rápido). Para ver a aquel hombre alto, talentoso y hermoso -hay que decirlo, es más lindo que todos los del Big Four, nunca he visto a un tenista tan, pero tan guapoque me hizo gritar y llorar de emoción cuando nos sacó campeones del mundo, cuando ganó la medalla olímpica en Rio y que me demostró, que uno puede levantarse de sus cenizas y volver a resurgir, a pesar de las dificultades que sufre en la vida. Que no le importa llorar adelante de todo su público y mostrar que es un ser humano, que tiene sentimientos. Aunque a uno lo intimide, por su altura y corpulencia, siempre se ha mostrado amable, gentil, atento, con sus fans, sus colegas y hasta con los periodistas. 


Juan Martín y Roger, una amistad que trascendió afuera de la cancha de tenis. 

Con uno de sus mejores amigos, el tenista suizo Roger Federer. En mi humilde opinión, Federer, es el tenista más grande de la historia. 


"Delpo es un buen chico", dijo Djokovic. Y el serbio debe quererlo mucho, para hacerse el viaje a la Argentina después de competir todo el año en el circuito de la ATP. Ver que dos años después de su retiro, Juan Martín es respetado por sus colegas, los tenistas más grandes de la historia (Djokovic, Federer, entre otros) me llena de orgullo. Se lo merece, se lo ha ganado. Años de sacrificio, de trabajo duro, viajando por el mundo solo con su equipo, entrenando día y noche, pasando más de seis veces por un quirófano, viviendo una vida de trotamundos, de gira por diferentes países, una semana en un país y luego en el otro, sin descansar nunca, para jugar por los torneos de la ATP. Una vida agitada, que llevaba desde los 15 o 16 años. 

Lo dicen sus biógrafos: Del Potro, debido a su carrera, como todos los tenistas de élite, no tuvo una vida normal. Terminó el colegio a distancia, comenzó a trabajar siendo un adolescente y no estaba nunca en su país natal, de enero a noviembre inclusive, vivía en el extranjero, jugando torneos de tenis, ganándose el pan. Deslumbrando al mundo con su extraordinario talento y ganando admiradores a montones, por su humildad y respeto hacia sus colegas. Él mismo lo dijo en una entrevista: "La vida del tenista no es todo color de rosa. Implica mucho sacrificio y mucha soledad." 


Jugando contra Federer. A él le ganó la final del US Open cuando tenía 20 años. Junto a Guillermo Vilas y Gabriela Sabatini, fue el único tenista argentino en lograrlo. 

Es un hombre de 35 años -pronto cumplirá los 36- que creció antes de tiempo, que ya tenía responsabilidades de adulto cuando era un adolescente y que tiene mundo. Pero jamás lo he visto creerse superior a nadie. Al contrario. Tiene la humildad de los grandes. Y por eso, yo, que no sé nada de tenis, más allá de lo básico, lo admiro tanto. 


Porque me encantaba verlo jugar. Me encantaba verlo sacar pelotas a 150 kilómetros por hora, desconcertando al tenista que jugaba contra él. El que está adentro de la cancha de tenis, jugando, ese es el verdadero Juan Martín. Frío y técnico cuando es necesario, para enfrentar al rival que le toque y pelearle punto por punto y cálido, cuando le toca dirigirse a sus fans y agradecer por todo el apoyo que le dieron. Ojalá pueda tener la oportunidad de verlo jugar en directo con Djokovic, un rival que no le va a dar tregua y que va a sacar lo mejor de él. 

Aunque no consiga la entrada más cercana a la cancha -no me quiero ni imaginar los precios de los boletos- y tenga que ver el partido con anteojos porque la pandemia y las clases virtuales, la computadora, me dejaron una leve miopía -no veo bien de lejos, debo ir al oculista de nuevo- allí estaré. Porque dudo mucho de que tenga otra oportunidad para ver a uno de los deportistas más grandes que tuvo la Argentina y que a pesar de la fama, el prestigio y el dinero, nunca se olvidó de dónde venía. 

Y cuya madre, curiosamente, tiene la misma profesión que la mía. Apuesto a que había una biblioteca con unos cuántos libros en aquella casa de la bella y montañosa Tandil. Y es que algo bueno tenía que salir de una mujer con cultura, que ama los libros y que se encargó de la educación de su hijo inclusive cuando sus entrenadores le insistían en que abandonara la escuela para dedicarse exclusivamente al tenis. 

Cada vez que escuchaba hablar a Juan Martín con la prensa y veía su inteligencia, su agudeza y habilidad para las palabras, pensaba: "han hecho un buen trabajo con él". Pocas veces he visto a un deportista tan inteligente como él. Y me imagino que ésa cualidad suya, fue uno de los motivos por los cuáles siguiera su carrera y no quisiera perderme ni un partido suyo. Porque como he comentado, yo soy más de los libros que de los deportes (siempre fui pésima en ellos y sé poco y nada de los mismos) pero Del Potro, es una excepción. Él fue el que logró aficionarme al tenis y por eso, quiero estar presente en su despedida, cuando juegue contra uno de los tenistas más grandes de la historia, porque, Juan Martín lo merece: despedirse bien, más allá del resultado del partido, como el grandísimo tenista que fue y que para mí, será siempre. 


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