"Arráncame la vida" - Ángeles Mastretta







Año de publicación: 1985
Editorial: Alfaguara



Como ya mencioné en otra ocasión, conocí a la escritora mexicana Ángeles Mastretta (Puebla, 1949) porque me la recomendó una bibliotecaria, hace muchos años. Pero nunca había leído una novela suya, sino cuentos, la colección "Mujeres de ojos grandes", que me gusta mucho y que por suerte, pude adquirir en una feria de libros usados, así que la tengo en papel. Hace poco, vi que en Netflix estaba disponible la adaptación cinematográfica de su reconocida novela "Arráncame la vida" (Alfaguara, 1985), pero antes de verla, quise leer el libro. Así que lo pedí en la biblioteca y me prestaron un ejemplar de Editorial Planeta de bolsillo, con unas letras pequeñísimas, que dificultaron un poco la lectura. Es un libro que ya no se consigue nuevo en las librerías, lo cual, es una lástima. La única manera de conseguirlo, al menos en Argentina, es comprándolo usado por Mercado Libre. No sé porqué las editoriales grandes, las multinacionales, tienen la manía de no reeditar los libros e importarlos a la Argentina. 

En fin, luego de terminar la novela de Mastretta, vi la película, que me encantó y que recomiendo sin dudar, porque las actuaciones, la escenografía, las locaciones y el guion, son excelentes. Es bastante fiel al libro original, lo cual se agradece con creces, la autora estuvo involucrada en el guion del filme. Está disponible en Netflix, dejo el tráiler por si lo quieren ver:






"Y de veras me atrapó un sapo. Tenía quince años y muchas ganas de que me pasaran cosas". 

Catalina Guzmán

La novela de Mastretta está narrada en primera persona, su protagonista, Catalina Guzmán, es una chica de quince años que vive en Puebla, en el año 1932. Era hija de una humilde familia de campesinos, su padre regentaba un negocio de quesos y en un café de su ciudad, en una salida con sus amigos, conoce al general Andrés Ascencio, que la doblaba en edad, quien comienza a cortejarla. La novela comienza así:


"Ese año pasaron muchas cosas en este país. Entre otras, Andrés y yo nos casamos. Lo conocí en un café de los portales. (...)
Entonces, él tenía treinta años y yo menos de quince. Estaba con mis hermanas y sus novios cuando lo vimos acercarse. Dijo su nombre y comenzó a conversar entre nosotros. Me gustó. Tenía las manos grandes y unos labios que apretados daban miedo y, riéndose, confianza. Como si tuviera dos bocas. El pelo después de un rato de hablar se le alborotaba y le caía sobre la frente con la misma insistencia con que él lo empujaba hacia atrás en un hábito de toda la vida. No era lo que se dice un hombre guapo. Tenía los ojos demasiado chicos y la nariz demasiado grande, pero yo nunca había visto unos ojos tan vivos y no conocía a nadie con su expresión de certidumbre." (Mastretta, Planeta, 1993. Pág. 7) 


Andrés le propone matrimonio a Catalina y ella, acepta. A su familia comenzaron a llegarle rumores, de que el general Ascencio - un hombre adinerado y poderoso de Puebla, funcionario del gobierno- tenía muchas mujeres, una en Zacatlán, otra en Cholula, una en el barrio de la luz y hasta en la capital, México. Se decía de él que engañaba a las jovencitas y que era un criminal, que estaba loco y que se iban a arrepentir de su enlace con Catalina. Y la narradora, lo confirma: "Nos arrepentimos, pero años después." 


Catalina con sus amigos en el café de Puebla. Imagen de la película de Roberto Sneider (2008) Catalina Guzmán es interpretada por la actriz mexicana Ana Claudia Talancón. 


Ángeles Mastretta es el tipo de escritora, que con tan sólo un par de escenas y diálogos, logra capturar la esencia de un personaje. En la primera escena de sexo entre Catalina y el general, el lector se da cuenta de cómo es él. Antes de casarse, se la lleva al mar de "vacaciones", sin pedirle permiso a su familia. Ella accede y comenta cómo fue su primera vez con Andrés: 

"En realidad, fui a pegarme la espantada de mi vida. (...) Me dejé tocar sin meter las manos, sin abrir la boca, tiesa como una muñeca de cartón, hasta que Andrés me preguntó de qué tenía miedo.
-De nada- dije.
- Entonces, ¿Por qué me ves así?
-Es que no estoy segura de que eso me quepa- le contesté. 
-Pero cómo no, muchacha, nomás póngase flojita -dijo y me dio una nalgada-. Ya ve cómo está tiesa. Así claro que no se puede. Pero aflójese. Nadie se la va a comer si usted no quiere. 

Volvió a tocarme por todas partes como si se hubiera acabado la prisa. Me gustó. 

-Ya ve cómo no muerdo- dijo hablándome de usted como si yo fuera una diosa-. Fíjese que ya está mojada-comentó con el mismo tono de voz que mi madre usaba para hablar complacida de sus guisos. Luego se metió, se movió, resopló y gritó como si yo no estuviera abajo otra vez tiesa, bien tiesa. 
-No sientes, ¿porqué no sientes? -preguntó después. 
-Si siento, pero el final no lo entendí. 
-Pues el final es lo que importa -dijo hablando con el cielo-. ¡Ay, éstas viejas! ¿Cuándo aprenderán?
Y se quedó dormido. (...)

-¿Por qué no me enseñas? - le dije.
- ¿A qué?
-Pues a sentir.
-Eso no se enseña, se aprende.- contestó." 

(1993, pág. 9 y 10) 

Me detengo en ésta escena, porque es clave en las futuras acciones de la protagonista, Catalina. El lector de hoy en día se puede indignar ante semejante energúmeno como lo era el general Ascencio, pero es sabido que en la época en la que está ambientado el libro, los años 30, a los hombres no les interesaba complacer sexualmente a sus mujeres. En el caso de Catalina, que era virgen y no tenía ni quince años, no tenía idea de lo que era la sexualidad, no conocía su propio cuerpo, tampoco sabía lo que era un orgasmo. Andrés, se limita a "pasarla bien" él y se molesta cuando ella "no siente", echándole la culpa de no sentir el mismo placer que él. Cuando el que debía enseñarle lo que es el sexo a una jovencita adolescente inexperta, era él. 

Cuando ella le dice, que quiere sentir y le pide que le enseñe, él se niega y afirma, en su machismo e ignorancia, que "se aprende". Hay dos opciones: o el general Ascencio no conocía bien la anatomía femenina, no tenía idea dónde debía tocar y acariciar a su novia para que ella "sintiera" o la más probable, la segunda, era que no le interesaba que ella alcanzara un orgasmo. Solamente le importaba satisfacerse él. Esto era común en los hombres de aquella época, hoy nos horrorizamos al leer escenas cómo ésta, pero hay que adentrarse en el período histórico en que está ambientada la novela. La autora, quiere mostrar cómo era el "macho mexicano", de la primera mitad del siglo XX. Y lo logra con creces. 

Si Andrés Ascencio pensaba que era un excelente amante, el macho alfa por excelencia, en mi opinión, era un absoluto desastre. 😂 Por eso Catalina, más adelante, se va a buscar a otros hombres que sí sepan cómo complacerla en la cama. A su vez, la protagonista, también nos cuenta cómo era la educación de las mujeres en aquella época:


"Ya no iba a la escuela, casi ninguna mujer iba a la escuela después de la primaria, pero yo fui unos años más porque las monjas salesianas me dieron una beca en su colegio clandestino. Estaba prohibido que enseñaran, así que ni título ni nada tuve, pero la pasé bien. 
(...) Total, terminé la escuela con una mediana caligrafía, algunos conocimientos de gramática, poquísimos de aritmética, ninguno de historia y varios manteles de punto de cruz." (1993, pág.11)


Por lo tanto, el lector comprende cómo fue posible que una jovencita con poca educación y cultura, que no sabía lo que era el mundo, fuera embaucada por un sapo como el general Ascencio. Catalina, intrigada por los reclamos de su novio, va a consultar a una gitana, quien le explica cómo funciona el cuerpo femenino y le enseña dónde y cómo debe tocarse para alcanzar un orgasmo, lo que ella practica en el dormitorio de su casa, hasta que una de sus hermanas la escucha gemir y piensa que estaba enferma. Cito la explicación de la gitana, porque me parece genial que la autora se atreviera a abordar éste tema en plenos años ochenta, cuando se publicó la novela:


-Aquí tenemos una cosita -dijo metiéndose la mano entre las piernas-. Con ésa, se siente. Se llama el timbre y ha de tener otros nombres. Cuando estés con alguien piensa que en ése lugar queda el centro de tu cuerpo, que de ahí vienen todas las cosas buenas, piensa que con eso piensas, oyes, y miras; olvídate de que tienes cabeza y brazos, ponte toda ahí. Vas a ver si no sientes. 

Luego se vistió en otro segundo y me empujó a la puerta. (...) (Pág. 18.)


Un día, el general Ascencio aparece en la casa de Catalina, le dice que se preparen ella y su familia, porque iban a casarse. Así, sin consultarle:


-Ni siquiera me has preguntado si me quiero casar contigo-dije-.¿Quién te crees?

-¿Cómo que quien me creo? Pues me creo yo, Andrés Ascencio. No proteste y súbase al coche. 
Entró en la casa, cruzó tres palabras con mi papá y salió con toda la familia detrás. (1993, Pág. 13) 

La madre de ella lloraba, porque presentía que su hija iba a sufrir con ése hombre. El general la lleva al registro civil y cuando ella firma el acta de matrimonio, la obliga a escribir: "Catalina Guzmán de Ascencio", a lo que ella, en su inocencia, le pregunta si él también debía escribir "De Guzmán". Él contesta:


-No, m'ija, porque así no es la cosa. Yo te protejo a ti, no tú a mí. Tú pasas a ser de mi familia, pasas a ser mía. -dijo.      (1993, pág.15) 

A lo largo de la novela, podemos percibir que para Andrés Ascencio, Catalina es una parte más de sus propiedades. Cuando ella quería opinar sobre sus negocios, sobre política, porque él se la pasaba hablando de eso, a su marido, le molestaba y la mandaba a callar. No le interesaba saber la opinión de ella, porque nunca la ve como a un igual, sino como a una persona subordinada a su poder. Andrés quería una esposa para mostrarla a la sociedad, que apoyara su carrera política, le diera hijos y dirigiera su "casa oficial". Porque además de Catalina, tenía montones de amantes a las que les había comprado casas; e hijos ilegítimos.

Lo primero que hace el general es mandar a su esposa a un curso de cocina con unas hermanas, las Muñoz, donde ella se relaciona con otras mujeres casaderas. Vuelve a ir a visitar a la gitana, esta vez con amigas, quien le lee la palma de la mano y le predice, a regañadientes, que ve muchos hombres y penas en su futuro. 


La protagonista se sorprende cuando, un día, los militares caen en su casa y se llevan detenido a su esposo, acusado de asesinato. Aunque luego lo sueltan y regresa con ella, éste es el primer precedente de las actividades ilícitas y los crímenes que comete el general Ascencio, quien queda impune gracias a sus amistades y contactos con las altas esferas del poder:

"Andrés era jefe de las operaciones militares en el estado. Eso quiere decir que dependían de él todos los militares de la zona. Creo que desde entonces se convirtió en un peligro público y que desde entonces conoció a Heiss y a sus demás asociados y protegidos. Ya ganaban buen dinero. (...)

Yo al principio no sabía de él, no sabía de nadie. Andrés me tenía guardada como a un juguete con el que platicaba de tonterías, al que se cogía tres veces a la semana y hacía feliz con rascarle la espalda y llevar al zócalo los domingos. Desde que lo detuvieron aquella tarde empecé a preguntarle más por sus negocios y por su trabajo. No le gustaba contarme. Me contestaba siempre que no vivía conmigo para hablar de negocios, que si necesitaba dinero que se lo pidiera. A veces me convencía de que tenía razón, de que a mí que me importaba de dónde sacara él para pagar la casa, los chocolates y todas las cosas que se me antojaban. 
Me dediqué a llenar el tiempo. Buscaba a mis amigas. Pasaba las tardes ayudándolas a bordar y hacer galletas. Leíamos juntas novelas de Pérez y Pérez. 

(1993; pág. 28) 

El matrimonio entre los protagonistas nos muestra una relación totalmente asimétrica y desigual, en la que el general mandaba, no daba ninguna explicación a su esposa y era el "hombre proveedor". Y a ella, le tocaba callar y obedecer. 

Para él, mientras le diera dinero para mantener la casa, comprar los alimentos y todo lo que ella quisiera, a Catalina no debía importarle de dónde sacaba él la plata, aunque estuviera manchada con sangre. Ella, al no poder tener un empleo -impensable en la sociedad mexicana de su tiempo- se entretenía con sus amigas, cocinando, bordando, leyendo novelas, en un mundo recluido, doméstico. Mientras el general Ascencio mandaba y deshacía a su antojo, su esposa estaba recluida entre cuatro paredes. 



------ALERTA: SPOILERS--- 




Catalina Guzmán y el general Ascencio. 


A los 17 años, Catalina queda embarazada de su primera hija, Verania, y luego tiene un varón, Sergio. Detestaba estar embarazada porque su cuerpo le cambiaba y sentía un profundo malestar. Decide que no tendrá más hijos, que sólo se quedará con aquellos dos. 

El personaje principal femenino no se dedica a glorificar la maternidad, algo sorprendente por la época en la que fue escrita la novela.  Además, su marido no la tocaba durante todos los embarazos y ella sospechaba, que se iba con otras mujeres. En éste período es cuando le es infiel al general por primera vez, con un amigo de la infancia, que era lechero.

Ya madre de dos criaturas, Andrés le trae a los hijos adolescentes de su primer matrimonio, Octavio y Virginia, para que ella los crie. Y al poco tiempo, también se van a vivir con ellos cuatro hijas más, de otras mujeres: Marta, de 15 años, Marcela, de 13 y las gemelas Lilia y Adriana, de 12 años. Con Lilia, Catalina entablará una relación de madre e hija. Así que además de criar a sus dos hijos con el general Ascencio, la protagonista debía hacerse cargo de siete niños. Eso sí, en una bonita jaula de cristal; una casa enorme, con 14 dormitorios, patio interno, tres pisos, salas para recibir visitas... A pesar de toda esta opulencia y lujo, ella no era feliz. 


Catalina Guzmán: la primera dama de Puebla. Una vida dedicada a la casa, los hijos, los actos políticos y la beneficencia 





Cuando el jefe de Andrés Ascencio, el general Aguirre, es elegido como presidente de México, él se postula para la gobernación de Puebla, la cual gana. Por lo tanto, Catalina se convierte en una especie de "Primera Dama" , a la que su marido presenta en sociedad como la presidenta de la Beneficencia Pública: 

"San Roque dependería de mí al igual que la Casa del Hogar y algunos hospitales públicos. 
Me puse a temblar. Ya con los hijos y los sirvientes de la casa me sentía perseguida por un ejército necesitando de mis instrucciones para moverse, y de repente las locas, los huérfanos, los hospitales. Pasé la noche pidiéndole a Andrés que me quitara ese cargo. Dijo que no podía. Que yo era su esposa y que para eso estaban las esposas".
(1993; pág. 51) 

Otra vez vemos cómo Andrés Ascencio hace y deshace la vida de su esposa como se le da la gana. La pone a cargo de montones de instituciones -aunque después no quiere darle ni una moneda para mejorar las condiciones de vida de los niños ni de las mujeres asiladas- sin preguntarle si estaba de acuerdo y además, después involucra al padre de ella en negocios turbios con uno de sus socios. Ella le suplica, que por favor, mantenga a su padre alejado de sus actividades. 

Sin embargo, la llegada al poder del general hace que a Catalina se le quite la venda de los ojos. Empieza a escuchar rumores, a comprobar que su marido tenía amantes a las que les obsequiaba regalos costosos, que les compraba casas donde las tenía, pero las infidelidades de él no eran lo peor de su matrimonio.

Cuando la protagonista comienza a leer el periódico, el diario, se da cuenta de que cada enemigo que se hacía el gobernador Ascencio, terminaba asesinado en circunstancias misteriosas. Primero, un conjunto de campesinos que se habían rebelado en una de las estancias de su amigo Heiss, a quienes mandó a reprimir y a fusilar por el ejército, luego, un hombre que no quiso venderle su casa, después, un licenciado, Maynes, con el que tuvo un pleito, un director de un periódico, Avante, quien lo criticaba.... tarde o temprano, todos aparecían asesinados. No por mano del general, por supuesto, sino por sus sicarios. 

Llega un momento en que las viudas o las hijas de las víctimas de Andrés Ascencio, van a pedirle ayuda a la Primera Dama de Puebla, o sea, Catalina. Ya sea para encontrar a sus familiares, que de repente, desaparecieron de sus casas -o en la calle, a plena luz del día- y poco después, se encontraban sus cadáveres.
Ella termina yendo al velorio del licenciado Maynes y escuchando en la peluquería, que su marido mató a una amante que ya no quería tener una relación sentimental con él. Asustada, asqueada e indignada por los crímenes de su esposo, se encierra en su dormitorio y se niega a acostarse con él. Lo cual, no sirvió de nada, porque él entra en el cuarto y prácticamente la obliga a tener sexo con él. 

Catalina se da cuenta de que está atrapada en un matrimonio con un hombre temible, peligroso, brutal, un asesino, un corrupto, un mafioso, del que no puede escapar. A pesar de que el general le ocultaba los trapos sucios de sus negocios, ella termina enterándose de todos modos. El sol no se podía tapar con las manos:

"Al día siguiente, otra vez quería llorar y meterme en un agujero, no quería ser yo, quería ser cualquiera sin un marido dedicado a la política, sin siete hijos apellidados, como él, salidos de él, mucho antes que míos, pero encargados a mí durante todo el día y todos los días con el único fin de que él apareciera de repente a felicitarse por lo guapa que se estaba poniendo Lilia, lo graciosa que era Marcela, lo bien que iba creciendo Adriana, lo estiloso que se peinaba Marta, o el brillo de los Ascencio que Verania tenía en los ojos. 

Otra quería yo ser, viviendo en una casa que no fuera una fortaleza a la que le sobraban cuartos, por la que no podía caminar sin tropiezos, porque hasta en los prados Andrés inventó sembrar rosales. (...)
Sólo se podía salir en coche o a caballo porque quedaba lejos de todo. Nadie que no fuera Andrés podía salir en la noche, estaba siempre vigilada por una partida de de hombres huraños, que tenían prohibido hablarnos, y que sólo lo hacían para decir: "Lo siento, no puede ir usted más allá". 
(1993, pág.58) 

Para mucha gente yo era parte de la decoración, alguien a quien se le corren las atenciones que habría que tener con un mueble si de repente se sentara a la mesa y sonriera. Por eso me deprimían las cenas. Diez minutos antes de que llegaran las visitas quería ponerme a llorar, pero me aguantaba para no correrme el rímel y de remate parecer bruja. Porque así no era la cosa, diría Andrés. La cosa era ser bonita, dulce, impecable. ¿Qué hubiera pasado si entrando las visitas encuentran a la señora gimiendo con la cabeza metida abajo de un sillón? (1993; pág.59) 


Éstos fragmentos nos muestran como Catalina, la protagonista de "Arráncame la vida" al fin toma conciencia de su situación personal, de que ella, para su marido, era un mueble más que debía criarle sus hijos, atender su casa, recibir a las visitas relacionadas con el mundo de la política y para colmo, estar casi recluida, porque su casa quedaba alejada del centro de la ciudad y no tenía permiso para salir. 

El general Ascencio, como todo hombre de principios del siglo XX
 que había adquirido poder, era un déspota con su mujer. Para colmo, él no era culto, refinado, sino que de origen muy humilde y se había "hecho de abajo", logró escalar en la sociedad gracias  a una carrera militar y  sobre todo, por tener los contactos adecuados. Era un hombre machista, dominante y despótico. Algunos críticos literarios afirman que si bien no golpea a su esposa, sí ejerce lo que hoy se conoce como "violencia psicológica", es decir, la menosprecia, no le importan sus opiniones y solamente la ve como una primera dama que debe verse bonita, dulce y amable para las revistas de sociedad. 

Como una pequeña muestra de hartazgo y rebeldía, Catalina decide cortarse el cabello por los hombros. Es sabido que el cabello largo es símbolo de juventud, de femineidad, entonces ella, se queda "pelona", como dicen los mexicanos. Ya que no era la dueña de su vida, por lo menos podía decidir lo que hacía con su cabello. Ella se muestra inconforme con el destino que le había tocado, por ejemplo, esto se nota en la escena en la  que narra cómo eran las reuniones que se celebraban en su casa:


"Volví al grupo de las mujeres. Prefería oír la plática de los hombres, pero no era correcto. Siempre las cenas se dividían así, por un lado los hombres y en el otro, nosotras hablando de partos, sirvientas y peinados. El maravilloso mundo de la mujer, llamaba Andrés a eso." (1993. Pág.64) 



Ser una mujer mexicana (o de cualquier otro país de Latinoamérica) en la primera parte del siglo XX, aunque fuera de clase alta, como la protagonista, implicaba vivir en un mundo muy reducido, que incluía temas de conversación relativos a la maternidad y a la vida doméstica, o a la estética, a los vestidos, los peinados... Ellas quedaban excluidas de los asuntos importantes: la ciencia, la política, la economía... Estaba el mundo de los hombres y el de las mujeres. Y Catalina, no se sentía cómoda en el suyo, lo cual va a ocasionar muchos conflictos a lo largo de su vida, como le predijo la gitana cuando le leyó la mano. Por ejemplo, al recibir la visita de un secretario del gobierno, Fernando Arizmendi, ella coquetea con él y su esposo, luego del almuerzo, va a espetarle, furioso: 

"-Que obvia eres, Catalina, dan ganas de pegarte. 
-Y tú no eres muy disimulado, ¿no?
-Yo no tengo porqué disimular, yo soy un señor, tú eres una mujer, y las mujeres, cuando andan de cabras locas queriéndose coger a todo el que les pone a temblar el ombligo, se llaman putas." (1993; pág.80) 


Lo más irónico es que el general, antes y después de casarse con ella, tenía múltiples amantes e hijos fuera de su matrimonio, pero él, por supuesto, podía, porque como dice, "es un señor". En la película, hay una escena muy elocuente en la que ella, embarazada, está caminando por la calle, se detiene el automóvil de su marido una cuadra más adelante, y sale de él una mujer joven, muy bien vestida, riéndose. Cuando ella se acerca y enfrenta al general, diciéndole que "era un cabrón", él le responde, con total impunidad: ¿Y  qué? , dándole a entender, que las infidelidades eran algo común y corriente de su parte, que ella no debía escandalizarse porque así eran las reglas. Ella era la señora, para mostrarle al mundo, que no podía divorciarse, porque los políticos, estaban casados o viudos, no se separaban, nunca. Catalina era la esposa de un político, de un gobernador. Por lo tanto, estaba condenada a quedarse con ése hombre de por vida. 


Catalina se rebela ante el mafioso, corrupto y mujeriego marido




Cuando se termina el mandato del general Ascencio como gobernador de Puebla, su amigo, Rodolfo Campos, gana las elecciones de la presidencia de México y lo nombra funcionario de su gabinete, asesor. Entonces, él y su esposa se mudan a la capital, la Ciudad de México. Allí, Catalina, se hace amiga de las esposas de otros militares, ministros del gabinete y comienza a aburrirse, porque su marido se dedicaba a sus negocios, a la política y a sus nuevas amantes. Ella le reclama que él la abandona y el general le dice que se "le acabó la chamba de gobernadora" y que tiene que buscarse algo que hacer, la manda a la beneficencia a coser y a tejer ropa con otras mujeres, pero ella no se adapta ni se siente cómoda y le pide a su chófer, Juan, que le consiga un helado de vainilla y se queda en la puerta del restaurante Sanborn's de Madero.

Luego cruza la calle y entra en el Teatro de Bellas Artes, donde había un joven director de orquesta ensayando con sus músicos, una pieza de música clásica. Ella se queda subyugada, por la música -nunca había escuchado a una orquesta en directo porque era una chica de origen humilde, campesino- y sobre todo, por el hombre que los dirigía, quien la descubre y le pide que se siente en las butacas más alejadas porque distraía a los músicos. Más tarde, mientras ella y el general almorzaban en un restaurante, aparece el director de orquesta, que era un conocido suyo, se llamaba Carlos Vives, era hijo de un militar importante, había estudiado música en Londres y estaba a cargo de la reciente Orquesta Sinfónica Nacional. Y tenía tan sólo dos años más que Catalina, según Andrés Ascencio, quien en el fondo, lo despreciaba un poco porque para él, era un "escuincle", "miedoso" y le había "salido fallado a su padre" porque se dedicó a la música y no a una carrera militar. Pero la protagonista, se enamora de ése hombre delicado, "extraño", inteligente y sensible:


"Me volví infiel mucho antes de tocar a Carlos Vives. No tenía lugar para nada que no fuera él. Nunca quise así a Andrés, nunca pasé las horas tratando de recordar el exacto tamaño de sus manos ni deseando con todo el cuerpo siquiera verlo aparecer. Me daba vergüenza estar así por un hombre, ser tan infeliz y volverme dichosa sin que dependiera para nada de mí. " (1993; pág. 125 y 126) 


Cuando ella asiste a otro ensayo de la orquesta, siendo la única espectadora en el teatro vacío, se da cuenta de que lo amaba y sobre todo, lo respetaba y admiraba como hombre, lo que no le ocurría con su marido: 

"Me gustaba verlo de lejos. Me gustaba cómo movía las manos, cómo otros lo obedecían sin detenerse a reflexionar si sus instrucciones eran correctas o no. Daba lo mismo. Él tenía el poder y uno sentía claramente hasta donde llegaba su dominio. Iba por la sala, se metía en los demás, en mi cuerpo recargado sobre el barandal del palco, en mi cabeza apoyada sobre los brazos, en mis ojos siguiéndole las manos." (1993, pág.129)


Carlos fue de los pocos hombres que se animó a decirle a Catalina verdades que otros jamás confesarían. La invita a tomar un helado -sabiendo que a ella le encantan-, aunque él prefiere tomarse un whiskey, la pone en evidencia mencionando que estaba nerviosa y además, le dice que "sus espías le dijeron que ella quería bajarse de su coche e ir a su hotel". Ella, en vano, lo niega, avergonzada, pero él le espeta que era una mujer casada con un loco que le lleva veinte años y que la trataba como a una adolescente. Salen del teatro y van a pasear juntos, a pesar de los temores del chofer, Juan, quien le dice a la señora que el general la esperaba en el Palacio de Gobierno, que los iba a matar si no volvían.



Catalina y Carlos, un amor apasionado y recíproco. 


Cuando pasea por Sanborn's , Catalina expresa que le gusta mucho el edificio, por los azulejos. Y Carlos, irónico, le comenta que le pida a su esposo que se lo compre, porque él, no podía. Indignada y ofendida, la señora se va con su chofer a reunirse con su marido. Para molestar un poco al director de orquesta y divertirse a su costa, Andrés Ascencio lo invita a su casa a almorzar, junto a otros amigos. Adelante de todos los comensales, aparece un funcionario que le hace firmar a Catalina un documento donde expresa que es la nueva dueña del edificio de Sanborn's, el bonito restaurante de los azulejos. 

Carlos, indignado, afirma que ella no podía comprarse por sí sola un edificio, pero el general Ascencio afirma que "se la vendieron a su señora. Ella es la que compra y que "todo lo de él, era suyo". En éste diálogo, podemos ver el inicio del conflicto entre los dos personajes, porque el músico afirma que no volverá a tomar ni un café allí y que "quién sabe de dónde salió el dinero para adquirir ese lugar". Andrés se justifica, aceptando que su dinero no era del todo limpio y que si servía para hacer feliz a su señora, estaba perfecto. Le dice que era un "aguafiestas". Pero Carlos, no termina ahí en sus cuestionamientos, acusa a Catalina de ser una caprichosa que se creía dueña del local, que quería ser benefactora, que la quieran y la miren. Es decir, lo que el joven cuestiona es que ella era cómplice de los crímenes y negocios sucios de su marido, porque a pesar de no conocerlos del todo, disfruta de los beneficios económicos que le otorgan. El personaje de Carlos nos demuestra que no todos los hombres son machistas, ignorantes y malos, como el general Ascencio, sino que también pueden ser dulces, sensibles, amorosos, románticos, educados. 


A pesar de los cuestionamientos de Vives hacia la esposa del general Ascencio, luego del estreno del primer concierto de la Orquesta Sinfónica, terminan convirtiéndose en amantes. En parte, Carlos la provocaba porque ella lo atraía y le gustaba, creo que era una manera de llamar su atención. Finalmente, Catalina logra ser feliz con éste hombre como nunca lo había sido con su esposo. Es preciosa la escena en la que ellos, delante del general, en medio de una fiesta, se ponen a cantar boleros, ella junto a Antonia, una cantante que habían invitado a pedido de Andrés y Carlos, la acompañaba en el piano. 

Sin embargo, el músico tenía amigos "inconvenientes", como un sindicalista de izquierda, Cordera, que era un enemigo del general Ascencio. Y aunque su esposa pensaba que entre la política, las amantes y los negocios, él iba a ignorar su relación amorosa con Carlos, se equivocaba. A su marido, no se le escapaba nada. Por algo le llevaba más de veinte años y había conseguido el poder y el estatus del que hacía gala, mediante métodos ilícitos y cuestionables, pero era un hombre sagaz que no perdía detalle de nada de lo que sucedía en su casa, con su mujer oficial y sus hijos. 


La lógica de Andrés Ascencio: "Yo puedo tener todas las amantes, concubinas, hijos ilegítimos que quiera, pero mi señora oficial, mi mujer, no" ¿Machista? Naa, ¿Adónde? 


"Me estuve junto a él un ratito, mirándolo dormir. Pensé que era una facha, recorrí la lista de sus otras mujeres ¿Cómo lo querrían?¿Porqué tendría chiste? Yo se lo encontré, yo lo quise, yo hasta creí que nadie era más guapo, ni más listo ni más simpático, ni más valiente que él. Hubo días en que no pude dormir sin su cuerpo cerca, meses que lo extrañé y muchas tardes gastadas en imaginar dónde encontrarlo. Ya no, ése día quería irme con Carlos a Nueva York o a la avenida Juárez, ser nada más una idiota de treinta años que tiene dos hijos y un hombre al que quiere por encima de ellos y de ella y de todo esperándola para ir al zócalo." (1993, pág. 175)



El esperanzado e inocente lector pensaría que Catalina Guzmán, después de todos los infortunios que vivió con su corrupto, infiel y "mafioso" marido, pueda ser feliz para siempre con su amante, el guapísimo, delicado y amoroso director de orquesta, Carlos Vives. Pero resulta que no, que el idilio duró poco y terminó en tragedia. Ella, con la complicidad de su chofer, Juan, se encontraba de manera furtiva con el músico. Hasta que el general Ascencio le pide que vayan unos días a su casa de Puebla. Carlos se aloja con ellos, un error gravísimo e imprudente por parte de los amantes, porque si Andrés tenía sospechas, al verlos juntos, no tuvo la menor duda de la relación íntima entre ambos. Confronta a su esposa, quien lo niega todo. Pero él es un viejo zorro y enseguida se da cuenta de que ella le miente. 

Las amistades inconvenientes, los políticos militantes de izquierda amigos de Carlos Vives, fueron la excusa perfecta para que el esposo de la protagonista se deshaga de él. Un día, Vives lleva a pasear a los hijos de Catalina al pueblo, a una Iglesia y los niños, ven como unos hombres armados se lo llevan. Un secretario de uno de los amigos del general, le confirma a la señora que habían detenido a Carlos y que lo habían llevado a una cárcel para presos políticos. 

Andrés Ascencio le echa la culpa a los militantes de izquierda, "pide ayuda" al gobernador y a la policía local para hallar a su invitado, ante la desesperación de su mujer, pero es inútil. A los pocos días, una de las mucamas le confirma a Catalina que había aparecido el cadáver del director de orquesta, con un tiro en la cabeza. No sólo el suyo, sino el de Cordera, el líder de la CTM, un sindicalista, enemigo del general. 

La mucama, Lucina, le cuenta a la señora, que un día, el general mandó a seguirla al otro chofer, Benicio, que la vio con Carlos, haciéndose arrumacos afuera de la Iglesia del pueblo. Así es cómo se termina el idilio de Catalina con su amante y ella cae en la cuenta, finalmente, de cómo es su marido, del poder que tiene y de que jamás va a poder librarse de él y ser una mujer libre. Hasta Lilia, la hija de Andrés, se lo confirmó: fue éste el que mandó a matar al joven, porque no quería que se supiera que su esposa le metía los cuernos con otro. No sólo porque lo consideraba imperdonable, ofensivo para sí mismo, sino que también hacía peligrar la imagen de familia perfecta que necesitaba en su carrera política. Un machista de manual, Andrés Ascencio y sobre todo, uno muy peligroso, con poder e impunidad total. 


Una de las escenas más tristes del libro y de la película: Catalina descubre el cadáver de Andrés, a quien su marido mandó a matar. Ella ahora, tiene sangre en sus manos. 



"A mi yerno, lo elijo yo"

Andrés Ascencio


-Que desperdicio, mi amor. Dieciséis años y ese cuerpo, y esa cabeza a la que tanto le falta aprender, y esos ojos brillantes y todo lo demás se va a quedar en la cama de Milito. El pendejo de Milito, el oportunista de Milito, el baboso de Milito, que no es nada más que el hijo de su papá, un atracador como el tuyo pero con ínfulas de noble. Es una lástima, mi amor. Lo vamos a lamentar siempre."

                                                                                           

Catalina a la hija de Andrés, Lilia. 



Cuando el lector está llegando al final de la novela de Mastretta, piensa que el personaje de Andrés Ascencio no puede caer más bajo, no puede ser más detestable de lo que ya es; no sólo manda a matar a sus enemigos políticos (sindicalistas, abogados, militantes de izquierda, directores de periódicos, campesinos huelguistas, personas que no quieren venderle sus propiedades), sino que también ordena el asesinato del amante de su esposa, Carlos Vives, el hijo del general que fue su superior en la época en la que estudió, del que afirmaba que era un amigo, como un hermano pequeño para él y de hecho, lo conocía desde niño. El general Ascencio, cual Tony Soprano, le miente en la cara a su mujer, fingiendo que es inocente, que él jamás le haría daño al músico y que él no tuvo nada que ver, con un cinismo desconcertante. El marido de la protagonista es lo que hoy llamaríamos un sociópata. 

Cuando Lilia, la más linda de todas sus hijas, estaba en edad casadera, él decide casarla con Emilio Alatriste, el hijo de un vecino, un hacendado, terrateniente, para fortalecer la alianza comercial con él. Pero Lilia no está enamorada del jovencito, quien tenía otra novia y amaba a otra mujer, sino que le interesaba Javier Uriarte, un chico que le gustaba andar en motocicleta. Catalina, quien quiere a la chica como si fuera su propia hija, sale en su defensa y enfrenta al general, quien estaba empecinado en casar a Lilia con el hijo del vecino. 

La chica se rebela contra su padre, rompe el compromiso con Emilio y se pone de novia con Javier, el idilio le duró tan sólo seis meses, hasta que, oh casualidad, encuentran su cadáver al pie de un barranco, porque "se había estrellado con su moto". Entonces, el general Ascencio se sale con la suya y sin importarle la felicidad de su hija, la casa con Emiliano, el heredero de los Alatriste. Porque para él, importaban los negocios, no que el flamante marido de su hija le meta los cuernos con Georgina, su novia eterna. 


                                    Catalina, libre al fin 


En la boda de Lilia, Catalina se reencuentra con una cocinera, la viuda de uno de los labradores que mandó a matar Andrés en uno de sus ranchos, en Atencingo. Se llamaba Carmela y cómo la señora, luego de la muerte de Carlos, tenía dolores de cabeza y de cuerpo, le dio unas hojas de té de limón negro, para que le aliviara el dolor. Pero le advierte que no hay que tomarlo en muchas dosis, porque si uno lo tomaba todos los días se moría. A una señora, de tomarlo un mes entero, se le paró el corazón. Catalina las toma de vez en cuando: "Me las llevaba porque oyó en la boda que me dolía la cabeza y por si por si me ofrecían para otra cosa". A su vez, en la boda de Lilia conoce a Alonso Quijano, un director de cine que luego se convertirá en su amante, aunque no lo amaba como a Carlos. Eso sí, tendrá muchísimo cuidado para que su esposo no la descubra y mate a éste hombre, como hizo con su anterior amante. 

A su vez, el general Ascencio deja de ser el favorito del presidente, quien va a elegir a otro militar, Martín Cienfuegos, para que sea su sucesor en la presidencia. Comienza a sentir malestar y dolores de cabeza, al ver que empieza el declive de su carrera política. Con cincuenta y tantos años, enfermo, colérico, le pide a su esposa que le sirva el té de limón y cuando ella le sugiere que no lo tome tan seguido, él se niega. Hasta que un día, le falla el corazón. Antes de morir, llama a su abogado y le deja todos sus bienes a Catalina, para que los reparta entre sus amantes e hijos ilegítimos. Pide ser enterrado en Zacatlán, su tierra natal. 

Mientras enterraba a su marido en su pueblo, rodeada de sus hijos, políticos y hasta del presidente, la protagonista no podía llorar, intentaba recordar la cara de Andrés, pero no podía. No tenía miedo de no verlo nunca más, sino, que se sentía libre. 


"Quise sentarme en la tierra. Quise que no estuvieran encima los ojos de tanta gente. (...) Pensé en Carlos, en que fui a su entierro con las lágrimas guardadas a la fuerza. A él podía recordarlo exactas su sonrisa y sus manos arrancadas de golpe. 

Entonces, como era correcto en una viuda, lloré más que mis hijos. (...) Cuántas cosas ya no tendría que hacer. Estaba sola, nadie me mandaba. Cuántas cosas haría, pensé bajo la lluvia a carcajadas. Sentada en el suelo, jugando con la tierra húmeda que rodeaba la tumba de Andrés. Divertida con mi futuro, casi feliz." (1993;pág. 238)


----FIN DE LOS SPOILERS---




Conclusión



Respecto a la calidad literaria de "Arráncame la vida", me parece indiscutible. Es una novela muy bien escrita, en primera persona, lo cual no es nada fácil, con una protagonista de lo más verosímil para lo que era una mujer de clase humilde en el México de los años '30. No sólo está muy bien documentada en la parte histórica, en la que Mastretta recrea el México de la post-revolución de manera minuciosa y acertada, sino que la autora nos presenta unos personajes muy bien delineados: el villano, el general Ascencio, el prototipo de macho alfa mexicano machista y controlador -mujeriego, autoritario- del siglo XX, con ambiciones políticas y económicas, que no tiene escrúpulos en estafar, mandar a matar, comprar voluntades y propiedades de manera ilícita con dinero, etc. Pero también tenemos a su contraparte: Carlos Vives, hombre educado, culto, sensible, moderno, de una masculinidad no hegemónica, artista, simpatizante de los pobres y de las ideas de izquierda, de defender los derechos de los trabajadores. Otro personaje masculino que va a representar un tipo de hombre distinto al marido de Catalina, es Alonso Quijano (¿Un guiño al Quijote, tal vez?), el director de cine, el segundo amante de ella. No es casualidad que se busque hombres totalmente opuestos a su esposo, con otra cultura, educación y sensibilidad para tratar a las mujeres. Que le permitían, como mujer, dar sus propias opiniones sin censurarla o infantilizarla.

En su novela, Ángeles Mastretta, sin ser didactista -porque en ningún momento la protagonista, la narradora, dice "mi marido es un machista, un corrupto, un asesino"- expone el machismo, la falta de educación, la dependencia económica que sufrían sus personajes femeninos, que representaban a la mujer mexicana de la primera parte del siglo XX. El lector, a medida que va leyendo los diálogos y las anécdotas de Catalina sobre el comportamiento de Andrés Ascencio y los demás militares y políticos que conoce, saca sus propias conclusiones. 

Mastretta nos muestra, mediante las mujeres de su novela, que ellas estaban totalmente subordinadas a los hombres, ya sea el padre, el marido o el amante. Que no podían ganar su propio dinero, que para todo dependían de un hombre, vivían recluidas en el ámbito doméstico -o a lo sumo podían ir a hacer las compras al mercado-, criando hijos (propios o ajenos), mandando a los sirvientes, cocinando, atendiendo a las visitas y siendo unas anfitrionas perfectas; que eran tratadas como un mueble por el marido. Éstas mujeres de clase alta, debían ser amables dulces y verse bonitas; para hacer quedar bien a sus esposos y apoyarlos en su carrera política.

La asimetría de poder en el matrimonio de Catalina se puede analizar desde diferentes aspectos. Por un lado, la manera en la que vivía su sexualidad con su esposo, a quien no le importaba complacerla en la cama, sino que veía a las mujeres como un simple pedazo de carne para complacerlo a él. Y cuando una amante lo rechazaba, la mandaba a matar. Él coleccionaba mujeres a las que consideraba trofeos, mientras más tenía, más machote se sentía. Pero cuando su esposa quiere hacer lo mismo que él, la persigue, la interroga, la hostiga, la insulta y termina asesinando a su amante, Carlos.

¿Cómo tapa Andrés Ascencio sus falencias como cónyuge? Comprándole cosas a Catalina: vestidos, calzado, automóviles, restaurantes, una casa en Acapulco.... Dándole todos los caprichos materiales habidos y por haber, como si fuera una niña pequeña a la que conforman con una golosina, con un dulce. 

Y para ella, esa vida era la normal, hasta que conoce al director de orquesta, quien comienza a abrirle los ojos ante la realidad que no quiere ver: que también es cómplice de los crímenes del general Ascencio. Que disfruta del dinero que él ganó utilizando métodos ilícitos. Que no es una jovencita inocente. Y ella, que en el fondo sabía de lo que era capaz su esposo, termina cayendo en la cuenta cuando el que es asesinado no es un enemigo político, un periodista, un campesino o un sindicalista, sino, el hombre que ella amaba, el guapo director de orquesta. Desde el asesinato de Carlos Vives, algo se quiebra dentro suyo. 

Catalina al fin ve la realidad, cruda, sin anestesia: está atrapada en un matrimonio del cual no puede salir, no puede escaparse. Su esposo era un político poderoso, amigo del presidente, con contactos en las altas esferas. Jamás aceptaría un divorcio. 


La protagonista ni siquiera es capaz de ayudar a su hija adoptiva a que sea libre de elegir a su futuro marido. Debe conformarse con quedarse en la casa, criar hijos, dirigir sirvientes, atender visitas de su esposo y no sentir, no desear, no vivir su vida con plenitud. Casada a los 15 años con un hombre que la doblaba en edad, a los 30 ya estaba harta de su matrimonio. La única manera en la que obtiene la ansiada libertad, es cuando muere Andrés. 

Y es muy elocuente, que en su funeral, no sea capaz de llorar. Porque hace rato que no lo amaba más. Solamente llora cuando recuerda el rostro de Carlos, el hombre que sí la trató con dulzura, con ternura, que la trató como a un igual. No como a un mueble más de la casa, como un florero para lucirse con los amigos de la política. Con Carlos, Catalina no era la primera dama de Puebla, sino ella misma. 

Para terminar, quería decir que éste libro me gustó muchísimo, me llegó al corazón. Porque no sólo está ambientado en un país que me simpatiza mucho sino que Mastretta denuncia lo tristes, limitadas y subordinadas que eran las vidas de las mujeres mexicanas del comienzos del siglo XX. Y que se podría aplicar al resto de los países de América Latina.


A fin de cuentas, en la Argentina, las mujeres de clase trabajadora, como Catalina Guzmán, recién en los '90 o los 2000, empezaron a acceder a la educación de nivel superior. Las mujeres de la generación -y de la clase social- de mi madre, terminaban la escuela primaria y ya a los quince años les regalaban el juego de cocina para que, un par de años después, se casaran. 

Leo la vida de la ficticia jovencita mexicana y pienso en la vida de mi madre, en las mujeres de su época, en las que se quedaron en la casa criando hijos y atendiendo al marido y que no fueron independientes, libres. El matrimonio, para Catalina Guzmán, era una cárcel, una jaula de oro. No le faltaba nada: dinero, ropa elegante, casas, coches, estatus, pero era una esclava de su esposo. Una esclava que debía obedecer y agachar la cabeza ante las órdenes del general. Soportar sus infidelidades, sus desprecios y sus humillaciones. Su poder ilimitado y su impunidad. 

En fin, más allá de que amé el libro, recomiendo la película de Roberto Sneider (está en Netflix), que me pareció excelente y bastante fiel al argumento original de la novela. Da gusto cuando es así, cuando un director de cine es fiel a la obra original y logra reflejar lo que imaginó el autor de manera fidedigna y amena, para que el espectador lo pueda disfrutar. 

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